Erixitl de Palul (16 page)

Read Erixitl de Palul Online

Authors: Douglas Niles

BOOK: Erixitl de Palul
5.75Mb size Format: txt, pdf, ePub

——Aquel jefe, Tokol, está aquí —dijo.

——Hazlo pasar.

El hijo de Takamal, que había asumido el mando de las fuerzas kultakas, entró en lo que una vez había sido el palacio de su padre.

——¡Bienvenido, mi aliado! —gritó Cordell, al verlo aparecer, mientras Darién se encargaba de traducir su saludo.

——Estamos preparados para la marcha —anunció Tokol, después de saludar al conquistador con una profunda reverencia.

——Espléndido. Sólo nos falta decidir la ruta. Partiremos por la mañana. —Cordell señaló los mapas—. Vuestros hombres me han dicho que hay dos caminos hacia Nexal. Uno, el más largo, atraviesa territorio llano. ¿Conocéis estas carreteras?

——Sí, capitán general Cordell. Pero es una ruta que acabará por agotarnos a todos, y casi no hay pozos de agua. Es demasiado larga. Yo recomendaría que tomáramos el camino de las montañas.

——¿Este que aparece aquí? —Cordell señaló en el mapa una línea que parecía ascender por las montañas occidentales de Kultaka, para después seguir un trazado muy sinuoso por las tierras altas, antes de desembocar en un pequeño valle al este de Nexal.

——Sí. En aquel camino hay agua y podemos recorrerlo en una semana de marcha. Entonces, cuando lleguemos a este pueblo, tendremos ocasión de recuperar fuerzas para el asalto a Nexal.

——¿Este pueblo? —El general apoyó el dedo en el mapa—. ¿Qué encontraremos aquí? ¿Cómo es?

——Es una aldea pequeña, sin ninguna importancia —contestó Tokol—. Se llama Palul.

De las crónicas de Coton:

Debajo de los grandes nubarrones de tormenta, el viento comienza a soplar.

Naltecona ha venido a verme esta mañana, con el rostro angustiado y los ojos asustados. Su voz tenía un temblor poco habitual.

Al parecer, ha tenido una visión. Habló de sombras y desesperación, de la ruina del Mundo Verdadero. Casi como algo sin importancia, también ha visto su propia muerte.

Pero ha decidido atacar primero. El gran Naltecona asestará un golpe para aplastar a los invasores antes de que puedan llegar a Nexal. Ya no tiene miedo de que el hombre, Cordell, sea un dios.

Tiene a la vista los ejemplos de Kultaka y Payit, y está dispuesto a no repetir sus errores. Hará sus planes con mucho cuidado, e inventará una astuta estratagema para atraer a los extranjeros a una trampa de la que no podrán escapar.

Si yo pudiera hablar, le advertiría que a veces las trampas cazan al trampero.

7
Traición y desafío

——¿Qué significa todo esto? —preguntó Chical, señalando con un ademán la capa, las botas y el casco que Poshtli había dejado en el suelo delante de sus pies.

——He venido para comunicar mi abandono de la Orden de los Caballeros Águilas —explicó el guerrero, muy tieso. Él y su venerable mentor se encontraban solos en la penumbra de la sala de baños. A pesar de que en el exterior hacía calor y el sol resplandecía, en el interior de la casa de troncos se estaba fresco.

Chical permaneció inmóvil y miró a Poshtli durante varios minutos. El joven le sostuvo la mirada con un brillo desafiante en los ojos.

——Sé que tu decisión de renunciar a nuestra orden no es algo tomado a la ligera —dijo Chical—. Y esto me lleva a creer que eres víctima de algún hechizo practicado por el extranjero.

——No. Es una cuestión de honor. Lo traje aquí con buenas intenciones y para que estuviera seguro. Es algo a lo que no puedo volver la espalda, de la misma manera que vos no podéis renunciar a vuestras responsabilidades como jefe de la orden.

——¿Eres consciente de que sus compañeros, su ejército, ya marchan hacia Nexal? Han conquistado Kultaka y alistado a los guerreros vencidos de nuestro viejo enemigo, en su causa contra nosotros.

La expresión de sorpresa de Poshtli dejó claro que desconocía la noticia. Sin embargo, su respuesta fue inmediata.

——Ya no es el ejército de Halloran, de la misma manera que la Orden de los Águilas no es la mía. Si los extranjeros atacan Nexal, lucharé en defensa de mi patria... si es necesario, como cualquier otro guerrero.

——Tu renuncia significa algo más que el abandono de la orden, ya lo sabes —manifestó Chical, apenado, señalando una vez más las prendas en el suelo—. Ahora ya no somos más que extraños.

——Lo comprendo —repuso Poshtli—. A partir de este momento, somos enemigos.

——Llamad a Hoxitl, Kalnak y Chical —ordenó Naltecona a los esclavos, que le obedecieron en el acto—. ¡El resto de vosotros, marchaos! —Una docena de cortesanos vestidos con harapos abandonaron el salón, contentos por tener las oportunidad de volver a vestir sus lujosas prendas.

El sumo sacerdote de Zaltec fue el primero en llegar, con unos segundos de ventaja sobre Chical, capitán de los Caballeros Águilas. Unos instantes más tarde, apareció Kalnak, capitán de los Caballeros Jaguares de Nexal.

Los dos caballeros habían cubierto sus armaduras resplandecientes con capas roñosas. Hoxitl, esquelético, siempre sucio y manchado de sangre, no necesitaba hacerlo, a la vista de que su aspecto no podía desmerecer el esplendor de Naltecona.

——¿Habéis tomado una decisión respecto a los extranjeros? —preguntó Kalnak, esperanzado. Desde el primer momento, había sido el más firme partidario de atacar a la legión antes de que llegara al territorio nexala.

——Así es —respondió el soberano—. Gracias a un sueño, he tenido la revelación de que su líder es un hombre y no un dios. No es Qotal que vuelve al Mundo Verdadero para reclamar su trono. ¡Es un invasor al que se debe detener!

En el rostro de Kalnak, enmarcado por las fauces de su casco, que era una cabeza de jaguar, apareció una amplia sonrisa. También Hoxitl se mostró satisfecho, previendo el gran número de cautivos que la campaña reportaría para Zaltec. Chical fue el único que no pareció alegrarse.

——¿Habéis decidido dónde y cuándo se efectuará el ataque? —preguntó el jefe de los Águilas.

——Sí. Mis espías me han informado de la ruta que siguen. He escogido el sitio perfecto, y trazado un plan.

——¿Dónde? —preguntó Kalnak—. ¿Tardaremos mucho en atacar?

——El plan será puesto en práctica hoy mismo. La marcha de los extranjeros los lleva hacia Palul, y será allí donde nos encontraremos con ellos. —Todos sabían que el pueblo de Palul, sometido al control y gobierno de Nexal, estaba a una buena distancia de la capital, y les pareció una excelente elección.

——¡Espléndido! —exclamó el Caballero Jaguar—. ¡Podremos destruirlos en el paso, antes de que lleguen al poblado!

——No —replicó Naltecona—. Éste no es mi plan. Quiero que cada uno de vosotros reúna a sus caballeros de mayor confianza, además de varios miles de guerreros. Pero no debéis presentar batalla fuera de Palul.

Los reunidos miraron al canciller sorprendidos, y Naltecona disfrutó con su confusión. Esperó unos momentos para que sus súbditos se preguntaran cuál sería el plan.

——En cambio, invitaremos a los extranjeros a que entren en Palul. Allí celebraremos una gran fiesta, con muchos bailes y abundancia de
octal.
Sus aliados kultakas (insistiremos en este punto) deberán permanecer fuera del pueblo.

——Mientras que nosotros, con nuestros hombres, estaremos en el pueblo —aventuró Kalnak.

——¡Sí! Y tú, mi jefe de Jaguares, darás la señal. Mientras dura la fiesta, los extranjeros se emborracharán, y entonces caeréis sobre ellos desde todos los flancos. ¡No necesitaremos más que una batalla para aniquilar a los invasores!

——¡Un plan excelente! —gritó Hoxitl—. Con una trampa tan astuta, conseguiremos muchísimos cautivos; quizá la mayoría de su ejército.

——¿Y tú, Chical? ¿No tienes ningún comentario al respecto? —Naltecona escrutó el rostro del jefe de los Águilas.

——Hay una cosa que me preocupa, reverendo canciller. Los guerreros de Nexal siempre se han enfrentado al enemigo en el campo de batalla, para conseguir la victoria confiados en su fuerza y coraje. No parece muy correcto apelar al engaño de una fiesta para después asesinarlos.

——¿Preferirías que nos enfrentáramos a la magia y a los monstruos de la legión en un combate abierto, para que nos maten a todos? —exclamó Kalnak, sin darle tiempo a Naltecona para contestar. El canciller sonrió, satisfecho de que la discusión se planteara entre sus dos subalternos, sin tener que involucrarse.

——Hasta que no sepamos que no podemos derrotarlos en una lucha franca, sí. No tengo miedo —replicó Chical.

Kalnak se encrespó, y sólo la palma alzada del canciller evitó que empuñara su
maca.

——No tengo miedo, pero tampoco soy un tonto —respondió el jefe Jaguar, burlón.

——Los extranjeros ya han embrujado a los hombres de Kultaka —observó Hoxitl—,
después
de matar a Takamal, cosa que nuestros más valientes guerreros no consiguieron hacer, y no por no haberlo intentado durante muchos años.

Chical se inclinó ante Naltecona, sin prestar atención a los otros dos.

——Se hará tal cual lo deseáis, mi señor. ¿Cuándo llegarán los extranjeros de Palul?

——Abandonaron Kultaka hace dos días, y marchan deprisa. Podrían llegar a Palul dentro de cuatro días..., seis a lo sumo, así que debemos actuar rápida y discretamente. Enviaremos embajadores a recibirlos; se encargarán de entregarles los obsequios y preparar el banquete. Mientras tanto, quiero que reúnas las fuerzas.

»Debes salir hacia Palul no más tarde de mañana por la mañana.

——¿Has descubierto la razón de todos aquellos preparativos? —le preguntó Halloran a Poshtli en cuanto lo vio entrar en la casa, poco después del mediodía.

Dos días atrás, habían presenciado juntos la marcha de las largas columnas de soldados que abandonaban la plaza sagrada, y habían deducido que tenía algo que ver con Cordell; no obstante, de nada habían servido los esfuerzos de Poshtli por averiguar alguna cosa más. Ahora, después de tres días, Hal tenía miedo de no enterarse de lo que ocurría hasta que fuera demasiado tarde.

El ex caballero había aceptado el ofrecimiento de Hal de compartir su casa, porque ya no disponía de su habitación en el cuartel de los Águilas. Los dos jóvenes no habían querido permanecer en el palacio de Naltecona, a pesar de que el canciller les había garantizado su seguridad.

El soberano de Nexal había respetado su oferta de una casa para Halloran. La residencia era de una suntuosidad de la que sólo un miembro de la nobleza, o un sabio de mucha fama, habría podido gozar en Faerun.

El edificio se encontraba cerca de la plaza sagrada, en la intersección de dos grandes avenidas y un canal. Un muro de ladrillos de adobe, pintados de un blanco resplandeciente, rodeaba las habitaciones y el patio de grandes dimensiones. La casa era de planta baja, con tres habitaciones muy amplias que se abrían al patio central, y un piso superior.

Pese a ello, Halloran no se encontraba cómodo en sus nuevos aposentos. Su mente sólo pensaba en Erix. Esperaba que la joven hubiese llegado a Palul sin problemas, y que allí estuviese segura ante cualquier ataque como el realizado por los Caballeros Jaguares en el palacio. No podía entender por qué Poshtli no mostraba la misma preocupación, por qué no se reunía con ella.

El legionario no podía preguntárselo sin cometer una falta de etiqueta. Había pensado en ir él hasta el pueblo, pero entonces recordó la premura de la joven por marcharse. No dudaba que Erix no lo recibiría con muy buenos ojos.

En algunos momentos, sumido en la mayor desesperación, había llegado a pensar en volver a la legión. Quizá si le devolvía el libro a Darién e intentaba aclarar... Pero había descartado la posibilidad, consciente del odio que le profesaban la maga y el fraile. No; unirse a la legión representaba su muerte.

Por lo tanto, se dedicó a estudiar el libro de hechizos, ejercitar a
Tormenta,
afilar sus armas, pulir la coraza, o pasear arriba y abajo por las habitaciones a la espera de que el tiempo pasara, mientras aguardaba que Poshtli tuviera éxito con sus averiguaciones.

La casa de Hal constaba de una pequeña antesala, adornada con luminosos frescos que representaban aves, serpientes y jaguares en un escenario tropical. La antesala daba paso a un patio arbolado y lleno de flores, desde donde se tenía acceso a una habitación amplia con chimenea y pilas de gruesas esteras en el suelo. Halloran ya se había habituado a la costumbre de los mazticas de sentarse en las esteras, aunque había decidido construir una silla en cuanto tuviese tiempo.

El otro cuarto de la planta baja era la cocina, dotada con un fogón y varios barriles pequeños para almacenar maíz, alubias y frutas. En la planta alta había cuatro dormitorios, un par de cuartos pequeños para los esclavos, y un amplio balcón con vistas al canal. Por el lado de la tierra, la casa y el patio quedaban cerrados por la tapia, pero no había separación entre el patio y el canal. Hal había comprado una canoa para navegar por él.

El patio también servía de establo para su yegua. Hal montaba a
Tormenta
a menudo, porque los nexalas se emocionaban ante la presencia de la bestia. Contento de poder ejercitar a su caballo, recorría la plaza sagrada y las calles de la ciudad.

Naltecona le había enviado varios esclavos para que se ocuparan de las tareas domésticas. Los sirvientes eran un anciano llamado Gankak; su esposa, Jaria; y una pareja de muchachas, Horo y Chantil.

Al legionario le molestaba sentirse propietario de otro ser humano, y decidió tratarlos como sirvientes. Intentó concederles algunos privilegios: un día de asueto y un puñado de granos de cacao para sus gastos en el mercado. Para su gran sorpresa, descubrió que los esclavos utilizaban el cacao para comprarle regalos. En cuanto al día de descanso, sólo dejaban de trabajar cuando él daba la orden.

Entonces, después de una semana en la casa, había visto la concentración de miles de guerreros en la plaza sagrada, y su marcha por los puentes del sudeste.

——¿Qué ocurre? ¡Sin duda, marchan para enfrentarse a Cordell! ¿Qué has podido averiguar? —preguntó Halloran, impaciente.

——Por fin, he tenido suerte —respondió Poshtli—. De ahí la demora. Todos los capitanes Águilas se han marchado, y los novicios no saben casi nada. Recibieron una orden personal de Naltecona para que se movilizaran de inmediato. Todo es muy secreto, y en un primer momento pensé que no me enteraría de nada.

——¿Y?

——Uno de los novicios, un joven en el que deposito

grandes esperanzas, habló conmigo después de los ejercicios. Ahora mismo vengo de hablar con él.

Other books

The Sun Down Motel by Simone St. James
The Fortune of War by Patrick O'Brian
The Memory Artists by Jeffrey Moore
An Impossible Secret by J. B. Leigh
We Dine With Cannibals by C. Alexander London
She's Out of Control by Kristin Billerbeck
Wolfsangel by Perrat, Liza