Erixitl de Palul (13 page)

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Authors: Douglas Niles

BOOK: Erixitl de Palul
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——¿Está claro? —gritó el comandante de la legión.

——Vuestra orden será cumplida —respondió Tokol, con otra profunda reverencia.

Los cuatro Caballeros Jaguares se mantuvieron inmóviles mientras Kallict les hacía los cortes rituales en los lóbulos, antebrazos y mejillas, con rápidos tajos de su afilado puñal de obsidiana. Los hombres permanecieron mudos; cualquier grito de dolor habría sido una traición a su juramento. El juramento de la Mano Viperina.

Después de los cortes rituales, se adelantaron para ponerse de rodillas ante Hoxitl. El único sonido era el canto del sumo sacerdote mientras apretaba su mano ensangrentada sobre el pecho de cada uno de los suplicantes.

En cuanto estuvieron marcados, los caballeros se pusieron de pie, con las capas de piel abiertas para exhibir orgullosos la terrible señal.

——Vosotros, Jaguares, habéis sido seleccionados por Kallict por vuestra bravura y devoción a Zaltec —dijo Hoxitl, clavando en cada uno su mirada llena de pasión—. ¡Vuestra tarea es sencilla y directa, y vuestro servicio será en nombre del propio Zaltec!

Los guerreros agacharon la cabeza con humildad, pero el sumo sacerdote sonrió para sí mismo al ver sus cuerpos tensos por la excitación.

——Hay dos personas, una mujer de Maztica y un hombre de los extranjeros, alojados en el palacio de Naltecona. Zaltec ansia el corazón del hombre. Desea probar la sangre del extranjero. También la mujer debe morir, y podéis matarla en sus aposentos.

»Esta noche entraréis en el palacio. Matad a la mujer y traednos al hombre. Y sabed que Zaltec os recordará y recompensará.

La yegua relinchó nerviosa, y Halloran se despertó en el acto.
Tormenta
había engordado y se había vuelto perezosa en la cómoda vida de palacio, y casi nunca se mostraba inquieta.

El relincho sonó otra vez, y ahora era evidente que el animal tenía pánico. Hal sintió un peso sobre el pecho, y advirtió que se había quedado dormido con el pesado libro de hechizos sobre el torso. Como de costumbre, se había dedicado al estudio de los encantamientos hasta que el sueño lo había vencido.

Entonces recordó la ausencia de Erixitl. Volvió a experimentar la misma soledad y desesperanza de antes, y una oleada de desesperación que lo dejó débil y paralizado en su cama. Jamás en toda su vida se había sentido tan solo, tan inútil. Apartó sus emociones, y fijó su atención en el hecho que lo había despertado.

Desenvainó su espada y la extendió delante de él, mientras se levantaba sin hacer ruido. El débil resplandor de la hoja brilló en la oscuridad.

Un súbito hedor atacó su olfato, y le trajo a la memoria una taberna que había frecuentado en Murann. En el lugar abundaban los gatos, y el olor le recordó el de aquellos felinos.

Un poderoso maullido sonó en las sombras, confirmando sus sospechas.

——
¡Kirisha! —
gritó, y en el acto la habitación quedó iluminada por una fría luz blanca. El hechizo le permitió ver a los intrusos, que se sorprendieron y asustaron ante la luz.

Hal vio que eran dos enormes jaguares. Por un momento, permaneció boquiabierto, pero de inmediato respondió a su entrenamiento de soldado. Los felinos se agazapaban en la entrada de la habitación, pestañeando ante la luz, y sin dejar de proferir sus rugidos amenazadores. Uno abrió las fauces, y Hal se asombró al ver el tamaño de sus colmillos.

En el patio,
Tormenta
relinchó despavorida, y Hal no se detuvo a pensar. En cambio, se lanzó al combate casi feliz de tener la oportunidad de liberar su rabia y frustración.

Su sable hirió a uno de los jaguares en el hombro, pero entonces le llegó el turno de gemir de dolor, cuando el otro felino le arañó un muslo con sus largas garras. «¡Maldita sea!», exclamó, dando un paso atrás. Se lanzó otra vez al ataque, y en esta ocasión los dos jaguares se apartaron de un salto.

Escuchó ruidos en la habitación vecina. ¡Había más! Por un momento, le entró pavor al ver que dos jaguares se deslizaban hacia el cuarto de Erix; después, respiró aliviado al recordar que ella no estaba allí, que iba camino de Palul.

Pero el alivio se convirtió al instante en una furiosa cólera. Su frustración por la partida de Erix, y la indignación por el ataque, le infundieron nuevas fuerzas. Amagó un mandoble hacia uno de los felinos y, cuando el otro se lanzó sobre él, se volvió para hundir la punta de su espada en el musculoso pecho del segundo jaguar.

En el mismo momento en que Hal asestaba su estocada, el primer felino saltó, y el legionario retrocedió a la desesperada para evitar un zarpazo que le habría abierto el vientre. Era consciente de su vulnerabilidad. Su coraza de acero estaba en el suelo junto a la cama, y no tenía tiempo para ponérsela.

De pronto, el jaguar ileso dio un tremendo salto y voló por los aires hacia la cabeza de Hal, que consiguió eludirlo. El hombre escuchó la caída del animal a sus espaldas, mientras que el otro se agazapada, para amenazarlo desde la puerta.

La reacción del legionario fue tan rápida como desesperada. Consciente de que el ataque simultáneo significaría la muerte segura si les daba tiempo para saltar, Halloran actuó sin vacilar y se lanzó sobre el jaguar herido en el portal. Descargó un par de sablazos contra el morro de la fiera, y, cuanto ésta se volvió, hundió la espada en el flanco desprotegido. El arma pareció penetrar como guiada por voluntad propia en busca de la sangre de su víctima. La punta afilada atravesó la piel y los músculos, hasta perforar el corazón.

Con un rugido de agonía, el animal cayó al suelo, agitando las patas en un espasmo final. Hal se quedó boquiabierto al ver que los miembros cubiertos de piel se estiraban y retorcían poco a poco. Una zarpa se desfiguró de una forma grotesca, y las garras se extendieron y enderezaron. Después, las garras se convirtieron en dedos, los dedos de la mano humana muerta. El cuerpo de la bestia recuperaba, con la muerte, la forma del hombre que le había dado su alma.

Su fascinación ante el increíble espectáculo casi le costó la vida. La premonición del peligro lo hizo apartarse, y así consiguió eludir por los pelos el ataque del jaguar que, de un salto, abandonó su habitación. Ahora el animal, junto con los otros dos que habían salido del cuarto de Erix, se enfrentaban a Halloran. En el patio, la yegua relinchó asustada. «Al menos, está viva», pensó el legionario.

Los tres jaguares se acercaron con las fauces abiertas. Sus ojos amarillos resplandecían con el reflejo de la luz mágica, burlándose del hombre.

A sus espaldas sólo tenía un rincón. Lo tenían atrapado.

——¿Puedes recibirme, abuelo? —preguntó Poshtli, con una humilde reverencia, delante de la puerta de la morada de Coton.

El sumo sacerdote era la única persona a la que el guerrero podía acudir en estos momentos, la única merecedora del honorable título de «abuelo». Coton había sido siempre su consejero de confianza e, incluso después de que el clérigo hiciera su voto de silencio, Poshtli había descubierto que sus monólogos le eran de gran ayuda. Además, Coton parecía disfrutar de su compañía.

El clérigo de Qotal sonrió amablemente, agitando un bastoncillo de incienso de
copal
por el interior del cuarto de pintura, que dejaba un rastro de humo perfumado en el aire. Hizo un gesto al Caballero Águila invitándolo a pasar y a tomar asiento.

——Me siento como prisionero en el puño de un gigante —dijo Poshtli, con las manos unidas y la mirada puesta en los insondables ojos de Coton—. He respondido a lo que consideraba como la voluntad de los dioses. He traído al extranjero a Nexal, porque era la esperanza de la ciudad. A él y a la mujer, Erixitl. —Le costó trabajo pronunciar el nombre de la joven. Relató a Coton la propuesta de matrimonio y su amable negativa—. Quizá dudaba de la profundidad de mi devoción. Es cierto que la pedí por esposa para protegerla, pero desde luego es fuerte, inteligente y muy hermosa. Sería una magnífica compañera.

»¡Y su vida corre peligro! ¡Yo soy el culpable de los riesgos que afronta! ¡Con el casamiento, esperaba poder salvarla!

Coton se puso de pie y caminó hasta la puerta de la habitación. Habían pasado horas desde la puesta de sol, y vio las antorchas que se apagaban en lo alto de la Gran Pirámide, dejadas allí por los sacerdotes de Zaltec después de realizar sus macabros ritos. Poshtli se volvió para seguir al clérigo con la mirada.

——¡He visto el destino de Nexal, abuelo! ¡Está condenada a acabar en ruinas, en medio de cataclismos e incendios! —El Caballero Águila abandonó su asiento—. ¡Mis visiones me enseñaron que el extranjero es la única esperanza de salvación, pero ahora él también se ve prisionero de hechos más allá de su control!

En un gesto repentino, el guerrero acercó una mano al hombro y arrancó de su capa una pluma de águila negra con la punta blanca. Ofreció la pluma a Coton, que aceptó el obsequio.

——Si ayudo a Halloran, quebrantaré mi juramento a la orden, porque me han prohibido hacerlo. —El dolor del caballero se reflejó en los ojos del anciano sacerdote.

«He pasado toda mi vida luchando por ser el mejor Caballero Águila de todo el Mundo Verdadero. Ahora salvar la vida de un hombre llegado de otro mundo amenaza con quitarme este orgullo. Pero sí sé una cosa, abuelo: no puedo dejarlo morir.

Coton asintió, con el rostro inexpresivo. Sin embargo, al igual que en ocasiones anteriores, el clérigo mudo había ayudado, de alguna forma misteriosa, a clarificar las ideas de Poshtli. El guerrero saludó respetuosamente y agradeció al sacerdote su atención. Después abandonó la casa a toda prisa.

Una sensación de urgencia invadió a Poshtli mientras entraba en el palacio y se dirigía a las habitaciones dispuestas por Naltecona para sus amigos. Sintió necesidad de acelerar su marcha, y al cabo de unos segundos corría con todas sus fuerzas.

Cuando dobló por la última esquina, lo hizo convencido de que el peligro era inminente. Vio a un grupo de esclavos acurrucados delante de la puerta; escuchaban aterrorizados los ruidos del combate, sin atreverse a mirar hacia el interior.

——¡Apartaos, maldita sea! —gritó Poshtli, abriéndose paso a empujones.

Entró en el patio y vio el cadáver del Caballero Jaguar iluminado por la extraña luz blanca que surgía de la habitación de Halloran. Un gruñido lo hizo mirar hacia las sombras, donde vio al legionario acorralado en un rincón, enfrentado a tres felinos enormes.

Poshtli soltó un sonido agudo, el terrible grito del águila cazadora. En el acto, dos de los jaguares se volvieron para hacer frente a esta nueva amenaza, mientras el tercero se mantenía agazapado delante de Hal, azotando el aire con la cola.

Por un instante, el Caballero Águila permaneció inmóvil. La
maca,
ansiosa de sangre, no le pesaba en la mano. Pero de pronto el recuerdo de su juramento, las órdenes explícitas de los líderes de su cofradía volvieron a su mente. Se le había prohibido, de acuerdo con lo jurado, que ayudara a Halloran en contra de las fuerzas de Zaltec.

Los jaguares se adelantaron, sin dejar de proferir gruñidos de amenaza.

Poshtli hizo caso omiso de los grandes felinos. Con un movimiento deliberadamente lento, se quitó el yelmo de águila y lo arrojó al costado. Después se desabrochó la capa y dejó que cayera al suelo junto a sus pies.

Entonces, adoptó una postura de combate, enarbolando la
maca
en dirección a los animales.

——¡Dime cuándo! —gritó Hal, con la espada preparada.

——¡Ahora! —respondió Poshtli.

Sin perder un segundo, Poshtli dio un salto al tiempo que descargaba el golpe con la
maca.
La hoja, tachonada con trocitos de obsidiana afilados como navajas, se hundió en el lomo de uno de los jaguares. La bestia soltó un aullido de dolor e intentó apartarse, pero el guerrero siguió su movimiento y aprovechó el cuerpo del animal para protegerse del ataque del otro felino.

Mientras tanto, Halloran hizo frente al tercer jaguar. Lanzó varios sablazos y, cuando el animal se levantó en dos patas para alcanzar el rostro del hombre, Hal aprovechó para escurrirse por debajo de las garras y clavar su espada en el corazón de la fiera. Retiró el arma y, de inmediato, saltó por encima del corpachón caído, para rematar de un solo golpe al último de los jaguares.

Por unos momentos, los dos valientes permanecieron jadeantes entre los cuerpos bañados de sangre. Con los últimos espasmos, los tres jaguares recuperaron la forma humana.

——¿Erixitl? —preguntó Poshtli, preocupado.

——Está bien. Se ha ido —respondió Hal.

——¿Ido? —El Caballero Águila no disimuló la sorpresa.

——De vuelta a Palul, a su casa. —Hal le explicó la súbita decisión de la muchacha, sin mencionar los detalles de la discusión. Le resultaba difícil mantenerse enfadado con Poshtli. Si bien echaba mucho de menos a Erix, daba gracias que se hubiera salvado del ataque.

Hal se sorprendió al ver que Poshtli parecía complacido con la noticia de su viaje. No conseguía entender por qué el guerrero no se mostraba preocupado por la ausencia imprevista de su prometida.

——Creo que es la solución más sensata —opinó Poshtli—. ¿Quién más sabe de su partida?

——Nadie que yo sepa. Sólo tú y yo.

——Debemos mantener el secreto. Pienso que a Erixitl de Palul le conviene desaparecer por algún tiempo.

De las crónicas de Coton.

En busca de la luz entre las tinieblas cada vez más oscuras...

La oscuridad persigue mis sueños cada noche, la misma oscuridad de la que habla Poshtli. Es una visión de tierra arrasada, un lugar de muerte y desolación, de deformidades y perversiones monstruosas. Es una extensión de cenizas y roña, y se llama Nexal.

Temo a esta visión más que a ninguna otra cosa en el mundo. Es un destino terrible al que muy pocos humanos pueden tener esperanzas de hacerle frente.

Y, si prevalece, temo que nosotros, los de Maztica —nuestra ciudad, nuestra nación, nuestro pueblo—, no tardaremos en ser un recuerdo, una visión lejana que desaparecerá para siempre con la vida de nuestros hijos.

6
Palul

——Aquella luz, ¿de dónde procede —Poshtli señaló el resplandor que se veía por la puerta de la habitación de Halloran.

——Es... magia. Algo así como tu
pluma. —
Halloran apuntó la mano hacia la abertura iluminada y dijo—:
Kirishone
. —La luz se apagó en el acto.

»
¡Kirisha!
—El hechizo funcionó otra vez, y el legionario disfrutó con la expresión de asombro de Poshtli.

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