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Authors: Douglas Niles

Erixitl de Palul (12 page)

BOOK: Erixitl de Palul
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——Ten un poco más de confianza en ti mismo —le reprochó gentilmente Zochimaloc.

——¡Es que todavía debo aprender muchas cosas!

El rostro del maestro se iluminó con una sonrisa, mientras se ponía de pie sin la ayuda del báculo.

——Sabes mucho más de lo que crees. Por ejemplo, las formas y proporciones de tu cuerpo. ¿Sabes lo que eres?

——Soy un hombre y un Jaguar —respondió Gulrec, sorprendido por la sencillez de la pregunta. Se levantó para situarse junto a su maestro en el borde del profundo
cetay.

——¿Y un pájaro? —preguntó Zochimaloc, con ironía—. ¿Quizás una cacatúa?

——¡No, desde luego que no!

——Piensa en la cacatúa, Gultec. Piensa en su plumaje brillante, en sus alas fuertes, en su pico afilado, en el poder de sus garras. ¡Piensa en todas estas cosas!

Sorprendido por el súbito vigor en el tono del maestro, la mente del guerrero imaginó al pájaro selvático. No vio el rápido movimiento del cayado del anciano. Zochimaloc le dio un empujón, con una fuerza sorprendente para su frágil cuerpo.

Gultec perdió el equilibrio y cayó al vacío. Atónito, extendió los brazos en un acto reflejo, pero el ataque había sido demasiado súbito, totalmente inesperado. Sacudió los brazos y no encontró otro apoyo que el del aire.

Ningún otro apoyo que el del aire;
¡se sostenía!
Su caída se convirtió en un picado, mientras las brillantes plumas verdes de la cola guiaban instintivamente su vuelo, y, como un relámpago, sobrevoló la superficie del agua.

Después, extendió sus alas y voló.

Erix se paseó una vez más por el jardín, confusa e inquieta. ¿Dónde estaba Hal? Nunca había permanecido fuera durante tanto tiempo desde que habían llegado a Nexal, una semana atrás. Las sombras cada vez más largas le advirtieron que se aproximaba el ocaso, y las audiencias de Halloran con Naltecona jamás duraban más allá del mediodía.

De pronto las sombras se acentuaron, y se volvió, asustada, hasta que comprendió que sólo había sido el paso de una nube por delante del sol. Sin embargo, las imágenes negras continuaron bailando por las esquinas de su visión, y las sombras la rodearon.

Un ligero estremecimiento le sacudió el cuerpo. Recordó el sueño que había tenido en el desierto: la muerte de Naltecona rodeado por los legionarios de Cordell. Las sombras oscurecieron el palacio, incluso más de lo que lo había hecho la luz de la luna en su sueño.

Pensó, con nostalgia, en la visita de Poshtli. ¡Se había comportado con tanta nobleza! Su propuesta la había sorprendido, consciente de que le ofrecía una vida que unas semanas antes ni siquiera se habría atrevido a imaginar. Una vida de lujo y comodidades, con esclavos para ocuparse de todo, entre la sociedad de los opulentos de Nexal.

Entonces, ¿por qué lo había rechazado? No sabía el motivo real. Sólo sabía que, al estar entre sus brazos y recibir su beso, había presentido que él no la amaba. Tampoco podía ignorar que su afecto y admiración por el valiente y bien plantado guerrero no llegaba a la categoría de amor.

Así se lo había dicho, con ternura y gentileza para no herir sus sentimientos. Él había aceptado su decisión con una cierta sorpresa, pero sin enfadarse. En cuanto el Caballero Águila se marchó, Erix no pudo contener su inquietud ante la tardanza de Halloran.

Todo esto había ocurrido hacía ya varias horas. Su inquietud se transformó en angustia, y ahora amenazaba con convertirse en miedo. Sin duda, el reverendo canciller no haría daño a un huésped en su propia casa, ¿o sí?

Miró hacia el patio, donde el chapoteo del agua de la fuente parecía burlarse de ella.
Tormenta
levantó la cabeza, como si percibiera su mirada. Después, la yegua se acercó al fardo de hierba y tréboles que los esclavos habían llevado por la mañana.

De pronto, el caballo, todo lo que veía, quedó oculto en la oscuridad, como si algo enorme hubiese tapado el sol. Una vez más, la dominó la sensación de un destino aciago. Sin poder evitarlo, se tapó los ojos y gimió, deseando que desapareciera la sombra.

——¿Qué tienes, Erix? ¿Qué ocurre? —Sintió el toque de las manos fuertes sobre sus hombros, y se volvió para abrazarse a Halloran como una niña. Él la estrechó contra su cuerpo y le acarició los cabellos para tranquilizarla, hasta que la joven se atrevió a echar otra mirada al patio. El sol volvía a iluminar la fuente cantarína y las flores. Vio que su compañero examinaba el patio, alarmado.

——No es... nada —se apresuró a decir—. No tiene importancia.

Halloran adivinó que no le decía toda la verdad, pero prefirió no insistir. Ya había advertido las súbitas y breves distracciones de la joven, durante el viaje a Nexal, aunque ella nunca le había ofrecido una explicación.

«Que se preocupe Poshtli», pensó, enfadadísimo. Apartó los brazos, y se volvió.

Erix, sorprendida por este súbito cambio, casi no se atrevió a hablar.

——¿Qué sucede? —dijo, titubeante—. Estaba muy preocupada por ti.

Halloran dio media vuelta, y la muchacha retrocedió, asustada ante la expresión de ira en su rostro.

——He ido a dar un paseo —contestó el legionario—. Por el mercado y los jardines flotantes. Quería ver la ciudad.

——¡Pero si habíamos quedado en ir juntos, cuando tuvieras tiempo! —El tono de la protesta de Erix tenía más de sorpresa que de enfado.

——¿Juntos? No creo que ahora sea lo más apropiado, ¿no te parece? —La imagen de Poshtli abrazado a esta mujer apareció en la mente de Hal, que torció el gesto ante el dolor del recuerdo.

——¿Cómo...? —Erix no podía entender su cólera—. ¿Por qué me hablas de esta manera? ¿Qué ha pasado?

Halloran le volvió la espalda, y cruzó el patio. Las palabras de rabia y celos se agolpaban en su garganta. Sólo con un esfuerzo tremendo pudo contenerlas. En su corazón, sabía que Poshtli era un amigo tan leal que no se merecía el veneno de sus insultos.

Por fin, miró a la muchacha, sin acercarse a ella.

——Naltecona me ha ofrecido una casa. Por razones obvias, ya no puedo permanecer aquí. Me mudaré lo antes posible. Hasta entonces, intentaré no molestarte.

——¿Qué quieres decir? —Por un momento, Erix sintió que la dominaba el pánico.

Después, ella también se dejó arrastrar por la ira. ¿Cómo podía tratarla así? Ella se había sentido preocupada por él, y se había alegrado de verlo. El solo hecho de su presencia la había llenado de felicidad. Tenía que apartarse de Hal, o su propio enfado le haría decir cosas injustas. En aquel momento, supo que debía hacer el viaje que tanto había demorado; iría al único lugar en el mundo que le quedaba.

——¡Como quieras! ¡A mí tampoco me interesa seguir aquí! ¡Me voy a mi casa, a mi hogar en Palul, donde están mi padre y mi hermano! ¡Quédate con tu casa y vive como un gran sabio!

Por un momento, Halloran la miró asombrado, sin saber qué decir. Pensó en Poshtli, y se preguntó si el guerrero sabía de la inmediata partida de su prometida hacia Palul.

——¿A tu casa? ¿Pero entonces...?

——¡Puedes quedarte en Nexal, ver la ciudad a tu antojo! —exclamó Erix, sin dejarlo acabar la pregunta. De pronto, se estremeció al ver que la sombra se colaba en el cuarto, deslizándose por las paredes y el suelo, al tiempo que dificultaba su visión. La oscuridad se extendió a su alrededor y proyectó su sombra a través del jardín, hasta ocultar la luz del sol. Sólo Halloran permaneció iluminado.

Erix volvió la espalda al joven y se marchó.

——El culto de la Mano Viperina se extiende deprisa —siseó el drow, con la capucha sobre los hombros para que el resplandor carmesí del Fuego Oscuro le bañara el rostro negro y los blancos cabellos—. Pero el control es nuestro, a través de los sacerdotes que lo guían.

El drow se dirigía a sus pares y al Antepasado. Los Cosecheros aún no habían comenzado su horrible trabajo nocturno. Durante un rato muy largo, el grupo permaneció en silencio, mientras los Muy Ancianos meditaban.

——La Mano Viperina prospera. Cuando la necesitemos, estará preparada —dijo el Antepasado, y su voz áspera resonó en la caverna—. Dejemos que los humanos propaguen el culto de Zaltec; es en favor de nuestros propios fines.

——Los sacerdotes quieren ofrecer a Zaltec el
corazón
del extranjero blanco —insistió el drow.

——Necesitamos que la muchacha muera —replicó el Antepasado—. Ella es la única, según las profecías, que representa para nosotros la amenaza del desastre total. Sin embargo, el hombre ayudó a matar a Spirali. Él la ha protegido desde Payit a Nexal, y aún permanecen juntos. Dejemos que los sacerdotes y sus agentes los maten. Será una buena advertencia para los extranjeros.

——¡No podemos esperar que un par de muertos los asusten! —protestó uno de los Muy Ancianos.

——Desde luego que no. Pero habremos vengado a Spirali, y acabado con el único extranjero que hasta ahora ha visto Nexal. Los demás todavía tardarán algún tiempo en llegar.

»Mientras llegan, el culto de la Mano Viperina aumentará su fuerza, y, cuando aparezcan los invasores, podremos hacerles frente con un inmenso poderío. —El venerable drow miró a sus compañeros. Sus ojos, grandes y totalmente blancos en contraste con la piel negra, resplandecieron.

——Enviad aviso a Hoxitl —dijo el Antepasado, con voz firme. Se inclinó hacia adelante en el trono, y la gran oscuridad que era el drow apagó el resplandor del caldero.

»¡La muchacha y el hombre morirán esta noche!

——Éstos son los hijos de Takamal —anunció Darién.

La hechicera señaló impasible a los cinco guerreros. Mientras los nativos se reunían en la plaza de la ciudad, Darién había utilizado su magia para aprender el idioma de los kultakas. Ahora esperaba las instrucciones de Cordell. Los aborígenes, que habían demostrado tanto orgullo y valor en la batalla, aparecían casi desnudos y apocados delante de sus conquistadores. El encuentro tenía lugar en el centro de la ciudad de Kultaka, a la sombra de la pirámide de Zaltec.

Los miembros de la Legión Dorada y sus aliados payitas permanecían formados alrededor de sus oficiales, rodeados a su vez por las silenciosas masas de kultakas.

——¿Por qué se han quitado las ropas? —preguntó el general—. Diles que se las pongan.

——Dicen que la derrota los ha privado del honor de vestir el atuendo guerrero.

——¡Pamplinas! —Cordell sonrió a los kultakas; era la misma sonrisa de confianza que lo había ayudado a mantener la lealtad de sus hombres hasta la muerte—. Diles que no los hemos conquistado, que en realidad lamentamos mucho que tantos guerreros hayan muerto en la batalla.

Darién se volvió y tradujo las palabras del comandante, mientras él echaba una ojeada a Kultaka. La ciudad era mucho menos opulenta que Ulatos. A diferencia de la capital payita, la mayoría de las construcciones habían sido hechas con fines defensivos. Las azoteas estaban rodeadas de muretes de poco más de un metro de altura. Las ventanas eran pequeñas. Había canteros de flores en las calles, pero no había ninguna señal de la
plumamagia
que tanto abundaba en Ulatos.

Unas pocas horas habían sido suficientes para descubrir que los kultakas tenían mucho menos oro que sus vecinos orientales, o que los nexalas, a los que se atribuían enormes tesoros. Las pocas cosas de oro y piedras preciosas de este pueblo aparecían amontonadas en la plaza, ofrecidas voluntariamente por los abyectos hijos del cacique muerto.

——El mayor, éste que se llama Tokol, pregunta por qué demuestras tanta bondad. Quiere saber si ésta es la manera de preparar a los cautivos para el sacrificio. —Las palabras de Darién hicieron que Cordell volviera su atención a los nativos. Ahora ya tenía su plan.

——¡No sois nuestros enemigos! No queríamos luchar contra vosotros. Sólo pretendíamos cruzar vuestras tierras y conseguir un poco de comida. Vamos de camino a Nexal, cuyo país está al otro lado, para enfrentarnos a su ejército de cobardes y traidores.

El capitán general no se sorprendió al ver que los kultakas se mostraban intrigados por su respuesta.

——Sin duda es una gran tragedia no haber conocido antes vuestras intenciones —dijo Tokol—. Los nexalas son nuestro mayor enemigo. Nos alegramos de que vayáis a luchar contra ellos.

——¡Y ahora sé que los venceremos! —exclamó Cordell—. ¡Hoy hemos pasado la prueba terrible de enfrentarnos a los mejores guerreros de Maztica!

Esta vez el comandante vio cómo se erguían las cabezas, y el orgullo que volvía en parte a los rostros aquilinos.

——Te ofrecemos toda la comida que necesitéis, y a nosotros mismos como esclavos —manifestó Tokol—. ¡Que vuestra marcha tenga éxito! —El nativo hizo una profunda reverencia, y sus hermanos lo imitaron.

——No podría tolerar ver a hombres como vosotros convertidos en esclavos —protestó Cordell, elevando el tono de voz—. ¡No! ¡De ninguna manera! ¡Sólo os quiero ver como guerreros! ¡Hombres fuertes y orgullosos que marchan contra Nexal!

Cordell había comprobado la valía de los payitas en el combate, y ahora había encontrado un ejército más numeroso y mucho mejor preparado que sus actuales aliados nativos. Cuando prosiguió su discurso, vio en los rostros de los hijos de Takamal la sorpresa que despertaban sus palabras. La tenue mirada de esperanza en sus ojos lo convenció de que había acertado: estos guerreros estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por recuperar su hombría.

——¿No queréis uniros a mí? ¡Vuestras fuerzas, unidas a mi legión, ofrecerán un espectáculo magnífico en la marcha contra Nexal!

Tokol decidió que no era necesario reflexionar ni consultar a los demás para tomar una decisión.

——Estaremos eternamente agradecidos por la bondad de nuestro conquistador —dijo el aborigen—. Te ofrecemos todos los cautivos que necesites para celebrar la victoria. ¡El resto de nosotros se sentirá orgulloso de poder marchar a vuestro lado contra Nexal!

——¿Cautivos? —De pronto, Cordell comprendió a qué se refería Tokol—. ¡No! Nosotros no matamos a nuestros enemigos para alimentar a nuestros dioses. A cambio, escuchad mi decreto, la única ley que os impongo.

Ahora los ojos del general relampagueaban, mientras Darién traducía. Los kultakas permanecieron como hipnotizados, a la espera de su orden.

——¡No habrá más sacrificios entre vosotros! ¡Retened a vuestros prisioneros como esclavos, o dejadlos marchar si os viene en gana! ¡Pero no podréis ofrecer sus corazones a vuestros dioses paganos!

Tokol retrocedió como si le hubiesen dado un golpe en la cara. En un acto reflejo, miró a lo alto de la pirámide, esperando el rayo que fulminaría a Cordell. Esperó en vano.

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