Nigel se humedeció los labios y esperó. El sol calentaba la cornisa de roca, sobre su cabeza. La luz se reflejaba en el interior de la cabina y hacía resaltar las arrugas de tensión de su rostro. Se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento.
Luego:
—Nigel... escucha... no me pongas en este aprieto.
Nigel volvió a cerrar su uniforme, automáticamente. Estiró la mano y abrió la escotilla.
—Tengo que... obedecer las órdenes de Dave, muchacho. Esto escapa a mis posibilidades y...
—De acuerdo —respondió Nigel bruscamente—. De acuerdo, de acuerdo.
—Oye, no quiero que te sientas...
—Sí.
Se alzó y se izó por la escotilla, al encuentro del fulgor. Cuando miró hacia arriba, su órgano del equilibrio le hizo una jugarreta y de pronto tuvo la sensación de que caía por un angosto desfiladero en dirección al Sol, succionado por éste. Se aferró al borde de la escotilla y se volteó hacia fuera dejando que el movimiento le permitiera recuperar el equilibrio. Se sentía curiosamente sereno.
—¿Nigel?
No dijo nada. En la mitad del fuselaje del módulo asomaba una caja chata, marrón, del tamaño de una máquina de escribir. Se guió hacia ella pasando mano sobre mano, con las piernas libres. Su respiración era anormalmente ruidosa. Las abrazaderas que sujetaban la caja se abrieron fácilmente, la acercó a su flanco con una mano y se la ciñó al cinturón de herramientas.
—¿Nigel? Dave quiere saber...
—Estoy aquí. Espera un segundo.
En la cola del módulo encontró los víveres suplementarios y las unidades de aire: reservas de emergencia, fáciles de transportar. Se sintió torpe con todos esos bultos sujetos a la cintura, pero si se movía con prudencia podría desplazarlos un buen trecho sin cansarse. Se dirigió, desmañadamente, hacia el lecho de roca de color negro parduzco.
—¿Nigel?
Verificó su uniforme. Todo parecía en orden. Le escocía el hombro alrededor de la costura del traje y se movió, tratando de rascarse.
La ironía era implacable: el escape de gases por la fisura había hecho brotar la cola luminosa de esa antigua nave, gracias a lo cual él y Len se habían remontado hasta ella y la habían descubierto... pero la misma erupción había desviado la trayectoria en la medida suficiente para que Ícaro se estrellara contra la Tierra, en razón de lo cual era indispensable destruirlo. El destino era un arma de doble filo.
—¿Nigel?
Se encaminó hacia la fisura y luego se detuvo. Lo mejor sería dejar las cosas en claro.
—Escucha, Len... y cuida que Dave también me escuche. Tengo conmigo los circuitos de montaje y el disparador. Sin ellos no podéis detonar el Huevo. Me los llevo conmigo a la fisura.
—¡Eh! Espera... —Detrás de la voz de Len se elevó un débil coro de gritos que procedían de Houston.
—Voy a esconderlos adentro —continuó—. Aunque me sigas, Len, no los encontrarás.
—¡Jesús! Nigel, no entien...
—Cállate. Lo hago para ganar tiempo, Len. Será mejor que Houston nos envíe más aire y víveres, porque voy a utilizar toda la semana de la que creo que disponemos. Una semana... para buscar algo digno de rescatar en este despojo. Quizá la memoria del ordenador, si existe.
—No, no, escucha —exclamó Len, con una destemplada vibración de angustia en la voz—. No apuestas sólo las vidas de esos hindúes, amigo. Ni siquiera las de quienes habitan cerca de las costas, si eso puede interesarte. Si el Huevo no funciona y Houston no consigue hacer blanco con los misiles nucleares no tripulados, y si la roca cae al agua...
—Correcto.
—Estallarán tempestades.
—Correcto.
—Que impedirán que se remonte la nave propulsora encargada de devolvernos a la órbita terrestre.
—De todos modos no creo que se molesten en enviarla —respondió Nigel con tono cáustico—. No seremos muy populares.
—Tú no lo serás.
—La búsqueda será doblemente eficaz si bajas a ayudarme, Len. —Nigel sonrió para sus adentros—. Así ganaremos un poco de tiempo.
—¡Hijo de puta!
Empezó a desplazarse nuevamente hacia la fisura.
—Será mejor que te apresures, Len. No te aguardaré mucho tiempo aquí para guiarte.
—¡Mierda! Hubo una época en que eras un tipo estupendo, Nigel. ¿Por qué ahora tienes que comportarte como un cerdo?
—Antes nunca se me presentó la oportunidad de comportarme como un cerdo por algo en lo que creía —dijo, y siguió avanzando.
2014
Se despertó, regodeándose bajo el resplandor anaranjado del sol que le bañaba los párpados. Un rayo amarillo de luz se filtraba entre las acacias que crecían frente a la ventana y le entibiaba el hombro y la cara. Nigel se desperezó, recalentado, perezoso y felino. Aunque era temprano, el calor bochornoso y perfumado de la primavera de Pasadena ya impregnaba el dormitorio. Se dio la vuelta y miró complacido a Alexandría, que se estudiaba seriamente en el espejo.
—La vanidad —dijo, con la voz pastosa de la modorra.
—Un reaseguro.
—¿Por qué no puedes ser sencillamente un adefesio, como yo?
—Por razones de negocios —respondió ella, distante, frotándose algo bajo los ojos—. Hoy voy a estar demasiado atareada para ocuparme de mi aspecto personal.
—Y debes estar acicalada para enfrentarte al público.
—Hummm. Creo que me recogeré el cabello. Estoy desgreñada, pero no tengo tiempo para...
—¿Por qué no? Aún es temprano.
—Quiero llegar al despacho y revisar algunos papeles antes de que aparezcan los representantes de Brasil. Y tendré que retirarme temprano, para acudir a mi cita con el doctor Hufman.
—¿Otra vez?
—Repitió los análisis.
—¿Y cuál es el resultado?
—Eso es lo que quiero saber.
Nigel la escudriñó, aletargado, tratando de descifrar su humor.
—No creo que sea realmente importante —agregó ella.
La cama de agua se meció cuando él se dio vuelta sobre el borde y osciló sobre un pie, con un brazo extendido en un ademán teatral.
—Eres Tarzán de los monos —bromeó Alexandría mientras sonreía y se cepillaba experimentalmente el cabello.
—No dijiste eso anoche.
—¿Cuándo te caíste de la cama?
—Cuando nos caímos de la cama.
—El de arriba es el que marca el rumbo. Así lo estipula el código marinero.
—Debía de estar pensando en otra cosa. Qué tonto soy.
—Hummm. ¿Dónde está el desayuno?
Nigel marchó descalzo sobre las tablas. La sensación de pisar la madera aceitada y barnizada, flexible y crujiente, era uno de los encantos de esa vieja casa subdividida en tres, y compensaba el alto coste del alquiler. Entró en el baño, levantó el asiento marfileño del retrete y orinó largamente: era el primer placer de la jornada. Cuando terminó, bajó el asiento y la tapa de color magenta, pero no accionó la manija de la cisterna. A treinta y cinco céntimos la descarga, él y Alexandría habían resuelto no realizar esa operación más que cuando era absolutamente indispensable. No necesitaban ahorrar por razones de economía personal, pero el derroche que implicaba proceder de otra manera parecía poco elegante.
Volvió a calzarse las sandalias en el mismo lugar donde se las había quitado la noche anterior y entró en la cocina pasando por la arcada de sólidas vigas de roble. El recinto, cuyas paredes estaban recubiertas de azulejos, conservaba el fresco de la noche cuando ya hacía un largo rato que el resto de la casa se había entregado al día. El traqueteo de las sandalias volvió a él como un eco. Accionó los canales del audio y buscó primero música, pero al no encontrar, a esa hora temprana, nada que le gustara, sintonizó el noticiario.
Ralló un poco de queso cheddar mientras una voz plácida, impasible, le anunciaba que otra gran huelga en ciernes amenazaba interrumpir nuevamente los embarques. Rompió seis huevos, reflexionó brevemente y agregó otros dos, y buscó en la nevera el pequeño requesón cremoso que había comprado el día anterior. Oyó que el Presidente había pronunciado un discurso «enérgico, implacable» contra los programas secretos de los monopolios para la gestación
in vitro
. El locutor no se refirió a los programas análogos del Gobierno. Dos de los recientes hermafroditas se habían casado, proclamando la primera relación humana libre de estereotipos. Nigel suspiró y echó todo en la batidora. Agregó un poco de la salsa marrón aguachenta que había preparado por tandas precisamente para este fin, y espolvoreó una pizca de amáraco, sal y pimienta. La batidora ronroneó y lo convirtió todo en una sopa blanda. Cogió la salsa de tomate mientras el audio continuaba explayándose acerca de una nueva coalición industrial que se había asociado con un consorcio igualmente numeroso de sindicatos obreros para respaldar un proyecto de ley que fijaba fuertes aranceles proteccionistas para los productos importados de Brasil, Australia y China. Para variar, y en aras de la experimentación pura y ciega, agregó coriandro a la mezcla, la introdujo en una fuente y la metió en el horno. Éste se encendió con un chasquido seco.
Alexandría se duchó mientras él se vestía. Nigel puso el dormitorio en orden. La noche anterior, al tambalearse hacia la cama, habían arrojado sus ropas interiores en todas direcciones, como si fueran los desechos de una colisión doméstica. Se arremangó los puños acampanados de la camisa, preparándose para el calor de la jornada, y Alexandría salió del vapor de la ducha, bamboleando sus nalgas expresivas bajo una capa de humedad.
Alexandría se quitó la gorra de baño que protegía su cabello apelmazado, y dijo:
—¿Quieres hacer el favor de leer mi horóscopo? Está sobre la mesa, ahí.
Nigel hizo una mueca.
—Personalmente, prefiero las entrañas. ¿Quieres que traiga un cabrito, lo destripe y te suministre el pronóstico del día?
—Lee.
—Me parece mucho más satisfactorio. Entrañable...
—Lee.
—Géminis, 20 de mayo al 20 de junio. —Hizo una pausa—. Veamos. “Eres expeditivo, inteligente y organizado. Procura aprovechar hoy estas virtudes. Lamentablemente, es probable que la gente te considere demasiado agresivo. Trata de no hacer alarde de tu poder, y resiste el impulso de maltratar a los animales pequeños... éste es un rasgo negativo. Hoy te conviene eludir a los enanos y las pepitas del zumo de naranja”. Me parece una advertencia sana.
—Nigel...
—Oh, ¿de qué puede servir un consejo si no es específico? Una sarta de generalidades insustanciales no te aclararía qué acciones deberías comprar para esos fulanos brasileños... si aún hubiera acciones, quiero decir.
—Quieren comprarnos a nosotros, de eso se trata.
—¿Toda la línea aérea?
—Sí. Absolutamente toda.
—¿Y tu cargo...?
—Oh, lo que quieren es ser los propietarios, y no manejar la compañía.
—Ah, bien... —Consultó el reloj—. Ya es casi la hora de sacar el
soufflé
de la siesta.
Entró en la cocina, seleccionó los tenedores, platos y servilletas, y los llevó al comedor íntimo. Éste había sido un espacioso armario empotrado de la vieja casa, en los tiempos en que la había ocupado una sola familia, y ahora tenía una ventana que se abría sobre el jardín de la parte posterior. Uno de los extremos del prado verde estaba separado por un Jacaranda, que demostraba interés en cubrirse de aterciopeladas flores azules y blancas.
Nigel volvió a consultar el reloj, y éste le anunció silenciosamente que era el 31 de abril. ¿Era la fecha correcta, en el nuevo calendario? Repasó la vieja rima... "treinta días tiene noviembre y..." ¿Y? Nunca conseguía evocar esas malditas fórmulas mnemotécnicas cuando realmente las necesitaba. Pero conocía muy bien el mes de abril: la semana siguiente se cumplirían quince años de la expedición a Ícaro.
Quince. Y no obstante todas las conferencias y simposios internacionales y tesis doctórales, la aventura había dado pocos frutos. Él y Len habían conseguido sujetar bastantes artefactos interesantes a diversos recovecos del módulo
Dragón
, e incluso más a la superestructura exterior. Pero cuando se abordaba algo totalmente desconocido, ¿cómo era posible sacar conclusiones acertadas? Lo que parecía un sistema electrónico complejo resultó ser una serie de circuitos inútiles; la bruma verdosa que impregnaba las vastas cavernas interiores de Ícaro era una molécula orgánica, probablemente un lubricante para el alto vacío.
Sí, artefactos interesantes, pero no las claves de un descubrimiento capital. La cosecha final incluyó algunos extraños recursos técnicos: un substrato avanzado para la microelectrónica, aleaciones resistentes, algunos productos químicos refinados. Pero de alguna manera la naturaleza misteriosa del artefacto se les escurrió entre los dedos. Ninguno de los elementos de su botín pudo servir como testimonio silencioso del origen de Ícaro. Todo aquello podría haber sido fabricado con materiales terrestres, en un pasado remoto... y algunos de los científicos que estudiaron los trofeos defendieron precisamente esa hipótesis. Nadie había descubierto pruebas convincentes de que en la Tierra había florecido una civilización anterior a las conocidas, pero la misma vulgaridad de Ícaro parecía apuntalar esa teoría.
Para Nigel y Len ésa había sido una derrota progresiva, sobre todo a la zaga de las polémicas frenéticas que les recibieron cuando la nave lanzadera los bajó de la órbita terrestre. Al principio la NASA los protegió, pero había demasiada gente horrorizada por los riesgos que había provocado la actitud de Nigel. La India rompió las relaciones diplomáticas, incluso después de que él y Len hubieron detonado el Huevo y pulverizado a Ícaro, reduciéndolo a un montón de cascajos inofensivos. Algunos senadores pidieron que ambos fueran enviados a la cárcel. El
New York Times
publicó tres editoriales en un mes, en los que solicitaba medidas cada vez más severas contra la NASA, contra Len y sobre todo contra Nigel.
Nigel disertó unas pocas veces ante auditorios mayoritariamente hostiles, para defender sus ideas y emociones, pero acabó dándose por vencido. Las palabras no eran acciones, ni lo serían nunca. Afortunadamente él era civil. Su delito contra el equilibrio moral no violaba ninguna ley. Un fiscal federal le procesó por haber privado de sus derechos civiles a todos los habitantes de Estados Unidos, pero la inculpación fue rechazada. Al fin y al cabo quienes habían corrido peligro habían sido los hindúes. Y en medio de la controversia pública la NASA se replegó a un segundo plano, y eludió prudentemente toda referencia al hecho de que Dave había mentido mientras lucía su sonrisa hipócrita ensayada para los medios de comunicación. La historia de que Ícaro iba a botar en las capas superiores de la atmósfera, como un guijarro plano certeramente lanzado por un niño, había sido un camelo improvisado sobre la marcha.