Y lo extraño: los espacios henchidos de una película verde estratificada hasta el infinito, una película que no se disipaba en el vacío circundante sino que producía ondulaciones cuando él pasaba junto a ella; los recintos que parecían cambiar de dimensión delante de sus ojos; la sala que emitía vibraciones agudas que le llegaban a través del uniforme.
—¿Había alguna iluminación? —preguntó Dave.
—Ninguna, por lo que yo pude captar.
—Hace varias horas sintonizamos una fuerte pulsación radial —dijo Dave—. Supusimos que intentabas transmitir desde el interior.
—No —respondió Nigel—. Con la radio incorporada al traje no podía comunicarme con Len ni con nadie, de modo que la desconecté y me limité a explorar.
—La señal no apareció en las frecuencias que tenemos asignadas —agregó Len.
—No pudimos grabarla... sólo duró aproximadamente un segundo, y todos nuestros monitores están sintonizados en las bandas de telemetría —explicó Dave.
—No importa —dijo Len—. Escucha, Nigel, ¿eso está sencillamente abandonado? ¿Sin rastros de ocupantes?
Nigel hizo una pausa. Había cosas que quería contarles, cosas que había intuido. ¿Pero cómo podría hacérselas entender? La base terrestre quería datos concretos.
Nigel tuvo una súbita imagen de sí mismo avanzando sin rumbo, con los puños crispados, por esos corredores que se desovillaban misteriosamente. La esfera. El susurro. ¿Acaso había activado accidentalmente algún mecanismo?
—Nigel.
—Creo que hace mucho tiempo que está desocupado. Dentro hay grandes cámaras abiertas, de varios centenares de metros de longitud. Allí debían de almacenar algo... quizás agua o víveres...
—¿O máquinas? ¿Combustible? —comentó Len.
—Es posible. Fuera lo que fuese, ha desaparecido. Si era líquido, probablemente se evaporó al abrirse la fisura.
—Sí, eso podría ser lo que generó la cola del cometa, la cabellera luminosa —asintió Dave.
—Creo que sí. Eso, y la atmósfera que escapó por la grieta. Dentro reina un gran desorden: dispositivos arrancados de las paredes, dispersos por todas partes, y marcas en las paredes que tal vez fueron producidas por objetos voladores. Recogí algunos de los elementos más pequeños que encontré y los traje conmigo.
Nadie habló durante un rato. Nigel apoyó la mano sobre la pared más próxima de la cabina y palpó su integridad. Miró hacia la plataforma de roca bruñida y comprendió cuál era el problema con el que se enfrentaba. Era algo que podía alzar en la palma de la mano, algo que podía hacer girar para observar cómo la luz se reflejaba en sus facetas, más o menos en la misma forma en que antes había imaginado el desplazamiento silencioso de Ícaro que se acercaba a la Tierra a una velocidad de treinta kilómetros por segundo, mientras él y Len se remontaban al encuentro de la mole giratoria, para reventarla y volver a casa. Ése había sido un problema claro con soluciones fáciles, pero ahora se desmoronaba y se les escapaba de las manos, y era sustituido por otra visión más oscura que se gestaba lentamente, asumiendo contornos cada vez más nítidos en su cabeza...
Poco antes de introducirse en el penacho de polvo, mientras Len aún estaba a la vista, Nigel había practicado una medición, tomando como punto de referencia las estrellas más notables, para montar el giróscopo de inercia. Era una operación simple, fácil de ejecutar en el tiempo asignado. Cuando se disponía a apartar el telescopio de la tronera, un punto luminoso atrajo su atención, y lo enfocó. Se dilató hasta convertirse en un disco, azul y blanco y chato, y comprendió que estaba mirando la Tierra. Un círculo desprovisto de elementos llamativos, completo y sereno. Solitario. Un blanco desprevenido. Su curva lisa, segura, parecía algo más que una mancha sobre el fondo de estrellas. No, era un centro. Un orificio a través del cual manaba la luz desde el otro lado del universo. Completo. Lo contempló durante un largo rato.
A través de la ronca estática, Dave dijo:
—Bien, podemos concederte tiempo para otra expedición al interior, Nigel. Recoge todo lo que puedas, toma más fotos. Después tú y Len os reuniréis y os alejaréis del Huevo y...
—No.
—¿Qué dices?
—No, no vamos a detonar el Huevo, ¿verdad, Len?
—Nigel... —empezó a protestar Dave, y luego se interrumpió.
—No sé —murmuró Len—. ¿Qué piensas hacer?
—¿No comprendes que esto lo cambia todo?
—Es lo que me pregunto —respondió Len, distante—. Nuestro objetivo es el de salvar millones de vidas, Nigel. Cuando Ícaro se estrelle va a desintegrar un territorio enorme, va a despedir una nube de polvo a la estratosfera y probablemente modificará el clima. Creo...
—¡Pero no es así! Ya no. ¿No entiendes que Ícaro es hueco? Tiene tan sólo una fracción de la masa que le habíamos atribuido. Claro que provocará una violenta explosión cuando llegue a la India, pero no será nada parecido a la hecatombe en la que habíamos pensado...
—Quizás ése es un buen argumento —asintió Len.
—Puedo calcular el volumen restante...
—Nigel, he consultado con algunos compañeros de Houston. Cuando descubriste que el núcleo es hueco empezamos a reevaluar la dinámica y la trayectoria de la colisión. Pronto tendremos los resultados, pero hasta entonces quiero charlar de esto contigo. —Dave hizo una pausa.
—Habla.
—Aunque la masa de Ícaro sea diez veces menor que la prevista, la energía que generará su impacto seguirá siendo miles de veces mayor que la de la erupción del Krakatoa. Piensa en la población de Bengala.
—Lo que queda de ella, quieres decir —contestó Len—. Los ciclos de hambruna ya han matado a millones, y ya hace un año que están abandonando la zona de colisión. Desde que cayó el gobierno de la India nadie sabe de cuántos habitantes se trata, Dave.
—Es cierto. Pero si esa gente no te interesa, Len, piensa en el polvo que saldrá despedido a la estratosfera. Es posible que esto solo baste para producir otra Era Glacial.
Nigel terminó de masticar una barra de alimento concentrado. Experimentaba una curiosa extenuación flotante, y sentía el cuerpo relajado y débil. Los estimulantes que había ingerido le mantenían alerta, pero no bastaban para disipar la lasitud que se estaba apoderando de sus brazos y piernas.
—No quiero matar a nadie, Dave —protestó Nigel—. Deja de ser melodramático. Pero hay que admitir que lo que nos enseñará esta reliquia tal vez vale algunas vidas humanas.
—¿Qué propones, eh? ¿Qué plan descabellado se te ha ocurrido?
—Que nos quedemos aquí una semana, diez días, vaciando el interior de todo lo que se pueda desmontar. Tú nos enviarás una reserva adicional de aire y agua... Utiliza uno de los interceptores no tripulados que en este preciso instante transportan ojivas nucleares. Abandonaremos Ícaro con tiempo suficiente para que los otros interceptores lo bombardeen, y también detonaremos el Huevo.
—Creo que es un plan viable —murmuró Len, y Nigel experimentó un arrebato de entusiasmo. Lo iba a hacer. No podían rechazar su propuesta.
—Tú sabes que los interceptores no son confiables en medio de la nube de polvo. Ésa es la razón por la que vosotros estáis allí ahora. Y cuanto más cerca de la Tierra esté Ícaro cuando lo bombardeemos, tanto menor será la desviación neta antes de la hora cero. Si algo fallara en el último momento, aún podría embestirnos.
—Vale la pena arriesgarse, Dave —insistió Len.
—¿Estás realmente de acuerdo con él, Len? Tenía la esperanza...
—Nosotros también tenemos esperanzas —le interrumpió Nigel con súbita vehemencia—. Esperanzas de poder aprender aquí algo que pueda sacar a la raza humana del caos en el que está metida. Un nuevo concepto físico, un invento que pudiera surgir de esto. Los seres que lo construyeron eran superiores a nosotros, Dave, incluso en sus dimensiones... Las puertas y los corredores son grandes, anchos.
—¡El riesgo, Nigel! Si el Huevo no cumple su cometido y...
—Tenemos que correrlo.
—...os enviamos allí para que ejecutarais una labor. Ahora estáis...
Nigel se preguntó por qué Dave parecía tan sosegado, aun ahora. Quizá le habían ordenado que se comportara con deliberada serenidad y que no provocara nuevas tensiones. Se preguntó qué pensarían sus padres de eso, de su actitud favorable a explorar aun a costa de vidas humanas. También se preguntó si sabían lo que ocurría... Probablemente la NASA había suspendido la difusión de noticias al primer atisbo de que algo fallaba. Ésa había dejado de ser una heroica misión salvadora. Observó que le temblaban las manos.
—Esperad un momento, esperad —exclamó Dave—. No he querido agraviaros, muchachos. Todos sabemos que creéis estar procediendo correctamente. —Hizo una pausa en medio del apacible zumbido de la estática, como si quisiera medir sus palabras—. Sin embargo, ha aparecido en escena un nuevo elemento. Acaban de entregarme la nueva trayectoria que prevén los ordenadores, una vez incorporada a los datos la reducción de la masa de Ícaro. Hay una gran diferencia.
—¿Cuál es? —inquirió Nigel.
—Como recordaréis, ya se aproximaba muy sesgado respecto de la capa superior de la atmósfera. Pero con menos masa va a botar un poco, no mucho pero sí lo suficiente. Como una piedra plana sobre la superficie de un estanque, y después caerá. La desviación aparta a Ícaro del subcontinente indio y desplaza el área de colisión hacia el Oeste.
Nigel sintió que se le formaba en el estómago una pesada bola de miedo.
—¿Al océano?
—Sí. Unos trescientos kilómetros aguas adentro.
La naturaleza inexorable del fenómeno lo abrumó. Un impacto en el océano era muchísimo más peligroso. En lugar de disipar su energía a medida que horadaba el manto rocoso, Ícaro despediría desde el lecho del mar un geiser de vapor de proporciones colosales. El chorro se expandiría en la atmósfera superior y dejaría el planeta envuelto en nubes, generando grandes tormentas en un mundo sin sol. La onda marina producida por la caída al mar arrasaría todas las ciudades costeras de la Tierra y la mayor parte de la civilización desaparecería en pocas horas.
—¿Están seguros? —preguntó Len.
—Tanto como lo pueden estar —respondió Dave, y un matiz velado de su voz arrancó a Nigel de la cavilación.
—Desconecta un momento a Houston, Len.
—De acuerdo. Ya está. ¿De qué se trata?
—¿Qué garantía tenemos de que David no miente?
—Oh... supongo que ninguna.
—Me parece un poco raro. Una roca gigantesca que rebota en la capa superior de la atmósfera... Uno de los astrofísicos mencionó la hipótesis durante una de las disertaciones pero dijo que con una masa tan grande como la de Ícaro no podía ocurrir.
—¿Y si esa masa se reduce a la décima parte?
—Lo ignoro. Y es crucial, ¡por todos los diablos!
—Un impacto en el océano... Si eso sucede, miles de millones de personas...
—Sí.
—¿Sabes una cosa? No creo estar dispuesto a...
—Yo tampoco.
Nigel hizo una pausa, y algo cruzó por su mente.
—Espera un segundo —exclamó—. Aquí pasa algo raro. La roca es hueca, y, por consiguiente, es más liviana.
—Claro. Tiene menos masa.
—Pero entonces también será más fácil que se fragmente. Además, hay menos probabilidades de que quede un trozo grande de roca cuando hayamos detonado el Huevo.
—Supongo que sí.
—¿Pero por qué no lo dijo Dave? Tenemos más probabilidades a favor.
Silencio.
—Miente.
—Por supuesto. —El mero hecho de decirlo bastó para disipar las dudas de Nigel.
—De modo que tenemos muchas probabilidades de éxito.
—Más de las que dice Dave, sin duda. Así debe ser.
—Si el Huevo estalla. Lo transportamos hasta aquí. Quizás a esta hora se ha descalabrado. Nos advirtieron que había un siete por ciento de probabilidades de que se averiara, aun antes de que despegáramos, ¿recuerdas? Es posible que el dispositivo no funcione, Nigel.
—Pero apuesto a que funcionará.
—¿Cuánto?
—¿Cuánto qué?
—¿Cuánto apuestas? ¿Las vidas del resto de la raza humana?
—Si es necesario.
—Estás loco.
—No. Tenemos muchas probabilidades de éxito. Dave nos ha mentido.
—¿Por qué habría de hacerlo?
Nigel frunció el entrecejo. Las dudas de Len empezaban a reforzar las suyas propias. ¿Hasta qué punto estaba seguro? Pero abandonó sus cavilaciones y dijo:
—Ellos no quieren correr ningún riesgo, Len. Quieren tener dos héroes, salvar muchas vidas y ahorrarse todas las preocupaciones. Quieren simplificarlo todo.
—Y tú quieres...
—Quiero saber qué es este artefacto. Quién lo construyó. Qué medios de propulsión emplearon, de dónde partieron...
—Es mucho pretender de un conglomerado de aparatos.
—Quizá no. Me pareció ver allí dentro algunos paneles y consolas. Es posible que se conserven las cintas perforadas con las que alimentaban los ordenadores.
—Si las usaban.
—Claro que las usaban. Si conseguimos llegar a los bancos de información...
—¿Crees que será posible?
Nigel se encogió de hombros.
—Sí, lo creo. No lo sé con certeza... nadie lo sabe. Pero si encontramos algo nuevo allí, Len, posiblemente le sacaremos mucho provecho. La nueva tecnología podría sacar al mundo del berenjenal en el que está metido.
—¿De qué manera, por ejemplo?
—Con una nueva fuente de energía. Quizás algo más eficiente. Valdría la pena correr el riesgo.
—Tal vez sí.
—Bien... —Nigel sintió que sus fuerzas empezaban a flaquear—. Si no estás de acuerdo conmigo, Len...
Cayó un manto de silencio.
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, hizo la cápsula, dilatándose con el recalentamiento desparejo del Sol. Una voz metálica, formulando
tic ping
su propia pregunta. ¿Podía hacerlo realmente? No, qué absurdo. Inútil. ¿Para qué, al fin y al cabo? ¿Por qué correr ese riesgo ridículo? (¿Por qué abandonar Inglaterra? ¿Por qué viajar al espacio?
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.) Sabía que eso era lo que se preguntaban sus padres, aunque nunca se lo habían dicho. Preocupados por el rumbo que tomaría, incluso mientras le estimulaban para que siguiera adelante. ¿Y qué era lo que iría a buscar ahí dentro? ¿Un vino nuevo, en esa vieja botella rocosa? ¿O acaso la humanidad ya había bebido suficiente vino, no, gracias, cubriendo con la mano la boca del vaso? No, qué absurdo. Era descortés. Toda esa labor que había llevado a cabo, todo ese trabajo, caray, ¿entiendes?, ¿Para qué sirve? Está bien investigar, ¿pero quién paga los gastos? ¿Sabía —tenía las manos crispadas, los nudillos blancos— sabía qué era lo que buscaba? Apártate un momento. Analiza la cuestión. ¿Era racional? No. Absurdo. No. No podía. Le volvió tic la espalda a la voz pero no pudo evadirse de ella. No.
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. Giró... giró...