En el océano de la noche (21 page)

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Authors: Gregory Benford

Tags: #ciencia ficción

BOOK: En el océano de la noche
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O...

Fluidificó la ventana y se abrió una brecha en el medio. Había por lo menos doscientos metros hasta abajo. Hasta un lago de faros amarillos lanzados a toda velocidad. Líneas compresoras que lo sofocaban como a la llama de una vela demasiado consumida.

Miró largamente hacia abajo.

Después se volvió. Cogió las maletas y montó en la plataforma que le llevaría al vestíbulo. Pagó la cuenta con una sonrisa forzada, le dio una propina al botones, dejó sus maletas y salió a la acera. Le recibió una bocanada de aire suave. Metió las manos en los bolsillos y decidió dar la vuelta a la manzana, para despejar su cabeza.

Extrajo del bolsillo un prisma de plástico. Contenía una micro miniatura electrónica, una fuente de energía y un transductor. Lo prendió a un soporte oculto debajo del cuello de la camisa y controló que no se asomara. Al caminar le raspaba.

Quería estar al aire libre cuando ensayara esa experiencia. A semejante distancia un edificio podría bloquear la señal, o deformarla. No quería correr riesgos. Cuando Alexandría muriera, el Snark podría seguir utilizando el canal...

Pasó la mano detrás de la oreja y apretó. El detector se reactivó, zumbando. El conglomerado de plástico y dispositivos electrónicos que había hecho fabricar y por el que había pagado un precio muy alto, le frotaba el cuello. Lo apretó contra el pulgar y oyó un tenue chasquido de cerámica.

Caminó. Pisó. Sintió cómo crecía una ola descomunal...

Pisó...

Amor y envidia.

Pisó...

17

Un día más tarde: Nigel pisa...

Pisa las láminas de roca plegada. Cubiertas rocosas de una nave terrenal, al garete en esa meseta desértica. Una nave de roca calcinada. Los milenios han estratificado y comprimido esa cubierta arrugada. La vida corre sobre ella. Gorjeando. Retozando.

Monta sobre el pestañeo desconchado. Un escorpión se aparta rápidamente. Las botas muerden la grava crujiente.

... las plantas lamen, como espuma, la costra escabrosa...

La presencia descollante

espía

succiona

comprende

y calla.

Marcha por este quebradizo desierto mexicano. El aire es cristalino, los charcos de una lluvia reciente fragmentan la luz que baja del cielo.

Amapolas, malvas, zinnias, cactus, plantas rastreras y manchones amarillos de liquen...

... un suelo brillante de vida...

... un Sol girando sobre la Tierra combada...

Nigel sonríe. El ente lo acompaña, lo sigue, detrás de sus ojos.

Sus piernas lo transportan con pasos ágiles. Frota el tacón de la bota. Cruje el cuero. Los brazos se balancean, las pantorrillas se contraen.

El corazón bombea, los pulmones silban, la piel caliente, la bota girando sobre una piedra, el cielo liso, la camisa tironeando en las axilas húmedas, un cactus ceroso en el trayecto, la cantimplora cascabelea cuando se vuelve...

Nigel discrimina estas sensaciones. El ente no. Lo devora todo.

Un conejo brinca junto a él. Un cactus de corola rosada le hace señas para que se acerque. Nigel se detiene. Desenrosca la tapa de la cantimplora. Bebe.

... siente el gorgoteante sabor plateado acolchado congestionante sobre la lengua...

E intuye vagamente lo que debe de experimentar el otro ente. Respetaba la santidad de las criaturas vivientes. No le habría ordenado a Alexandría que volviera a levantarse, pero ella ya estaba muerta, para su propio mundo. De modo que para ver ese nuevo planeta, el ente utilizó un cuerpo que los hombres ya habían desechado.

En esos primeros momentos del contacto con Nigel, en la calle de Ciudad de México, el ente había estado a punto de replegarse. Pero cuando vio el cuadro deteriorado que ese hombre guardaba en su interior, se quedó. Utilizando una sutil sabiduría, adquirida merced a miles de encuentros análogos con formas de vida química, manipuló un pincel de contacto. Y se quedó. Para paladear ese mundo dulce. Para apuntalar a ese hombre.

...cielo azul de espesa crema donde aletea la vida, flotan las manchas, se convulsionan las nubes...

Es un lugar exótico.

Hace una pausa para reflexionar, allí donde el filoso horizonte mellado divide ese mundo en dos mitades. Y ve el cañamazo ondulante de Evers y Lubkin y Shirley y Hufman y Alexandría y Nigel. Una pieza teatral. Una red. Estructuras grávidas. Cada una de las cuales es un pequeño universo.

Pero todas juntas. Enaltecidas. Cada una de ellas es un firmamento. Un mecanismo de relojería.

Tan conocido.

Tan extraño.

Nigel nada, profundamente sumergido en las corrientes del torrente.

Nadando, se cura.

La presencia descollante montó a horcajadas sobre la avalancha de sensaciones y la asimiló íntegramente. Antes de que Nigel pudiera aplicar los filtros de sus ojos, oídos, pies, tacto, olfato, antes de todo eso, el ente absorbió ese mundo nuevo y extrañó, y en el momento de absorberlo también lo alteró para Nigel.

Y algún día el ente se iría. Pasaría de largo. Entonces Nigel rompería el capullo. Saldría. Al encuentro del día triunfador. Con paso vacilante.

Pasaría por esa lente. Todo pasaría. Pero entre tanto:

El Snark siente el pulso retumbante

despliega las rocas frente a él

corta el aire seco

clava las botas en la tierra

blanda.

viendo

saboreando

abriendo.

Lo deposita en el mundo progresivamente entibiado.

Lo clava amorosamente al día.

... EversLubkinShirleyHufmanAlexandría Alexandría...

Pensando en ellos, convencido de que algún día volverá a ese mundo, siente que se libra de un peso y se revuelca y flota en esas aguas familiares del desierto. EversHufmanShirley...

Extraños, son sus hermanos.

Tan extraños.

TERCERA PARTE
1

Se despertó, mirando un cielo de color gris acero inflamado por la aurora.

Se despertó solo.

El ente se había ido. La débil presión tremolante había parecido cabalgar detrás de sus ojos. Ahora Nigel sólo sentía la hueca ausencia de algo que apenas podía recordar.

Se sentó en su saco de dormir, experimentó un vértigo zumbante y se volvió a tumbar. Un lagarto cornudo se inmovilizó sobre una peña próxima y luego, al intuir su distensión, huyó velozmente.

Había dos lugares, pensó, donde la gente se sentía más próxima al principio de las cosas. El océano, con su memoria salada de los orígenes. Y el desierto... blanqueado, tallado, girando bajo una llama amarilla: un lugar reducido a la arista descarnada. Y sin embargo estaba vivo merced a una fina urdimbre de seres. Quizá por eso el ente había querido ir allí.

Recordó haber comprado la mochila, el saco de dormir de plumón y las botas en una tienda de Ciudad de México. Recordó el breve vuelo hasta la meseta desértica. Recordó haber caminado.

Y entrevió algo detrás de sus recuerdos...

Había estado a gran altura, contemplando un damero liso de cosas, de categorías y sistemas y formas coordinados que se extendía a sus pies.

Se había observado a sí mismo. Había visto a un ave refugiada en una planta de mezquite. Había estudiado la primera capa: Ave. Alas. Un marrón lustroso. Familia orden-clase-género-especie.

Había estudiado la segunda capa: Vuelo. Movimiento. Impulso. Análisis.

Y había descubierto por fin que la forma en que él filtraba el mundo tenía una esencia. Que más allá del filtro se extendía un océano. Un desierto.

Que el filtro era lo que significaba ser humano.

Había algo más, algo más vasto. Le llegó a dar un manotazo pero... se le escapó. Vislumbró la trama de algo... y entonces se esfumó.

Nigel parpadeó. Estaba tumbado sobre una cornisa de roca desgastada, con el cuerpo acariciado y entibiado por el saco de plumón. Junto a él la colina irradiaba un resplandor suave y dorado; el horizonte estaba desbordante de luz.

¿Qué había aprendido?, se preguntó. Desde un punto de vista práctico, nada. Había columbrado aspectos, matices, pero nada concreto. El ente había venido. Le había suministrado un cierto apoyo durante las horas lúgubres de Ciudad de México (¿había fluidificado realmente la ventana? ¿Había pensado en saltar?). Y el ente se había ido, se había escurrido en la noche.

Nigel frunció el entrecejo, se relajó. Le dolían las pantorrillas después de tanto caminar. Su estómago emitía gorgoteos de hambre. Estiró la mano hacia la mochila y extrajo una tableta de fruta seca. Su saliva humedeció el bocado y el sabor de fresas le impregnó el paladar.

¿Qué era eso? Después de tantas peripecias, Nigel aún no sabía nada útil acerca del ente extraño. Ni hechos ni datos. Es imposible interrogar a un fantasma.

Masticó, mirando el cielo cada vez más lleno de luz. Alexandría, Shirley... ahora todo eso había quedado atrás. Era curioso, hasta qué punto se podía estar unido a alguien, cuánto había creído amar a Shirley. Ahora, después de todo lo que ella había hecho, sólo le quedaba un recuerdo opaco, agrio.

Y los interrogantes. ¿Había amado realmente a Shirley o ésa no había sido más que otra ilusión? En toda su vida sólo había estado seguro de Alexandría. Y ella había muerto. Merced al Snark había tenido un atisbo de ella, durante un tiempo. Quizás una fracción de ella, una sombra, perduraba en el Snark.

Se sonó la nariz con un pañuelo. Retiró la tela manchada de sangre. El aire nocturno le había resecado las vías respiratorias.

Nigel sonrió. ¿La sangre era una señal de vida? ¿O de muerte? La ambigüedad afloraba por todas partes.

Y sin embargo... anhelaba respuestas. Necesitaba saber. De su mundo anterior sólo subsistía un fragmento: el Snark. Allí debía ir. La NASA y Evers serían el punto de partida hacia el espacio. Y habría otros, otros que le ayudarían. Sabía que en la NASA opondrían alguna resistencia, sobre todo después de la estratagema a la que había recurrido para enviar la primera señal al Snark. Nigel Walmsley, el astronauta loco. Pero superaría ese obstáculo.

Se frotó los ojos, alisando el laberinto de arrugas. Lo que necesitaba, después de los dos días que había pasado con el ente-detrás-de-los-ojos, era compañía humana. El simple contacto de su propia especie. Y necesitaba ayuda para negociar con la NASA. Pero sobre todo, compañía humana.

CUARTA PARTE

2015

1

El señor Ichino se detuvo en la entrada del Foso. El plácido murmullo de los técnicos que conversaban se mezclaba con el
ding
y el tableteo de las perforadoras. El Foso estaba oscuro, su aire estaba rancio. Las consolas enfundadas proyectaban moteados charcos de luz allí donde los hombres controlaban, verificaban y corregían el torrente de información que fluía de ese recinto para trocarse en los ritmos danzantes de los electrones y partir luego hacia el Snark, montado sobre alas electrónicas.

Vio un reloj de pared: faltaban veinte minutos para la reunión. Ichino suspiró, e hizo un esfuerzo de voluntad para relajarse y no pensar en lo que le aguardaba. Entrelazó las manos detrás de la espalda, como lo hacía habitualmente, y entró con paso lento en el Foso, dejando que sus ojos se acostumbraran a la penumbra. Se detuvo frente a su consola personal, inmovilizó un fragmento de transmisión y leyó:

Al servicio del emperador encontró la vida, y combatió contra los bárbaros, y los subyugó. Cuando el emperador se lo ordenó, luchó con extrañas y aviesas criaturas fantásticas, y las derrotó. Mató dragones, y gigantes. Estaba dispuesto a lidiar con todos los enemigos de la Tierra, ya fueran éstos mortales o animales o seres de otro mundo. Y siempre triunfó.

Reconoció un pasaje de la leyenda japonesa de Kintaro, incluso en su versión occidentalizada. Hacía varios días el Snark le había pedido a Ichino más testimonios de la literatura antigua de Oriente, y él había aportado todos los textos y traducciones que había encontrado en su colección. Ahora los estaban transmitiendo, cuando el tiempo lo permitía. El señor Ichino se preguntó distraídamente si un programador había seleccionado ese pasaje con premeditación, porque contenía una referencia a “seres de otro mundo”. Ése habría sido un comportamiento lamentablemente típico: la mayoría de los hombres allí reunidos no entendía nada de lo que el Snark deseaba saber.

Ichino se dio unos golpes con el dedo sobre los dientes de delante, mientras cavilaba. Los tipos amarillos, cuadrangulares y estilizados, descansaban sobre el verde del tubo, que era un medio absolutamente inapropiado para la delicada trama de un cuento de hadas. Se preguntó cómo lo leería —cómo lo estaba leyendo ya, en ese momento— un artefacto, de cobre y germanio que giraba alrededor de Venus. Todo eso —la callada vehemencia del Foso, los minutos comprimidos que él había vivido durante meses, la sensación inestable de lo que estaba haciendo— parecía formar parte de un complicado rompecabezas. Si él hubiera podido disponer de unos pocos días para ponerlo en orden, para indagar qué ente podía sondear con tanta rapidez la médula de su experiencia personal, y extraerla...

Siguió su marcha. Un técnico hizo una inclinación de cabeza, un ingeniero le saludó en silencio. Correría la voz de que el Viejo estaba en el Foso para su visita cotidiana, los hombres estarían un poco más alerta.

Ichino llegó al compartimiento gráfico y estudió el trabajo intrincado que realizaba en su interior el ordenador. Reconoció inmediatamente el grabado:
Desnudo al sol
, de Renoir, pintado en 1875 o 1876. Ichino había seleccionado el cuadro sólo dos días atrás.

La luz, filtrada para reducirla a una tonalidad verde azulada, proyectaba trazos sobre los pechos y los brazos de la joven desnuda, y alteraba curiosamente el rubor de la piel que era el sello inconfundible de Renoir. La muchacha miraba en forma cavilosa hacia abajo, sorprendida en el momento de coger una tela indefinida. Ichino la observó durante largo rato, saboreando la ambigüedad de su expresión con un romanticismo anhelante que él conocía como un viejo amigo. Era un solterón empedernido.

¿Y qué conclusión sacaría el Snark? Ichino no se aventuró a imaginarlo. Había respondido bien al
Almuerzo de los remeros
y había pedido más. Quizá lo había confundido con una especie de fotografía, no obstante la explicación que él había dado acerca de la forma en que el hombre empleaba la pintura.

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