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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

El templo (12 page)

BOOK: El templo
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Nash frunció el ceño y se volvió hacia Walter Chambers, el antropólogo y experto en la cultura inca, que estaba sentado a unos cuantos asientos más allá.

—Walter. ¿Sabe usted algo acerca de una Marca del Sol en la cultura inca?

—¿La Marca del Sol? Sí, claro, por supuesto.

—¿Qué es?

Chambers se encogió de hombros y se acercó a donde se encontraban.

—Tan solo es una marca de nacimiento. Parecida a la que tiene el profesor Race ahí. —Señaló con la barbilla a las gafas de Race, más concretamente a la mancha marrón triangular de debajo de su ojo izquierdo. Race se puso rojo. Había odiado esa marca de nacimiento desde niño. Le parecía como si tuviera una mancha de café en la cara.

—Los incas pensaban que las marcas de nacimiento eran signos de distinción —dijo Chambers—. Signos enviados por los mismísimos dioses. La Marca del Sol era una marca de nacimiento muy especial, una imperfección en lo cara, justo debajo del ojo izquierdo. Era especial porque los incas creían que era una marca enviada por su dios más poderoso, el dios del Sol. Tener un hijo con esa marca era considerado un gran honor. La Marca del Sol indicaba que ese niño era especial; que, de alguna manera, estaba destinado a hacer algo grande.

Race dijo:

—Entonces, si alguien nos dijera que siguiéramos la estatua en la dirección de la Marca del Sol, ¿nos estaría diciendo que fuéramos por la izquierda de la estatua?

—Sí, eso sería lo correcto —dijo Chambers dubitativo—. Creo.

—¿Qué quiere decir «creo»? —preguntó Nash.

—Verá, durante los últimos diez años ha tenido lugar un debate importante entre los antropólogos referente a si la Marca del Sol se hallaba en el lado izquierdo del rostro o en el derecho. Todas las tallas y los pictogramas incas representan la Marca del Sol, bien en representaciones de humanos o de animales u otros, bajo el ojo izquierdo de la talla. Los problemas surgen, sin embargo, cuando uno lee textos españoles como la
Relación
o los
Comentarios reales
, que hablan de gente como Renco Capac y Tupac Amaru, textos según los cuales estas personas tenían la Marca. El problema es que esos libros dicen que Renco y Amaru tenían la marca bajo su ojo derecho. Y hechos así hacen que reine la confusión.

—Entonces, ¿usted qué es lo que piensa?

—Lado izquierdo, sin duda.

—¿Y podríamos encontrar el camino hasta la ciudadela? —preguntó Nash, preocupado.

—Coronel, puede fiarse de mí cuando le digo que si seguimos a las estatuas por la izquierda, encontraremos esa ciudadela —dijo Chambers con confianza.

Justo entonces, una especie de timbre sonó, procedente de algo cercano.

Race se giró. El sonido provenía del portátil de Nash. Debía de haber recibido un correo electrónico. Nash volvió a su asiento para leerlo.

Chambers se volvió hacia Race.

—Todo esto es muy excitante, ¿no le parece?

—Excitante no es la palabra que yo emplearía —dijo Race. Se alegraba de haber terminado de traducir el manuscrito antes de que hubieran aterrizado en Cuzco. Si Nash iba a aventurarse dentro de la selva para buscar el ídolo, él no quería formar parte de ello.

Miró su reloj.

Eran las 16.35. Se estaba haciendo tarde.

En ese momento, Nash apareció delante de él.

—Profesor —dijo—. Si está preparado y así lo desea, me gustaría que viniera con nosotros a Vilcafor.

Había algo en su tono que hizo que Race se pusiera alerta. Aquello no había sido una pregunta, sino una orden.

—Pensaba que había dicho que si traducía el manuscrito antes de que aterrizáramos ni siquiera tendría que bajarme del avión.

—Dije que podría darse esa situación. Recordará usted que también le dije que, si tuviese que bajar del avión, tendría un equipo de boinas verdes velando por usted. Esta es la situación que se nos presenta ahora.

—¿Por qué? —preguntó Race.

—He pedido que dos helicópteros nos reciban en Cuzco —dijo Nash—. Los usaremos para seguir la senda de Santiago por el aire. Por desgracia, pensaba que el manuscrito sería más concreto en su descripción del emplazamiento del ídolo, más detallado. Pero ahora vamos a necesitarle para el viaje a Vilcafor, por si hubiese alguna ambigüedad entre el texto y el terreno.

A Race no le gustaba cómo sonaba todo aquello. Él había cumplido su parte del trato, y la idea de adentrarse en la selva del Amazonas le inquietaba.

Además, el tono con que Nash se lo había pedido le inquietaba todavía más. Tenía la sensación de que ahora que Nash le tenía a bordo del avión, sin otra opción que la de viajar hasta Cuzco, sus opciones y su capacidad para decir que no eran extremadamente limitadas. Se sentía atrapado, presionado a ir a un lugar al que no quería ir. Aquello no formaba parte del trato.

—¿No podría quedarme en Cuzco —sugirió de manera poco convincente—, y mantener el contacto con ustedes desde allí?

—No —dijo Nash—. Definitivamente no. Estamos llegando a Cuzco, pero no nos quedaremos allí. Este avión y todos los miembros del ejército de los Estados Unidos que nos están esperando en Cuzco abandonarán la ciudad poco después de que pongamos rumbo a la selva en los helicópteros. Lo siento, profesor, pero le necesito. Necesito que me ayude a llegar a Vilcafor.

Race se mordió el labio. ¡Dios…!

—Bueno… De acuerdo —dijo a regañadientes.

—Bien —dijo Nash poniéndose en pie—. Muy bien. Le oí antes que tenía algo de ropa más informal en una bolsa, ¿no es cierto?

—Sí.

—Bueno, le sugiero que se cambie. Ahora va a ir a la selva.

El Hércules sobrevoló las montañas.

Race salió de los aseos situados en la parte inferior del avión vestido con una camiseta blanca, vaqueros y unas zapatillas negras, la ropa que se había llevado para el partido de béisbol de la hora del almuerzo. También llevaba una gorra bastante vieja y estropeada, una gorra de béisbol azul marina de los New York Yankees.

Vio a los boinas verdes, que estaban preparando y limpiando sus armas para la misión venidera. Uno de los soldados, un cabo pelirrojo de edad avanzada llamado Jake
Buzz
Cochrane, charlaba animadamente mientras limpiaba el mecanismo de disparo de su M-16.

—Como os cuento, tíos, fue increíble —estaba diciendo—. Vaya peras. Toda una mujercita con su Doreen barato. Créanme caballeros, ella es sin duda la mejor puta de toda Carolina del Sur…

En ese momento, Cochrane vio a Race, que estaba en la puerta de los aseos, escuchándolos. Dejó inmediatamente de hablar.

Todos los demás boinas verdes se dieron la vuelta y Race se sintió acomplejado.

Se sintió fuera de lugar, como alguien que no formaba parte de la hermandad. Alguien que no pertenecía a ese lugar.

Vio a su guardaespaldas, el sargento Van Lewen, merodeando por el perímetro del círculo, y sonrió.

—Qué hay.

Van Lewen le devolvió la sonrisa.

—¿Cómo va eso?

—Bien. Muy bien —dijo Race de forma no muy convincente.

Pasó al lado del ahora silencioso grupo de boinas verdes y se dirigió hacia las empinadas escaleras que conducían a la zona de pasajeros.

Mientras subía las escaleras, sin embargo, escuchó al boina verde Cochrane murmurar algo desde la zona de carga.

Se suponía que no tenía que haberlo oído, pero lo hizo.

Cochrane había dicho:

—Puto mariquita.

Mientras Race volvía al pasillo central del compartimiento de pasajeros se escuchó una voz por los altavoces.

—Comenzando el descenso. Tiempo estimado de llegada a Cuzco, veinte minutos.

De camino a su asiento, Race pasó al lado de Walter Chambers. El científico tenía en la mano las notas de Race junto con otra hoja de papel. Era una especie de mapa que tenía anotaciones y marcas hechas con un rotulador.

Chambers alzó la vista y vio a Race.

—Ah, profesor —dijo—. El hombre que estaba buscando. Necesito que me explique una cosa, estas notas de aquí: «Paxu, Tupra y Roya». —Señaló a las notas de Race—. Están en orden, ¿no? Me refiero al orden en que Renco las visitó.

—Están en el mismo orden en que aparecen en el manuscrito.

—Vale, bien.

—Walter —dijo Race sentándose al lado de Chambers—. Hay algo que esperaba poder preguntarle.

—¿Y bien?

—En el manuscrito, Renco menciona a una criatura llamada
titi
o
rapa
. ¿Qué es exactamente?

—Ah, el
rapa
. —Chambers asintió—. Lo cierto es que no pertenece a mi campo de estudio, pero sé un poco del tema.

—¿Y?

—Al igual que en muchas otras culturas sudamericanas, los incas sentían una gran fascinación por los grandes felinos. Les construían estatuas, tanto grandes como pequeñas, y a veces tallaban bajorrelieves en las paredes de las rocas. Es más, la ciudad de Cuzco fue construida en forma de puma.

»Esta fascinación por los grandes felinos, sin embargo, es un fenómeno bastante extraño, pues Sudamérica es conocida por su escasez de grandes felinos. Los únicos felinos de grandes dimensiones autóctonos de este continente son el jaguar, o pantera, y el puma, que son felinos de tamaño medio. Ni siquiera se acercan en tamaño al tigre, que es el más grande de los felinos.

Chambers se movió en el asiento.

—El
rapa
, sin embargo, es otra historia completamente distinta. Es algo así como la versión sudamericana del Bigfoot o del monstruo del lago Ness. Es una criatura legendaria, un enorme felino negro.

»Al igual que con Bigfoot y Nessie, cada cierto tiempo se oyen historias de gente que afirma haberlo visto (granjeros en Brasil que se quejan de que su ganado ha aparecido mutilado; turistas que han hecho la ruta inca en Perú y sostienen haber visto a grandes felinos merodeando por la noche; y, en ocasiones, gentes de la zona que aparecen brutalmente asesinadas en las tierras bajas de Colombia). Pero no hay pruebas fehacientes de ello. Existen algunas fotos, pero todas ellas han sido desacreditadas. Se trataba de fotos borrosas y mal enfocadas. Vamos, que lo que salía en la foto podía ser cualquier cosa, desde una pantera a un oso andino.

—Así que se trata de un mito —dijo Race—. El mito del felino gigante.

—No desestime los mitos de los felinos gigantes tan rápido, profesor Race —dijo Chambers—. Son algo muy habitual en todo el mundo. India. Sudáfrica. Siberia. Le sorprendería saber que las creencias más vehementes sobre los mitos de los felinos gigantes provienen de Inglaterra.

—¿Inglaterra?

—La bestia de Exmoor, la bestia de Bahn. Felinos gigantes que merodean por los páramos a altas horas de la noche. Jamás han sido capturados ni fotografiados. Pero sus huellas se encuentran a menudo en el fango. Por todos los santos, si lo que cuentan es cierto, existe la posibilidad de que el perro de Baskerville no fuera sino un felino de grandes dimensiones.

Race reprimió la risa y dejó que Chambers siguiera trabajando. Volvió a su asiento. Tan pronto como se hubo sentado, sin embargo, sintió que alguien se sentaba a su lado. Era Lauren.

—Ah, la gorra de la suerte —dijo, mirando la maltrecha gorra azul de los Yankees de Race—. No sé si llegué a decírtelo, pero siempre odié esa maldita gorra.

—Sí me lo dijiste —dijo Race.

—Pero sigues llevándola.

—Es una buena gorra.

Los ojos de Lauren evaluaron su camiseta, vaqueros y zapatillas Nike. Race, por su parte, se fijó en que llevaba una camisa estrecha de color caqui ron las mangas remangadas, pantalones del mismo color y unas botas de
trekking
con aspecto de ser muy resistentes.

—Bonito conjunto —dijo antes de que él pudiera decirle lo mismo.

—¿Qué puedo decir? —respondió—. Cuando me vestí esta mañana para ir al trabajo no tenía pensado ir a la selva.

Lauren echó la cabeza hacia atrás y se rió. Era la misma risa que Race recordaba. Totalmente teatral y de una sinceridad más que dudosa.

—Había olvidado lo lacónico que eras —dijo.

Race sonrió débilmente e inclinó la cabeza.

—¿Cómo te ha ido todo este tiempo, Will? —le preguntó con cariño.

—Bien —mintió—. ¿Y a ti? Bien, obviamente. Quiero decir, ¡uau!, la DARPA…

—Me va bien —dijo—. La vida me va muy bien. Escucha, Will… —Y helo ahí. El punto de transición. Lauren siempre había sido muy buena en eso de ir al grano—. Quería hablar contigo antes de que aterrizáramos. Solo quería decirte que no quiero que lo que ocurrió entre nosotros interfiera en lo que hemos venido a hacer aquí. Nunca quise hacerte daño…

—No me hiciste daño —comentó Race, quizá demasiado rápido. Se puso a mirar los cordones de sus zapatillas—. Bueno, nada que no se curara en poco tiempo.

Aquello no era exactamente cierto.

Le había costado bastante más que «un poco de tiempo» olvidar a Lauren O'Connor.

Su relación había sido la clásica relación: la típica pareja dispar de toda universidad estadounidense que se precie. Race era inteligente, pero no tenía dinero. Lauren era brillante y su familia tenía dinero para dar y tomar. Race fue a la Universidad de California del Sur con una beca parcial de deporte. A cambio de jugar al fútbol americano en su equipo, la universidad le pagaría la mitad de su matrícula. Lograba juntar la otra mitad trabajando por las noches tras la barra de un club. Los padres de Lauren le habían pagado toda la matrícula en un solo pago.

Estuvieron juntos dos años. El jugador de fútbol americano con notas decentes, pero no espectaculares, en letras y la científica brillante, alta y guapa que sacaba sobresalientes en todo.

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