Mientras Velvet salía al pasillo a hablar con uno de los guardias que acompañaban siempre al emperador, Zakath se recostó en su silla.
—No puedo creer que haya llegado a aceptar la probabilidad de que todas estas cosas imposibles sean ciertas —dijo. Garion miró a su abuelo y ambos se echaron a reír—. ¿He dicho algo gracioso, caballeros?
—Es sólo una broma de familia, Zakath —respondió Belgarath—. Garion y yo hemos estado discutiendo sobre lo posible y lo imposible desde que él tenía nueve años. Él era incluso más terco que tú.
—Después de la primera sorpresa resulta más fácil aceptar las cosas —añadió Garion—. Es como nadar en agua muy fría. Una vez que el cuerpo se acostumbra, no resulta tan duro.
Poco después Velvet volvió a entrar en la cámara acompañada por Andel, la curandera encapuchada.
—Dijiste que la vidente de Kell era tu ama, ¿verdad, Andel? —preguntó Zakath.
—Así es, Majestad.
—¿Podrías llamarla?
—Si hubiera verdadera necesidad y ella consintiera en venir, yo podría hacer un conjuro y atraer aquí su proyección.
—Creo que hay verdadera necesidad, Andel. Belgarath me ha dicho ciertas cosas que necesito confirmar. Sé que Cyradis dice la verdad, pero la reputación de Belgarath es más dudosa —añadió mientras dirigía una maliciosa mirada de soslayo al anciano.
Belgarath sonrió y le guiñó un ojo.
—Hablaré con mi ama, Majestad —dijo Andel— y le pediré que se proyecte aquí, pero si ella acepta, te ruego que la interrogues con rapidez. El esfuerzo de proyectarse desde el otro extremo del mundo la agota y ella no es muy fuerte.
Así las cosas, la dalasiana se arrodilló y agachó la cabeza en actitud reverente. Garion volvió a oír el extraño murmullo de multitud de voces, seguido por un largo silencio. Otra vez se proyectó un destello en el aire, y cuando se desvaneció, apareció ante ellos la proyección de Cyradis, con los ojos vendados.
—Te agradecemos que hayas venido, sagrada vidente —dijo Zakath en un tono extrañamente respetuoso—. Mis invitados me han dicho varias cosas que yo me niego a creer, pero estoy dispuesto a aceptar lo que tú puedas confirmar.
—Os diré lo que pueda, Zakath —respondió ella—. No conozco algunas cosas y otras aún no pueden ser reveladas.
—Comprendo tus limitaciones, Cyradis. Belgarion dice que Urgit, rey de los murgos, no tiene la misma sangre que Taur Urgas. ¿Es eso cierto?
—Lo es —se limitó a responder ella—. El padre del rey Urgit era un alorn.
—¿Queda algún hijo vivo de Taur Urgas?
—No, Zakath. El linaje de Taur Urgas se extinguió hace doce años, cuando su último hijo fue estrangulado en un sótano de Rak Goska por órdenes de Oskatat, el senescal del rey Urgit.
—Y así ha acabado —repuso Zakath sacudiendo la cabeza con tristeza—. El linaje de mi enemigo terminó en un oscuro sótano, sin que yo pudiera alegrarme o maldecir a aquellos que me habían negado la oportunidad de estrangularlo con mis propias manos.
—La venganza no tiene sentido, Zakath.
—Es lo único que me ha mantenido vivo en los últimos treinta años. —Suspiró otra vez e irguió los hombros—. ¿Es verdad que Zandramas raptó al hijo de Belgarion?
—Lo hizo y ahora lo conduce al lugar que ya no existe.
—¿Y dónde está eso?
—No puedo revelarlo —respondió ella con la cara inexpresiva—, pero el Sardion está allí.
—¿Puedes decirme qué es el Sardion?
—La mitad de la piedra que fue dividida.
—¿Es cierto que es tan importante?
—No hay nada en todo Angarak que tenga tanto valor. Los grolims lo saben. Con tal de conseguirlo, Urvon entregaría todas sus riquezas, Zandramas renunciaría a la adoración de las multitudes y Mengha daría su alma, aunque lo cierto es que ya lo ha hecho al pedir ayuda a los demonios. Incluso Agachak, jerarca de Rak Urga, abandonaría su poder en Cthol Murgos a cambio del Sardion.
—¿Y cómo es que yo no me he dado cuenta de la existencia de algo tan valioso?
—Tus ojos están fijos en cuestiones mundanas, Zakath. El Sardion no pertenece a este mundo, como tampoco la otra mitad de la piedra dividida.
—¿La otra mitad?
—La que los angaraks llaman Cthrag Yaska y los occidentales Orbe de Aldur. Cthrag Sardius y Cthrag Yaska se dividieron en el momento en que se gestaron las dos necesidades opuestas.
Zakath palideció y entrelazando sus manos para controlar sus temblores preguntó con voz entrecortada:
—¿Es todo verdad, pues?
—Todo, Zakath, todo.
—¿Incluso que Belgarion y Zandramas son el Niño de la Luz y la Niña de las Tinieblas?
—Así es. —Comenzó a hacer otra pregunta, pero ella lo detuvo con un gesto— No tengo mucho tiempo, Zakath, y tengo que revelaros algo muy importante. Debéis saber que vuestra vida se acerca a una encrucijada. Olvidad vuestras ambiciones por el poder y vuestros deseos de venganza, que sólo son sentimientos pueriles. Regresad a Mal Zeth y preparaos para el papel que tendréis que desempeñar en ese encuentro.
—¿Mi papel? —preguntó él, atónito.
—Vuestro nombre y vuestra misión están escritos en las estrellas.
—¿Y cuál es esa misión?
—Os lo explicaré cuando estéis preparado para comprenderlo. Primero debéis limpiar vuestro corazón de la tristeza y del rencor que os han obsesionado.
—Me temo que no podrá ser así, Cyradis —dijo él con el rostro inexpresivo—, lo que me pides es imposible.
—Entonces moriréis antes de que vuelvan a cambiar las estaciones. Pensad en lo que os he dicho y pensadlo bien, emperador de Mallorea. Volveré a hablar con vos.
Dichas estas palabras, Cyradis desapareció.
Zakath miraba fijamente el sitio donde había estado. Tenía la cara pálida y las mandíbulas apretadas.
—Y bien, Zakath, ¿te has convencido? —preguntó Belgarath.
El emperador se levantó de la silla y comenzó a caminar de un extremo a otro de la sala de audiencias.
—¡Esto es absurdo! —exclamó de repente con tono de exasperación.
—Lo sé —respondió Belgarath con calma—, pero la voluntad de aceptar lo absurdo es una indicación de fe. Tal vez la fe sea el primer paso para llegar a lo que te propuso Cyradis.
—No es que no quiera creer, Belgarath —dijo Zakath en un tono extrañamente humilde—, es sólo que...
—Nadie dijo que fuera fácil —repuso el anciano—. Pero ya has tenido que hacer cosas difíciles antes, ¿verdad?
Zakath se hundió otra vez en su silla, abstraído en su pensamiento.
—¿Por qué yo? —dijo con tono lastimero—. ¿Por qué tengo que estar involucrado en esto?
Garion no pudo evitar echarse a reír y Zakath le respondió con una mirada inquisidora.
—Lo siento —se disculpó Garion—, pero yo he estado preguntándome «¿por qué yo?» desde que tenía catorce años. Nadie me ha dado nunca una respuesta satisfactoria, pero con el tiempo uno se acostumbra a las injusticias.
—No es que intente eludir mi responsabilidad, Belgarion, pero no acabo de entender en qué puedo ser útil. Vosotros queréis encontrar a Zandramas, recuperar a vuestro hijo y destruir el Sardion. ¿No es así?
—Es un poco más complicado —dijo Belgarath—. La destrucción del Sardion podría llegar a producir un verdadero cataclismo.
—No lo entiendo. ¿Acaso no puedes hacerlo desaparecer con un simple movimiento de tu mano? Al fin y al cabo eres un hechicero... al menos eso dices.
—Eso está prohibido —respondió Garion—. No se deben hacer desaparecer las cosas. Ctuchik intentó hacerlo y se destruyó a sí mismo.
—Creí que lo habías matado tú —le dijo Zakath a Belgarath, estupefacto.
—Casi todos lo creen —respondió el anciano encogiéndose de hombros—. Es un error que favorece mi reputación, así que no me preocupo de desmentirlo. —Se rascó una oreja—. No, creo que tendremos que seguir con esto hasta el final. Estoy seguro de que el Sardion sólo se destruirá en el enfrentamiento final entre el Niño de la Luz y la Niña de las Tinieblas. —Hizo una pausa y luego se incorporó en su silla con expresión pensativa—. Creo que Cyradis sin darse cuenta nos reveló algo sin querer. Dijo que todos los sacerdotes grolims buscan desesperadamente el Sardion e incluyó a Mengha en su lista. ¿Significa eso que Mengha también es un grolim? —Se volvió hacia Andel—. ¿Tu ama suele cometer estos pequeños errores?
—Cyradis no puede equivocarse —respondió la curandera—. Una vidente no habla con su propia voz, sino con la voz de su visión.
—Entonces quería que supiéramos que Mengha es, o fue, un grolim y que convoca demonios con el fin de que lo ayuden en la búsqueda del Sardion. —Reflexionó un momento—. Aún hay otra siniestra posibilidad: que los demonios lo estén usando a él para conseguir el Sardion. Tal vez por eso se muestren tan dóciles. Los demonios ya son bastante perversos por sí solos, si además el Sardion tiene el mismo poder que el Orbe, no debemos permitir que caiga en sus manos. —Se volvió hacia Zakath y preguntó—: ¿Y bien?
—Y bien ¿qué?
—¿Estás con nosotros o no?
—¿No te parece una pregunta un poco brusca?
—Es posible, pero nos ahorrará tiempo, y el tiempo comienza a ser un factor muy importante.
Zakath se hundió en su silla con expresión indiferente.
—Encuentro muy pocas ventajas para mí en esta propuesta —dijo.
—Te permitirá seguir vivo —le recordó Garion—. Cyradis dijo que si no aceptas la misión que se te ha encomendado, morirás antes de la primavera.
—Mi vida no ha sido tan plena como para que quiera molestarme en prolongarla —respondió Zakath con una sonrisa triste y una expresión de indiferencia en los ojos.
—¿No crees que estás actuando como un niño, Zakath? —preguntó Garion, que comenzaba a impacientarse otra vez—. No hay ningún motivo para que sigas en Cthol Murgos. Ya no queda una sola gota de sangre Urga que derramar y la situación de tu país es desastrosa. ¿Eres un rey, un emperador, o sólo un niño mimado? Te niegas a volver a Mal Zeth sólo porque alguien te dijo que debías hacerlo. Ni siquiera te preocupas cuando te dicen que si no vuelves morirás. No sólo es una conducta infantil, sino también irracional, y yo no tengo tiempo para discutir con alguien que ha perdido la razón. Bien, puedes quedarte aquí en Rag Hagga a compadecerte de tus viejas penas y decepciones hasta que se cumplan las predicciones de Cyradis; pero Geran es mi hijo y no tengo tiempo para perder con tus caprichos. —Garion se había reservado algo para el final—: Además, no te necesito para nada.
—¡Has ido demasiado lejos! —gritó Zakath con los ojos encendidos, y descargó un puñetazo sobre la mesa.
—Es sorprendente —dijo Garion con sarcasmo—. Después de todo estás vivo. Pensé que tendría que pisarte un pie para conseguir alguna reacción de tu parte. Muy bien, ahora que estás despierto, peleemos.
—¿A qué te refieres? —preguntó Zakath todavía con ojos furiosos—. ¿Por qué tenemos que pelear?
—Para decidir si vienes o no a Mallorea con nosotros.
—No seas estúpido. Por supuesto que iré. Sin embargo, vamos a pelear por tu absoluta falta de modales.
Garion lo miró fijamente y luego, sin poder contenerse, se echó a reír a carcajadas.
Zakath tenía la cara roja y abría y cerraba las manos, pero por fin puso una expresión estúpida y no pudo evitar reír él también.
—Garion —dijo Belgarath dando un gran suspiro—, avísame cuando vayas a hacer algo así. Mi corazón ya no es lo que era.
Zakath se secó los ojos, aunque no paró de reírse.
—¿Cuánto tiempo crees que tardaréis en preparar vuestras cosas? —preguntó.
—No demasiado —respondió Garion—. ¿Por qué?
—De repente echo de menos Mal Zeth. Allí es primavera y los cerezos están en flor. A Ce'Nedra y a ti os encantará la ciudad, Garion.
Garion no estaba seguro de si omitía el «Bel» en su nombre por simple error o en prueba de amistad. Sin embargo, estaba convencido de que el emperador de Mallorea era un hombre mucho más astuto de lo que él había imaginado.
—Ahora espero que me disculpéis —dijo Zakath—, pero quiero hablar con Brador para informarme de los detalles de lo que sucede en Karanda. Ese tal Mengha parece estar organizando una insurrección contra la corona y yo siempre he sido muy severo con este tipo de cosas.
—No me cabe la menor duda —dijo Garion con sarcasmo.
Durante los días siguientes, numerosos mensajeros del emperador recorrieron el camino entre Rak Hagga y la ciudad portuaria de Rak Cthan. Por fin, una fría mañana con un sol radiante y un cielo de intenso color azul, cuando la bruma se elevaba sobre las aguas oscuras del lago Hagga, partieron rumbo a la costa cruzando la llanura cubierta de hierba quemada por las heladas del invierno. Garion, envuelto en su capa rivana, cabalgaba al frente de la columna junto a Zakath, que parecía estar de mejor humor que nunca. La columna que los seguía se extendía a lo largo de kilómetros enteros.
—Es muy vulgar, ¿no crees? —dijo el malloreano con ironía al dirigir la mirada hacia atrás—. Estoy rodeado de parásitos y aduladores que proliferan como larvas en la carne podrida.
—¿Por qué no los despides si te molestan tanto? —sugirió Garion.
—No puedo. Todos tienen parientes poderosos. Tengo que tener mucho cuidado en mantener un justo equilibrio: uno de una tribu por uno de un clan, y evitar que una misma familia tenga demasiados cargos importantes. Mientras emplean todas sus energías en conspirar los unos contra los otros, no tienen tiempo de intrigar en mi contra.
—Supongo que es la única forma de mantener el control.
A medida que el sol ascendía sobre el brillante cielo azul en aquel remoto extremo del mundo, la escarcha se derretía sobre los largos tallos de la hierba quemada o se desprendía con suavidad de los helechos para dejar fantasmagóricas huellas blancas sobre el musgo verde que se extendía debajo.
Al mediodía se detuvieron para un almuerzo tan delicioso como si hubiera sido preparado en Rak Hagga, servido sobre un mantel de damasco bajo un techo de lona.
—No ha estado tan mal —dijo Zakath en tono desdeñoso después de comer.
—Estás muy mal acostumbrado —dijo Polgara—. Una buena cabalgata con mal tiempo y un día o dos de comida escasa harían maravillas con tu apetito.
—Creí que eras sólo tú —dijo Zakath mirando a Garion—, pero por lo visto la sinceridad es una característica de toda la familia.
—Ahorra tiempo —respondió Garion encogiéndose de hombros.
—Perdóname que te lo diga, Belgarion —dijo Sadi—, pero ¿por qué iba a preocuparse por el tiempo una persona inmortal? —Suspiró casi con tristeza—. La inmortalidad debe de ser una fuente inagotable de satisfacciones... Ver cómo tus enemigos envejecen y se mueren...