—Debajo de la ciudad. Belgarath abrió la tierra y lo enterró entre las rocas, debajo de las ruinas.
—¿Vivo? —exclamó Zakath con voz ahogada.
—Había razones para ello. Ahora continúa con tu historia.
Zakath se estremeció, pero enseguida recuperó el control de sí mismo.
—Con todos ellos fuera de escena, la única figura religiosa que quedó en Mallorea fue Urvon y éste se dedicó casi por completo a hacer que su palacio de Mal Yaska pareciera más opulento que el de Mal Zeth. De vez en cuando pronunciaba algún sermón repleto de sandeces, pero la mayor parte del tiempo parecía haber olvidado por completo a Torak. La ausencia del dios dragón y de sus discípulos había acabado con el poder de los grolims. Aunque los sacerdotes hablaban de su regreso y decían que un día el dios durmiente despertaría, el recuerdo de Torak se volvía cada vez más borroso. El poder de la Iglesia disminuyó cada vez más, con lo cual el poder del trono creció de forma proporcional.
—La política malloreana parece un tanto turbia —observó Garion.
—Supongo que forma parte de nuestra naturaleza —asintió Zakath—. De todos modos, nuestra sociedad evolucionaba y, aunque sin mayor prisa, estábamos saliendo del oscurantismo. Entonces apareciste tú y despertaste a Torak, sólo para obligarlo a dormir eternamente poco tiempo después. En ese momento comenzaron nuestros problemas.
—¿No deberían haber acabado? Eso es lo que yo creía.
—Me parece que no alcanzas a entender la naturaleza de la religión, Belgarion. Mientras Torak estaba allí, aunque durmiera, los grolims y los demás fanáticos del imperio estaban bastante tranquilos, seguros y cómodos en la creencia de que un día despertaría, castigaría a todos sus enemigos y devolvería la autoridad absoluta a los sucios y apestosos sacerdotes. Pero cuando tú mataste a Torak, acabaste con su sensación de seguridad. Se vieron obligados a reconocer que sin Torak no eran nadie. Algunos de ellos se apenaron tanto que se volvieron locos y otros se sumieron en la más absoluta desesperación. Unos pocos, sin embargo, comenzaron a crear una nueva mitología que reemplazaba todo lo que tú habías destruido con un simple golpe de tu espada.
—No fue idea mía —dijo Garion.
—Lo que importa son los resultados, Belgarion, no las intenciones. La cuestión es que Urvon se vio obligado a abandonar la búsqueda de la opulencia y dejó de regodearse en la adulación de los parásitos que lo rodeaban para hacerse cargo de las funciones que le correspondían. Durante un tiempo se enfrascó en una actividad frenética. Resucitó antiguas y apolilladas profecías y las tergiversó hasta hacerlas decir lo que él quería.
—¿Y qué es eso?
—Intenta convencer a la gente de que un nuevo dios vendrá a reinar sobre Angarak, que resucitará Torak o que alguna deidad encarnará su espíritu. Incluso tiene un candidato para este nuevo dios de Angarak.
—¿Sí? ¿Y de quién se trata?
—Ve a ese nuevo dios cada vez que se mira al espejo —respondió Zakath con expresión divertida.
—¡Bromeas!
—¡Oh, no! Urvon ha estado intentando convencerse a sí mismo de que ha sido un semidiós durante siglos. Si no tuviera miedo de marcharse de Mal Yaska, sin duda recorrería toda Mallorea en una carroza de oro. Según tengo entendido, hay un horrible jorobado que intenta matarlo desde hace siglos... Creo que se trata de uno de los discípulos de Aldur.
—Beldin —dijo Garion con un gesto de asentimiento—. Lo conozco.
—¿Es tan malo como dicen?
—Tal vez. No creo que te guste presenciar las cosas que es capaz de hacerle a Urvon, si alguna vez lo coge.
—Le deseo buena caza, pero me temo que Urvon no es mi único problema. Poco después de la muerte de Torak empezaron a correr ciertos rumores en Darshiva. Una sacerdotisa grolim llamada Zandramas también comenzó a predecir la llegada de un nuevo dios.
—No sabía que fuera grolim —dijo Garion con un deje de sorpresa en la voz.
Zakath asintió con un gesto.
—Tiempo atrás, tenía muy mala reputación en Darshiva. Luego se apoderó de ella el llamado «éxtasis de la profecía» y Zandramas se transformó de repente. Ahora nadie puede resistirse a sus palabras. Cuando habla a las multitudes les infunde un profundo fervor. Sus profecías sobre la llegada de un nuevo dios se han extendido por Darshiva como fuego imparable y han llegado a Regel, Voresebo y Zamad. Se ha apoderado de casi toda la costa norte de Mallorea.
—¿Qué tiene que ver el Sardion con todo esto? —preguntó Garion.
—Creo que es la clave de todo este asunto —respondió Zakath—. Tanto Urvon como Zandramas parecen creer que quien lo encuentre y se apodere de él será el vencedor.
—Agachak, el jerarca de Rak Urga, opina lo mismo —dijo Garion.
Zakath asintió con un gesto de pesadumbre.
—Supongo que debí imaginármelo. Un grolim es un grolim, venga de Mallorea o de Cthol Murgos.
—Creo que tal vez deberías volver a Mallorea y poner orden.
—No, Belgarion. No pienso abandonar mi campaña en Cthol Murgos.
—¿Vale la pena todo esto sólo por una venganza personal? —Zakath lo miró atónito—. Sé por qué odiabas a Taur Urgas, pero él está muerto y Urgit no se le parece en nada. No puedo creer que vayas a sacrificar todo tu imperio para vengarte de un hombre que ya no puede enterarse de nada.
—¿Lo sabes? —dijo Zakath con el rostro desencajado—. ¿Quién te lo ha dicho?
—Urgit me contó toda la historia.
—Supongo que con orgullo —dijo Zakath con los dientes apretados y la cara pálida.
—No exactamente, sino más bien con pena y desprecio hacia Taur Urgas. Él lo odiaba aún más que tú.
—Eso es imposible, Belgarion. Si quieres que responda a tu pregunta, sí, soy capaz de sacrificar todo mi imperio y el mundo entero si fuera necesario, para derramar hasta la última gota de la sangre de los Urga. No dormiré ni descansaré en paz hasta haber cumplido con mi venganza y destruiré a cualquiera que se interponga en mi camino.
«Díselo», dijo de repente la voz en la mente de Garion.
«¿Qué?»
«Hazlo, Garion, tiene que saberlo. Debe hacer ciertas cosas y no podrá hacerlas hasta que se libere de esta obsesión.»
Zakath lo miraba con curiosidad.
—Lo siento. Estaba recibiendo instrucciones.
—¿Instrucciones? ¿De quién?
—No me creerías. Me han dicho que te facilitara cierta información. —Hizo una profunda inspiración—. Urgit no es un murgo —dijo sin rodeos.
—¿Qué dices?
—He dicho que Urgit no es murgo, al menos no del todo. Su madre lo es, por supuesto, pero Taur Urgas no era su padre.
—¡Mientes!
—No. Lo descubrimos cuando estábamos en el palacio Drojim, en Rak Urga. Urgit tampoco lo sabía.
—¡No te creo, Belgarion! —exclamó Zakath con la cara pálida, casi gritando.
—Taur Urgas está muerto —dijo Garion con voz cansada—. Urgit se aseguró de ello cortándole la cabeza y enterrándolo boca abajo en su tumba. También afirma que mató a cada uno de sus hermanos, los verdaderos hijos de Taur Urgas, para asegurarse de que subiría al trono. Creo que no queda una sola gota de sangre Urga en todo el mundo.
—Es un truco —dijo Zakath, ceñudo—. Te has aliado con Urgit y me cuentas esta absurda historia para salvar su vida.
«Usa el Orbe, Garion», le ordenó la voz.
«¿Cómo?»
«Sácalo de la empuñadura de la espada y cógelo en tu mano derecha. Le enseñará a Zakath la verdad que necesita saber.»
—Si puedo enseñarte la verdad, ¿la reconocerás? —le preguntó Garion al alterado emperador mientras se ponía de pie.
—¿Qué tengo que ver?
Garion se acercó a su espada y abrió la fina funda de piel que cubría la empuñadura. Luego apoyó la mano sobre el Orbe, que se desprendió con un chasquido, y se volvió hacia el hombre que estaba del otro lado de la mesa.
—No sé bien cómo funciona esto —dijo—. Me han dicho que Aldur era capaz de hacerlo, pero yo no lo he intentado nunca antes de ahora. Creo que debes mirar aquí —añadió, y extendió la mano hasta colocar el Orbe frente al rostro de Zakath.
—¿Qué es esto?
—Es lo que vosotros llamáis Cthrag Yaska —respondió Garion. Zakath retrocedió con la cara pálida—. Si no lo tocas, no te hará daño.
El Orbe, que durante los últimos meses había obedecido de mala gana las órdenes de Garion de controlarse, comenzó a palpitar y brillar en su mano, bañando la cara de Zakath en una luz azul. El emperador alzó la mano, como para apartar la piedra.
—No la toques —le advirtió Garion de nuevo—. Limítate a mirar.
Pero los ojos de Zakath ya estaban fijos en la piedra, cuya luz azul se volvía cada vez más intensa. Sus manos se aferraron a la mesa que tenía enfrente con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Durante un buen rato contempló la piedra azul e incandescente, y luego, lentamente, soltó el borde de la mesa y dejó caer las manos sobre los brazos del sillón. Una expresión de angustia se reflejó en su rostro.
—No lo sabía —gimió con lágrimas en los ojos—, y he matado a miles de personas por nada.
Las lágrimas comenzaron a correr libremente por sus mejillas.
—Lo siento, Zakath —dijo Garion con calma, bajando la mano—. No puedo cambiar lo que ya ha ocurrido, pero tenías que saber la verdad.
—No puedo darte las gracias por esta verdad —dijo Zakath mientras sus hombros se sacudían con los sollozos—. Vete, Belgarion, y llévate esa maldita piedra fuera de mi vista.
Garion asintió con compasión y tristeza. Luego volvió a colocar el Orbe en su sitio, cubrió la empuñadura y levantó la espada.
—Lo siento mucho —repitió Garion, y se marchó en silencio de la habitación, dejando al emperador de la extensa Mallorea solo con su dolor.
—De verdad, Garion, me encuentro muy bien —protestó Ce'Nedra de nuevo.
—Me alegro de oírlo.
—Entonces, me dejas levantarme de la cama.
—No.
—Eso no es justo —lloriqueó ella.
—¿Quieres un poco más de té? —preguntó él mientras se dirigía a la chimenea y hacía girar el brazo de hierro que sostenía el hervidor.
—No —respondió ella con tono de disgusto—. Tiene un olor y un sabor horribles.
—Tía Pol dice que es bueno para ti. Si bebes un poco más, te dejaré levantarte de la cama y sentarte en una silla.
Garion extrajo unas cucharadas de aromáticas hierbas secas de un pote de cerámica y las puso dentro de una taza. Luego levantó el hervidor cuidadosamente con un atizador y llenó la taza de agua hirviendo.
Los ojos de Ce'Nedra, que se habían iluminado por un instante, se entornaron de nuevo casi inmediatamente.
—¡Oh!, eres muy listo, Garion —dijo con sarcasmo—. No me trates como si fuera una niña.
—Claro que no —asintió él con delicadeza mientras dejaba la taza junto a la cama—. Creo que debes dejarlo reposar un rato.
—Por mí puede reposar un año entero, pues no pienso bebérmelo.
Garion suspiró, resignado.
—Lo siento, Ce'Nedra —dijo con verdadera tristeza—, pero te equivocas. Tía Pol dice que debes beber una taza de esta infusión cada dos horas, y hasta que ella ordene lo contrario, tendrás que hacerlo.
—¿Y qué pasa si me niego? —preguntó ella en tono beligerante.
—Soy más fuerte que tú —le recordó él
—No te atreverás a obligarme a beber eso —dijo ella con los ojos desencajados.
—Odiaría tener que hacerlo —dijo él con expresión sombría.
—Pero serías capaz, ¿no es cierto? —lo acusó ella.
—Probablemente —admitió él después de reflexionar un instante—, si tía Pol me lo ordenara...
—De acuerdo —apostilló ella con una mirada fulminante—. Dame ese apestoso té.
—No huele tan mal, Ce'Nedra.
—Entonces ¿por qué no te lo bebes tú?
—Yo no he estado enfermo.
Ella procedió a explicarle, con todo lujo de detalles, lo que pensaba de él, de la infusión, de la cama, de la habitación y de todo el mundo en general. Muchas de las palabras que usó eran muy explícitas, incluso chocantes, y otras pertenecían a idiomas que él desconocía.
—¿A qué vienen todos esos gritos? —preguntó Polgara al entrar en la habitación.
—¡Odio este brebaje! —exclamó Ce'Nedra a voz en grito mientras agitaba la taza y derramaba la mitad de su contenido.
—Entonces no lo bebas —respondió tía Pol con calma.
—Garion dice que si no lo bebo me obligará a hacerlo.
—Ésas eran las órdenes de ayer —repuso Polgara, y luego se volvió a mirar a Garion—. ¿No te dije que hoy cambiaban?
—No, no. Seguro que no lo hiciste —repuso él de igual a igual, sintiéndose muy orgulloso de su tono.
—Lo siento, cariño, debo de haberlo olvidado.
—¿Cuándo puedo levantarme? —preguntó Ce'Nedra.
Polgara la miró sorprendida.
—Cuando quieras, querida —dijo—. Justamente venía a preguntarte si deseabas unirte a nosotros para desayunar.
Ce'Nedra se sentó en la cama con los ojos echando fuego. Se volvió hacia Garion lentamente y le sacó la lengua.
—Muchísimas gracias —le dijo Garion a Polgara.
—No seas irónico, cariño —murmuró ella—. Ce'Nedra, ¿nadie te dijo cuando eras pequeña que sacar la lengua es de muy mala educación?
—¡Ah!, sí, Polgara —respondió la joven reina con una dulce sonrisa—, por eso lo hago sólo en ocasiones especiales.
—Me voy a dar un paseo —cortó Garion sin dirigirse a nadie en particular.
Luego se fue a la puerta, la abrió y se marchó.
Días después, estaba Garion sentado en una de las salitas de la antigua residencia de mujeres donde se alojaban. Tenía aquella habitación un aire muy femenino: los muebles tapizados en tonos malva y las finas cortinas de color lavanda. Al otro lado de la ventana, entre las sombrías paredes del edificio murgo, se recortaba un jardín cubierto de nieve. Un fuego crepitante ardía dentro del arco de la amplia chimenea, y en el extremo opuesto de la habitación había una artística gruta artificial, cubierta de musgo y helechos, junto a una fuente cantarina. Garion estaba sentado junto a la ventana, contemplando el cielo ceniciento de aquel mediodía sin sol viendo caer unos finos copos que no eran ni nieve ni granizo, sino un aguanieve gélida. De pronto se dio cuenta de que añoraba Riva. Era extraño darse cuenta de eso en el otro extremo del mundo. Antes, siempre había asociado la palabra «nostalgia» con la hacienda de Faldor: la cocina, el amplio patio, la herrería de Durnik y muchos otros recuerdos preciosos. Ahora, de repente, echaba de menos la costa asolada por las tormentas, la seguridad del tétrico alcázar que se cernía sobre la ciudad sombría, y las montañas cubiertas de nieve que se alzaban, con su inmaculada blancura, contra el cielo negro y tormentoso.