El señor de los demonios (49 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: El señor de los demonios
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Después de un tiempo que les pareció eterno, el gran pez salió de la cueva subacuática y se dirigió hacia ellos, surcando la superficie del agua moviendo la cola y sacudiendo la cabeza como si intentara mantener el equilibrio con las aletas. Luego volvió a sumergirse en el agua, cerca de la orilla, y poco después salió Belgarath, empapado y tembloroso.

—Ha sido fortificante —observó mientras trepaba a la orilla—. ¿Tienes una manta a mano, Pol? —preguntó, y se sacudió el agua de los brazos y las piernas.

—Eres un fanfarrón —gruñó Beldin.

—¿Qué has encontrado allí abajo? —preguntó Garion.

—Parece una especie de templo —respondió Belgarath mientras se secaba enérgicamente con la manta que le había traído Polgara—. Alguien tapió una cueva natural para darle forma. Había un altar con un extraño nicho, vacío, por supuesto. Sin embargo, el lugar parecía lleno de una presencia sobrecogedora y las rocas brillaban con un resplandor rojizo.

—¿El Sardion? —preguntó Beldin con interés.

—No está allí —respondió Belgarath mientras se secaba el pelo—, aunque es evidente que lo estuvo durante muchísimo tiempo y que alguien construyó una barrera para que nadie lo encontrara. Ya no está allí, pero la próxima vez que me acerque a él podré detectar las señales de su presencia.

—¡Garion! —exclamó Ce'Nedra de repente señalando con mano temblorosa un peñasco cercano.

Sobre la cima de aquel promontorio había una figura envuelta en una túnica de raso negro. Garion supo quién era antes de que se quitara la capucha con aire arrogante. Sin detenerse a pensarlo, desenvainó la espada de Puño de Hierro, ciego de ira.

Pero entonces Cyradis habló con voz firme y clara.

—Estoy furiosa con vos, Zandramas —declaró—. No interfiráis con lo que está escrito o me veré obligada a hacer mi elección aquí mismo en este instante.

—Si lo hicierais, asquerosa y babosa ciega, todo se sumiría en el caos, vuestra misión no se cumpliría y el azar suplantaría a la profecía. Miradme, yo soy la Niña de las Tinieblas y no temo al azar, pues él es mi siervo y no el del Niño de la Luz.

Garion oyó en aquel momento un horrible gruñido, un ruido estremecedor, sobre todo porque había surgido de la boca de su propia esposa. Ce'Nedra corrió hacia el caballo de Durnik con una rapidez increíble y desató el hacha de la montura. Luego se dirigió al peñasco, alzó el arma y lanzó un grito de ira.

—¡Ce'Nedra! —exclamó Garion mientras corría tras ella—. ¡No!

Zandramas rió con malicia.

—Elegid, Cyradis —gritó—. Haced vuestra elección, pues con la muerte de la reina de Riva el triunfo será mío. —Y alzó ambas manos sobre la cabeza.

Aunque corría tan rápido como podía, Garion supo que no podría alcanzar a Ce'Nedra antes de que la joven llegara junto al peñasco donde estaba la hechicera vestida de negro. Su esposa trepaba hacia la cima del risco mientras maldecía y apartaba las piedras que se interponían en su camino con el hacha de Durnik.

De repente, una brillante loba azul se interpuso entre Ce'Nedra y el objeto de su furia. Ce'Nedra se detuvo, como si se hubiera convertido en piedra, y Zandramas retrocedió ante los aullidos de la loba. El aura azul que rodeaba a la loba titiló y entre Zandramas y Ce'Nedra apareció la figura de la esposa de Belgarath y madre de Polgara. Su cabello rojizo brillaba con una luz azulada y sus ojos dorados ardían con un fuego sobrenatural.

—¡Tú! —exclamó Zandramas mientras retrocedía otro paso.

Poledra extendió un brazo y rodeó los hombros menudos de Ce'Nedra con un gesto protector. Con la otra mano le quitó con suavidad el hacha de Durnik. La joven reina de Riva, súbitamente serena, tenía los ojos muy abiertos y la expresión ausente, como si estuviera en trance.

—Está bajo mi protección —dijo Poledra— y no puedes hacerle daño. —La malvada hechicera dejó escapar un repentino alarido de frustración y odio. Luego volvió a erguirse, con los ojos encendidos de ira—. ¿Será ahora, Zandramas? —preguntó Poledra con voz implacable—. ¿Es éste el momento que has elegido para nuestro encuentro? Sabes bien que si no nos enfrentamos en el lugar y el momento apropiados, ambas seremos destruidas.

—¡Yo no os temo, Poledra! —gritó la hechicera.

—Ni yo tampoco a ti. De acuerdo, Zandramas, destruyámonos la una a la otra, pues si el Niño de la Luz va al lugar que ya no existe y no encuentra a la Niña de las Tinieblas, el triunfo será mío. Si has elegido este momento y este lugar, desata toda la fuerza de tu poder y veamos qué sucede, porque me estoy cansando de ti.

La cara de Zandramas estaba desfigurada por la ira y Garion pudo percibir la fuerza de su poder a punto de desatarse. Entonces intentó coger la espada para destruir con su fuego a la abominable hechicera, pero descubrió que sus músculos estaban agarrotados, al igual que los de Ce'Nedra. Notó entonces que, a sus espaldas, los demás también intentaban desasirse de una fuerza invisible que los inmovilizaba.

—No —resonó la firme voz de Poledra en el interior de su mente—. Esto es entre Zandramas y yo. No te interpongas. Bien, Zandramas —dijo luego en voz alta—. ¿Quieres seguir viva un poco más o deseas morir ahora?

La hechicera luchó por recuperar la compostura mientras el aura luminosa de Poledra se volvía más intensa. De repente, Zandramas lanzó un grito y desapareció envuelta en una llama de color naranja.

—Estaba segura de que acabaría por ver las cosas a mi manera —dijo Poledra con calma mal reprimida. Luego se volvió a Garion y a los demás con un brillo de picardía en sus ojos dorados—. ¿Por qué os habéis demorado tanto? —preguntó—. Hace meses que os espero. —Miró con aire crítico al semidesnudo hechicero que la contemplaba con evidente adoración—. Estás más delgado que un palillo, viejo lobo —observó—. Deberías comer más, ¿sabes? —Le sonrió con ternura—. ¿Te gustaría que cazara un conejo gordo para ti? —preguntó.

Luego se echó a reír, volvió a convertirse en una loba azul y se alejó a grandes zancadas, aunque sus patas apenas parecían rozar el suelo.

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