Al oír la palabra «grolims», el carretero hizo una señal tradicional para protegerse del mal.
—¡Oh!, sí, ha pasado por aquí —respondió— y entró en el templo del pueblo, si es que a eso se le puede llamar templo, pues no es más grande que mi propia casa y allí sólo hay tres grolims, dos viejos y uno joven. Bueno, la cuestión es que esa mujer con el bebé conversó un momento con alguien en el templo y enseguida salió con nuestros tres grolims. El grolim viejo intentaba convencer a los dos jóvenes de que se quedaran, pero ellos sacaron sus cuchillos y lo apuñalaron. El grolim gritó y cayó al suelo como un ternero y la mujer se marchó con los dos grolims, dejándonos sólo al viejo con la cara enterrada en el barro y...
—¿Cuántos grolims calculas que iban con ella?
—Contando los dos nuestros, yo diría que unos treinta o cuarenta... o tal vez cincuenta. Nuaca he sido muy bueno para los números. Sé distinguir la diferencia entre tres y cuatro, pero a partir de ahí me confundo y...
—¿Podrías decirnos cuándo ocurrió esto?
—Veamos. —El del carro alzó la vista hacia el cielo y comenzó a contar con los dedos—. No puede haber sido ayer porque llevé un cargamento de barriles a la granja de Cara de Sapo. ¿Conocéis a Cara de Sapo? Es el hombre más feo que he visto en mi vida, pero su hija es una verdadera belleza. Podría contaros un par de cosas sobre ella, os lo aseguro.
—De modo que no fue ayer.
—No, estoy seguro porque pasé casi todo el día en un pajar con la hija de Cara de Sapo. Y sé que tampoco fue anteayer porque ese día me emborraché y no recuerdo nada de lo que sucedió a partir de media mañana —dijo, y bebió otro trago de cerveza.
—¿Y qué hay del día anterior?
—Podría ser —respondió el conductor del carro—, o tal vez el anterior a ése.
—¿O incluso el anterior?
—No, porque ese día nuestra cerda tuvo cerditos y estoy seguro de que la mujer vino después. Debe de haber sido el día anterior a anteayer o uno antes.
—O sea, hace tres o cuatro días.
—Si así te salen las cuentas —respondió el hombre encogiéndose de hombros, y bebió otro trago de cerveza.
—Gracias por la información, amigo —dijo Sadi, y se volvió hacia Seda—. Creo que deberíamos marcharnos.
—¿Quieres que te devuelva la botella? —preguntó el carretero.
—Quédatela, amigo —dijo Seda—. Creo que ya he bebido bastante.
—Gracias por la cerveza y por la charla —gritó el carretero mientras el grupo se alejaba.
Garion se giró y vio que el pobre hombre se había bajado del carro para enfrascarse en una animada conversación con su caballo.
—¡Tres días! —exclamó Ce'Nedra, dichosa.
—O, como mucho, cuatro —dijo Sadi.
—¡Pronto la alcanzaremos! —afirmó Ce'Nedra mientras se inclinaba y se arrojaba a los brazos del eunuco.
—Eso parece, Majestad —asintió Sadi, un poco avergonzado.
Aquella noche volvieron a acampar junto al camino y a la mañana siguiente reanudaron el viaje al amanecer. El sol acababa de salir cuando un gran halcón con rayas azules descendió hasta el suelo y se convirtió en Beldin con un intenso resplandor.
—Os están esperando —dijo señalando las colinas que se alzaban poco antes de las montañas de Zamad.
—¡Ah!, ¿sí? —preguntó Belgarath mientras detenía su caballo.
—Una docena de grolims —dijo Beldin— están escondidos entre los arbustos a ambos lados del camino. —Belgarath comenzó a maldecir—. ¿Habéis hecho algo para molestar a los grolims? —preguntó el jorobado.
Belgarath negó con la cabeza.
—Zandramas los está reuniendo a medida que avanza. Es probable que haya dejado a ese grupo detrás para que nos entretengan. Sabe que le estamos pisando los talones.
—¿Qué vamos a hacer, Belgarath? —preguntó Ce'Nedra—. No podemos detenernos ahora que estamos tan cerca.
—¿Y bien? —preguntó el anciano a su hermano en la hechicería.
—De acuerdo —dijo Beldin con una mueca de preocupación—, lo haré, pero no olvides que me deberás otro favor, Belgarath.
—Apúntalo con los demás. Ya te recompensaré cuando todo esto haya acabado.
—No creas que lo olvidaré.
—¿Has descubierto adonde fueron Nahaz y Urvon?
—¿Puedes creer que volvieron a Mal Yaska? —dijo Beldin, disgustado.
—Tarde o temprano tendrán que salir de allí —le aseguró Belgarath—. ¿Necesitarás ayuda con los grolims? Si quieres, puedo pedirle a Polgara que te acompañe.
—¿Bromeas?
—No, sólo preguntaba. No hagas demasiado ruido.
Beldin respondió con un grosero resoplido, volvió a convertirse en halcón y se alejó de allí.
—¿A dónde va? —preguntó Seda.
—A ahuyentar a los grolims.
—¡Ah!, ¿sí? ¿Y cómo?
—No se lo he preguntado —dijo Belgarath encogiéndose de hombros—. Dentro de un momento, el camino quedará libre.
—Es muy bueno, ¿verdad?
—¿Beldin? ¡Oh!, sí, muy bueno. Allá va.
—¿Dónde? —preguntó Seda mirando a su alrededor.
—No lo he visto, pero lo he oído. Estaba volando bajo a un kilómetro de aquí en dirección norte, donde están escondidos los grolims. Hace tanto ruido que los grolims creerán que todos nosotros intentamos pasar sin que nos vean. —Se volvió hacia Polgara—. Pol, ¿puedes echar un vistazo para comprobar si el truco funciona?
—De acuerdo, padre. —La hechicera se concentró y Garion pudo sentir las vibraciones de su mente investigando el terreno—. Han mordido el anzuelo —informó—. Todos han corrido tras Beldin.
—Han sido muy serviciales, ¿no crees? Ahora sigamos adelante.
Clavaron los talones en los flancos de sus caballos y muy pronto llegaron a las colinas que se alzaban al pie de las montañas de Zamad. Siguieron cabalgando cuesta arriba hasta llegar a un desfiladero. Más allá, el terreno se volvía accidentado y las escarpadas laderas de las montañas estaban cubiertas por un frondoso bosque.
Garion comenzó a recibir señales contradictorias del Orbe. Al principio, sólo había percibido su ansiedad por seguir el rastro de Zandramas y Geran, pero luego empezó a oír un murmullo lóbrego, un sonido que reflejaba un odio inmemorial e implacable. Además, experimentaba una creciente sensación de calor en la zona de la espalda que estaba en contacto con la espada.
—¿Por qué se ha vuelto rojo? —preguntó Ce'Nedra, que cabalgaba detrás de él.
—¿A qué te refieres?
—Creo que es el Orbe. Puedo ver sus destellos a través de la funda de piel.
—Detengámonos un momento —dijo Belgarath mientras tiraba de las riendas de su caballo.
—¿Qué ocurre, abuelo?
—No estoy seguro. Desenvaina la espada y veamos qué sucede.
Garion desenvainó la espada. Por alguna razón, parecía más pesada de lo normal y cuando retiró la fina funda de piel del Orbe, vieron que éste había cobrado un oscuro color rojizo, en lugar del acostumbrado tono azulado.
—¿Qué ocurre, padre? —preguntó Polgara.
—Siente la proximidad del Sardion —respondió Eriond con serenidad.
—¿Tan cerca estamos? —preguntó Garion—. ¿Acaso es éste el lugar que ya no existe?
—No lo creo, Belgarion —respondió el joven—. Es otra cosa.
—¿Qué?
—No estoy seguro, pero el Orbe parece responder a la otra piedra. Hablan entre sí de un modo que no alcanzo a comprender.
Siguieron cabalgando y poco tiempo después el halcón de las rayas azules descendió al suelo frente a ellos y se convirtió en Beldin. El enano deforme tenía una expresión de orgullo en la cara.
—Pareces un gato que ha caído en un plato de nata —le dijo Belgarath.
—Es natural, acabo de enviar a una docena de grolims al casquete polar. Se divertirán mucho cuando la capa de hielo empiece a romperse y flotarán en los lagos helados durante el resto del invierno.
—¿Irás por delante para explorar el terreno? —preguntó Belgarath.
—Supongo que sí —respondió Beldin extendiendo los brazos.
El hechicero volvió a convertirse en halcón y levantó el vuelo.
Los demás se internaron en las montañas de Zamad, cabalgando con cautela. El paisaje comenzó a cambiar: los picos de tonos rojizos tenían forma serrada y sus laderas estaban cubiertas de oscuros pinos y abetos. Arroyos turbulentos corrían entre las rocas y caían en espumosas cascadas sobre los empinados riscos. El camino, que había sido recto y plano en las llanuras de Ganesia, se volvía tortuoso a medida que ascendía por las abruptas cuestas.
Cuando Beldin regresó, era casi mediodía.
—La cuadrilla principal de grolims ha girado hacia el sur —informó—. Son unos cuarenta.
—¿Zandramas está con ellos? —se apresuró a preguntar Garion.
—No lo creo; al menos yo no he percibido ninguna presencia extraña dentro del grupo.
—No le habremos perdido el rastro, ¿verdad? —preguntó Ce'Nedra, alarmada.
—No —respondió Garion—. El Orbe la sigue.
El joven miró por encima de su hombro y vio que la piedra engarzada en la empuñadura de la espada aún brillaba con un siniestro color rojo.
—Lo único que podemos hacer es seguirla —dijo Belgarath—. Es Zandramas quien nos interesa y no un grupo de grolims errantes. ¿Sabes dónde estamos exactamente? —le preguntó a Beldin.
—En Mallorea.
—Muy gracioso.
—Hemos entrado en Zamad, aunque este camino conduce hasta Voresebo. ¿Dónde está mi mula?
—Detrás, con los caballos de carga —respondió Durnik.
Cuando reanudaron el viaje, Garion percibió las vibraciones de la mente de Polgara que investigaba el terreno.
—¿Has encontrado algo, Pol? —preguntó Belgarath.
—Nada concreto, padre. Siento la proximidad de Zandramas, pero ha levantado una barrera para protegerse y no puedo señalar su ubicación exacta.
Continuaron avanzando con cautela. De repente el camino atravesó una estrecha hondonada y descendió hacia el otro lado de la colina, donde los aguardaba una figura vestida de blanco. Al acercarse, Garion vio que se trataba de Cyradis.
—Tened cuidado en este sitio —les advirtió la vidente con un deje de ira en la voz—. La Niña de las Tinieblas pretende alterar el orden de los acontecimientos y os ha tendido una trampa.
—No me sorprende en absoluto —farfulló Belgarath—. ¿Qué intenta conseguir?
—Quiere asesinar a uno de los acompañantes del Niño de la Luz para impedir que se realice una de las tareas necesarias para llegar al encuentro final. Si lo consiguiera, todo lo que habéis hecho hasta ahora habría sido en vano. Seguidme y yo os guiaré hasta vuestra próxima misión.
Toth desmontó y condujo su caballo hacia su delgada ama. Ella le sonrió con la cara radiante y apoyó su mano menuda sobre el musculoso brazo del gigante. Toth la levantó sin el menor esfuerzo, la dejó sobre la silla del caballo y cogió las riendas del animal.
—Tía Pol —murmuró Garion—, ¿es idea mía o esta vez realmente está aquí?
Polgara miró con atención a la vidente de los ojos vendados.
—No es una proyección —dijo—, es mucho más nítida. No entiendo cómo ha llegado hasta aquí, pero creo que tienes razón. Esta vez es real.
Siguieron a la vidente y a su guía mudo por el camino que descendía de forma abrupta hacia una explanada cubierta de hierba, rodeada de grandes abetos. En el centro de la explanada había un pequeño lago de montaña que brillaba bajo la luz del sol.
De repente, Polgara se detuvo alarmada.
—Alguien nos vigila —dijo.
—¿Quién, Polgara? —preguntó Belgarath.
—La mente está escondida, padre. Sólo logro percibir una presencia que nos vigila y un fuerte sentimiento de ira. —La hechicera esbozó una pequeña sonrisa—. Estoy segura de que se trata de Zandramas. Ha levantado una barrera para que no logre penetrar en su mente, pero no puede evitar que me sienta vigilada ni es capaz de controlar su furia para que no la detecte.
—¿Con quién está tan enfadada?
—Creo que con Cyradis. Se tomó muchas molestias para tendernos esta trampa y la vidente la ha hecho fracasar. De todos modos, debemos tener cuidado, pues aún puede intentar algo.
—De acuerdo —dijo él con firmeza.
Toth cruzó la explanada tirando del caballo de su ama y se detuvo junto al lago. Cuando los demás se aproximaron a la vidente, ella señaló el agua cristalina.
—Vuestra próxima misión está aquí —dijo—. En el fondo del lago hay una gruta. Uno de vosotros debe bajar allí y obtendrá una gran revelación.
Belgarath miró a Beldin, esperanzado.
—Esta vez no, viejo amigo —dijo el enano—. Soy un halcón, no un pez, y el agua fría me gusta tanto como a ti.
—¿Pol? —preguntó Belgarath con voz quejumbrosa.
—No, padre —respondió ella—. Creo que esta vez te toca a ti. Además, necesito concentrarme en Zandramas.
El hechicero se inclinó y sumergió la mano en el agua cristalina, pero enseguida la sacó con un escalofrío.
—Esto es cruel —dijo. Seda sonrió—. No lo digas, príncipe Kheldar —refunfuñó Belgarath mientras comenzaba a quitarse la ropa—. Mantén la boca cerrada.
Todos se sorprendieron un poco al ver el cuerpo musculoso y esbelto del anciano. A pesar de su afición por las comidas grasas y la cerveza, su vientre era liso como una tabla, y a pesar de ser delgado como un palillo, los músculos de su pecho y de sus hombros se ondulaban bajo su piel cuando se movía.
—Vaya, vaya —dijo Velvet contemplando con admiración al anciano vestido sólo con un taparrabos.
—¿Qué pasa, Liselle? —preguntó Belgarath con picardía—. ¿Te gustaría correrte otra juerga en el agua? —añadió mirándola con sus ojos azules llenos de malicia.
Ella se ruborizó a ojos vistas y miró a Seda con aire culpable.
Belgarath rió, se inclinó hacia adelante y se arrojó al lago, surcando el agua con su cuerpo como si fuera la hoja de un cuchillo. Varios metros más allá salió convertido en un pez. Sus escamas plateadas brillaban bajo la luz del sol y su cola en forma de horquilla salpicaba gotas de agua que parecían piedras preciosas sobre la burbujeante superficie del lago. Luego el pesado cuerpo del pez se hundió en las profundidades del agua cristalina.
—¡Cielos! —exclamó Durnik, nerviosísimo.
—Olvídalo, cariño —bromeó Polgara—. No le gustaría nada que le clavaras un anzuelo en la mandíbula.
El enorme salmón de flancos plateados descendió en medio de un remolino de agua y desapareció en una abertura irregular situada casi en el fondo del lago.
Mientras esperaban, Garion se sorprendió a sí mismo conteniendo la respiración.