Se volvió a oír otro grito procedente del templo.
El mediodía llegó y pasó sin que nadie lo notara, mientras Garion y los demás escuchaban horrorizados los gritos de la parturienta.
A media tarde, los quejidos se volvieron mucho más débiles y al atardecer se oyó un último y horrible grito que pareció perderse en el silencio. Polgara salió del templo unos minutos después. Tenía la cara pálida y las manos y la ropa empapadas de sangre.
—Y bien, Pol —preguntó Belgarath.
—Ella ha muerto.
—¿Y el demonio?
—Nació muerto. Ninguno de los dos ha podido sobrevivir al parto. —Miró sus ropas ensangrentadas—. Durnik, por favor, tráeme agua y una manta.
—Por supuesto, Pol.
Mientras su esposo la ocultaba con la manta, Polgara se desnudó por completo y arrojó toda su ropa a la puerta del templo. Luego se envolvió en la manta.
—Ahora quemadlo todo —dijo ella—. Dejad que el fuego consuma hasta el último vestigio de este templo.
Cruzaron la frontera de Jenno al mediodía del día siguiente, tras las huellas de Zandramas. La experiencia de la tarde anterior los había dejado apesadumbrados y cabalgaban en silencio. Unos cinco kilómetros más allá de la frontera, se detuvieron junto al camino y comieron. La luz del sol era muy brillante y el día agradablemente cálido. Garion se alejó un poco de los demás para contemplar una nube de abejas con rayas amarillas que trabajaban con esmero posadas sobre las flores silvestres.
—Garion —dijo Ce'Nedra en voz baja mientras se acercaba por detrás.
—¿Sí, Ce'Nedra? —respondió él mientras le rodeaba los hombros con un brazo.
—¿Qué fue lo que ocurrió en el templo?
—Tú viste lo mismo que yo.
—No me refiero a eso, sino a lo que sucedió en el interior. ¿Esa pobre mujer y su hijo murieron o Polgara los mató?
—¡Ce'Nedra!
—Tengo que saberlo, Garion. ¡Estaba tan resuelta a hacerlo cuando entró en el templo! No hay duda de que iba a matar al bebé, pero luego salió y nos dijo que ambos habían muerto de forma natural en el parto. ¿No crees que fue muy oportuno?
—Ce'Nedra, piensa un poco —respondió Garion con un suspiro—. Conoces a tía Pol desde hace mucho tiempo. ¿Alguna vez te ha mentido?
—Bueno... en alguna ocasión ha evitado decirme toda la verdad. Me ha dicho sólo parte y ha omitido el resto.
—Eso no es lo mismo que mentir, Ce'Nedra, y tú lo sabes muy bien.
—Bueno...
—Estás enfadada porque ella dijo que sería necesario matar a esa criatura.
—Un bebé —corrigió ella con firmeza.
Garion apoyó las manos sobre los hombros de su esposa y la miró a los ojos.
—No, Ce'Nedra, no era un bebé. Era mitad humano y mitad demonio, o sea, un verdadero monstruo.
—Pero era pequeño, indefenso.
—¿Cómo lo sabes?
—Todos los bebés son pequeños al nacer.
—No creo que éste lo fuera. Antes de que tía Pol me obligara a salir, vi a la mujer un instante. ¿Recuerdas el tamaño de tu vientre poco antes de que naciera Geran? Bueno, pues el de esa mujer era al menos cinco veces más grande, y ella no era mucho más alta que tú.
—No lo dices en serio.
—Claro que sí. Era imposible que el demonio naciera sin matar a su madre. Habría tenido que desgarrarle las entrañas.
—¿Y matar a su propia madre? —preguntó ella, atónita.
—¿Crees que la hubiese querido? Los demonios no conocen el significado de la palabra amor, Ce'Nedra, por eso son demonios. Ha sido una suerte que éste muriera. Es una pena que la mujer también tuviera que morir, pero cuando llegamos allí era demasiado tarde para hacer nada por ella.
—Eres un hombre frío y calculador, Garion.
—¡Oh, Ce'Nedra, tú sabes que no es así! Lo que ocurrió en el templo fue muy desagradable, sin duda, pero hicimos lo único que podíamos hacer.
Ella se giró y comenzó a correr.
—¡Ce'Nedra! —exclamó, y corrió tras ella.
—¿Qué? —respondió ella mientras intentaba soltarse el brazo.
—No teníamos otra opción —repitió—. ¿Te gustaría que Geran creciera en un mundo lleno de demonios?
—No —admitió después de mirarlo largamente—, es que... —dejó la frase en el aire.
—Ya lo sé —respondió él mientras la estrechaba entre sus brazos.
—¡Oh, Garion! —dijo. Se abrazó a él y todo volvió a la normalidad.
Después de comer volvieron a internarse en el bosque y pasaron junto a varias aldeas construidas bajo los árboles. Eran pueblos rústicos, formados por apenas una docena de chozas de troncos rodeadas de vallas hechas con ramas. Entre los tocones que rodeaban cada aldea había un número sorprendente de cerdos.
—No tienen muchos perros —observó Durnik.
—Esta gente prefiere a los cerdos —dijo Seda—. Los karands sienten un gran apego por la suciedad y los cerdos parecen satisfacer sus necesidades más profundas.
—¿Sabes una cosa, Seda? —preguntó el herrero—. Serías un compañero de viaje mucho más agradable si no intentaras bromear con todo.
—Es uno de mis defectos. Después de vivir tantos años en este mundo, he descubierto que si no me río podría acabar llorando.
—Lo dices en serio, ¿verdad?
—¿Acaso me crees capaz de mentirle a un viejo amigo?
A media tarde, el camino que seguían giró de forma casi imperceptible hacia el exterior del bosque y luego se dividió en dos.
—Muy bien ¿hacia dónde vamos? —preguntó Belgarath.
Garion alzó la espada y la giró a un lado y a otro hasta sentir el familiar tirón.
—Hacia la derecha —respondió.
—¡Cuánto me alegro! —exclamó Seda—. El camino de la izquierda conduce a Calida y allí ya se habrán enterado de la muerte de Harakan. Aunque no haya demonios, una ciudad llena de histéricos no es un buen sitio para visitar. Los seguidores de Mengha podrían ponerse nerviosos cuando se enteren de que éste los ha abandonado.
—¿A dónde conduce el camino de la derecha? —preguntó Belgarath.
—Al lago Karanda —respondió Seda—. Es el lago más grande del mundo. Si lo miras desde la orilla, tienes la impresión de estar frente a un océano.
—Abuelo —dijo Garion con una mueca de preocupación—, ¿crees que Zandramas sabe que el Orbe puede seguirla?
—Sí, es muy probable.
—¿Y que no puede hacerlo a través del agua?
—No estoy seguro.
—Pues si lo sabe, ¿no es posible que se dirigiera al lago para despistarnos? Podría haber vuelto a cruzar el lago y desembarcar en cualquier sitio. En ese caso habría cambiado de dirección y no la descubriríamos nunca.
Belgarath se mesó la barba y entornó los ojos, deslumbrado por la luz del sol.
—Pol —dijo—, ¿hay algún grolim en los alrededores?
Ella se concentró un momento.
—No en la zona más cercana, padre.
—Bien. Cuando Zandramas intentó manipular la mente de Ce'Nedra, en Rak Hagga, tú pudiste visualizar sus pensamientos, ¿verdad?
—Sí, por un instante.
—Entonces estaba en Ashaba, ¿no es cierto? —Ella asintió con un movimiento de cabeza—. ¿Pudiste leer en su mente hacia dónde planeaba ir después?
—No vi nada concreto, padre —dijo ella, preocupada—, sólo un vago deseo de volver a casa.
—Darshiva —dijo Seda mientras chasqueaba los dedos—, sabemos que el nombre Zandramas procede de Darshiva y Zakath le dijo a Garion que fue allí donde comenzó a causar problemas.
—Es sólo una suposición —observó Belgarath—. Me sentiría mucho más tranquilo si pudiera obtener algún tipo de confirmación. —Miró a Polgara—. ¿Crees que podrías restablecer el contacto con ella aunque sólo fuera por un instante? Lo único que necesito es una pequeña guía.
—No lo creo, padre. Lo intentaré, pero... —se encogió de hombros. Luego su expresión se volvió muy serena y Garion pudo percibir el sutil tanteo de su mente buscando la de Zandramas. Después de un momento, volvió a la normalidad—. Se está protegiendo, padre —dijo por fin—, no puedo ver nada en absoluto.
El anciano maldijo entre dientes.
—Tendremos que acercarnos al lago y hacer algunas preguntas. Tal vez alguien la haya visto.
—No me cabe duda —dijo Seda—, pero a Zandramas le gusta ahogar a sus marineros, ¿recuerdas? Cualquiera que la haya visto desembarcar ahora descansará debajo de cien metros de agua.
—¿Se te ocurre otro plan?
—Ahora mismo, no.
—Entonces vayamos hacia el lago.
El sol comenzaba a ocultarse lentamente a sus espaldas cuando pasaron por un pueblecito situado a unos ochocientos metros del camino. Sus habitantes estaban reunidos alrededor de las vallas que rodeaban la aldea. Habían encendido una gran hoguera y construido un rústico altar de troncos decorado con calaveras. Sobre el altar, un hombre delgado con plumas en la cabeza y tatuaje de grotescos dibujos en la cara y en el cuerpo entonaba un encantamiento a voz en grito. Tenía los brazos alzados hacia el cielo, en actitud implorante, y hablaba con una voz desesperada.
—¿Qué hace? —preguntó Ce'Nedra.
—Intenta convocar a un demonio para ganarse la admiración de la gente del pueblo —respondió Eriond con serenidad.
—¡Garion! —exclamó ella, alarmada—, ¿no deberíamos huir?
—No lo conseguirá —le aseguró Eriond—. El demonio no vendrá, pues Nahaz les ha dicho que no acudan a las convocatorias de los karands.
El mago interrumpió su conjuro. A pesar de la distancia, Garion pudo ver con claridad su expresión de pánico.
Un murmullo de la gente airada se extendió entre los habitantes del pueblo.
—La multitud empieza a ponerse nerviosa —observó Seda—, si el demonio no acude a la próxima llamada, el mago podría tener problemas.
El hombre del cuerpo pintado y las plumas en el pelo comenzó a recitar su conjuro otra vez, gritando e implorando al cielo. Cuando terminó, aguardó un momento con ansiedad, pero no ocurrió nada.
Unos instantes después, la multitud enfurecida se puso a gritar y avanzó hacia él. Destrozaron el altar de troncos y capturaron al asustado mago. Luego, entre roncas carcajadas, le clavaron las manos y los pies a uno de los troncos y lo arrojaron al fuego con una enorme ovación.
—Vámonos de aquí —dijo Belgarath—. Las multitudes suelen volverse salvajes después de probar la sangre.
Se alejaron de allí al galope. De noche acamparon en un bosquecillo de sauces, a la orilla de un arroyo, y tomaron precauciones para ocultar el fuego.
A la mañana siguiente había mucha niebla y cabalgaron con precaución, con las armas preparadas.
—¿Cuánto falta para el lago? —preguntó Belgarath. El sol comenzaba a disipar la neblina.
—Es difícil calcular la distancia con exactitud —dijo Seda mientras escudriñaba la fina capa de niebla que los rodeaba—. Supongo que unos diez kilómetros.
—Démonos prisa. Cuando lleguemos allí tendremos que alquilar un barco y eso podría entretenernos.
Dejaron sueltas las riendas de los caballos y continuaron el viaje al galope. El camino había comenzado a descender de forma notable.
—Estamos más cerca de lo que creía —dijo Seda—. Recuerdo bien este trecho del camino. Llegaremos dentro de una hora.
En varias ocasiones se cruzaron con grupos de karands, casi todos vestidos con pieles marrones y fuertemente armados. Aunque los miraban con desconfianza y hostilidad, la cota de malla, el casco y la espada de Garion eran lo bastante impresionantes como para que nadie se atreviera a detenerlos.
A media mañana, la niebla gris se había disipado por completo. Llegaron a lo alto de un montículo y Garion tiró de las riendas de Chretienne. Ante él se extendía una gran extensión de agua azul resplandeciente bajo el sol de la mañana. Parecía un inmenso piélago, sin señales de su lejana costa, pero a diferencia del océano, no olía a mar.
—Es muy grande, ¿verdad? —preguntó Seda mientras aproximaba su caballo al de Garion. Luego señaló hacia una aldea con casas de troncos y paja, situada aproximadamente a un kilómetro y medio de la orilla del lago, donde había un grupo de botes de tamaño mediano amarrados a un muelle flotante—. Allí es donde solía alquilar barcos para cruzar el lago.
—Entonces ¿también has hecho negocios por aquí?
—¡Oh, sí! En las montañas de Zamad hay minas de oro y, en el bosque, yacimientos de piedras preciosas.
—¿Qué tamaño tienen esas embarcaciones?
—Son bastante grandes. Estaremos un poco apretados, pero el tiempo es bueno y podremos cruzar sin riesgos, aunque llevemos más carga de la aconsejable. ¿Qué están haciendo? —preguntó súbitamente perplejo.
Garion miró hacia el camino que conducía a la aldea y vio un grupo de gente que bajaba hacia la orilla del lago. Vestían con pieles rojas y marrones, y muchos de ellos llevaban capas teñidas de color pardo o azul claro. Cada vez aparecían más personas sobre la cima de la colina, mientras otras salían del pueblo a recibirlas.
—Belgarath —dijo el pequeño drasniano—, creo que tenemos problemas. —El hechicero se acercó al trote al pie de la colina y miró a la multitud que se congregaba frente al pueblo—. Necesitamos entrar en ese pueblo para alquilar un barco —afirmó Seda—. Estamos armados como para intimidar a una docena de hombres, pero allí hay por lo menos doscientos.
—¿Será una feria de campo? —preguntó el anciano.
Seda negó con la cabeza.
—No lo creo. No es la época del año adecuada y la gente no lleva carros. —Desmontó y se acercó a los caballos de carga. Un momento después volvió con una rústica chaqueta de piel roja y un gorro abombado por el uso. Se los puso, se agachó y con dos trozos de cuerda se ató unas polainas de tela de saco a las pantorrillas—. ¿Qué aspecto tengo? —preguntó.
—El de un pordiosero —respondió Garion.
—Ésa es la idea. Así es la moda en Karanda —dijo, y volvió a montar.
—¿De dónde has sacado esas ropas? —preguntó Belgarath con curiosidad.
—Se las robé a uno de los cadáveres del templo —respondió el hombrecillo encogiéndose de hombros—. Me gusta tener siempre algunos disfraces a mano. Iré a ver qué ocurre allí abajo. —Picó espuelas en los flancos de su caballo y cabalgó hacia la multitud reunida cerca del pueblo.
—Escondámonos —sugirió Belgarath—. Será mejor que no nos vean.
Llevaron los caballos al otro lado de la colina y se ocultaron en un barranco situado a una distancia considerable del camino. Garion trepó por una pared del barranco y se escondió detrás de la alta hierba para vigilar.