—Gracias por venir, Cyradis —dijo Belgarath—. Lamento haberte molestado, y sé lo difícil que es para ti hacer esto, pero antes de continuar necesito algunas respuestas.
—Os diré todo lo que me está permitido deciros, Belgarath —respondió ella. Su voz era suave y musical, pero tenía una firmeza que reflejaba una poderosa determinación—. Sin embargo, os advierto que tenéis que daros prisa, pues se acerca la hora del encuentro final.
—Ésa es una de las cosas de las que quería hablar. ¿Podrías ser más concreta con respecto a la fecha de ese encuentro?
Pareció reflexionar o consultar con un ser tan poderoso que Garion se estremeció sólo de pensar en él.
—Yo no concibo el tiempo en los mismos términos que vosotros, sagrado Belgarath —dijo ella—, pero mi misión se cumplirá y el encuentro entre el Niño de la Luz y la Niña de las Tinieblas sucederá dentro del plazo en que un bebé vive en las entrañas de su madre.
—Bueno, supongo que eso es bastante claro —respondió él—. Ahora bien, cuando viniste a Mal Zeth, nos dijiste que en Ashaba debíamos cumplir una misión antes de continuar. Aquí han sucedido muchas cosas, pero no estoy seguro de cuál era esa misión. ¿Podrías decírmela?
—La misión ya está cumplida, hombre eterno, pues el Libro de los Cielos decía que la cazadora debía encontrar a su presa y traerla a la Casa de las Tinieblas en la decimosexta luna. Y tal como las estrellas lo predijeron, ya ha sucedido.
En la cara del anciano se dibujó una expresión de perplejidad.
—Apresúrate a preguntar, discípulo de Aldur —dijo ella—. Me queda poco tiempo.
—Se supone que debo seguir el rastro de los misterios —dijo él—, pero Zandramas cortó las páginas fundamentales de la copia de los oráculos de Ashaba.
—No, venerable anciano, no fue la mano de Zandramas la que mutiló el libro, sino la de su autor.
—¿Torak? —preguntó él con expresión de asombro.
—Así es, pues sabed que las palabras de la profecía vienen de forma espontánea y a menudo su mensaje no es del agrado del profeta. Eso le ocurrió al amo de esta casa.
—Pero, ¿Zandramas consiguió una copia sin adulterar? —preguntó él.
La vidente asintió con un gesto.
—¿Y hay alguna otra copia que Torak no haya alterado? —preguntó Beldin con curiosidad.
—Sólo dos —respondió ella—. Una está en la casa de Urvon, el discípulo, pero ahora está en manos de Nahaz, el maldito. No intentéis arrebatársela, porque moriréis.
—¿Y la otra? —preguntó el jorobado.
—Buscad al hombre del pie deforme, porque él os ayudará a encontrarla.
—Ésa no es una gran ayuda, ¿sabes?
—Os hablo con las palabras del Libro de los Cielos, escritas antes de que se creara el mundo. Son unas palabras que no pertenecen a ningún lenguaje y hablan directamente al corazón.
—Por supuesto —respondió él—. Has hablado de Nahaz, ¿sabes si él enviará a sus demonios tras nuestros pasos, para dificultar nuestro viaje por Karanda?
—No, amable Beldin. Nahaz no tiene ningún interés en Karanda. Sus siniestras legiones ya no se encuentran allí ni responden a ninguna convocatoria, por importante que sea. Sin embargo, infestan las llanuras de Darshiva, donde luchan contra los súbditos de Zandramas.
—¿Dónde está Zandramas ahora? —preguntó Belgarath.
—Se dirige al lugar donde el Sardion estuvo escondido durante innumerables siglos. Aunque ya no se encuentra allí, ella espera hallar algún rastro de él en las rocas y seguirlo hasta el lugar que ya no existe.
—¿Es posible eso?
—No puedo revelároslo —respondió ella con el rostro inexpresivo. Luego se irguió—. No puedo deciros nada más en este lugar, Belgarath. Buscad el misterio que os guíe, pero debéis apresuraros, pues el tiempo no detiene su rítmico paso. —Entonces se giró hacia el altar negro, donde Zith seguía ovillada, con sus ruidos como murmullos y silbando con furia—. Tranquilizaos, pequeña hermana —dijo—, pues vuestra misión ya se ha cumplido y aquello que se había retrasado por fin sucederá.
Luego, a pesar de tener los ojos vendados, Cyradis pareció posar su mirada serena sobre cada uno de ellos. Sólo hizo una breve pausa para saludar a Polgara con un gesto de profundo respeto. Por fin se volvió hacia Toth, y aunque su expresión reflejaba una profunda angustia, no dijo nada. Suspiró y desapareció.
—Lo de siempre —dijo Beldin, disgustado—. Odio los acertijos. Son el pasatiempo de los analfabetos.
—Deja de jactarte de tu cultura y veamos si podemos descifrar su mensaje —dijo Belgarath—. Sabemos que de un modo u otro, todo se decidirá dentro de unos nueve meses. Ése era el número que necesitaba.
—¿Cómo has llegado a esa conclusión? —preguntó Sadi, perplejo—. Con franqueza, no entendí mucho de lo que dijo.
—Simplemente, que tenemos el mismo tiempo que un bebé pasa en el vientre de su madre —explicó Polgara—, o sea nueve meses.
—¡Oh! —respondió él, acompañando sus palabras con una sonrisa triste—. Supongo que no estoy muy informado sobre esos asuntos.
—¿Y a qué se refería cuando habló de la decimosexta luna? —preguntó Seda— No le entendí.
—Todo esto comenzó con el nacimiento del hijo de Belgarion —explicó Beldin—. Hemos encontrado una referencia en el Códice Mrin. Tu amiga tenía que estar aquí con la serpiente dieciséis lunas más tarde.
Seda comenzó a contar con los dedos.
—Todavía no han pasado dieciséis meses —objetó.
—Lunas, Kheldar —dijo el jorobado—. Lunas, no meses. Es distinto, ¿sabes?
—¡Oh!, supongo que eso lo explica todo.
—¿Quién es ese hombre con el pie deforme que se supone que tiene una copia fiel de los Oráculos? —preguntó Belgarath.
—Me suena de algo —le respondió Beldin—. Déjame pensar.
—¿Qué hace Nahaz en Darshiva? —preguntó Garion.
—Por lo visto se dedica a atacar a los grolims —respondió Belgarath—. Sabemos que Zandramas procede de Darshiva y que controla la Iglesia en esa región. Si Nahaz quiere que Urvon consiga el Sardion, tendrá que detenerla, de lo contrario ella lo encontrará primero.
De repente, Ce'Nedra pareció recordar algo y miró a Garion con los ojos llenos de ansiedad.
—¿No dijiste que cuando Zandramas te engañó viste a Geran?
—Sí, pero sólo era una proyección.
—¿Qué aspecto tenía?
—El mismo. No había cambiado nada desde la última vez que lo vi.
—Garion, cariño —dijo Polgara con dulzura—, sabes que eso no es posible. Ha pasado casi un año y no podría tener el mismo aspecto. Durante los primeros años, los niños crecen y cambian mucho.
—Ahora me doy cuenta —respondió él con un gesto de amargura—, pero en aquel momento no estaba en condiciones de pensar en nada. —Garion hizo una pausa—. ¿Por qué no proyectó una imagen de él tal como está ahora?
—Porque quería asegurarse de que lo reconocerías.
—¡Para ya! —le ordenó Sadi a Zith mientras retiraba la mano con brusquedad. La pequeña serpiente verde silbaba, amenazadora. El eunuco se volvió hacia Velvet—. ¿Ves lo que has hecho? —la acusó—. La has enfurecido.
—¿Yo? —preguntó ella con voz inocente.
—¿Te gustaría que te sacaran de un lecho cálido para arrojarte a la cara de alguien?
—No lo había pensado. Le pediré perdón, Sadi..., en cuanto recupere la compostura. ¿Crees que podrá meterse sola dentro de la botella?
—En condiciones normales, suele hacerlo.
—Tal vez sería lo mejor. Coloca la botella sobre el altar y deja que se meta dentro y proteste un rato.
—Es probable que tengas razón.
—¿Hay alguna sala habitable en la casa? —le preguntó Polgara a Seda.
—Más o menos —respondió el hombrecillo—. Los chandims y los guardias se alojaban en ellas.
—Entonces ¿por qué no nos vamos de aquí? —preguntó mientras echaba un vistazo a los cadáveres desperdigados por la sala del trono—. Este sitio parece un campo de batalla y el olor a sangre es muy desagradable.
—¿Por qué te preocupas? —preguntó Ce'Nedra—. Ahora vamos a perseguir a Zandramas, ¿verdad?
—Hasta mañana, no, cariño —respondió Polgara—. Fuera está oscuro, hace frío y todos estamos cansados y hambrientos.
—Pero...
—Los chandims y los guardianes del templo han huido, Ce'Nedra, pero no sabemos si se han ido muy lejos. Además, están los galgos, por supuesto. Sería un error internarse de noche en el bosque, cuando no podemos ver los peligros que nos acechan entre los árboles.
—Es lógico, Ce'Nedra —repuso Velvet—. Intentemos dormir un poco y salgamos mañana por la mañana.
—Supongo que tenéis razón —dijo la menuda reina con resignación—, es sólo que...
—Zandramas no podrá escaparse, Ce'Nedra —le aseguró Garion—. El Orbe sabe bien por dónde ha ido.
Siguieron a Seda por el pasillo manchado de sangre, y Garion intentó ocultar con su cuerpo los cadáveres de los guardianes y karands muertos antes de entrar en la sala del trono de Torak para que Ce'Nedra no los viera. A mitad del pasillo, Seda abrió una puerta y alzó la antorcha que había cogido de uno de los candelabros de la pared.
—Esto es lo mejor que he podido encontrar —le dijo a Polgara—. Al menos alguien ha intentado limpiarla.
Polgara miró a su alrededor. La habitación parecía una barraca. Había literas junto a las paredes y una mesa larga con bancos en el centro. En la chimenea aún quedaban algunas brasas.
—Es apropiado —dijo ella.
—Será mejor que vaya a echar un vistazo a los caballos —sugirió Durnik—. ¿Hay algún establo por aquí?
—Está al fondo del patio —respondió Beldin—, y los guardianes deben de haber dejado el forraje de sus caballos.
—Bien —repuso Durnik.
—¿Podrías traerme los utensilios de cocina y las provisiones, cariño?
—Por supuesto —respondió él, y salió de la habitación seguido por Toth y Eriond.
—De repente me siento tan cansado que no puedo mantenerme en pie —dijo Garion dejándose caer sobre un banco.
—No me extraña —gruñó Beldin—, has tenido un día muy movido.
—¿Vendrás con nosotros? —le preguntó Belgarath al jorobado.
—No, no lo creo —respondió Beldin mientras se arrellanaba en un banco—. Quiero descubrir dónde se ha llevado Nahaz a Urvon.
—¿Crees que podrás seguirlo?
—¡Oh, sí! —respondió Beldin tocándose la nariz—. Puedo oler a un demonio seis días después de que haya pasado por un lugar. Le seguiré el rastro como si fuera un perro de caza. Tú persigue a Zandramas y ya volveremos a encontrarnos en algún punto del camino. —El jorobado se rascó la barbilla con aire pensativo—. Creo que podemos estar seguros de que Nahaz no dejará escapar a Urvon. Después de todo, Urvon es, o era, un discípulo de Torak, y aunque lo deteste, debo reconocer que tiene una mente prodigiosa. Nahaz tiene que hablarle permanentemente para evitar que recupere la lucidez, de modo que si nuestro Señor de los Demonios se ha marchado a Darshiva, no hay duda de que habrá llevado a Urvon consigo.
—Tendrás mucho cuidado, ¿verdad?
—No te pongas sentimental, Belgarath. Limítate a dejarme algún rastro que pueda seguir. No quiero tener que registrar toda Mallorea para encontrarte.
Sadi llegó de la safa del trono con el maletín rojo en una mano y la botella de Zith en la otra.
—Todavía está muy nerviosa —le dijo a Velvet—. No le gusta que la usen como si fuera un arma.
—Ya te he dicho que le pediré perdón, Sadi —se justificó ella—. Se lo explicaré todo y estoy segura de que lo comprenderá.
Seda miraba a la joven rubia con una expresión extraña.
—Dime —le dijo—, ¿la primera vez que te metiste a Zith en el corpiño, no te dio miedo?
—Para serte franca, príncipe Kheldar, tuve que contenerme para no ponerme a gritar desaforadamente —dijo Velvet.
A la mañana siguiente, cuando el cielo cubierto de nubes empujadas por el viento frío de las montañas se tiñó de una luz mortecina, Seda regresó a la habitación donde los demás habían pasado la noche.
—La casa está vigilada —anunció.
—¿Por cuántos hombres?
—Sólo he visto a uno, pero estoy seguro de que habrá más.
—¿Dónde está el que viste?
—Mirando al cielo —respondió Seda con una pícara sonrisa—, o al menos eso parece, está tendido de espaldas con los ojos abiertos. —El hombrecillo sacó una de las dagas de una de sus botas y miró con tristeza su punta dentada—. ¿Tenéis idea de lo que cuesta clavar un cuchillo en una cota de malla?
—Por eso las usa la gente, Kheldar —dijo Velvet—. Deberías tener uno de éstos —añadió mientras sacaba un puñal con la cuchilla larga y la punta fina como una aguja.
—Creí que preferías las serpientes.
—Siempre hay que usar el arma apropiada para cada caso, Kheldar. No me gustaría que Zith se rompiera los dientes con una cota de malla.
—¿No podríais discutir estos asuntos en otro momento? —preguntó Belgarath—. ¿Sabes quién es ese individuo que de repente se muestra tan interesado por el cielo?
—No tuvimos mucho tiempo para presentaciones —respondió Seda mientras guardaba la daga dentada en la bota.
—Me refiero a qué grupo pertenece.
—¡Ah!, era un guardián del templo.
—¿Estás seguro de que no era chandim?
—Sólo puedo adivinar su identidad por su ropa.
El anciano respondió con un gruñido.
—Si tenemos que comprobar que no haya nadie detrás de cada árbol o de cada arbusto, no llegaremos nunca —dijo Sadi.
—Lo sé —respondió Belgarath rascándose una oreja—. Dejadme pensar un momento.
—Mientras lo haces, yo prepararé el desayuno —dijo Polgara, y dejó a un lado el cepillo para el pelo—. ¿Qué os gustaría tomar?
—¿Avena con leche? —preguntó Eriond.
—Querrás decir gachas, Eriond —replicó Seda con un suspiro, y enseguida se volvió hacia Polgara, cuya mirada se endureció de repente—. Lo siento, Polgara —se disculpó—, pero estamos obligados a educar a los jóvenes, ¿no crees?
—Lo que creo es que necesito leña —respondió ella.
—Te la traeré ahora mismo.
—Eres muy amable.
Seda salió corriendo.
—¿Alguna idea? —le preguntó el jorobado Beldin a Belgarath.
—Varias, pero en todas encuentro algún fallo.
—¿Por qué no me dejas ocuparme de esto a mí? —preguntó el hombrecillo deforme mientras se arrellanaba en un banco cerca del fuego y se rascaba la barriga con aire ausente—. Has tenido una noche dura y un hombre de diez mil años necesita tiempo para reponer fuerzas.