—Como ves, la gratitud de los grolims es muy grande —le dijo Seda en voz baja a Garion, que repartía su atención entre la historia y la tarea de conducir el lanchón.
—Los años siguientes fueron muy duros —continuó Arshag—. Pasé de maestro en maestro, fui tratado como un esclavo y sufrí todo tipo de vejaciones. —Una ligera sonrisa se dibujó en sus labios—. De vez en cuando me vendían a otros magos, como si fuera una vaca o un cerdo. Cuando por fin aprendí el oficio, volví atrás y me vengué de todos y cada uno de mis profesores. Con el tiempo, en un sitio cercano a las tierras yermas del norte, logré convertirme en aprendiz de un anciano considerado como el mago más poderoso de Karanda. Era muy viejo y le fallaba la vista, así que me tomó por un joven karand ávido de sabiduría. Me aceptó como su aprendiz y allí comenzó mi verdadero entrenamiento. No es muy difícil hacer aparecer a simples demonios, pero convocar a un Señor de los Demonios es mucho más complicado y peligroso. El mago aseguraba haberlo hecho dos veces en su vida, pero es probable que mintiera. Sin embargo, me enseñó a hacer aparecer la imagen de Nahaz y también a comunicarme con él. Ningún hechizo o conjuro es suficiente para obligar a un Señor de los Demonios a acudir cuando lo llaman. Sólo aparecerá si él acepta hacerlo..., en general, por sus propios motivos.
»Una vez que aprendí todo lo que el viejo mago podía enseñarme, lo maté y regresé a Calida —dijo, acompañando sus palabras con un triste suspiro—. El viejo era un buen maestro y lamenté tener que matarlo. —Luego se encogió de hombros—. Pero era viejo, y acabé con él con una simple puñalada en el corazón.
—Tranquilo, Durnik —dijo Seda mientras sujetaba el brazo del furioso herrero.
—En Calida, encontré el templo sumido en un caos absoluto —continuó Arshag—. Mis hermanos se habían dejado vencer por la desesperación y el templo se había convertido en un antro de libertinaje y corrupción. Sin embargo, controlé mi ira y no me relacioné con nadie. Envié un mensajero a Mal Yaska para que le avisara a Harakan que mi misión había tenido éxito y que aguardaba sus órdenes en el templo de Calida. Poco tiempo después me respondió uno de los chandims diciéndome que Harakan aún no había regresado del Oeste. —Hizo una pausa—. ¿Me podríais dar un vaso de agua? —preguntó—. Tengo un sabor extraño y desagradable en la boca.
Sadi se dirigió al barril que había en la popa y llenó de agua una taza metálica.
—Ninguna droga es perfecta —murmuró al pasar junto a Garion.
Arshag cogió la taza con gratitud y bebió.
—Continúa con tu historia —dijo Belgarath cuando el hombre terminó de beber.
—Hace poco menos de un año —siguió Arshag—, Harakan regresó del Oeste. Vino a Calida y se reunió en secreto conmigo. Yo le comuniqué lo que había aprendido y le expliqué la dificultad de hacer aparecer a un Señor de los Demonios. Luego fuimos a un sitio aislado, donde le enseñé los hechizos y conjuros necesarios para hacer aparecer la imagen de Nahaz, que a su vez nos permitirían cruzar la frontera entre los mundos y comunicarnos directamente con Nahaz. Una vez que hube establecido contacto con el Señor de los Demonios, Urvon comenzó a hablar con él. Mencionó el Cthrag Sardius, pero Nahaz ya lo sabía todo sobre él. Luego Harakan le explicó a Nahaz que durante los largos años en que Torak había permanecido dormido, Urvon se había obsesionado cada vez más con la idea de obtener riquezas y poder, hasta convencerse de que era casi un semidiós. Entonces Harakan le propuso un pacto a Nahaz. Sugirió que el Señor de los Demonios hiciera enloquecer a Urvon y luego lo ayudara a vencer a todos los que buscaban el escondite de Cthrag Sardius. Sin nadie que se le opusiera, Urvon podría obtener la piedra sin dificultad.
—Y por lo visto tú decidiste seguirles el juego, sin advertir a Urvon de lo que sucedía. ¿Qué ganabas tú con todo esto?
—Me dejarían vivir —dijo Arshag encogiéndose de hombros—. Creo que Harakan quería matarme, por simple precaución, pero Nahaz le dijo que todavía podía ser útil. Me prometió que gobernaría mis propios reinos y que tendría un montón de diablillos a mis órdenes. Harakan obedeció al Señor de los Demonios y me trató con cortesía.
—Aún no veo en qué se beneficia Nahaz al concederle el Sardion a Urvon —confesó Belgarath.
—Nahaz quiere a Cthrag Sardius para él —dijo Arshag—. Si Urvon se vuelve loco, Nahaz sólo tendrá que coger el Sardion y reemplazarlo por una piedra sin valor. Entonces el Señor de los Demonios y Harakan encerrarán a Urvon en algún sitio aislado, por ejemplo Ashaba, y lo rodearán de diablillos o demonios menores que lo cieguen con espejismos. Allí jugará a ser rey y desvariará mientras Nahaz y Harakan se reparten el dominio del mundo.
—Hasta que aparezca el verdadero dios —añadió Polgara.
—No habrá un nuevo dios en Angarak —objetó Arshag—. Cuando Nahaz se apodere del Sardion ambas profecías dejarán de existir. El Niño de la Luz, el Niño de las Tinieblas y todos los antiguos dioses desaparecerán para siempre. Nahaz será el señor del universo y regirá los destinos de toda la humanidad.
—¿Y en qué se beneficiará Harakan con todo esto? —preguntó Belgarath.
—Obtendrá el dominio de la Iglesia y se convertirá en rey del mundo.
—Más le valdrá haber hecho el contrato por escrito —dijo Belgarath con sequedad—, pues los demonios no suelen cumplir sus promesas. ¿Qué ocurrió después?
—Un mensajero llegó a Calida con instrucciones de Urvon para Harakan. El discípulo le dijo que debía provocar una catástrofe en Karanda para que Kal Zakath se viera forzado a regresar de Cthol Murgos. Una vez que el emperador volviera a Mallorea, sería muy fácil asesinarlo y Urvon podría manipular la sucesión y poner a un hombre dócil en el trono; alguien a quien llevar consigo al sitio donde está escondido el Sardion. Por lo visto, ésa es una de las condiciones que tiene que cumplirse para que aparezca el nuevo dios.
—Todo comienza a encajar —señaló Belgarath—. ¿Qué ocurrió entonces?
—Harakan y yo volvimos a viajar en secreto a ese lugar aislado y una vez más trajimos la imagen de Nahaz. Harakan y el Señor de los Demonios hablaron un rato y de repente la imagen se hizo carne y el propio Nahaz apareció ante nosotros.
»Luego Harakan me dijo que a partir de ese momento lo llamara Mengha, pues su nombre era demasiado conocido en Mallorea, y regresó a Calida con Nahaz. El Señor de los Demonios convocó a sus hordas y Calida cayó. Nahaz exigió una recompensa por su ayuda y Mengha me ordenó que yo se la diera. Entonces comprendí por qué Nahaz me había mantenido con vida. Hablamos y él me confesó sus verdaderas intenciones. Su plan no me gustaba mucho, pero las personas involucradas eran karands, así que... —Dejó la frase en el aire y se encogió de hombros—. Los karands consideran a Nahaz como su propio dios, de modo que no fue difícil convencer a jóvenes mujeres karands de que recibir los favores del Señor de los Demonios sería un honor supremo. Las jóvenes se entregaron a él de buen grado, deseosas de engendrar un hijo suyo, sin saber, por supuesto, que morirían al dar a luz como cerdos destripados. —Esbozó una sonrisa de desprecio—. Creo que ya conocéis el resto.
—¡Oh, sí!, por supuesto —dijo Belgarath con voz áspera—. ¿Cuándo se fueron Harakan y Nahaz? Sabemos que ya no están en esta zona de Karanda.
—Se marcharon hace un mes. Nos estábamos preparando para sitiar Torpakan, en la frontera de Delchin, pero una mañana me desperté y vi que Mengha y el demonio Nahaz habían desaparecido y que en el ejército no quedaba ningún demonio. Todo el mundo recurrió a mí, pero ninguno de mis conjuros consiguió hacer aparecer a un demonio. Los soldados se enfurecieron y estuve a punto de morir en sus manos. Sin embargo, logré escapar y me dirigí a Calida. Allí me encontré con un verdadero caos: sin la vigilancia de los demonios, los karands habían perdido el control. Mientras tanto, descubrí que aún era capaz de hacer aparecer la imagen del Señor de los Demonios, y creí que, con Nahaz y Mengha lejos, podría valerme de esa imagen para gobernar Karanda. Esta mañana, cuando tú me interrumpiste, intentaba poner en práctica mi plan.
—Ya veo —dijo Belgarath con frialdad.
—¿Cuánto tiempo hace que estás en esta región? —le preguntó Polgara de repente.
—Varias semanas —respondió el grolim.
—Bien —dijo ella—. Hace pocas semanas pasó por aquí una mujer con un niño.
—Yo presto poca atención a las mujeres.
—Ésta es diferente. Sabemos que pasó por la aldea que está junto al lago y que alquiló un barco. ¿Has oído algo al respecto?
—En estos momentos, hay pocos viajeros en Karanda —respondió él—, pues la situación es demasiado peligrosa. En el último mes, sólo un barco ha abandonado el muelle. Si esa mujer era amiga vuestra e iba en ese barco, ya podéis comenzar a llorar por ella.
—¡Ah!, ¿sí?
—El barco se hundió en una tormenta en Ganesia, cerca de la ciudad de Karand, al este del lago.
—Lo bueno de Zandramas es que resulta muy fácil predecir lo que va a hacer —le dijo Seda a Garion en un murmullo—. No creo que tengamos más problemas para seguirle el rastro.
A Arshag se le cerraban los ojos y parecía incapaz de mantener la cabeza erguida.
—Si tienes más preguntas, venerable anciano, creo que deberías apresurarte a hacérselas —le aconsejó Sadi—. La droga está perdiendo su efecto y el grolim está a punto de dormirse otra vez.
—Creo que ya me ha dicho todo lo que necesitaba saber —respondió el anciano.
—Y yo también he averiguado lo que pretendía —añadió Polgara con amargura.
El lago era tan grande, que no llegarían a la orilla este hasta el anochecer, de modo que bajaron las velas y arrojaron un ancla flotante al agua para que la nave no se desviara. Al amanecer volvieron a alzar las velas, y poco después del mediodía divisaron una mancha oscura en el horizonte.
—Ésa debe de ser la orilla este del lago —le dijo Seda a Garion—. Iré a popa y veré si puedo distinguir algún sitio adecuado para desembarcar. No es conveniente ir directamente al puerto de Karand, ¿verdad?
—No, por supuesto.
—Intentaré encontrar alguna cala tranquila desde donde podamos salir a explorar la región sin llamar la atención.
A media tarde vararon el lanchón en una bahía rodeada de altas dunas de arena y pequeños arbustos.
—¿Qué piensas hacer, abuelo? —preguntó Garion mientras descargaban los caballos.
—¿Con respecto a qué?
—Al barco. ¿Qué debemos hacer con él?
—Abandónalo a la deriva, de ese modo nadie sabrá que hemos desembarcado aquí.
—Supongo que tienes razón —respondió Garion con un suspiro de tristeza—. Era un buen barco, ¿verdad?
—Al menos no ha volcado.
—No se ha ido a la banda —corrigió Garion.
Polgara se acercó a ellos.
—¿Necesitas algo más de Arshag? —le preguntó al anciano.
—No —respondió él—, pero aún no he decidido qué hacer con él.
—Yo me encargo de eso, padre —dijo. Luego se dirigió a Arshag, que estaba tendido en la playa, todavía inconsciente. Lo miró fijamente un instante y luego alzó una mano. Garion sintió las vibraciones del poder de Polgara e inmediatamente el grolim se despertó sobresaltado—. Escucha con atención, Arshag. Has entregado mujeres al Señor de los Demonios para que él pudiera desatar una catástrofe sobre la Tierra. Este acto debe ser recompensado y ésta es tu recompensa: desde ahora eres invencible. Ningún ser, ni demoníaco ni humano, podrá matarte, ni siquiera tú mismo. Sin embargo, nadie volverá a creer una sola palabra de lo que digas. Te despreciarán y ridiculizarán todos los días de tu vida y te echarán de todos los sitios adonde vayas, por lo tanto te convertirás en un vagabundo sin hogar. Así pagarás por ayudar a Mengha a liberar a Nahaz y por sacrificar a estúpidas mujeres para satisfacer la abominable lujuria del Señor de los Demonios. —Se volvió hacia Durnik y ordenó—: Desatadlo.
Cuando sus brazos y sus piernas quedaron libres, Arshag se levantó, tambaleante, con la cara cenicienta.
—¿Quién eres tú, mujer? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Y qué poder tienes para pronunciar semejante maldición?
—Soy Polgara —respondió ella—. Sin duda habrás oído hablar de mí. ¡Ahora, vete! —exclamó ella mientras señalaba la playa con una mano firme.
Arshag se volvió, con el horror reflejado en la cara, como si una irresistible necesidad de huir se hubiera apoderado de él. Subió una de las dunas con paso vacilante y desapareció del otro lado.
—¿No crees que es peligroso revelar tu identidad? —preguntó Sadi, desconcertado.
—No corremos ningún riesgo, Sadi —sonrió ella—. Aunque le diga a todo el mundo que me ha visto, nadie le creerá.
—¿Cuánto tiempo vivirá? —susurró Ce'Nedra.
—Supongo que eternamente; lo suficiente para reflexionar sobre la atrocidad que ha cometido.
—¡Polgara! —exclamó Ce'Nedra—. ¿Cómo has podido hacerlo? ¡Es horrible!
—Sí —respondió Polgara—, pero también fue horrible lo que ocurrió en el templo que quemamos.
La calle, si así se la podía llamar, era estrecha y llena de curvas. En algún momento, alguien había intentado cubrirla con troncos, pero éstos se habían podrido, enterrándose en el barro. Había montañas de residuos contra las paredes de las rústicas casas de troncos y piaras de cerdos hambrientos buscando comida entre los escombros.
Cuando Seda y Garion se aproximaron a los muelles del lago, otra vez vestidos con las chaquetas karands y las polainas de tela de saco, los sorprendió el insoportable olor a pescado en putrefacción.
—Bonita fragancia —observó Seda mientras se cubría la nariz con un pañuelo.
—¿Cómo pueden soportarlo? —preguntó Garion conteniéndose para no vomitar.
—El sentido del olfato debe de habérseles atrofiado con el paso de los siglos —respondió Seda—. La ciudad de Karand es el sitio de origen de los karands de los siete reinos. Fue fundada hace innumerables siglos, de modo que la basura ha tenido tiempo de acumularse.
Una imponente cerda, seguida por una fila de ruidosos cerditos, se dirigió al centro mismo de la calle y se tumbó de costado dando un fuerte gruñido. Los cerditos atacaron al instante, empujándose y disputándose un lugar para alimentarse.
—¿Alguna pista? —preguntó Seda.
Garion negó con la cabeza. La espada que llevaba a la espalda no había hecho una sola señal desde aquella mañana, cuando habían entrado en la ciudad a pie por la puerta norte.