Entonces extendió su largo brazo y colocó la mano sobre el altar, con la palma hacia arriba. Belgarath se subió muy sereno sobre la mano y la ilusión lo levantó en el aire.
—¡Infieles! —les gritó con voz de trueno—. ¡Preparaos a sufrir el castigo del rey de los Infiernos por vuestra herejía!
Entre los karands se oyó un horrible gemido. Luego el espectro de fuego extendió la otra mano ardiente hacia la multitud, provocando gritos de terror. En ese momento, los karands se giraron y huyeron de allí como alma que lleva el diablo.
Mientras tanto, tal vez porque Belgarath estaba demasiado concentrado en la figura que había creado y luchaba por mantenerla, el grolim se liberó y saltó de la plataforma.
Sin embargo, Garion lo esperaba. El joven rey de Riva apoyó una mano sobre el pecho del grolim mientras le asestaba un fuerte golpe en la cabeza con la otra. El grolim se desplomó como un fardo de heno y, por alguna razón, Garion se sintió muy satisfecho.
—¿Qué barco queréis robar? —preguntó Seda. Garion dejó al grolim inconsciente sobre el muelle flotante del lago.
—¿Por qué me lo preguntas a mí? —replicó Garion, un poco incómodo por la forma que tenía Seda de expresarse.
—Porque tú y Durnik sois los que tendréis que conducirlo. Yo no tengo idea de cómo mover un barco sin que vuelque.
—Querrás decir sin que se vaya a la banda —corrigió Garion con aire ausente mientras miraba las embarcaciones amarradas al muelle.
—¿Qué?
—Se dice «irse a la banda», Seda. Un carro vuelca, pero un barco se va a la banda.
—Es lo mismo, ¿verdad?
—Más o menos.
—Entonces ¿por qué complicar las cosas? ¿Qué te parece éste? —preguntó el hombrecillo, y señaló una embarcación ancha de manga con un par de ojos pintados en la proa.
—No tiene suficiente obra muerta —dijo Garion—. Los caballos son pesados, así que cualquier barco que escojamos va a hundirse un poco.
—Tú eres el experto —dijo Seda encogiéndose de hombros—. Ya hablas como Barak o Greldik. —De repente sonrió—. ¿Sabes, Garion? Nunca había robado nada tan grande como un barco. Es muy emocionante.
—Ojalá dejaras de usar la palabra «robar». ¿No podríamos decir que lo tomamos prestado?
—¿Piensas traerlo de vuelta cuando hayas acabado?
—No, creo que no.
—Entonces «robar» es la palabra adecuada. Tú eres el experto en barcos y yo en robos.
Siguieron andando por el muelle.
—Subamos a éste y echemos un vistazo —dijo Garion mientras señalaba un lanchón poco elegante pintado en un desagradable tono verde.
—Parece una bañera.
—No pienso hacer una carrera con él —dijo Garion mientras saltaba a cubierta—. Es lo bastante grande para los caballos y los costados son lo suficientemente altos para que no se hunda. —Revisó los mástiles y el cordaje—. Es un poco rústico, pero Durnik y yo podremos arreglarnos.
—Comprueba que no tenga vías de agua —sugirió Seda—. Nadie pintaría un barco de este color si no las tuviera.
Garion bajó a inspeccionar la bodega del barco y los pantoques. Cuando volvió a subir, ya había tomado una decisión.
—Creo que lo tomaremos prestado —dijo en el momento de saltar al desembarcadero.
—La palabra apropiada es «robar», Garion.
—De acuerdo —suspiró Garion—, si te hace feliz, lo robaremos.
—Sólo pretendo que hables con precisión, eso es todo.
—Vayamos a buscar al grolim y traigámoslo aquí —sugirió Garion—. Lo arrojaremos dentro del barco y lo ataremos. No creo que despierte en un buen rato, pero es mejor no correr riesgos.
—¿Tan fuerte lo golpeaste?
—Bastante. Por alguna razón, me puso muy nervioso.
Caminaron hacia donde habían dejado al grolim.
—Cada día que pasa te pareces más a Belgarath —dijo Seda—. Hacéis más daño por una simple rabieta que el que haría un hombre normal en un verdadero ataque de ira.
Garion se encogió de hombros e hizo girar al grolim de los tatuajes con un pie. Luego lo cogió de un tobillo.
—Cógele el otro pie —dijo.
Los dos hombres volvieron sobre sus pasos arrastrando el cuerpo inconsciente del grolim, cuya cabeza afeitada rebotaba sobre los tablones del muelle. Al llegar al lanchón Garion cogió las manos del hombre y Seda sus tobillos. Lo balancearon varias veces en el aire y lo arrojaron por encima de la baranda, sobre un saco de grano. Garion volvió a saltar a cubierta y lo ató de pies y manos.
—Allí viene Belgarath con los demás —dijo Seda desde el muelle.
—Bien. Ahora coge el otro extremo de la pasarela. —Garion hizo girar la rústica plancha de desembarco y la empujó hacia donde esperaba el pequeño drasniano. Seda la cogió, tiró de ella y apoyó los bordes sobre el muelle.
—¿Habéis encontrado algo? —les preguntó a los demás mientras se acercaban.
—Hemos tenido mucha suerte —respondió Durnik—. Uno de esos edificios es un almacén y está lleno de comida.
—Bien, me horrorizaba la idea de tener que seguir el viaje con el estómago vacío.
Mientras tanto, Belgarath examinaba el lanchón con interés.
—No es un gran barco, Garion. Ya que ibas a robarlo, podrías haber elegido algo mejor.
—¿Lo ves? —dijo Seda—. Te dije que era la palabra adecuada.
—No lo robo por su aspecto, abuelo —dijo Garion—, pues no pienso quedármelo. Es lo suficientemente grande para que quepan los caballos y las velas son lo bastante simples para que Durnik y yo podamos manejarlas. Si no te gusta, roba otro para ti.
—Por lo visto estás de mal humor —dijo el anciano con suavidad—. ¿Qué le has hecho a mi grolim?
—Está tendido en el embornal.
—¿Se ha despertado?
—No, ni creo que lo haga hasta dentro de un buen rato, pues lo golpeé bastante fuerte. ¿Vas a subir a bordo, o prefieres robar otro barco?
—Sé amable, cariño —le riñó Polgara.
—No, Garion —dijo Belgarath—, si tanto te gusta éste, nos quedaremos con él.
Tardaron un rato en subir los caballos y enseguida se dedicaron a la tarea de izar las velas. Cuando la posición de las velas cuadrangulares de la embarcación contentó a Garion, el joven cogió el timón.
—De acuerdo —dijo—. ¡Soltad amarras!
—Pareces un verdadero marinero, cariño —dijo Ce'Nedra con admiración.
—Me alegro de que eso te guste. —Luego alzó un poco la voz—: Toth, por favor, ¿puedes coger ese bichero y apartar el lanchón del desembarcadero? No quiero chocar con los otros botes en la faena de desatracar hacia el interior del lago.
El gigante asintió, cogió un largo bichero y lo empujó contra el muelle. La proa se separó despacio del desembarcadero y las velas se hincharon con el caprichoso viento.
—Cariño, ¿no son barcos ésos? —preguntó Ce'Nedra.
—¿Qué?
—Los has llamado botes. ¿No son barcos? —El le dirigió una mirada larga y fulminante—. Sólo preguntaba —dijo ella a la defensiva.
—Pues no lo hagas, por favor.
—¿Con qué le pegaste a este hombre, Garion? —preguntó Belgarath, disgustado, mientras se arrodillaba junto al grolim.
—Con el puño —respondió Garion.
—Pues la próxima vez hazlo con un hacha o con una maza. Has estado a punto de matarlo.
—¿Alguien más tiene alguna queja? —preguntó Garion en voz alta—. ¿Por qué no las decís todas de una vez? —Todos lo miraron asombrados—. Está bien —añadió él—, olvidadlo.
Luego alzó la vista hacia las velas e intentó situar la proa en la posición exacta para que las velas recibieran la brisa procedente del interior del lago. Poco a poco, las velas se hincharon y se extendieron y el lanchón comenzó a ganar velocidad, alejándose del desembarcadero.
—Pol —dijo Belgarath—, ¿por qué no vienes a ver si puedes hacer algo con este hombre? Quiero interrogarle y no consigo despertarlo.
—De acuerdo, padre —respondió ella mientras se acercaba al grolim. Luego se arrodilló junto a él y le puso las manos en las sienes. Se concentró un instante y Garion pudo oír las vibraciones de su poder. El grolim gimió—. Sadi —dijo la hechicera con aire pensativo—, ¿llevas nephara en tu maletín?
El eunuco asintió.
—Yo iba a sugerir lo mismo, Polgara —dijo mientras se inclinaba para abrir el maletín.
Belgarath miró a su hija con expresión inquisitiva.
—Es una droga, padre —explicó ella—. Ayuda a decir la verdad.
—¿Por qué no empleas el método habitual? —preguntó el anciano.
—Este hombre es un grolim y es probable que su mente sea muy fuerte. Yo podría vencerlo, pero eso llevaría tiempo y sería agotador. La nephara tiene el mismo efecto y no requiere ningún esfuerzo.
—Como quieras —respondió él encogiéndose de hombros.
Sadi extrajo de su maletín un frasquito con un espeso líquido verde. Lo abrió y apretó la nariz del grolim hasta que el hombre semiconsciente se vio obligado a abrir la boca para respirar. El eunuco aprovechó para colocar con delicadeza tres gotas de la poción verde sobre la lengua del hombre.
—Te sugiero que esperes unos minutos antes de despertarlo, Polgara —dijo mientras observaba la cara del grolim con interés profesional—. Así le darás tiempo a la droga para actuar —añadió mientras tapaba el frasco y lo guardaba.
—¿Esta droga podría dañarlo de alguna forma? —preguntó Durnik.
Sadi negó con la cabeza.
—Sólo relajará su voluntad —respondió—. Se mostrará racional y coherente, pero muy dócil.
—Además, no podrá concentrarse para usar su poder —añadió Polgara—, y no tendremos que preocuparnos de que intente hacer una translocación en cuanto se despierte. —Miraba la cara del grolim con ojo crítico y de vez en cuando le levantaba un párpado para comprobar los progresos de la droga—. Creo que ya ha hecho efecto —dijo, por fin. Luego desató las manos y los pies del prisionero y le puso las manos en las sienes, devolviéndole la conciencia—. ¿Cómo te encuentras? —le preguntó.
—Me duele la cabeza —dijo el grolim con voz quejumbrosa.
—Ya se te pasará —le aseguró ella. Luego se incorporó y se volvió hacia Belgarath—. Háblale con calma, padre —dijo—, y comienza con preguntas simples. Con la nephara es mejor llevarlos poco a poco a los asuntos importantes.
Belgarath asintió. Cogió un cubo de madera, le dio la vuelta y se sentó sobre él junto al grolim.
—Buenos días, amigo —dijo con tono apacible—, ¿o debería decir buenas tardes? —añadió mirando al cielo.
—Tú no eres un karand, ¿verdad? —preguntó el grolim con voz somnolienta—. Creí que eras uno de sus magos, pero ahora que te veo de cerca, me doy cuenta de que no es así.
—Eres muy astuto, amigo —lo felicitó Belgarath—. ¿Cómo te llamas?
—Arshag —respondió el grolim.
—¿Y de dónde eres?
—Del templo de Calida.
—Lo suponía. ¿Conoces, por casualidad, a un chandim llamado Harakan?
—Ahora prefiere que lo llamen Mengha.
—Sí, lo sé. Esa ilusión de Nahaz que creaste esta mañana era muy real. Tienes que haberlo visto varias veces para hacerlo tan bien.
—He estado en contacto con Nahaz —admitió el grolim—. Yo fui quien lo llevó ante Mengha.
—¿Por qué no me lo cuentas todo? Estoy seguro de que es una historia fascinante y me encantaría oírla. Tómate todo el tiempo que quieras, Arshag, y no olvides ningún detalle.
—Hace tiempo que quería contarle la historia a alguien —dijo el grolim con una sonrisa de felicidad—. ¿De verdad quieres escucharla?
—Me muero por saberla —le aseguró Belgarath.
—Bien —comenzó el grolim con otra sonrisa—, todo comenzó hace unos años, poco después de la muerte de Torak. Yo servía en el templo de Calida, y aunque todos estábamos desolados por la desaparición de nuestro dios, intentábamos mantener viva la fe. Un día Harakan vino al templo y pidió hablar conmigo en privado. Yo había viajado a Mal Yaska varias veces por cuestiones eclesiásticas y sabía que Harakan era un chandim importante y que estaba muy unido a Urvon, el sagrado discípulo. Cuando nos quedamos solos, me dijo que Urvon había consultado los oráculos y profecías para saber qué dirección debía tomar la Iglesia en aquellos penosos momentos. El discípulo descubrió que en Angarak surgirá un nuevo dios que alzará el Cthrag Sardius en su mano derecha y el Cthrag Yaska en la izquierda. Se convertirá en el todopoderoso Niño de las Tinieblas y el Señor de los Demonios lo obedecerá.
—Supongo que ésa es una cita textual.
—De la octava antistrofa de los oráculos de Ashaba —asintió Arshag.
—Es una frase un poco confusa, pero las profecías siempre lo son. Continúa.
Arshag cambió de posición y siguió con su relato:
—Urvon, el discípulo, creyó que el párrafo significaba que nuestro nuevo dios contaría con la ayuda de los demonios al enfrentarse con sus enemigos.
—¿Te dijo Harakan quiénes eran sus enemigos?
—Mencionó a Zandramas, a quien yo había oído nombrar, y a alguien llamado Agachak, cuyo nombre desconocía. También me advirtió que era posible que el Niño de la Luz intentara intervenir.
—Una sospecha razonable —le dijo Seda a Garion en un murmullo.
—Harakan, que es el principal consejero del discípulo, me había elegido a mí para aquella gran misión —continuó Arshag con orgullo—. Me ordenó que estudiara las artes de los magos de Karanda para que pudiera convocar a Nahaz, el Señor de los Demonios, y le suplicara que ayudara a Urvon a vencer a sus enemigos.
—¿No te dijo que era una misión muy difícil? —preguntó Belgarath.
—Yo conocía los riesgos —respondió Arshag—, pero lo acepté de buen grado, pues la recompensa sería magnífica.
—No me cabe la menor duda —murmuró Belgarath—. ¿Por qué no lo hizo el propio Harakan?
—Porque Urvon, el discípulo, le había asignado otra misión en el Oeste... Algo relacionado con un niño.
—Creo que he oído hablar de eso —dijo Belgarath.
—Bueno —continuó Arshag—, yo me interné en los bosques del norte, en busca de los magos que celebraban sus ritos clandestinos a espaldas de los grolims. Con el tiempo, encontré a uno de ellos. —Sus labios se curvaron en una mueca de desprecio—. Era un salvaje ignorante y sin talento, que en sus mejores días lograba hacer aparecer a un simple diablillo, pero aceptó tomarme como alumno... y esclavo. Él fue quien me hizo estos tatuajes. —Miró los dibujos de su cuerpo con amargura—. Me obligó a vivir en la caseta del perro, a servirlo y a escuchar sus delirios. Aprendí lo poco que podía enseñarme, luego lo estrangulé y fui en busca de un maestro más poderoso.