—Ce'Nedra, ¿ni siquiera piensas cerrar la puerta? —preguntó Garion mientras ella comprobaba la temperatura del agua con los dedos de los pies.
—Eso no nos permitiría hablar, Garion —respondió ella mientras se metía en la bañera—. Odio tener que gritar.
—¡Ah!, ¿sí? No me había dado cuenta.
—Sé bueno —dijo ella mientras se sumergía en el agua con un suspiro de satisfacción.
Enseguida comenzó a abrir y oler los recipientes de cristal que, según suponía Garion, contenían los distintos productos con que las damas perfumaban el agua del baño. Volvía a cerrar algunos con una mueca de desaprobación, arrojaba generosamente el contenido de otros en la bañera e incluso llegó a frotarse el cuerpo con uno o dos de ellos.
—¿Qué ocurrirá si viene alguien? —preguntó Garion con ironía—. Algún oficial, un mensajero, un sirviente..., alguien.
—¿Y qué? —Él la miró fijamente—. Garion, cariño —insistió ella en ese tono razonable que solía enfurecerlo—. Si no hubieran querido que tomara un baño, no habrían preparado el agua. ¿No crees?
Por más que lo intentó, no pudo encontrar una respuesta a una pregunta tan simple como aquélla.
Ce'Nedra echó la cabeza hacia atrás y su pelo formó un abanico sobre el agua. Luego se sentó.
—¿Quieres lavarme la espalda?
Una hora más tarde, después de un excelente almuerzo servido por eficientes criados, Seda vino a visitarlos. El ladronzuelo también se había bañado y se había cambiado de ropa otra vez. Llevaba una chaqueta de color gris, de corte clásico y elegante, y había vuelto a ponerse sus joyas. Había recortado con cuidado su barba corta y rala y despedía un suave aroma a perfume exótico.
—Hay que cuidar las apariencias —respondió a la mirada inquisitiva de Garion—. En una situación nueva, siempre es conveniente empezar con buen pie.
—Por supuesto —respondió Garion con sequedad.
—Belgarath me pidió que pasara a veros —continuó el hombrecillo—. Arriba hay una sala grande y nos reuniremos allí en consejo de guerra.
—¿Consejo de guerra?
—Metafóricamente hablando, por supuesto.
—¡Ah, por supuesto!
Seda guió a Garion y a Ce'Nedra por una escalera de mármol que conducía a una gran habitación. En un rincón había un sillón parecido a un trono, levantado sobre un estrado y arrimado a una pared de color negro. Garion miró los lujosos tapizados y las pesadas cortinas rojas.
—Esta no es la sala del trono, ¿verdad?
—No —respondió Seda—, al menos no es la sala oficial de Zakath. Está decorada así para hacer que los monarcas visitantes se sientan como en su casa. Algunos reyes se ponen nerviosos cuando no están rodeados de escenarios con aspecto oficial.
—¡Oh!
Belgarath estaba sentado con sus botas desparejas apoyadas encima de la mesa. Su pelo y su barba estaban un poco húmedos, muda evidencia de que, a pesar de su pretendida indiferencia hacia los baños, había seguido las instrucciones de Polgara. La hechicera y Durnik hablaban en voz baja en un rincón, cerca de Eriond y Toth. Velvet y Sadi miraban por la ventana el cuidado y florido jardín situado al este del extenso palacio de Zakath.
—De acuerdo —dijo el viejo hechicero—, ya estamos todos. Creo que debemos hablar.
—No deberías decir nada demasiado concreto —dijo Seda con los dedos usando los signos del lenguaje secreto drasniano—. Es muy probable que haya varios espías.
Belgarath miró hacia la pared del fondo y la recorrió centímetro a centímetro con la vista, buscando agujeros desde donde pudieran espiarlos.
—Yo me ocuparé de averiguarlo —murmuró Polgara. Con su mirada ausente, Garion percibió las familiares vibraciones de su poder. Después de un instante hizo un gesto afirmativo y alzó tres dedos. Se concentró un momento y Garion oyó otro tipo de vibraciones, aparentemente más tranquilas. Luego Polgara se irguió en su silla y se relajó—. Ya está. Se han dormido.
—Lo has hecho con mucha suavidad, Pol —señaló Durnik con admiración.
—¡Oh, gracias, cariño! —respondió ella con una sonrisa, y apoyó su mano sobre la de él.
Belgarath retiró los pies de la mesa y se inclinó hacia adelante.
—Debemos recordar algo más —dijo con seriedad—. Mientras permanezcamos en Mal Zeth, es probable que nos vigilen constantemente, de modo que debéis tener cuidado. Zakath es un escéptico, así que no podemos estar seguros de si nos ha creído. Es muy posible que tenga otros planes para nosotros. Ahora necesita nuestra ayuda para enfrentarse a Mengha, pero aún no ha renunciado del todo a la campaña de Cthol Murgos. Tal vez pretenda que pongamos de su parte a los alorns y a los demás. También tiene problemas con Urvon y Zandramas. Nosotros no tenemos tiempo de involucrarnos en la política malloreana, pero por el momento estamos en sus manos, así que debemos actuar con cautela.
—Podemos irnos cuando queramos —le dijo Durnik a Belgarath con confianza.
—Preferiría no hacerlo a no ser que no hubiera otra opción —respondió el anciano—. Si Zakath se enfada puede volverse muy testarudo, y no quiero tener que esquivar a sus soldados. Nos haría perder tiempo y sería peligroso. Estaría mucho más contento si pudiéramos abandonar Mal Zeth con su bendición, o al menos con su consentimiento.
—Me gustaría llegar a Ashaba antes de que Zandramas tuviera tiempo de escapar otra vez —insistió Garion.
—A mí también —respondió su abuelo—, pero como ignoramos lo que hace allí, no podemos saber cuánto tiempo se quedará.
—Está buscando algo, padre —dijo Polgara—. Lo vi en su mente cuando la atrapé en Rak Hagga.
—¿Pudiste ver de qué se trataba, Polgara? —preguntó él con aire pensativo.
—No exactamente —respondió ella sacudiendo la cabeza—, creo que es algún tipo de información. No puede seguir adelante hasta que la encuentre. Eso es todo lo que pude leer en sus pensamientos.
—Sea lo que fuere tiene que estar muy bien escondido —dijo él—. Beldin y yo registramos toda Ashaba después de la batalla de Vo Mimbre y no encontramos nada fuera de lo común... si es que la casa de Torak puede considerarse algo común.
—¿Podemos estar seguros de que sigue allí con mi pequeño? —preguntó Ce'Nedra con interés.
—No, cariño —respondió Polgara—. Ella ha tomado medidas para esconder su mente de mí. La verdad es que lo hace bastante bien.
—Incluso si se ha ido de Ashaba, el Orbe puede volver a descubrir su rastro —dijo Belgarath—. Es muy probable que aún no haya encontrado lo que busca y de ese modo estará anclada en Ashaba. Si lo ha encontrado, no nos costará demasiado trabajo volver a seguirla.
—¿Continuaremos, pues, viaje hacia Ashaba? —preguntó Sadi—. ¿Vuestra preocupación por Mengha sólo era un truco para venir a Mallorea?
—Necesitaré más información antes de tomar alguna decisión. No cabe duda de que la situación en el norte de Karanda es seria, pero no debemos olvidar que Zandramas es nuestro principal objetivo y ella está en Ashaba. Sin embargo, antes de tomar una resolución necesito saber más sobre la situación de Mallorea.
—Déjalo de mi parte —se ofreció Seda.
—Y de la mía —añadió Velvet.
—Yo también puedo colaborar un poco —intervino Sadi con una sonrisa—. Ahora, en serio, Belgarath —agregó con una mueca de preocupación—, tú y tu familia representáis el poder y no creo que Kal Zakath os deje ir de buen grado, por más cordial que se muestre con vosotros.
—Podría ser así —gruñó el anciano con expresión sombría. Luego se volvió hacia Seda, Velvet y Sadi—. Tened cuidado. No os dejéis llevar por vuestros impulsos. Necesito información, pero no alborotéis el avispero para encontrarla. —Miró a Seda con una expresión significativa—. Espero que haya quedado claro. No compliquéis las cosas sólo por divertiros.
—Confía en mí, Belgarath —respondió Seda con una sonrisa.
—Por supuesto que confía en ti, Kheldar —le aseguró Velvet, convencida.
Belgarath miró a su improvisado equipo de espionaje y sacudió la cabeza.
—¿Por qué tengo la impresión de que voy a arrepentirme de esto? —murmuró.
—Yo los vigilaré, Belgarath —prometió Sadi.
—Por supuesto, pero ¿quién te vigilará a ti?
Aquella noche fueron conducidos con ostentación y pompa por los retumbantes pasillos del palacio de Zakath al salón de banquetes, algo más pequeño que un campo militar. Se entraba en la sala bajando por una amplia escalera de curvado pasamanos, flanqueada por candelabros de varios brazos y soldados con clarines; obviamente, estaba diseñada para realizar entradas triunfales. Todos los recién llegados eran anunciados al son marcial de las trompetas y la voz chillona de un heraldo de cabello gris y tan delgado que se diría que una vida entera de pregones lo había convertido en una sombra de sí mismo.
Garion y sus amigos esperaron en la pequeña antecámara hasta que anunciaron al último de los dignatarios locales.
El quisquilloso jefe de protocolo, un pequeño melcene con una cuidada barba marrón, quería que aparecieran en la escalera por riguroso orden de rango, pero la dificultad de asignar jerarquías a aquel extraño grupo lo desconcertaba. Reflexionó un momento, intentando decidir si un hechicero superaba a un rey o a una princesa imperial, hasta que Garion resolvió el problema aproximándose a las escaleras con Ce'Nedra.
—Sus Majestades el rey Belgarion y la reina Ce'Nedra de Riva —declaró el heraldo con ostentosa voz, y enseguida se oyó un estruendo de trompetas.
Garion, todo vestido de azul y cogido del brazo de su reina, enfundada en un traje color marfil, se detuvo en lo alto de las escaleras para dar tiempo a que la multitud los admirara. La dramática pausa no había sido idea suya. Ce'Nedra había hundido las uñas en su brazo con fuerza y había murmurado:
—Quédate quieto.
Por lo visto, Zakath también tenía debilidad por lo teatral, pues el azorado silencio de los invitados indicaba que había decidido guardar en secreto la identidad de sus extranjeros hasta aquel momento. Garion fue lo suficientemente sincero consigo mismo como para admitir que el murmullo de admiración de la multitud resultaba bastante gratificante.
Comenzó a bajar la escalera, pero enseguida sintió que Ce'Nedra tiraba de él como si fuese un caballo desbocado.
—¡No corras, Garion! —le ordenó en un murmullo.
—¿Correr? —protestó él—. Si apenas me muevo.
—Más despacio, Garion.
Entonces descubrió que su esposa tenía un extraordinario talento: ¡podía hablar sin mover los labios! Su sonrisa era elegante, aunque algo presuntuosa, pero a través de ella surgían una serie de órdenes pronunciadas en voz baja.
El confuso murmullo que llenó el salón del banquete después de ser anunciados se apagó hasta convertirse en un respetuoso silencio cuando llegaron al pie de la escalinata. Mientras avanzaban sobre la senda alfombrada que conducía a la plataforma elevada donde estaba la mesa reservada para el emperador y sus invitados, locales y extranjeros, la multitud los saludó con todo tipo de reverencias.
El propio Zakath, siempre vestido de blanco, pero luciendo ahora una corona de oro en forma de guirnalda con hojas artísticamente entrelazadas, como concesión al protocolo, se levantó a recibirlos: era ese momento incómodo en que dos hombres de igual rango se encuentran en público.
—Muchas gracias por venir, querida —le dijo a Ce'Nedra mientras le cogía la mano para besársela.
Parecía un terrateniente o un simple noble recibiendo a un grupo de vecinos.
—Muchas gracias por invitarnos —respondió ella con una extraña sonrisa.
—Tienes muy buen aspecto, Garion —dijo el malloreano estrechándole la mano, siempre en un tono informal.
—No puedo quejarme, Zakath —respondió Garion imitando su tono. Si Zakath quería jugar, Garion le demostraría que sabía hacerlo bien.
—¿Me haríais el honor de sentaros a mi mesa? —preguntó Zakath—. Podemos charlar mientras esperamos que vengan los demás.
—Por supuesto —asintió Garion en un tono deliberadamente informal.
Sin embargo, cuando llegaron a sus asientos, no pudo contener su curiosidad.
—¿Por qué juegas a ser «gente corriente»? —le preguntó a Zakath mientras le acercaba una silla a Ce'Nedra—. Es una ocasión demasiado solemne para hablar del tiempo y preguntar por la salud del otro, ¿no crees?
—Este juego desconcierta a la nobleza —respondió Zakath con aplomo—. Nunca hagas lo que se espera de ti, Garion. La impresión de que somos viejos amigos los llenará de curiosidad y los hará sentirse menos seguros de sí mismos. —Sonrió a Ce'Nedra y le dijo, muy galante—: Estás realmente hermosa esta noche, querida.
A Ce'Nedra se le iluminó la cara y enseguida se volvió para mirar a Garion.
—¿Por qué no tomas nota, cariño? —sugirió—. Podrías aprender mucho de Su Majestad. —Entonces se giró otra vez hacia Zakath y le contestó llevándose una mano a sus bucles con expresión trágica—: Eres muy amable, pero mi pelo es un completo desastre.
La verdad es que su pelo, con una coronilla de trenzas entrelazadas con hilos de perlas y una cascada de ondas cobrizas cayendo sobre su hombro izquierdo, tenía un aspecto excelente.
Mientras se desarrollaba aquella charla cortés, el heraldo anunciaba a los demás. Seda y Velvet causaron sensación, él con su chaqueta bordada con piedras preciosas y ella con un vestido de brocado color lavanda.
—Ojalá pudiera usar ese color —suspiró Ce'Nedra con envidia.
—Tú puedes usar el color que quieras, Ce'Nedra.
—¿Acaso eres daltónico? Una chica pelirroja no puede ponerse nada de color lavanda.
—Si eso te preocupa, puedo cambiarte el color del pelo cuando quieras.
—¡Ni se te ocurra! —exclamó ella mientras se llevaba las manos instintivamente a la cascada de rizos de su hombro.
—Sólo era una sugerencia, cariño.
El heraldo anunció a Sadi, Eriond y Toth en grupo, obviamente por la dificultad que suponía clasificar el rango del joven y del gigante. Sin embargo, al hacer la siguiente presentación su voz se tornó ligeramente temblona y sus huesudos brazos se estremecieron.
—La duquesa de Erat —anunció—, Lady Polgara, la hechicera. —Aquel anuncio fue recibido con un azorado silencio—. Y el caballero Durnik de Sendaria —añadió el heraldo—, el hombre de las dos vidas.
Polgara y el herrero descendieron la escalera en medio de un absoluto silencio.
Las reverencias con que la gente saludó a la pareja parecían las genuflexiones que suelen realizarse ante un altar. Polgara, vestida con su familiar vestido azul con ribetes plateados, caminaba por la sala con la dignidad de una emperatriz. Una misteriosa sonrisa se dibujaba en sus labios y el mechón incandescente de su pelo brillaba bajo la luz de las velas mientras ella y Durnik se acercaban a la plataforma.