El anciano hizo una pausa para beber un sorbo de vino.
—No está mal —dijo Zakath con tono de aprobación—, no está nada mal.
—Ahora bien —continuó el anciano—, la desesperación en el terreno religioso puede producir diversas reacciones. Algunos hombres enloquecen, otros intentan evadirse gracias a distintos vicios y otros más se niegan a aceptar la verdad e intentan mantener viva la tradición. Sin embargo, unos pocos buscan un nuevo tipo de religión, casi siempre algo completamente distinto a aquello en lo que creían antes. Como la Iglesia grolim de Karanda se ha concentrado durante siglos en erradicar la adoración a los demonios, es lógico que algunos de los desalentados sacerdotes buscaran adoradores de demonios para aprender sus secretos. Recordad que un hombre capaz de controlar a un demonio puede adquirir un gran poder y el ansia de poder siempre ha sido una de las características más importantes de la mentalidad de los grolims.
—Todo eso parece encajar, venerable anciano —admitió Brador.
—Eso creo yo también. Bueno, una vez muerto Torak, Mengha se encuentra con que se ha quedado sin su fundamento teológico. Sin duda atraviesa un período durante el cual hace todo lo que no se le permitía hacer como sacerdote: beber, salir con mujeres, ese tipo de cosas. Pero cuando uno se excede en los vicios, éstos acaban por resultar vacíos e insatisfactorios. Con el tiempo, incluso el libertinaje puede resultar aburrido.
—Tía Pol se sorprendería de oírte decir eso —observó Garion.
—Tú resérvatelo para ti —respondió Belgarath—. Nuestras discusiones sobre mis malos hábitos son la sal de nuestra relación. —Bebió otro sorbo de vino—. Este vino es excelente —dijo alzando el vaso para admirar su color a la luz del sol—. Bueno, como iba diciendo, Mengha se levanta una mañana con un fuerte dolor de cabeza, un sabor amargo en la boca y un fuego quemándole el estómago. No encuentra razón alguna para seguir viviendo. Hasta es probable que coja el cuchillo de los sacrificios y lo apunte hacia su pecho.
—¿No crees que estás yendo un poco lejos en tus deducciones? —preguntó Zakath.
—Lo siento —rió Belgarath—, pero solía ser un narrador profesional y no puedo dejar de añadir unas pinceladas artísticas a una buena historia. Bueno, no sabemos si pensó o no en suicidarse, pero lo cierto es que tocó fondo. Esto sería cuando tuvo la idea de los demonios. Convocar demonios es casi tan peligroso como ser el primer hombre en escalar la muralla de una ciudad sitiada, pero Mengha no tiene nada que perder, de modo que se interna en el bosque, encuentra a un mago karand y lo convence de que le enseñe su arte, si podemos llamarlo así. Aprender todos los secretos le llevaría unos doce años.
—¿Cómo has llegado a esa conclusión? —preguntó Brador.
—Hace aproximadamente catorce años que murió Torak. Ningún hombre en su sano juicio dedica al libertinaje más de dos años, de modo que hará unos doce años que Mengha fue en busca del mago para que lo instruyera. Luego, una vez que aprendió sus secretos, mató a su maestro y...
—Un momento —objetó Zakath—, ¿por qué iba a hacer algo así?
—Su maestro sabía demasiado sobre él y también podía convocar demonios para oponerse a los suyos. Además, en estas cuestiones, el alumno hace un juramento de servidumbre eterna al maestro, así que Mengha no podía dejar a su maestro hasta que éste muriera.
—¿Cómo sabes tanto al respecto, Belgarath? —preguntó Zakath.
—Yo hice lo mismo con los morinds hace varios miles de años. No tenía nada más importante que hacer y sentía curiosidad por la magia.
—¿Mataste a tu maestro?
—No... Bueno, exactamente no lo maté. Cuando lo dejé, él hizo que su demonio me persiguiera, pero yo logré controlarlo y se lo envié de vuelta.
—¿Y el demonio lo mató?
—Eso supongo. Es lo que suelen hacer. Bueno, volviendo a Mengha, hace unos seis meses llegó a las puertas de Calida y convocó a un ejército entero de demonios. Nadie en su sano juicio convoca a más de uno cada vez porque son muy difíciles de controlar. —Siguió andando de un sitio a otro con la vista fija en el suelo y con un gesto de concentración—. Lo único que se me ocurre es que haya logrado controlar a un señor de los demonios.
—¿Un señor de los demonios? —preguntó Garion.
—Ellos también tienen rangos, igual que los humanos. Si Mengha ha logrado controlar a un señor de los demonios, éste será el que convoque a los demonios inferiores. —Se volvió a llenar el vaso, con ademán de triunfo, y mientras volvía a sentarse, añadió—: Creo que esta historia puede aproximarse mucho a la verdad.
—Una excelente disertación, Belgarath —lo felicitó Zakath.
—Gracias —respondió el anciano—, yo opino lo mismo. —Se volvió hacia Brador—. Ahora que ya lo conocemos, ¿por qué no nos explicas lo que ha hecho?
Tras disputarse el puntero con el mismo gatito, Brador volvió a ocupar su lugar junto al mapa.
—Después de que Mengha tomara Calida, la noticia de sus desmanes se extendió por todo el territorio de Karanda. Por lo visto, el culto a Torak nunca estuvo demasiado arraigado entre los karands y lo único que los mantenía controlados era el temor a los sacrificios de los grolims.
—Como los thulls —dijo Garion.
—Exactamente, Majestad. Sin embargo, después de la muerte de Torak, con la confusión de su Iglesia, los karands comenzaron a rebelarse. Reaparecieron los antiguos santuarios y comenzaron a ponerse en práctica los viejos rituales. —Brador se estremeció—. Unos rituales horribles... obscenos, monstruosos.
—¿Peores que el rito del sacrificio de los grolims? —preguntó Garion con sutileza.
—Eso tenía una justificación, Garion —protestó Zakath—. Ser elegido era un honor y las víctimas se ofrecían voluntariamente.
—Ninguna de las que yo vi —dijo Garion.
—Ya discutiremos de teología en otra ocasión —interrumpió Belgarath—. Continúa, Brador.
—Cuando los karands se enteraron de lo que había hecho Mengha, partieron hacia Calida para ofrecerle apoyo y alistarse en sus filas con los demonios —continuó Brador—. Siempre ha habido un movimiento independentista clandestino en los siete reinos de Karanda y muchos fanáticos creen que los demonios constituyen la única esperanza para liberarse de los opresores angaraks. —Miró al emperador—. No era mi intención ofenderte, Majestad.
—No lo has hecho, Brador —le aseguró Zakath.
—Como es natural, los pequeños reyezuelos de Karanda intentaron evitar que sus súbditos se unieran a Mengha. La pérdida de hombres siempre es dolorosa para un gobernante. El ejército, nuestro ejército, también estaba preocupado por las hordas de karands que se alistaban en las filas de Mengha e intentó cerrar las fronteras. Pero como gran parte de las tropas estaban en Cthol Murgos, las tropas de Karanda nos superaron en número. Los karands lograron burlar a nuestros hombres o los vencieron. El ejército de Mengha ya cuenta con cerca de un millón de soldados. Están pobremente equipados y mal entrenados, pero un millón de personas sigue siendo una cifra peligrosa, aunque vayan armados con palos. Tanto Jenno como Ganesia están en manos de Mengha y ahora está a punto de tomar Katator. Una vez que triunfe allí, seguirá inevitablemente hacia Pallia y Delchin. Si no lo detenemos, para la celebración del Paso de las Eras estará ante las puertas de Mal Zeth.
—¿Los demonios están luchando en todas estas campañas? —preguntó Belgarath con interés.
—En realidad no —respondió Brador—. Después de lo ocurrido en Calida, no ha tenido verdadera necesidad de hacerlo. La simple visión de los demonios basta para que se le abran las puertas de cualquier ciudad. La verdad es que ha triunfado casi sin necesidad de luchar.
—Lo imaginaba —dijo el anciano—. Es muy difícil controlar a un demonio una vez que ha probado el sabor de la sangre.
—No son los demonios los que están causando problemas —continuó Brador— Mengha ha llenado Karanda con sus hombres y los rumores de su presencia aterrorizan a la gente. —Se volvió hacia el emperador—. ¿Puedes creer que encontramos a uno de sus misioneros en las barracas karands, aquí en Mal Zeth?
Zakath levantó la vista.
—¿Cómo consiguió entrar? —preguntó.
—Se hizo pasar por un caporal que volvía a casa con permiso por enfermedad —respondió Brador—. Incluso llegó a infligirse una herida para que su historia pareciera auténtica. Su forma de insultar a los murgos resultaba muy creíble.
—¿Qué le hicisteis?
—Por desgracia no sobrevivió al interrogatorio —dijo Brador con una mueca de disgusto, y se agachó a apartar un gatito que trepaba por su pierna.
—¿Por desgracia?
—Yo tenía planes interesantes para él. Cuando alguien logra esquivar a mi policía secreta, suelo tomarlo como algo personal. Es una cuestión de orgullo profesional.
—Entonces ¿qué me aconsejas? —preguntó Zakath.
Brador comenzó a pasearse por la habitación.
—Me temo que tendrás que hacer regresar al ejército de Cthol Murgos, Majestad —dijo—. No puedes luchar en dos frentes.
—Eso es absolutamente imposible —dijo Zakath con tono intransigente.
—No creo que tengamos otra opción —insistió Brador—. Casi la mitad de las tropas que quedan en Mallorea están formadas por hombres de origen karand y es mi modesta opinión que sería una locura intentar enfrentarlos con Mengha. —La expresión de Zakath se tornó sombría—. Míralo de este modo: si debilitas tus tropas en Cthol Murgos, podrías perder Rak Cthaka o Rak Gorut, pero si no traes las tropas de vuelta a casa, perderás Mal Zeth. —Zakath le dirigió una mirada fulminante—. Todavía hay tiempo para reconsiderar la situación, Majestad. Éste es sólo mi consejo. Estoy seguro de que querrás confirmar lo que he dicho con el servicio de inteligencia del ejército, el alto mando...
—No —respondió Zakath con brusquedad—. La decisión sólo depende de mí. —Miró al suelo con expresión ceñuda—. De acuerdo, Brador. Traeremos al ejército a casa. Ve a decirles a los miembros del alto mando que quiero verlos enseguida.
—Sí, Majestad.
—¿Cuánto tiempo tardarán tus tropas en llegar desde Cthol Murgos? —preguntó Garion, un tanto desolado mientras se ponía de pie.
—Unos tres meses —respondió Zakath.
—No puedo esperar tanto, Zakath.
—Lo siento, Garion, pero no tenemos otra opción. Ni tú ni yo saldremos de Mal Zeth hasta que haya regresado mi ejército.
A la mañana siguiente, Seda acudió temprano a las habitaciones que Garion compartía con Ce'Nedra. El hombrecillo volvía a usar calzas y chaqueta, aunque se había quitado la mayor parte de las joyas. Llevaba un par de túnicas malloreanas en el brazo, las típicas prendas finas y coloristas de los ciudadanos de Mal Zeth.
—¿Te gustaría dar un paseo por la ciudad? —le preguntó a Garion.
—No creo que nos dejen salir del palacio.
—Ya me he ocupado de eso. Brador nos dio su permiso... siempre y cuando no intentemos escapar de la gente que envíe para seguirnos.
—Es una idea deprimente. Odio que me sigan.
—Acabarás por acostumbrarte.
—¿Tienes algún plan, o se trata de una simple excursión de turismo?
—Quiero pasar por nuestras oficinas y charlar con nuestro comisionado. —Garion lo miró perplejo—. Me refiero al agente que se ocupa de nuestros asuntos en Mal Zeth.
—¡Ah! Nunca había oído esa palabra.
—Eso es porque no estás en el mundo de los negocios. Nuestro hombre se llama Dolmar. Es un melcene muy eficiente y no roba demasiado.
—No creo que me interese oírte discutir tus negocios —dijo Garion.
—Pues si lo hicieras, podrías aprender muchas cosas, Garion —afirmó Seda mientras echaba una mirada furtiva alrededor, aunque sus dedos ya se movían deprisa—. Dolmar puede informarnos sobre lo que de verdad sucede en Karanda —dijo en el lenguaje secreto de Drasnia—. Será mejor que vengas conmigo.
—Bien —respondió Garion con exagerada resignación—, tal vez tengas razón. Además, empiezo a sentirme encerrado entre estas paredes.
—Toma —dijo Seda—. Ponte esto.
—No tengo frío, Seda.
—La túnica no es para abrigarte. En las calles de Mal Zeth, la gente vestida con ropas occidentales llama mucho la atención y no me gusta que me miren —dijo Seda con una amplia sonrisa—. Es muy difícil robar carteras cuando todo el mundo te está mirando. ¿Vamos?
La túnica que se puso Garion estaba abierta por delante y era recta de los hombros a los pies. Era una prenda cómoda y tenía grandes bolsillos a los costados. Estaba confeccionada en una tela fina, que se abombaba detrás cuando se movía. Garion se dirigió a la otra habitación, donde Ce'Nedra se peinaba el cabello, todavía húmedo, después del baño matinal.
—Me voy a la ciudad con Seda —le dijo—. ¿Necesitas algo?
—Mira si puedes conseguirme un peine —dijo ella alzando el que había estado usando—. Al mío le faltan unas cuantas púas.
—De acuerdo —respondió él mientras se giraba para marcharse.
—Y de paso —añadió ella—, ¿por qué no me traes un ovillo de seda de color verde? Me han dicho que en palacio hay una modista muy buena.
—Veré lo que puedo hacer —dijo él volviéndose otra vez.
—Y tal vez unos metros de puntilla, aunque no demasiado recargada. Que sea elegante.
—¿Algo más?
—Cómprame algún regalo sorpresa —respondió ella con una sonrisa—. Me encantan las sorpresas.
—Un peine, un ovillo de seda de color verde, unos metros de puntilla elegante y un regalo sorpresa —recitó él mientras contaba cada cosa con los dedos.
—También tráeme una túnica como la que llevas puesta. —Él aguardó y Ce'Nedra lo miró con un gesto de concentración en el rostro—. Es todo lo que se me ocurre, Garion, pero tú y Seda deberíais preguntarle a Velvet y a tía Pol si necesitan algo. —Garion suspiró—. Es una cuestión de buena educación, Garion.
—Sí, cariño, pero creo que será mejor que haga una lista.
Cuando Garion salió de la habitación, la cara de Seda era extrañamente inexpresiva.
—¿Y bien? —preguntó Garion.
—Yo no he dicho nada.
—Mejor así.
Se dirigieron a la puerta.
—Garion —lo llamó Ce'Nedra.
—¿Sí, cariño?
—Mira si puedes conseguirme algunos dulces.
Garion siguió a Seda por el pasillo y cerró la puerta con firmeza tras de sí.
—Manejas muy bien este tipo de cosas —dijo Seda.
—Es la práctica —respondió Garion.