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Authors: Jaime Rubio Hancock

Tags: #FA

El secreto de mi éxito (7 page)

BOOK: El secreto de mi éxito
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–Vaya mierda de plan, ¿eh? –dijo Pol, abriendo un armario lleno de botellas y señalando con la cabeza a las chicas–. Venga, ¿qué os pongo?

–¿Qué tienes? –Pregunté.

–Lo que quieras.

–Mira, ¿qué tal una ronda de Jameson de doce años? –dijo Santi, supongo que porque no vio otro whisky más caro.

–Venga. Me encanta el Irish whisky –dijo Pol–. Como es triple distilled es más suave.

–Y más cabezón –añadió Santi.

–Y más cabezón, sí. Joder –añadió, mirando a las chicas, que dormitaban en el sofá–. Confiaba en despertarlas con un par de rayas, pero parece que ni eso funcionaría. Ya decía yo que no podía tener tanta suerte.

–¿Rayas? –Preguntó Santi–. ¿Rayas de qué?

Pol le miró, sin saber si estaba bromeando o no.

–Pues de qué... De qué va a ser… De coca…

–Ah. ¿De piñones?

–No le hagas caso, que está...

–Jaja, no, que ya sé que cuando dices coca quieres decir cocaína y no coca de piñones o de fruta confitada o de… ¿Y para qué sirve eso?

–Santi…

–Pues… No sé, da como confianza y te despeja. ¿Quieres probar?

–Jaja, no, no… Mi madre me lo tiene prohibidísimo.

–Ehm… Vamos a la terraza, que se está de pelotas.

Salimos fuera a acabarnos el whisky y ver el amanecer. Todo muy romántico.

–Este piso lo compramos por la terraza –siguió Pol–. Los días claros se ve hasta el mar.

–¿Hasta el mar? Anda ya, pero si estamos en el quinto pino.

–Que sí, que sí. A ver, entiéndeme, se ve una línea azul al fondo. Pero se ve. Esta terraza es un lujo. Un lujo.

–Un lujo –repitió Santi.

–Un lujo.

–Un lujo.

–¿Tú sabes lo que es salir aquí un día de primavera y desayunar bajo el toldo?

–No, no lo sé –remató Santi–, es la primera vez que vengo.

–Je, je… Qué cabrón. No, pero esto no se paga con dinero. Bueno, en realidad sí –aquí se carcajeó–, joder si se paga con dinero. Que cada mes nos dejamos dos mil euros en la hipoteca.

–Joder. Por cierto, hablando de dinero –dijo Santi, manteniendo su cara de evidente falsa inocencia–, tú le debes un montón de pasta a mi amigo, ¿no?

–No, no… La pasta se la debe la empresa. Y no te preocupes, que la vas a cobrar, si no es de nosotros, del Fogasa, que para eso está.

–Ya, ya…

–Además, ya están ahí los administradores, ¿no?

–Bueno, como si no estuvieran.

–¿Y eso?

–Para lo que hacen…

–Son unos cabrones. Si no fuera por ellos, la empresa hubiera seguido abierta.

–¿Cómo?

–Sí, hombre. La idea del concurso era tener un tiempo de margen para organizar todo el cash flow y renegociar la deuda. Pero es que al final no nos han dejado seguir trabajando. Han convertido un problema puntual de liquidez en una quiebra.

–Hombre, pero que a mí la semana que viene se me deberán cuatro sueldos…

–Sí, sí, pero qué prefieres, ¿trabajar sin cobrar sabiendo que en un futuro la empresa saldrá adelante, o trabajar sin cobrar sabiendo que te vas a quedar en el paro?

–Yo lo que prefiero es que se cumpla la ley y…

–Ya, ya, pero ahora no se puede hacer nada. Nosotros lo hicimos bien, declaramos el concurso con los sueldos al día.

–Pero tendríais que haber cerrado, si no había pasta.

–No, no. La empresa podría haber remontado el vuelo.

–Si no había dinero ni para un mes más de actividad.

–Hubiera entrado. Hubiéramos conseguido clientes.

–Yo sinceramente para trabajar sin cobrar, prefiero estar en paro, que al menos cobro el subsidio y puedo buscar trabajo sin renunciar a una indemnización que al menos en parte ya me pagará el Fogasa.

–¿Qué es Fogasa? –Preguntó Santi.

–Es el Fondo de no sé qué de sueldos –dijo Pol.

–El Fondo de Garantía Salarial. Si una empresa no puede pagar sueldos e historias, los trabajadores pueden reclamarlo por ahí y se les paga. Con topes, claro.

–Ah, pues está bien –siguió Santi–. De todas formas, yo para estas cosas soy muy americano.

–¿Qué significa eso?

–Yo creo que el despido debería ser gratuito y sin subsidios. Así la gente seguro que buscaba trabajo con más ganas.

–Yo estoy de acuerdo –dijo Pol–. Tener trabajadores es carísimo. ¿Tú sabes lo que hay que pagar en Seguridad Social?

–Y en sueldos.

–Y en indemnizaciones.

–Claro –añadí, envalentonado por el whisky–, así me despedís después de cuatro meses sin cobrar, sin ninguna indemnización ni subsidio y me voy directamente a una calle concurrida a pedir.

–No, a ver, si la legislación fuera más flexible –dijo Pol hablando como si hablara a niños–, los empresarios podríamos contratar a más gente más rápido y tú pasarías menos tiempo en paro.

–Es que no se trata de despidos baratos ni historias, es que estamos en lo básico, en los sueldos. Porque es que ni siquiera estoy en paro. Si ni me dejasteis apuntarme al Ere.

–Que vas a cobrar, hombre, que mi tío está buscando dinero de debajo de las piedras.

–Lo ideal sería una empresa con robots –concluyó Santi, que iba por libre–. Robots y perros. Comparados con la gente, cobran poco y se quejan menos aún.

–No, pero fuera broma yo lo tengo claro. La próxima empresa que monte, no será en España. No sé dónde será, pero en España ni hablar. No way.

–Yo te recomiendo que busques un país con robots y perros. En Japón por ejemplo hay muchos robots. Deberías informarte acerca de los perros japoneses.

–Oye, ¿tu amigo siempre es así?

–Más o menos.

Oímos un ladrido a nuestros pies.

–Mirad, hablando de perros.

–Oh, veo que tu mente incansable ya está pensando en ideas para negocios. ¿Quién es? ¿Tu subdirector?

–Eh… Bueno, es mi perro. El perro de mi novia. Marte. Yo le daría una patada que lo enviaría hasta allí, justamente.

Miré al chucho, al que ya estaba acariciando Santi. Era un perro blanco, de estos pequeñajos. Pegó un par de ladridos de indignación cuando mi amigo empezó a toquetearlo, que se trocaron en un discurso de ira en cuanto Santi lo cogió de los cuartos traseros y lo colgó bocabajo, entre carcajadas. Luego lo soltó y empezó a hablar con él como si fuera un bebé.

–¿Qué pasa, eh? ¿Qué pasa, Marte? ¿Eh? ¿Qué pasa?

Todo eso mientras le acariciaba los morros y las orejas con la energía de un abuelo recién llegado del pueblo con los bolsillos cargados de caramelos de los duros para repartir entre los nietos.

–Mira, ya ha hecho un amigo –dijo Pol, sin que yo tuviera claro a quién de los dos se refería–. Perdonadme un segundo, que voy al baño.

Santi se puso a corretear con el perro por la terraza y luego por casa, dejándome solo y cabreado. Tener trabajadores es caro. Será gilipollas. No, si al final seguro que se tomaba en serio lo que le había dicho Santi acerca de los perros y los robots. ¿Y qué es eso de montar otra empresa? Con el dinero de su tío. El mismo dinero que le había comprado este piso. El mismo dinero que debería estar pagando mi sueldo. Aunque igual parte de ese dinero no era del tito Soriano, sino de papá. El padre había sido más listo que el tío: le había endosado el niño tonto al hermano de su mujer, en vez de quedárselo él. Muy hábil.

–¿Me das un trago?

Reptando a mis espaldas se había acercado desde el sofá una de las dos chicas moribundas. Después de dar un pequeño respingo, le acerqué mi vaso.

–Gracias –dijo tras dar un sorbo y de poner cara de desagrado–. ¿Sois amigos de Pol?

–No exactamente. Yo trabajaba en la empresa de su tío. Y no le soporto. Él es Santi. Y se está riendo de él. Creo. No le acaba de salir muy bien.

–Bien hecho. A mí me da mucho asco. Me llamo Susana, por cierto.

–¿Y si tanto asco te da, qué haces aquí?

–Molestar a mi amiga para que no se líe con él.

–Ah, bien.

–Es que está muy borracha y cuando bebe tanto, es capaz de cualquier cosa, incluso de liarse con ése.

–Ella está borracha.

–Sí, ella… Oye, ¿qué insinúas?

–Nada, nada…

–A ver, yo he bebido para mantenerme a la altura, digamos. Para seguirle el ritmo. Y estoy perjudicada. Pero controlo.

–Perfectamente.

–Al menos a ella.

–Mírala, qué controlada está, babeando sobre el cojín.

–Qué bonito, no nos conoces de nada y ya te estás metiendo con nosotras.

La miré a la luz del amanecer. Qué pena daba, la pobrecilla. El maquillaje parecía ya gotearle, tenía los cabellos castaños como si se hubiera pasado seis o siete horas durmiendo en un coche, se le adivinaban dos ojeras tan grandes como un par de donuts y la voz ya le ronqueaba.

Sí, lo admito, me estaba empezando a gustar.

–¿Le conocíais de antes? A Pol, digo.

–De verle en Luz de Gas. Está a menudo por ahí, babeando.

–¿Ya sabéis que vive con su novia?

–Lo primero que nos dijo, cuando se nos presentó. Dice que está en una relación abierta y que ella lo entiende todo.

–¿Eso dice? ¿En serio?

–En serio. Me da mucho asco.

–Bueno, pero habéis subido.

–Es lo que te decía. Mi amiga. Que se pone muy tonta cuando bebe y es capaz de hacer muchas gilipolleces. En realidad, ha hecho muchas. Tiene un currículum que da pena y vergüenza. Pero esto ya sería lo peor. No se lo perdonaría jamás. Ella a sí misma y yo a ella.

–Ah, eres una buena amiga.

–Anda, sé bueno y dame un poco más. El whisky me da asco, pero en fin. A estas alturas creo que lo peor es parar.

–Nada, tápate la nariz y como si fuera un medicamento.

–Sí, será lo mejor. Huele a vómito.

–Anda ya.

–Que sí. El whisky huele a vómito.

–Qué sabrás –cuando me devolvió el vaso lo olí–. Qué tonterías dices.

–Huele a vómito. A vómito de vieja.

–Tú sí que hueles a vómito de vieja.

–Qué respuesta más ingeniosa. Aunque la verdad es que después de esta noche no me extrañaría. ¿Qué hora es?

–No sé, pero creo que es martes.

–Por lo menos.

–Igual deberíamos irnos. ¿Crees que tu amiga podrá moverse?

–Si me echáis una mano, la metemos en un taxi.

–Claro. ¿Para dónde vais? Si queréis, os acompañamos y te ayudamos con el cadáver.

–No, no te preocupes, no hará falta.

–¿Pero luego?

–Luego paramos en su puerta y ya la despierto a bofetadas.

–Ah, eso está bien.

Ahí me había cortado el rollo un poco. Yo quería acompañarla sin ninguna mala intención. En serio. Por echar una mano. Y me daba la impresión de que ella había zanjado el tema como si yo tuviera otras ideas y dejando claro que no le habían gustado nada. No, no. Yo era inocente. Si yo no estaba en condiciones sentimentales como para hacer nada más. Y probablemente físicas. Eran casi las ocho de la mañana y lo único que quería era dejarme caer sobre mi cama, solo, y dormir. Pero aquella negativa tan rotunda a estar cerca de mí en un taxi me resultó casi ofensiva. Pero bueno. No pasaba nada. También era normal. No nos conocía.

A bofetadas, jeje, eso había estado bien.

–¿Ahora te ríes solo?

–No, es por lo de las bofetadas. Es que voy lento. A estas horas.

–No me extraña. Venga, vamos a recoger a Cris.

Avisé a Santi, que salió de un dormitorio con el perro –no quise preguntar– y puso cara de pena cuando vio que nos íbamos. Sólo le faltó preguntar ¿yaaaa?, poniendo voz de niño tonto. Pol salió del baño y nos vio a Susana y a mí intentando despegar a su amiga del sofá, entre gemidos de sueño (de ella) y de esfuerzo (nuestros). Pol nos acompañó a la puerta, sin saber muy bien si convencernos para quedarnos, para que así se quedaran ellas, o admitir que igual era buena idea retirarse a tiempo y que al menos nos fuéramos también nosotros dos. Cuando ya estábamos fuera, maniobrando para llamar al ascensor, Pol no pudo evitar que se le notara el tono de rabia y de celos al decir, supuestamente en broma, “pasadlo bien, chicos”.

Nos volvimos a encajar en el ascensor, aunque en esta ocasión Santi se sintió decepcionado al verse sin culo encima. Salimos de nuevo a trompicones e incluso la amiga de Susana recobró la conciencia al oír un ladrido.

¿Un ladrido?

Miramos abajo. Allí estaba Marte, mirándonos sorprendido por nuestra cara de sorpresa. Volvió a ladrar muy digno, como diciendo, sí, soy yo, claro que soy yo, ¿esperabais a otro perro?

–Mierda –dije–. Anda Santi, súbele el chucho a Pol mientras nosotros paramos un taxi.

–No, hombre, no.

–¿Cómo?

–Que no.

–¿Que no qué?

–¿No lo ves claro?

–¿El qué?

–¿No te deben un montón de pasta?

–¿Pol te debe pasta? –Preguntó Susana.

–Me haces daño… Tengo sueño…

–Bueno, su tío. Pero ¿qué quieres hacer con el perro?

–Está clarísimo.

–¿El qué?

–Lo vamos a secuestrar.

Hubo un momento de silencio. Susana comenzó a reír. Yo resoplé.

–Anda, súbele el chucho a…

–No, no, espera –dijo Susana–, tiene razón.

–No, no le animes.

–¿Dónde estamos…?

–En serio, escucha un momento. ¿Qué te deben? ¿Sueldos atrasados y eso?

–Sí.

–¿Le has demandado y todo?

–No, el abogado dice que no merece la pena porque ya están los administradores con…

–Pues quédate el perro hasta que paguen.

–No, no, es mejor que eso. Que pida una cantidad extra por intereses.

–Claro, si tienen que pagar el sueldo igual. Lo otro será un complemento.

–¿Estáis hablando en serio?

–Sí, pero ahora no es buen momento para discutir los detalles, con mi amiga comatosa en hombros.

–Eh, que te puedo oír…

–Ah, muy bien –dije–, pues quedamos mañana por la tarde y discutimos acerca de cómo le hacemos llegar los detalles del rescate.

–Me parece buena idea –contestó Santi.

–Estaba intentando ser irónico.

–Lo siento, no entiendo las ironías. Intercambiemos los correos electrónicos.

Y eso hicimos, justo antes de dejarlas a ellas en un taxi y volver nosotros caminando.

–Podríamos coger uno también…

–No, gracias a tu estupenda idea, no podemos. No nos dejarán subir con tu perro.

–¿Mi perro? –Santi abrió mucho los ojos, aunque era evidente que aquella cara de sorpresa era falsa.

–Claro –contesté, dispuesto a no dejarme engañar por alguien que engañaba tan mal como él.

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