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Authors: Brent Weeks

Tags: #Fantástico

El prisma negro (43 page)

BOOK: El prisma negro
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Era demasiado. No podía seguir soportándolo. Estaba acabado. Kip no pudo aguantarlo más y buscó la cuerda. Era un fracasado, una vergüenza, un cobarde fofo y balbuceante. Nada.

Sintió el roce de la cuerda en la mano.

—Ahí la tienes, Gordito —susurró una voz satisfecha. El sabor, Kip. El sabor era extraño, dijo una voz amable.

Lo que había dicho la mujer no tenía sentido. Lo cubrían por entero.

Kip tiró de la cuerda. Fracasado.

Un tañido distante, sobre su cabeza. Los alfilerazos cesaron de inmediato. El reptar, el corretear, el aferrar y el arañar se evaporaron, desaparecieron. No eran reales. No eran ratas de verdad. La araña que había mordido debería haberle dado una pista a Kip. Se habría dado cuenta si no fuera tan cobarde. La viscosidad de su interior no eran entrañas, sino luxina. Se trataba de una ilusión, miedos falsos. Le habían engañado.

Había fracasado. Mientras la plataforma ascendía, el cerebro de Kip, ahora que el terror había dejado de embotarlo, comprendió cómo le había llamado la mujer: «Gordito». Era el sobrenombre que le había puesto Ram. Kip se sintió morir un poco por dentro. Había demostrado que Ram tenía razón. Otra vez.

Cuando emergió, sin embargo, los hombres y las mujeres estaban ataviados ahora con alegres ropajes de sus respectivos colores, deslumbrantes zafiros azules, verdes esmeraldas, diamantes amarillos, rubíes rojos. Parecían jubilosos.

—¡Enhorabuena, aspirante! —exclamó el ama Varidos mientras se unía al círculo.

Kip se quedó mirándola fijamente, desconcertado.

—Cuatro minutos y doce segundos. Deberías sentirte muy orgulloso. Seguro que tu padre lo estaría.

Hablaba en un idioma que Kip no alcanzaba a entender. ¿Orgulloso? Había fracasado. Se había avergonzado a sí mismo y a su padre. Se había rendido. La rabia y la frustración acumuladas se habían quedado de repente sin ninguna vía de escape, dejándolo embargado por una indeleble sensación de estupidez.

—He fracasado —dijo Kip.

—¡Todo el mundo fracasa! —repuso el asombrosamente musculoso supervioleta—. ¡Lo has hecho de maravilla! ¡Cuatro minutos y doce segundos! Yo solo duré un minuto con seis.

—No lo entiendo —murmuró Kip.

La ninfa amarilla se rió.

—Así es como está diseñada la prueba. Todos fracasamos.

Lo rodearon, los hombres dándole palmaditas en la espalda, las mujeres acariciándole los brazos o los hombros, todos ellos felicitándole. Que unas personas tan bellas le dispensaran una acogida tan calurosa resultaba embriagador. Ahora que su cerebro funcionaba de nuevo, notó que no habían elegido necesariamente hombres para representar a los antiguos dioses, y mujeres para las diosas. ¿Sería porque habían llegado tan lejos que sencillamente ya no tenía importancia, o se trataría de un desaire intencionado?

—¿Es cierto eso? —preguntó Kip al ama Varidos, que se había apartado para evitar los zarandeos del bullicioso tropel—. ¿Todo el mundo fracasa?

La mujer sonrió.

—Casi todo el mundo. No se trata de ver si consigues superar la prueba, sino de ver qué clase de persona eres. Y el miedo nos abre los ojos. Esos colores que viste pasando a gran velocidad eran la auténtica prueba. Nos dirán qué puedes trazar. ¿Estás listo para escuchar el resultado?

—Espera. ¿«Casi todo el mundo»? ¿Quién no fracasa? —preguntó Kip.

Las risas y las voces de júbilo se interrumpieron.

La anciana respondió:

—En toda mi vida, la única persona que no cogió la cuerda fue…

Gavin. Kip lo sabía. Por supuesto. Su padre era el único hombre capaz de hacer lo que nadie más podría haber conseguido. Kip le había fallado.

—Tu tío —concluyó el ama.

¿Mi «tío» Gavin, o mi tío Dazen?

—Tu tío Dazen Guile —especificó la mujer al darse cuenta de su desconcierto—, quien estuvo a punto de destruir nuestro mundo. Un buen ejemplo a no seguir, ¿hum?

Volvía a hablar en aquella lengua ininteligible. ¿Después de todo lo que Kip había visto hacer a Gavin, era su hermano el que había superado la prueba?

—Cuatro minutos es una marca extraordinaria, Kip, pero al fin y al cabo solo sirve para alardear. ¿Estás listo para ver tus colores?

44

Liv ensayó una reverencia, alegrándose de tener una excusa para interrumpir el contacto visual con el Prisma. Cuando enderezó la espalda, Gavin Guile la observaba con expresión crítica. Evidentemente, sus sospechas demostraban ser ciertas: pocas mujeres respondían a su llamada vestidas con ropa de faena y sin maquillaje.

—Hacía mucho que no veía una reverencia tyreana como Orholam manda —dijo el Prisma.

Cuando tus ejércitos se marcharon, quedaban pocas mujeres para hacer reverencias.

—¿En qué puedo serviros, noble señor de la lux Prisma? —preguntó Liv.

—Lord Prisma es suficiente —dijo Gavin.

—Gracias, lord Prisma.

Saltaba a la vista que estaba sopesándola, pensando. Pero ¿pensando en qué? Si algo había conseguido esa desgraciada de Aglaia Crassos era que Liv pensara en el Prisma como en Gavin Guile, un hombre, y además apuesto. Sus ojos eran, literalmente, la cosa más fascinante del mundo.

Magíster, Liv. Tutor. Lord. Señor de la lux. Noble. General. Con el doble de años que tú. Demasiado mayor para ti. No un hombre musculoso de anchas espaldas, tan solo otro magíster. Ojalá ardas en el infierno, Aglaia Crassos.

—¿Has decidido quién quieres que sea tu magíster de amarillo?

¡Gracias!

¿Lo ves?, soy una discípula. Nuestra relación es puramente académica. En comparación con él, soy una niña. Irremediablemente joven e ignorante. Liv frunció los labios.

—Con franqueza, me gustaría estudiar con el ama Tawenza Ojos Dorados. —No podía creerse que lo hubiera dicho en voz alta. Esa mujer solo aceptaba tres pupilos al año, y ya los tenía. Los tres mejores estudiantes de amarillo de toda la Cromería.

Gavin se rió.

—¿Ese basilisco malhumorado? Atrevida elección. Es la mejor, y probablemente no te odie tanto como creerás que lo hace durante el primer año. Te pediría que le dieras recuerdos de mi parte cuando le asigne una cuarta estudiante, pero sin duda la pagará contigo. Dalo por hecho. ¿Qué te parecen tus aposentos?

Liv no respondió de inmediato. Era una pregunta bastante personal. No, tan solo está preocupado… no, preocupado no, quiere comprobar que se hayan cumplido sus instrucciones. Los generales hacen cosas por el estilo.

—Son mejores de lo que jamás soñé que tendría, lord Prisma. ¿Y la ropa? Antes tenía tres vestidos. Ahora poseo más de cincuenta y el peor de ellos es mejor que mi antiguo vestido de los domingos. —Espera, tal vez la ropa no sea el tema de conversación más apropiado.

—Y sin embargo has decidido venir así —dijo Gavin, reparando en su atuendo. Ups. Su voz no denotaba desaprobación. Si acaso, destilaba una sombra de buen humor. Pero su semblante no dejaba entrever si se sentía irritado. Liv debería haber escuchado a esa esclava, Marissia. Arreglarse un poco no habría sido el fin del mundo. Gavin miró detrás de ella, y Liv lo imitó, pero la habitación estaba desierta salvo por ellos dos, y en las paredes no había ningún elemento decorativo fuera de lo común, tan solo el cristal de pruebas habitual.

—Me pedisteis que acudiera cuando me viniese bien. —No pudo impedir sonar como si estuviera a la defensiva—. Pensé que no os gustaría que os hiciera esperar. —Eso estaba mejor. Con decisión, Liv.

—Creo que lo harás perfectamente.

—¿Lord Prisma?

—Eres perfecta porque te niegas a dejarte impresionar, Aliviana. Eso me gusta. Es…

—¡Yo no diría exactamente que no estoy impresionada!

Gavin esbozó una sonrisa.

—De lo contrario no me interrumpirías.

Dándole la razón, de paso.

Liv decidió mantener la boca cerrada. Puede que desmarcarse de todas las demás mujeres que acudían allí, y fracasaban en sus intentos por seducir a Gavin, no hubiera sido el mejor de los planes.

—Cada vez que llamo a mi presencia a una mujer de entre treinta y sesenta años de edad, se presenta vestida como una cortesana ruthgari, o bien ansiosa por complacerme o bien completamente aterrada. Como si me dedicara a regentar un burdel.

Ay, que Orholam me lleve, ¿y si he hecho precisamente aquello que podría volverme más atractiva a sus ojos?

—Sois Gavin Guile —dijo Liv, como si eso lo explicara todo. Y así era. Cazar al Prisma no solo cambiaría totalmente la vida de una mujer, sino también la de su familia. A mejor, de inmediato y durante generaciones. Añádanse los adjetivos apolíneo y viril al término «Prisma», que ya de por sí significaba poderoso, respetado y rico, y a Liv no le costaría imaginarse que las faldas se acortaran y los escotes cayeran. Era un milagro que las mujeres no acudieran a verlo desnudas. ¿Qué se pondría Ana si recibiese una invitación del Prisma?

Por otra parte, mejor no pensar en ello.

—Sí, lo soy —dijo Gavin, sonriendo como si de una broma privada se tratara—. Y necesito que me ayudes, Aliviana.

Liv tragó saliva con dificultad. Lo cierto era que podía pedirle lo que quisiera, y ella jamás podría negarse.

—Liv, por favor.

—De acuerdo. —Gavin carraspeó. ¿Por qué carraspeaba? ¿Se sentía violento? ¿Le incomoda empezar una aventura con una muchacha a la que dobla en edad?

Gavin volvió a mirar por encima del hombro de Liv.

—Hace unos años… es como si hiciera una eternidad… El caso es que tengo un… sobrino. Su madre era tyreana. Quiero que seas su profesora. Quizá se sienta más cómodo bajo la tutela de alguien de su tierra. Sé que los tyreanos no lo tenéis fácil aquí. ¿Qué dices?

Liv se quedó farfullando, asombrada. ¿Un «sobrino»? ¿Su profesora? ¡Kip! ¡Por supuesto! ¡Por Orholam, se había equivocado por completo! ¡Idiota! El Prisma no había pensado ni remotamente…

—B-bueno, por supuesto, lord Prisma. ¿Hay… por qué…? —Pero ¿qué estaba diciendo? Ya había sido bastante impertinente. Formular la pregunta equivocada acerca del bastardo de un hombre era la manera más segura de echarlo todo a perder—. ¿Cuál es el color de… él? —Solo en el último momento se acordó de decir «él» en vez de «Kip». Se suponía que no debía ni sospechar siquiera que Kip era el hijo bastardo del Prisma.

Sería una espía espantosa.

—El verde. Posiblemente el azul. Se está celebrando su iniciación en estos momentos.

—¿Ahora? —preguntó Liv. Las ceremonias de iniciación del presente curso habían tenido lugar hacía mucho. Liv no había oído nunca que se aceptaran candidatos en ninguna otra época del año—. ¿Cuándo llegó vuestro… cuánto hace que está aquí?

—Llegó ayer.

—¡¿Y ya le están iniciando?! —Pobre Kip.

Gavin volvió a echar un vistazo detrás de ella. Esta vez, Liv sabía qué estaba mirando. Por toda la torre, por motivos que Liv nunca había alcanzado a comprender, había cristales corrientes incrustados en las paredes. A lo largo de todo el año se limitaban a emitir destellos en su sitio, refractando la luz de su entorno, pero durante las iniciaciones al comienzo de cada curso, su brillo se intensificaba. A medida que los aspirantes se sometían al Trillador, se producía invariablemente una oleada de un color tras otro conforme se sucedían las pruebas. Los colores eran los mismos que veía el aspirante. En cuanto trazaban, el cristal adoptaba un tono brillante del color trazado. Para Liv había sido supervioleta, primero, y después un amarillo más débil.

Desde la llegada de Liv, el Prisma había estado controlando los progresos de su hijo bastardo.

Ahora que lo pensaba, si la prueba había empezado ya cuando Gavin miró por primera vez a espaldas de Liv, lo cierto era que estaba durando mucho. Generalmente no llegaba al minuto.

Ambos se giraron para contemplar el cristal.

—¿Qué dijo el examinador cuando te bajaron al Trillador? —preguntó Gavin.

—Dijo algo acerca de que la única rebelde buena era la rebelde muerta, y que aún poseía la sangre de mi padre —respondió Liv. Se trataba, como siempre, de asustar al aspirante. El miedo dilataba las pupilas y hacía que el aspirante trazara al máximo de sus posibilidades. También ayudaba a que incluso el más arrogante señorito o damisela comenzara sus estudios con una pizca de humildad.

—¿Y a vos? —preguntó Liv. Ninguno de los dos apartó la mirada del cristal.

—Algo sobre mi hermano —dijo Gavin—. Resultó ser más cierto de lo que creían.

—Lo siento —dijo Liv. No sabía si estaba disculpándose por haber preguntado, por el examinador, o por la pesadilla hecha realidad que había tenido que padecer Gavin al verse obligado a matar a su hermano.

—Nunca me ha gustado esa parte, asustarles. La cámara es bastante aterradora por sí sola, al igual que la posibilidad de fracasar. Es innecesario que hagan creer a los aspirantes que sus vidas corren verdadero peligro. Eso rompe a las personas. Rompe a los niños.

Liv nunca lo había visto de esa manera. El Trillador era el Trillador. Todo el mundo pasaba por él. Se trataba de un elemento indisoluble del trazo, de la Cromería. Cuando menos, todos los trazadores tenían el Trillador en común.

—Todas las muchachas nobles sabían lo que iba a pasar —dijo Liv—. Al contrario que las demás. Sabían que la prueba en sí no les haría daño, así que esas breves palabras al margen de la prueba eran lo único que las asustaba. Porque incluso si no hubieran estado sobre aviso, escuchar a un examinador perteneciente a la familia de tu enemigo asegurar que los accidentes ocurren es aterrador.

—No se me había ocurrido —dijo Gavin—. Todos mis amigos eran nobles. Creía que todo el mundo sabe lo que le espera.

Por supuesto que sí. La Cromería está diseñada para favorecer a los de tu clase, y eso solo es una muestra más.

Gavin carraspeó.

—Liv, mi hijo podría ser especial, realmente dotado. Lo descubriremos enseguida, pero no me sorprendería que fuese un policromo. Es tyreano, su madre ha muerto hace poco, va a enfrentarse a falsos amigos y enemigos injustos por el simple hecho de ser mi hijo; no encajará en ninguna parte y sin embargo, al mismo tiempo, la gente no lo perderá de vista en ningún momento. Si encima resulta ser realmente poderoso… podría convertirse en un monstruo. No sería el primer miembro de mi familia que no sabe controlar un poder inmenso. El don no está exento de impurezas, ¿sabes?

—¿Qué queréis que haga? —preguntó Liv. ¿Realmente iba a dar clases al hijo del Prisma? Hijo bastardo, pero aun así. Sintió como si le hubieran quitado un peso enorme de encima. El Prisma solo era el Prisma (bueno, si es que se podía ser «solo» el hombre más poderoso del mundo), pero también era un noble al que debía prestar sus servicios. Servicios normales. Algo que tampoco era tan terrible, habida cuenta de cuán completamente le había cambiado la vida.

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