El prisma negro (47 page)

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Authors: Brent Weeks

Tags: #Fantástico

BOOK: El prisma negro
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Se encontraba frente a la puerta de los aposentos de su padre, en la Torre del Prisma. El esclavo de su padre (Gavin sabía que el hombre se llamaba Grinwoody, aunque era de mala educación llamar a un esclavo por su nombre si este no se presentaba antes personalmente) aguardaba, sosteniendo abierta la puerta. Una puerta abierta a la oscuridad, en más de un sentido. Gavin sintió una dolorosa punzada en el pecho. Le costaba respirar.

Andross Guile no sabía que Gavin no era Gavin. No sabía que su primogénito estaba pudriéndose bajo la Cromería. Aunque creía que Dazen estaba muerto, nunca había dado muestras de que eso le preocupara, y menos aún de lamentarlo. El destino de los traidores era el destierro y el olvido.

—¿Lord Prisma? —preguntó el esclavo.

Gavin se sacudió los últimos hilillos de luxina de los dedos. La vaharada de olores resinosos le produjo un discreto consuelo.

En la habitación de Andross Guile reinaba una oscuridad absoluta. Capas sobre capas de recias cortinas de terciopelo cubrían las ventanas y la pared entera. La antesala erigida alrededor de la entrada impedía que la luz entrara detrás de sus contadas visitas. Gavin produjo un resplandor supervioleta y transpuso el umbral.

Grinwoody cerró la puerta tras ellos. Gavin trazó una bolita de supervioleta en su mano, imperfecta a fin de mantenerla inestable. La inestabilidad propiciaba que se desintegrara lentamente y regresara a su espectro lumínico. Para un trazador supervioleta era como portar una antorcha cuya luz resultaba invisible para los demás. Puesto que ni Grinwoody ni Andross eran supervioletas, Gavin podía generar toda la cantidad de esa luminosidad espectral que quisiera.

Ante la atenta mirada de Gavin, Grinwoody presionó un pesado almohadón contra la diminuta rendija al pie de la puerta a sus espaldas. El hombre hizo una pausa mientras sus ojos se acostumbraban a las tinieblas. No era trazador, de modo que no podía ejercer ningún control directo sobre sus ojos. En la oscuridad, un apagado (un no trazador) necesitaba media hora o más para alcanzar la plena sensibilidad a la luz. La mayoría de los trazadores lo conseguían de forma natural al cabo de diez minutos, merced al tiempo que pasaban en sintonía con la luz. Unos pocos eran capaces de alcanzar la plena sensibilidad a la luz en apenas unos segundos. Pero Grinwoody no estaba esforzándose por ver. Era evidente que había memorizado la distribución del cuarto hacía años; tan solo quería cerciorarse de que no permitía la entrada del menor resquicio de luz en la cámara de su noble amo Guile. Al cabo, satisfecho, abrió la puerta.

Gavin se alegró de disponer del supervioleta. Como todos los trazadores, había aprendido a no depender de los colores para alterar su estado de ánimo. Como la mayoría, fracasaba a menudo. La tentación era particularmente irresistible para los policromos. Había un color para despertar cada sensación, o para contrarrestarla. Como en estos instantes. El empleo del espectro supervioleta iba ligado a una sensación de extrañeza, distanciamiento o alteridad. A veces parecía irónico o cínico. Siempre era como si uno se viera desde lo alto.

Eres el Prisma, y te asusta un anciano.

A la luz supervioleta de su antorcha, Gavin vio a su padre sentado en una silla acolchada de respaldo alto, frente a una ventana tapada con cortinas y entablada. Andross Guile había sido un hombre alto y de constitución fuerte. Ahora era como si el antiguo volumen de sus poderosos hombros se hubiera desplazado a su panza. No era corpulento; sencillamente, el grueso de su peso se concentraba en su vientre. Los años de no levantarse apenas de la silla le habían dejado las piernas y los brazos enflaquecidos, fláccida y moteada la piel ya a sus sesenta y cinco años.

—Hijo, me alegra que vengas a hacerme una visita. La vejez y la soledad van de la mano.

—Lo siento, padre. La Blanca me mantiene muy atareado.

—En vez de mostrarte tan dócil con esa bruja inválida, deberías solicitar que la arpía se uniera a la Liberación este año.

Gavin omitió hacer comentario alguno. Se trataba de una discusión recurrente. La Blanca se refería en los mismos términos a Andross, aunque con menos descalificativos. Gavin se sentó junto a su padre y lo observó a la espectral luz supervioleta de su antorcha.

Pese a las tinieblas que imperaban en la estancia, Andross Guile llevaba ceñidas unas gafas tintadas alrededor de las cuencas oculares. Gavin no lograba imaginarse viviendo en la oscuridad absoluta. Ni siquiera había sido capaz de hacerle eso a su hermano. Andross Guile era un policromo del amarillo al subrojo. Como tantos otros trazadores durante la Guerra del Falso Prisma, se había entregado hasta el límite. Y más allá. Había combatido, como cabía esperar, a favor de su primogénito. Tras abusar de la magia, había terminado destruyendo las defensas de su cuerpo contra ella. Pero después de la guerra, cuando tantos trazadores habían elegido la Liberación, Andross había preferido recluirse en estos aposentos. La primera vez que Gavin vino a visitarlo había filtros azules montados en las ventanas. Dado que su poder residía en el otro extremo del espectro, Andross se había sentido a salvo rodeado de luz azul. Desde entonces, los cirujanos le habían dicho que necesitaba oscuridad absoluta para seguir combatiendo los colores. Debía de estar realmente al filo del abismo para tomar unas precauciones tan radicales.

—He oído que intentas comenzar una guerra —dijo Andross.

—Pocas veces intento algo sin conseguirlo, me temo. —Gavin no se molestó en asombrarse porque su padre ya lo supiera. Por supuesto que Andross Guile lo sabía. Poseía la lealtad o el temor de la mitad de los ocupantes más poderosos de la torre.

—¿Cómo?

—Recibí una carta que desvelaba la existencia de un hijo mío en Tyrea. Cuando llegué a la ciudad en cuestión, la habían incendiado. Me tropecé con unos Hombres Espejo que se proponían asesinar a un chiquillo y les paré los pies.

—Los mataste.

—Sí. El chico resultó ser mi hijo natural, y los hombres resultaron ser esbirros de Rask Garadul. Pretendía castigar a la ciudad por negarse a enviar más soldados para la leva. Me aseguró que sentía un interés especial por el chico, pero creo que solo lo dijo porque pensaba que así podría hacerme daño.

—¿Un interés especial? Creía que su intención era castigar a la ciudad.

—Según él, Kip le había robado algo.

—¿Y era verdad?

—El muchacho alegó que su madre le había dado un joyero justo antes de morir a causa de las heridas sufridas durante el asalto. Pero no había robado nada.

—¿Tienes la daga? ¿Es la luxina blanca?

Un escalofrío recorrió la espalda de Gavin. Pensaba que la peor parte de esta entrevista consistiría en su padre preguntando por los detalles de unas aventuras que Gavin en realidad no había tenido y, por consiguiente, no podía recordar. Pero ¿una daga de luxina blanca? La luxina blanca era una leyenda, y que Andross Guile hablara de ella significaba que creía en su existencia. O que sabía de ella. Que la había visto y que pensaba que Gavin debería saber de qué estaba hablando.

También su hermano había mencionado una daga. Gavin sintió una opresión en el pecho.

Si no se andaba con cuidado, echaría a perder su disfraz. Por eso evitaba a su padre en la medida de lo posible. Andross Guile era una de las pocas personas que podía saber exactamente qué recuerdos correspondían a Gavin y cuáles a Dazen. Los demás habían sido desterrados o asesinados durante la guerra. La endeble excusa de que la ferocidad del combate a muerte entre ambos hermanos había provocado que Gavin olvidara algunas cosas tenía sus límites. Andross, en particular, podría perdonarle que no recordara en detalle aquellos acontecimientos anteriores al duelo final, pero debería ser capaz de recordar lo que había sucedido años antes, ¿verdad?

—No he visto la daga —dijo Gavin—. Estaba guardada en una caja. Ni siquiera se me ocurrió que pudiera tratarse de la luxina blanca. —La luxina blanca no existía. Gavin lo sabía mejor que nadie. Había intentado crear el legendario material personalmente… y como Prisma, si alguien era capaz de lograrlo, ese era él.

—Mentecato, no entiendo cómo has podido ser siempre mi predilecto. Dazen tenía mil veces más luces que tú, pero aun así siempre me ponía de tu parte, ¿verdad?

Gavin miró al suelo y asintió con la cabeza. Las primeras palabras amables que su padre le dirigía en años, y estaban cargadas de reproche.

—¿Estás asintiendo o negando con la cabeza? Por si lo has olvidado, estoy ciego —dijo Andross, con aspereza—. Da igual. Entiendo el secretismo con el que has buscado la daga… ni siquiera mis espías sabían que hubieras comenzado tus pesquisas, así que te felicito por ello… pero cuando te tropezaste con una daga de aspecto sospechoso a la que un monarca de tres al cuarto se moría por ponerle las manos encima, ¿no sentiste un escalofrío en la nuca?

—Me rodeaban treinta trazadores hostiles, Hombres Espejo y un rey muy cabreado. Escalofríos, precisamente, no me faltaban.

Andross Guile agitó una mano, como si nada de todo eso fuera digno de tenerse en consideración.

—Sin Guardias Negros protegiéndote las espaldas, supongo. Necio obstinado. ¿De qué estaba hecha la caja?

—No lo sé… palisandro, tal vez —respondió con franqueza Gavin.

—Palisandro. —Andross Guile exhaló un hondo suspiro—. Por sí solo, eso no demuestra nada, naturalmente. Pero sugiere qué es lo próximo que debes hacer.

—Pensaba recorrer las Siete Satrapías y hablar directamente con cada uno de sus gobernantes, a ver si consigo persuadirlos —dijo Gavin—. El Espectro, claro está, no moverá un dedo. —Sabía lo que se avecinaba. Ahora su padre le diría lo que tenía que hacer y apisonaría todos los pretextos que Gavin arrojara a su paso. Por el amor de Orholam, que soy el Prisma.

—Y para cuando hayas terminado, el rey Garadul habrá conquistado Garriston. Todo lo que le dijiste al Espectro era verdad, pero tomaste la decisión y las medidas equivocadas. Por eso me tienes a mí. Si hubieras hablado conmigo en cuanto regresaste, ya lo sabrías. Al retirar unilateralmente una joya y depositarla en manos tyreanas…

—Yo no la calificaría de joya, padre…

—¡Osas interrumpirme! Ven aquí.

Envarado, Gavin se sentó frente a su padre. Andross Guile extendió una mano y encontró el rostro de Gavin. Casi con delicadeza, trazó el contorno de su mejilla. A continuación, lanzó la mano abierta hacia atrás y abofeteó a Gavin con todas sus fuerzas.

—Soy tu padre y me demostrarás el debido respeto, ¿entendido?

Tembloroso, Gavin tragó saliva e intentó dominarse.

—Entendido, padre.

Andross Guile levantó la barbilla como si estuviese analizando el tono de Gavin en busca de matices indeseados. Luego, como si nada hubiera ocurrido, continuó:

—Garadul ambiciona Garriston, de modo que aunque se tratase de una montaña de heces en medio de un vertedero, entregársela denotaría debilidad. La reacción adecuada sería arrasar la ciudad, esclavizar a sus habitantes y cubrir los cultivos de sal… e irse antes de que él llegara. Pero ya has destruido esa opción por culpa de tu incompetencia. Cuando el rey Garadul conquiste Garriston con veinte mil hombres, recuperarla te costará mucho más de lo que a él ahora ganarla, que solo la defiende un millar.

—¿Los ruthgari solo han asignado mil hombres a la defensa de Garriston? —preguntó Gavin. Era menos que una cifra simbólica. Si no hubiera tenido tanta prisa cuando pasó por Garriston, seguro que lo habría notado.

—Problemas con los aborneanos, que han vuelto a aumentar la tarifa del paso de las Angosturas. Los ruthgari pretenden intimidarlos con una exhibición de fuerza, para lo cual han recurrido a la mayoría de los barcos y los soldados de Garriston.

—Eso es absurdo. Tienen que saber que Garadul está concentrando sus tropas.

—Lo mismo opino. Creo que han sobornado a la ministra de Asuntos Exteriores ruthgari. No es tonta, así que debe de saber lo que se hace. Fuera como fuese, debes dirigirte a Garriston. Intenta salvar la ciudad y matar a Rask Garadul, pero aunque no lo consigas, recupera esa daga. Todo depende de ella.

¿Qué era «todo»? Este era el problema de fingir que uno conocía determinados secretos cuando no era verdad. Los secretos, sobre todo los más importantes y peligrosos, tenían la mala costumbre de envolverse en alusiones indirectas. Especialmente cuando los conspiradores se sabían espiados en todo momento.

Tal vez debería haber arriesgado y reconocido que se me había olvidado todo lo relacionado con la daga.

Hubo una época en que Dazen conocía todos los secretos de Gavin, incluso aquellos que supuestamente solo compartía con su padre. Dazen y Gavin no solo eran hermanos. Habían sido los mejores amigos. A pesar de que Dazen contaba dos años menos, Gavin lo trataba de igual a igual. Sevastian era más joven; le obligaban a quedarse en casa. Gavin y Dazen compartían las mismas amistades. Juntos, ganaban y perdían los combates a puñetazo limpio con los hermanos Roble Blanco. Gavin añoraba la simplicidad de aquellas peleas. Dos bandos, una maraña de puños, y cuando una de las partes empezaba a sangrar o a llorar, la disputa se daba por zanjada.

Pero Gavin había cambiado el día que cumplió los trece. Dazen aún no tenía once años por aquel entonces. Andross Guile había llegado vestido con su atuendo de gala, majestuoso, impresionante con sus brocados rojizos y dorados y las cadenas del mismo color que le ceñían el cuello. Aun entonces, transcurrida una década desde su ingreso en el Espectro, siempre se hacía referencia a Andross Guile por su nombre de pila, nunca Andross Rojo. Todo el mundo había sabido siempre cuál era el más importante. Andross se llevó a Gavin.

Cuando regresó a la mañana siguiente, Gavin tenía los ojos hinchados como si hubiera estado llorando, aunque lo negó con vehemencia ante las preguntas de Dazen. Fuera lo que fuese que había ocurrido, Gavin no volvió a ser el mismo. Ahora era un hombre, le dijo a Dazen, y se negaba a seguir jugando con él. La siguiente vez que los hermanos Roble Blanco intentaron buscar pelea, Gavin se cargó de un subrojo tan profundo que el calor emanaba de él en oleadas, e informó en voz baja a los hermanos de que, si lo atacaban, el resultado pesaría sobre sus conciencias.

En aquel momento, Dazen supo que Gavin realmente habría sido capaz de matarlos.

A partir de entonces, Gavin y su padre se convirtieron en confidentes. Dazen había quedado relegado al olvido. Durante algún tiempo se dedicó a jugar con Sevastian. Más adelante, este también desapareció, y Dazen se quedó solo. Esperaba que volviesen a aceptarlo en su círculo cuando cumpliera los trece, pero la fecha transcurrió sin que su padre reparara apenas en ella. Cuando llegó el momento de que Orholam nombrara a su siguiente Prisma, los Jaspes se transformaron en un hervidero de especulaciones, pero Dazen sabía que su hermano mayor sería el elegido. El cómo carecía de importancia. Andross llevaba toda la vida preparando a Gavin para ostentar ese cargo.

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