El prisma negro (44 page)

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Authors: Brent Weeks

Tags: #Fantástico

BOOK: El prisma negro
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—Quizá sea un monocromo. Es lo más probable. Me estoy adelantando a los acontecimientos —dijo Gavin.

—Pero ¿si no lo es? —Tienes que confiarme tus expectativas, de lo contrario fracasaré… y te enfadarás conmigo. Típico de los nobles. A Liv le agradó saberse capaz de sentirse irritada. Empezaba a librarse de la desorientación que la atenazaba.

—Finge que es normal. En todos los sentidos. Sé que lo averiguaría enseguida por sus propios medios si nos quedáramos, pero pretendo sacarlo de aquí lo antes posible. Hasta entonces, concédele algo de normalidad. Si te saca de tus casillas, grítale. Castígale los nudillos con una vara si se porta mal, ¿entendido? Pero si domina alguna tarea complicada, haz como si fuera algo bueno pero no extraordinario. Quiero que sepa que las personas que importan realmente no van a dejarse impresionar por quién es su padre o cuánto puede trazar.

—¿Y quiénes son esas personas? —preguntó con sarcasmo Liv. No pretendía decirlo en voz alta, pero Gavin estaba siendo ridículamente poco realista. Por supuesto que importaba quién era y cuánto podía trazar. Quizá cuando uno nacía en la cima de la montaña podía fingir que esta no existía, pero quienes la escalaban y quienes nacían al pie y jamás podrían llegar a lo más alto opinaban de otra manera.

—Orholam y yo —contestó Gavin, haciendo oídos sordos a su tono—. Si somos los únicos cuya aprobación le importa, tendrá una oportunidad.

Liv no sabía si era lo más arrogante o lo más profundo que había oído en su vida. Tal vez ambas cosas. Como poco, le recordaba quién y qué era Gavin. Por el entrecejo fruncido de Orholam, había reprendido veladamente al Prisma, el hombre más próximo del mundo al mismísimo Orholam. Y gracias a Orholam que Liv había rechazado la oferta de aquella arpía. Aunque le costase caro. ¿Espiar al Prisma? Era prácticamente un sacrilegio. Por graves que fuesen la estupidez, la torpeza y la horripilante sombra de encaprichamiento de Liv, ¿cuánto peor no sería añadir además la traición a la mezcla? Tragó saliva con dificultad.

—Lo siento, lord Prisma, he sido…

Gavin levantó una mano y se incorporó de repente.

Liv miró el cristal de soslayo, pero no vio nada. El cristal no había cambiado. Volvió a mirar al Prisma a tiempo de ver que este palidecía… antes de que sus facciones se iluminaran como si el sol acabara de salir de detrás de los más negros nubarrones.

Una sucesión de colores relampagueó en su piel, y alargó una mano hacia el cristal. Un tubo de luxina, crepitante y reluciente, salió disparado de su mano y se adhirió al cristal de la pared opuesta como una iridiscente tela de araña en llamas. El hombre continuó bombeando cada vez más cantidad, penetrando a gran profundidad en el cristal.

De pronto, tan abruptamente como había empezado, Gavin se detuvo. Un momento después, el cristal emitió un resplandor verde como el jade, y a continuación un azul menos intenso.

Gavin exhaló un suspiro de alivio.

—¿Qué ha sido eso? —quiso saber Liv.

—¡Un secreto! —ladró Gavin. Hizo un gesto y Liv sintió una ráfaga de aire helado y oyó cómo las ventanas encajaban pesadamente en sus ranuras.

»Ven aquí —ordenó el Prisma. Todos los colores del arco iris y más aún inundaban su cuerpo. Una cuerda de luxina verde se enroscó alrededor de la cadena de azul combinado con amarillo que tenía en la mano—. ¡Date prisa, chiquilla! Tengo que ser el primero en llegar para contenerlo, y te necesitará.

Desconcertada, Liv se acercó corriendo al Prisma. Ni siquiera sabía de qué estaba hablando.

—Súbete a mi espalda —dijo.

—¿Qué?

—¡A mi espalda, rápido! Agárrate bien.

Liv se encaramó a su espalda de un salto. Su cuerpo emitía un calor antinatural a causa de los subrojos que contenía junto con todos los demás colores. ¿Qué estaba haciendo? Miró de nuevo la cadena que tenía en la mano. A continuación, el Prisma se giró y encaró el vacío que se abría tras la ventana. Liv soltó un gritito y se aferró a él como si le fuera la vida en ello.

—¡Nno ddan uegghte!

—¿Cómo? —preguntó Liv, aflojando la presa alrededor de su cuello.

—No tan fuerte —refunfuñó el Prisma.

Mientras Liv se disculpaba, unas bandas de luxina envolvieron su cuerpo, sosteniéndola con fuerza contra él. Gavin corrió hacia la ventana y saltó.

La vista de Liv, al principio, abarcaba únicamente el sedal de luxina que se desenrollaba de la mano de Gavin como la seda de una araña, igualando a la perfección la velocidad de su caída. Comprendió que no tenía ni idea de cuánto tendrían que descender exactamente para llegar al nivel de la Cámara del Trillador, ni cómo sabría Gavin cuándo parar. Ya puestos, ¿cómo pretendía regresar al interior de la torre? ¿Esperaba que alguien se hubiera dejado abierta una ventana?

¡Ay, Orholam misericordioso!

Llevaban cayendo una eternidad. Los ojos de Liv la desobedecieron y saltaron de la luxina sobre su cabeza al suelo a sus pies, que volaba a su encuentro a una velocidad cegadora.

Se aplastó contra la espalda de Gavin cuando este solidificó la cuerda. La presión amenazaba con barrerla lejos de él y arrojarla al patio. Se balancearon hacia atrás, y Liv vio cómo la mezcla de cuerda y cadena se extendía hasta la lejana cumbre de la Torre del Prisma, que se cernía sobre ellos cada vez más grande conforme oscilaban de regreso a su escarpada superficie inmaculada.

Tres tirones bruscos los empujaron hacia atrás, pero ni por asomo con la fuerza necesaria para frenarlos. Liv atisbó brevemente tres misiles que surgían de la mano izquierda extendida de Gavin hacia la torre frente a ellos.

No vio qué hicieron los misiles, porque fuera cual fuese su intención, con Gavin disparándolos con la zurda mientras sostenía la cuerda con la diestra, absorbió la fuerza del retroceso con el brazo izquierdo. De modo que en cuanto los misiles se alejaron de su mano, Gavin y Liv empezaron a dar vueltas sin control en sentido contrario al de las agujas del reloj.

Alrededor de Liv explotaron el cristal y la piedra en todas direcciones. Estaba deslizándose por un suelo, resbalando veloz y recta como una flecha por una fracción de segundo, separada abruptamente del Prisma. De improviso, algo sujetó el dobladillo de su falda. La inercia y la fricción con el suelo se la levantaron con fuerza, y entonces fue su piel lo que chirrió contra la piedra desnuda. Cayó de costado y rodó varias veces. Cuando se detuvo contra una pared, lo único que pensó fue que no podía creerse que aún estuviera con vida.

Había media docena de trazadores en el pasillo inesperadamente azotado por las corrientes de aire, mirándolos con incredulidad. El Prisma se había levantado ya y estaba impartiendo órdenes.

¿Por qué noto frío en el trasero? Liv siguió las miradas de los trazadores y bajó la vista. Tenía la falda recogida alrededor de la cintura a causa del resbalón, exponiéndola al mundo. Con un gritito, se bajó la falda de golpe y se puso en pie de un salto.

—Tú, busca al señor de la lux Negro. Dile que quiero que reparen esto. Hoy mismo. Vete ya. Tú, apunta los nombres de todos los presentes en este pasillo y en la cámara de exámenes —estaba diciendo el Prisma. Liv, al ver que Gavin acaparaba la atención de todos, sacudió las caderas. No se había dado cuenta antes de levantarse de un salto, pero tenía las nalgas heladas porque su ropa interior también se había subido más de la cuenta. Le tiraban de la sisa con saña. Se contorsionó en un intento por devolver la prenda a su sitio sin tener que introducir una mano bajo la falda—. Aliviana, ¿qué haces? —preguntó el Prisma.

Liv se quedó inmóvil, petrificada.

—Da igual, quédate aquí. Te llamaré enseguida. —Gavin abrió la puerta de la cámara de los exámenes y entró sin más dilación. Todos los trazadores del pasillo, incluido uno de los jóvenes magísteres mejor parecido de toda la Cromería, Payam Navid, se giraron para mirar a Liv, preguntándose visiblemente por qué era tan importante… y aniquilando sus esperanzas de recomponer su ropa interior por ahora. Sin tener la menor idea de qué la esperaba ni qué le tenía deparado el Prisma, dirigió una sonrisita nerviosa al joven magíster.

45

Gavin apretó el paso mientras oía a la anciana bicroma decirle a Kip:

—¿Estás listo para ver tus colores?

—¡Yo sí! —exclamó Gavin—. Ama Varidos, con su permiso. —Los familiares de los aspirantes tenían prohibido estar presentes en la cámara de los exámenes por temor a que alguien hiciera trampas. La regla, al menos en teoría, se aplicaba también al Prisma. Hay un motivo por el que la teoría y la práctica son dos mundos distintos.

»Ni siquiera sabía que hubieras comenzado las pruebas. ¿Cuánto han dicho que aguantaste? —preguntó Gavin.

—Cuatro minutos, por lo visto —respondió Kip.

—Cuatro con doce —matizó la anciana.

Gavin se detuvo en seco. En su habitación le había parecido que transcurría mucho tiempo, pero creía que se trataba de una mera impresión. Cuatro minutos era una marca asombrosa. A él, terminar la prueba le había llevado cinco.

El ama Varidos se acercó a Gavin y susurró:

—Se han producido algunas irregularidades de las que creo que te gustaría estar al corriente.

Gavin sonrió en dirección a Kip.

—Bien hecho, será solo un momento. —Se retiró a un lado y dejó a Kip rodeado de personas que le preguntaban qué parte le había parecido más difícil, cómo había conseguido aguantar tanto, tratándolo en general como si fuera el ombligo del mundo. Era sin duda una sensación embriagadora para cualquier trazador novato, como así estaba calculado que fuera.

Sin perder la sonrisa, Gavin encaminó sus pasos hacia la mesa de los examinadores en compañía del ama Varidos. Se situaron justo al lado de la mesa de piedra, en cuyo centro había un agujero cubierto con un paño de satén negro. La piedra de pruebas estaría allí dentro. Gavin intentó recordar cuál era su posición exacta. Solo dispondría de una oportunidad.

—¿De qué irregularidades se trata? —preguntó. El satén impedía que la iluminación del exterior interfiriera con la piedra.

La anciana expulsó lentamente el aire acumulado.

—Lanzó la cuerda fuera del pozo alrededor de los tres minutos y medio. Antes de que pudiera impedírselo, una de las muchachas volvió a dejarla en su mano.

—¿Lo dices en serio?

—Encargan los papeles de la prueba a los niños bonitos. La mitad de ellos apenas si tienen luces suficientes para memorizar el guion, como para pedirles que recuerden las normas tan abstrusas que rigen en unas situaciones que nadie recuerda que se hayan producido jamás. Ni siquiera Dazen tiró la cuerda.

—¿Quién fue?

—La verde.

Por supuesto que había sido la verde. Salvaje, impredecible, rebelándose frente a la menor restricción.

—¡Que venga aquí!

La examinadora verde vio el gesto del ama y se acercó de inmediato. Todos los examinadores eran apuestos, y si la tez clara constituía un inconveniente en el campo de batalla, era un punto a favor para esta y unas cuantas ceremonias más. El efecto visual de una persona con la piel verde, azul o roja perdía fuerza cuanto más oscuro fuese su color natural. Incluso los parianos elegían nativos de la costa, las tierras bajas o mestizos para que los representaran en el Trillador. Esta mujer era ruthgari, y pálida incluso para ellos. Se movía con la gracia de una bailarina. Su fino manto verde, puesto durante la ceremonia para que todos los examinadores lucieran sus respectivos colores cuando emergiera el aspirante (lo cual podía suceder diez o quince segundos después del inicio de la prueba) era, en su caso, una pieza abierta entre sus grandes senos. Llegó caminando con brío, echándose el cabello hacia atrás, con la espalda recta, y se situó justo al otro lado de la mesa.

La desnudez y la semidesnudez que imperaban en algunas de las ceremonias estaban envueltas en un simbolismo religioso y cultual que las despojaba casi por completo de todo erotismo. Casi, porque, daba igual cuán abierto de miras se fuese, uno no podía ignorar totalmente el hecho de que tenía delante a alguien desnudo y asombrosamente atractivo. Pero las fiestas que se celebraban después, sobre todo en las iniciaciones, siempre terminaban recordándose solo a medias. Tantas bellezas, tantos cuerpos a medio vestir, tantos recuerdos recientes de más figuras en cueros… El ambiente era exultante, el vino fluía libremente, y la sobriedad ritual no tardaba en caer en el olvido.

Esta verde sabía exactamente lo que se hacía. Gavin era más alto que la mujer, por lo que apenas si podía contenerse para no clavar la mirada en su manto mal cerrado. En vez de eso, se concentró en el rostro acorazonado y en los ojos castaños, cuyas pupilas presentaban un sutil halo verde. Le recordaba a alguien.

—Por aquí —dijo, señalando a su lado, entre el ama Varidos y él. La trazadora verde rodeó la mesa verde y se situó en el lugar indicado, más cerca de lo necesario.

»¿Quién eres? —preguntó en tono sucinto.

—Me llamo Tisis —fue la respuesta. La sonrisa de la mujer puso de manifiesto sus grandes hoyuelos.

—¿Tisis qué más?

—Ah —dijo ella, como si la idea ni siquiera se le hubiera pasado por la cabeza—. Tisis Malargos.

—¿Qué ha pasado, Tisis? —Gavin fingió no reconocer el apellido. El padre y el tío de la muchacha habían sido amigos suyos… es decir, de Dazen. Habían desaparecido al término de la guerra. Asesinados por los bandidos o esclavizados por los piratas, lo más probable. Tenía los rasgos de la familia. Sin duda le odiaba. Al ver que Kip tenía posibilidades de superar la prueba, lo había saboteado. Valiente. Estúpida e irritante, pero valiente.

—El aspirante hizo trampas. Tiró la cuerda. Se la devolví.

—No se debe tocar al aspirante bajo ningún concepto durante el examen. ¿Cabe alguna duda sobre el significado de esa norma?

—No lo toqué… Con el debido respeto, noble señor de la lux Prisma, dejé la cuerda en su mano sin tan siquiera rozarle la piel. Intentaba preservar la integridad de la prueba.

—Malargos —dijo Gavin—. Eres ruthgari, ¿cierto?

—Sí, lord Prisma.

Gavin volcó una mirada carente de expresión sobre ella.

—Cuando tu bendito sátrapa Rados cruzó el Gran Río para combatir a los bosquesangrientos que lo doblaban en número, ¿recuerdas lo que hizo?

—Quemó el puente de Rozanos al paso de su ejército.

—¿Dirías que hizo trampas?

—No… no lo entiendo.

—Incendió el puente para que sus hombres supieran que no podían huir. No les dejó escapatoria. Hasta el último hombre sabía que debía vencer o morir. De ahí viene la expresión «quemar todos los puentes al paso de uno».

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