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Authors: Brent Weeks

Tags: #Fantástico

El prisma negro (40 page)

BOOK: El prisma negro
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Liv sacó tres montones de monedas.

—Esto es todo lo que el gobierno ruthgari ha gastado en mi educación en los últimos tres años. Con intereses. Toma, quédatelo. Hemos terminado. Soy libre. No os debo nada.

Aglaia Crassos ni siquiera miró las monedas. No le preguntó a Liv cómo había reunido tanto dinero. Lo cierto era que para ello había tenido que firmar un documento según el cual consentía que un prestamista aborneano recibiera directamente su asignación, con un tipo de interés escandaloso. Liv volvía a estar en la ruina. Debería vender algunos de los fabulosos vestidos que le habían dado, tan solo para mantenerse a flote.

—Liv, Liv, Liv. No quiero enemistarme contigo. Pero ahora que por fin vales algo, preferiría revolcarme con un caballo antes de dejarte escapar. Tienes una prima que estaba aquí cuando llegaste. Te enseñó cómo funcionaban las cosas, ¿verdad?

—Erethanna —dijo Liv.

—Es una verde al servicio del conde Nassos, en la región occidental de Ruthgar. Acaba de solicitar permiso para casarse con un herrero. El conde está postergando su decisión… a petición mía.

—No… —dijo Liv, con un estremecimiento.

—Al parecer forman una pareja adorable. Se les ve muy felices juntos. Sería una tragedia que el conde decidiera que la región necesita que Erethanna se case con otro trazador para aumentar las posibilidades de engendrar descendencia con talento.

—¡Vete al infierno!

—También se pueden invalidar tus estudios. Y sembrar rumores acerca de tus depravadas aficiones. Podemos envenenar todos los pozos cuando termines tu formación y empieces a buscar empleo. El beneplácito del Prisma no durará eternamente. En cuanto sus ojos se posen en otra…

—No valgo tanto para Ruthgar —dijo Liv, con un nudo de temor en la garganta.

—No, para Ruthgar no. Pero para mí sí. Tu actitud te hace digna de toda mi atención. Y como me dejes en mal lugar, lamentarás el día que me conociste.

—Ya lo hago. —Liv se sentía derrotada—. Vete. Sal de aquí antes de que te mate con mis propias manos.

Aglaia se levantó, recogió los montones de monedas y dijo:

—Me llevo esto, por las molestias. Cuando hayas reflexionado, ya sabes dónde encontrarme.

—¡Largo de aquí!

Aglaia salió de la habitación.

Liv se quedó temblando de la cabeza a los pies. Menos de treinta segundos después, alguien llamó a la puerta con los nudillos. Se acabó. Liv iba a matarla. Se acercó a la puerta de dos zancadas y la abrió de golpe.

Quien estaba de pie en el umbral no era Aglaia, sino una mujer bellísima. Bosquesangrienta, con esa curiosa piel pálida y pecosa que seguía desconcertando a Liv incluso después de tantos años como llevaba en la Cromería, y llameantes cabellos rojizos. La mujer se cubría con un uniforme de servicio, pero la tela estaba cortada a la medida de su esbelta figura. Liv no había visto nunca a ninguna esclava vestida con un algodón tan fino. ¿Pertenecería a algún noble?

La esclava le entregó una nota.

—Ama —dijo—. Del noble lord Prisma.

Liv Danavis contempló fijamente la hoja, sintiéndose estúpida y desconcertada. Decía: «Ten la bondad de reunirte conmigo cuando te venga bien». El corazón dio un vuelco en su pecho. Una llamada del Prisma. De modo que aquí estaba, el principio de la liquidación de su deuda con Gavin Guile. No se hizo ilusiones pensando que también podría ser el final. Cuando uno estaba en deuda con un señor de la lux, lo estaba de por vida.

Pero no esperaba que requiriera su presencia tan pronto.

Por extraño que parezca, lo primero que pensó fue: ¿Qué atuendo será el adecuado para asistir a una audiencia con el Prisma? Liv no solía prestar mucha atención a la ropa que se ponía. Tal vez se debiera a que, cuando uno solo dispone de unos pocos conjuntos, elije lo que está limpio y desiste de ir a la última. Eso, por supuesto, había cambiado drásticamente. Gavin había ordenado que su guardarropa no tuviera nada que envidiar al de cualquier bicromo ruthgari, y eso significaba montones de ropa, varias joyas y este enorme cuarto, literalmente cinco veces más espacioso que aquel en el que había vivido durante los tres últimos años. Y aunque no tuviera dinero, disponía de maquillaje. Ante ella se desplegaba todo un abanico de nuevas posibilidades, aunque no sabía si eso le gustaba. La idea de convertirse en una niña presumida como Ana le provocaba arcadas.

La esclava seguía plantada en la puerta, aguardando a que Liv le diera permiso para retirarse con la expresión plácida y neutral de quien es ajeno a la ignorancia de su superior.

—Disculpa, caleen —dijo Liv—, pero ¿te importaría ayudarme? —Nunca había sabido relacionarse con los esclavos. En Rekton nadie tenía tanto dinero como para permitirse uno, y los pocos que llegaban a la ciudad acompañando a las caravanas recibían el mismo trato que los sirvientes comunes. Las normas eran mucho más estrictas en la Cromería, y la mayoría de los demás estudiantes habían crecido con esclavos a sus órdenes o rodeados de ellos, de modo que Liv siempre se sentía como si los demás supieran qué hacer en todo momento, mientras que ella no dejaba de meter la pata. El mero hecho de utilizar el diminutivo «caleen» para referirse a una mujer diez años mayor que ella la incomodaba.

Claro que, ahora que Liv era una bicroma, tendría que acostumbrarse cuanto antes si no quería quedar como idiota más de lo habitual.

La esclava enarcó una ceja, como haría cualquier mujer de veintiocho años ante una cretina de diecisiete.

—No sé qué ponerme —confesó atropelladamente Liv—. Ni siquiera sé qué quiere decir «cuando te venga bien». ¿Significa cuando pueda realmente, o se refiere a que deje todo lo que esté haciendo y acuda de inmediato, aunque sea vestida con una toalla?

—Podéis tomaros unos minutos para elegir el atuendo apropiado —respondió la esclava.

Liv se quedó petrificada. ¿Lo que llevaba puesto ahora no era apropiado?

—La mayoría de las mujeres que visitan los aposentos del Prisma se decantan por algo más… elegante —dijo la esclava mientras recorría el sencillo conjunto de falda y blusa de Liv con la mirada.

Tal vez el vestido azul entallado, en tal caso. O ese extraño vestido de tubo de seda negra ilytiano. Pero ese era un atuendo más de gala, ¿no? ¿O debería elegir algo más atrevido? Liv arrugó la nariz. Había algo en las palabras de la esclava que la ponían nerviosa. No le costaba nada imaginarse una procesión de bellas mujeres haciendo cola frente a la puerta del Prisma. Liv nunca había oído ningún rumor sobre quién se llevaba el Prisma a la cama, pero tampoco podía decirse que estuviera en el centro de los círculos donde se comentaban los chismes más suculentos, y podía imaginarse perfectamente a más de una chica dispuesta a vestirse o desvestirse como al Prisma le diera la gana. Además de ser prácticamente el centro del universo, era apuesto, intrépido, ingenioso, sagaz, joven, rico y soltero.

Quienquiera que hubiese llenado sus cajones de cosméticos había comprado sobre todo productos tanto para aclarar como para oscurecer la piel. Pero con su tez de color kopi con leche, Liv no se hacía ilusiones de parecer tan pálida como una atashiana occidental. De todas formas, tenía los ojos demasiado oscuros. Y con su cabello ondulado, por mucho que se oscureciera la piel no iba a parecer pariana. Era imposible disimular su origen tyreano.

Todas las demás muchachas y mujeres presentarían un aspecto fantástico con sus elegantes vestidos y sus maquillajes impecables. Se sentirían cómodas y bellas. Liv se sentiría como una estúpida y parecería una ramera.

¿Cuántas de las mujeres invitadas a los aposentos del Prisma habían acudido con motivos ocultos? ¿Cuántas actuaban por orden de una u otra nación? ¿Cuántas de las que no servían a nadie perseguían sus propios fines? ¿Todas? No iba a subir las escaleras para seducir a Gavin Guile, al diablo con Aglaia y los suyos, así que, ¿por qué tendría que disfrazarse?

—Al diablo con todo —dijo Liv. No solía maldecir, pero en estos momentos hizo que se sintiera mejor. Escogió un vestido que probablemente costaba más de lo que había gastado en todo el año pasado—. Me viene bien ahora mismo.

La esclava hizo ademán de decir algo, pero se contuvo.

—Por aquí, señora.

Tras subir en el elevador de los señores de la lux, la esclava condujo a Liv hasta los Guardias Negros estacionados en el pasillo. La mujer de la pareja registró a Liv en busca de armas. Minuciosamente.

Liv no pudo evitar sentirse un poco ultrajada.

—Se toman su trabajo muy en serio, ¿no? —observó mientras la dirigían a lo que Liv supuso que era el cuarto de Gavin.

—¿Os imagináis lo que supondría para el mundo que el Prisma muriera? Aunque a veces sea un poco intratable, es mucho mejor persona de lo que cabría esperar en la mayoría de los Prismas. Y somos muchos los que haríamos cualquier cosa por él. Cualquier cosa. No lo olvide… señora.

Por las puntas de la barba de Orholam, sí que era protectora esa mujer.

La esclava se detuvo ante la puerta, llamó tres veces y abrió. Liv entró en la habitación del Prisma y lo encontró sentado detrás de un escritorio, mirándola fijamente. Sus ojos eran hipnotizadores. En estos momentos parecían diamantes que dispersaran la luz en todas direcciones. Indicó la silla que tenía delante, y Liv se sentó.

—Gracias, Marissia, puedes retirarte —dijo Gavin a la esclava. A continuación, sus ojos diamantinos se clavaron en Liv—. Ha llegado el momento de que me hagas ese favor.

42

—¡Una exploradora! —exclamó Corvan—. Nos ha visto. ¡Me cago en la puta!

Tras salir de Rekton, Corvan y Karris habían decidido viajar juntos. Ambos tenían como objetivo el ejército del rey Garadul, si bien por razones distintas. Karris quería introducirse en él de alguna manera, y Corvan, ver si podía encontrar la forma de vengarse. Era arriesgado confiar en Corvan Danavis, precisamente, pero había salvado a Karris y la reputación que se había forjado durante la guerra era temible. Lo cierto era que resultaba más peligroso viajar en solitario.

Llevaban días avanzando hacia el sur tras el ejército del rey Garadul, y ni una sola vez se habían encontrado con sus batidores. Confiados en la ineptitud del monarca, Karris y Corvan habían pasado sin darse cuenta por debajo mismo de la exploradora apostada en un árbol.

Desde su posición en la linde de un bosque, a media legua de distancia de la retaguardia de su ejército, la exploradora corría por una suave pendiente hacia el este en vez de dirigirse directamente hacia sus compañeros de armas.

—Seguro que la espera un caballo al pie de esa quebrada. A lo mejor puedes interceptarla —dijo Corvan mientras preparaba el gran arco de tejo—. Hay demasiada distancia, pero probaré suerte de todos modos.

Karris ya había salido corriendo. Lejos del río Umbro, Tyrea no había tardado en convertirse en un desierto salpicado de matorrales sarmentosos. En contados lugares, alimentados por manantiales subterráneos, se alzaban pequeños pinares como el que acababan de abandonar Corvan y ella, pero en su mayor parte el terreno consistía en colinas a menudo escarpadas, una mezcla de desierto y páramo yermo. Eso les había dificultado cada vez más el seguir la pista del ejército del rey Garadul, pues aunque viajaban a pie y, por consiguiente, no levantaban las enormes nubes de polvo que señalaban la estela de los hombres y las carretas de Garadul, cualquiera podría verlos. Cada nueva colina les obligaba a decidir si querían atravesarla directamente y arriesgarse a ser detectados, o dar un rodeo y quedarse aún más rezagados. Los ejércitos no avanzaban aprisa, pero sí en línea recta.

La exploradora se encontraba a algo más de doscientos pasos de Karris. A juzgar por la suave inclinación de la ladera, Karris tuvo un presentimiento y se desvió a la derecha. Lo más probable era que la exploradora consiguiese llegar hasta su caballo, pero si Karris lograba situarse a menos de cien pasos de ella en ese momento, no pasaría mucho tiempo en la silla.

Algo cayó en picado del cielo y atravesó el suelo a menos de cinco pasos de la espalda de la exploradora, que ni siquiera se percató. Maldición. Corvan había estado a punto de dar en un blanco en movimiento a doscientos cincuenta pasos de distancia. ¿No podría haber atinado un poquito más?

La mujer giró y se desvió más a la derecha. La segunda flecha de Corvan, que falló por unos buenos quince pasos, surcó el aire donde habría estado la exploradora si hubiera seguido corriendo en línea recta.

Karris apretó el paso sin prestar atención a las irregularidades del terreno, arrollando arbustos rodantes y rezando para no pisar los infrecuentes pero recios cactus que crecían tan pegados al suelo que uno no los veía hasta que sus espinas le atravesaban las suelas de los zapatos. Por no mencionar a los crótalos. A la velocidad que iba, naturalmente, Karris no recibiría ningún cascabeleo de advertencia, tan solo picaduras. Aceleró más aún. Tal vez si corría lo suficiente, las serpientes errarían el blanco.

Con el rabillo del ojo vio cómo se materializaba el siguiente proyectil de Corvan. La distancia ahora era de más de trescientos pasos, aunque no soplaba el viento, por lo que Corvan tendría que disparar medio en horizontal, medio en vertical, tan solo para que las flechas cubrieran la distancia. Pero ese tiro parecía perfecto.

El proyectil cayó y la exploradora mordió el polvo sin aminorar el paso. Karris no daba crédito a sus ojos. Era un disparo imposible. ¿Trescientos pasos y un blanco en movimiento? Se desvió a la izquierda y corrió directamente hacia la mujer.

Nada más cambiar el rumbo, Karris vio la flecha de Corvan. Clavada en el suelo. Atrás, donde comenzó la caída de la mujer. No la había atravesado. Le había puesto la zancadilla.

Casi al mismo tiempo vio que la mujer se levantaba y giraba la cabeza hacia ella. La exploradora parecía conmocionada, tenía las palmas de las manos ensangrentadas y un corte en la mejilla, pero eso no le impidió reanudar la huida.

Karris había cubierto fácilmente cien de los doscientos pasos que mediaban entre ambas, y cuando la exploradora hubo de ganar velocidad desde cero, Karris devoró más de la mitad del resto de la distancia. Ahora estaba a menos de treinta pasos.

No cayeron más flechas. Ya se habían alejado casi cuatrocientos pasos. Aun con un arco largo de tejo, la distancia era insalvable. Corvan jamás se arriesgaría a errar el tiro con Karris tan cerca de su objetivo.

BOOK: El prisma negro
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