Read El prisma negro Online

Authors: Brent Weeks

Tags: #Fantástico

El prisma negro (38 page)

BOOK: El prisma negro
13.61Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Al principio, años atrás, el comandante Lanza disciplinaba a los Guardias Negros que dejaban escapar a Gavin. Cuando eso no dio resultado, convirtió los castigos en un espectáculo público, avergonzando a los Guardias Negros por algo de lo que no tenían ninguna culpa. Gavin lo sentía en el alma, pero no alteró ni un ápice su conducta. El comandante Lanza aumentó las penas y llegó a azotar públicamente a varios hombres, entre ellos un joven Puño de Hierro. Gavin respondió bostezando e impidiendo que la Guardia Negra se acercara a él durante un mes. A continuación había recorrido mercados atestados, dejando maniatados y amordazados a los Guardias Negros enviados por el comandante Lanza, y lo había hecho en las postrimerías de la guerra, cuando había no pocas personas dispuestas a asesinarlo en un abrir y cerrar de ojos.

Cuando por fin se produjo el temido intento de asesinato, sin que hubiera ningún Guardia Negro presente, el comandante Lanza relevó de su cargo a los seis guardaespaldas que deberían estar protegiendo a Gavin. La Blanca decidió tomar cartas en el asunto por fin y destituyó a su vez al comandante Lanza. A Gavin no le dio pena. Tras descubrir que apelar al sentimiento de culpa de Gavin no daba resultado, el hombre debería haber intentado otra estrategia. Alguien incapaz de cambiar de táctica jamás debería estar al frente de la Guardia Negra.

Aquel gesto no había aumentado el círculo de amistades de Gavin, pero sí lo había dejado al mando. Además, no necesitaba amigos. Los dos Guardias Negros apostados ante el elevador cruzaron las miradas al verlo. El de la izquierda era una mujer, bajita pero fornida como un toro.

—Noble Prisma —dijo—, veo que viaja sin escolta. ¿Puedo acompañarlo?

Gavin sonrió.

—Puesto que lo preguntas tan educadamente.

Abrieron el elevador para él, y en cuestión de momentos estaba en la planta inmediatamente anterior a la que Gavin compartía con la Blanca. Los Guardias Negros de servicio pestañearon al ver a la solitaria escolta. Sin duda estaban al corriente de los turnos de la guardia y sabían que la mujer no estaba asignada al Prisma, así como que este no debería estar protegido por una sola Guardia Negra.

—Noble Prisma —dijo uno de ellos, un bicromo de rojo y naranja muy alto, de tan solo veinte años de edad, y por consiguiente con mucho potencial—. ¿Puedo acompañarlo?

—Gracias, pero no —respondió Gavin—. Nadie puede protegerme de lo que me espera aquí.

Gavin le había dicho a Kip que la Blanca intentaba compensar el poder del Prisma, pero no le gustaba mucho cuando lo hacía.

Entró en la sala del consejo. Los Colores estaban diseminados alrededor de la mesa. El protocolo dictaba que se sentaran en orden: Subrojo, Rojo, Naranja, Amarillo, Verde, Azul, Supervioleta, Negro, Prisma, Blanca. En reuniones como esa, sin embargo, el atractivo de la compañía de un amigo o la tentación de ocupar una de las sillas más cómodas se imponía a la tendencia natural a sentarse siempre en el mismo sitio. Gavin encontró el último hueco entre la Supervioleta, una pariana espigada, toda piel y huesos, llamada Sadah, y el fofo ruthgari de tez clara y barba negra, Klytos Azul.

Gavin le había explicado a Kip que cada Color representaba a una región, lo cual era cierto a grandes rasgos. Cada sátrapa o satrapesa designaba un Color. Para muchos gobernantes era la decisión más importante que habrían de tomar en su vida. Pero el sistema había empezado a desmoronarse antes incluso de que estallara la Guerra del Falso Prisma, cuando Andross Guile accedió al sillón Rojo mediante sobornos y chantajes, a pesar de que el Bosque de Sangre ya tenía un Color. Su audacia lo había llevado a robar ese asiento a Ruthgar, alegando que la franja de terrenos pantanosos que poseían los Guile en esa región los cualificaba para optar al sillón ruthgari.

Después de la guerra, por supuesto, se había empleado una lógica parecida para privar a Tyrea de su lugar.

La cantidad de capas de lealtad superpuestas y entrelazadas era vertiginosa. Tanto el Rojo como el Verde eran ruthgari y, por tanto, proclives a aunar fuerzas en todo lo que atañera a Ruthgar. Pero el Verde era a su vez primo de Jia Tolver, la Amarilla de Abornea. Los aborneanos controlaban las rutas comerciales parianas y ruthgari que pasaba por las Angosturas, por lo que cualquier debate relacionado con el comercio terminaba en disputa entre ellos, pero en cualquier otra circunstancia siempre intentaban formar una piña. La Subroja era oriunda del Bosque de Sangre, región aliada ahora con sus fuertes vecinos ruthgari, pero sus padres habían perdido la vida durante la guerra a manos de los hermanos del Verde. Y así una y otra vez. Todas las familias nobles de las Siete Satrapías hacían todo lo posible por introducir al menos un hijo o una hija en la Cromería, siquiera para intentar guardarse las espaldas.

A su vez, todos los miembros del Espectro hacían todo lo posible por velar por sus propios intereses. Los lazos familiares, de clanes, nacionales, cromáticos e ideológicos se extendían en todas direcciones. Los Colores eran instrumentos políticos además de mágicos. Alcanzar el título de Color requería cierta cantidad de aptitud cromatúrgica, la Blanca se encargaba de ello, pero una vez superado ese listón, no pocos de estos asientos habían encontrado ocupantes a la vez que sus respectivas casas abrían las puertas a recuas de mulas cargadas de oro. Gavin sabía que así había sido cuando su padre ingresó en la orden.

Desde su silla de ruedas, la Blanca anunció:

—Se inicia la sesión. Que conste en acta que están presentes todos los Colores salvo el Rojo. —Lo aborrecían. Detestaban ser incapaces de librarse de Andross Guile. Odiaban el hecho de que, contraviniendo todas las normas, no hubiera asistido a ninguna asamblea en cinco años pero siguiera exigiendo que se contara con su voto. El hecho de que lo emitiera siempre mediante un mensajero daba fe de lo poco que valoraba sus opiniones. Andross Guile hacía oídos sordos a todas las argumentaciones, por elocuentes que fueran. Insistía en contemplar y sopesar todos los asuntos en solitario, y sus decisiones no dependían de la farsa de estas reuniones del Espectro. Pero también lo temían. La Blanca dijo—: Lord Prisma, puesto que vos habéis convocado esta asamblea, el proceso queda en vuestras manos.

Creía que estaba frustrando sus planes. Que se había vuelto demasiado independiente. Que podría volverse peligroso si no tiraba de la correa.

Cuidado, Orea. Cuando se les aprieta, los perros se vuelven dóciles… pero los lobos se vuelven salvajes.

La relación de Gavin con el Espectro siempre había sido espinosa. Mientras se recuperaba de las heridas sufridas en la Roca Hendida, por supuesto, le habían despojado del título de prómaco, arrebatándole así el control de los ejércitos, como dictaba la costumbre. Pero no estaban seguros de que él se lo consintiera. Lo había hecho más que nada por aclimatarse a su nueva identidad, pero ninguno de los Colores le inspiraba demasiadas simpatías a nivel personal. El sentimiento era mutuo. Había vivido demasiado tiempo, se había vuelto demasiado poderoso. No los necesitaba, y eso los asustaba.

Odiaban a su padre. Odiaban a todos los Guile, y ponían la zancadilla a Gavin siempre que podían.

Paciencia, Gavin. Tienes tiempo de sobra para cumplir el sexto propósito. Espacio de sobra para maniobrar. Eres el hijo de Andross Guile.

—Debemos liberar la ciudad de Garriston de inmediato, retirar todas nuestras tropas y entregársela al rey Garadul —dijo Gavin—. Preferiblemente junto con nuestras disculpas por no haberlo hecho antes.

Se hizo el silencio. Seguido de más silencio embarazoso.

Klytos Azul soltó una risita nerviosa. Cuando nadie más lo imitó, optó por cerrar la boca.

—¿Rey? —preguntó la Blanca.

—Así se hace llamar ahora. —Gavin no ofreció más explicaciones.

—Es imposible que habléis en serio, lord Prisma —dijo Sadah Supervioleta—. El gobierno se transferirá a Paria dentro de unas semanas. Es nuestro derecho. La gente ha hecho planes. Los barcos ya han empezado a zarpar. Si debemos mantener esta conversación, que sea dentro de dos años.

—De ninguna manera —intervino Delara Naranja, una bicroma cuarentona de grandes senos caídos cuyos iris estaban repletos hasta el mismo borde de destellos rojos y anaranjados. Era natural de Atash, región que tomaría el relevo del gobierno después de Paria—. Paria empezó la rotación cuando aún quedaban unos cuantos tesoros en la ciudad. Y la saqueasteis entera.

—También tuvimos que reparar una ciudad que había ardido hasta los cimientos y hacernos cargo de sus enfermos y heridos. Solo nos llevamos lo que consideramos que era una recompensa apropiada.

—Basta —dijo Gavin, antes de que la discusión se les fuera de las manos—. Os peleáis por las razones equivocadas. No se trata de quién ostenta el gobierno, ni en qué orden, ni por cuánto tiempo. Hace dieciséis años que aplastamos a Tyrea. Siguen sin tener representación en esta sala. Con cada año que pasa, desciende el número de tyreanos en la Cromería. ¿A qué se debe eso? ¿Acaso han dejado de nacer trazadores allí? ¿O es porque les hemos exigido un tributo tan ruinoso que ya no pueden ayudar económicamente a sus trazadores, lo que a su vez contribuye a empobrecer aún más sus tierras? Luego ocupamos Garriston, su puerto principal y su ciudad más importante, y vuestros gobernadores cargan de impuestos hasta la última naranja, pomelo y melón. He estado en Garriston, y es una sombra de su antiguo esplendor. Los grandes canales de irrigación están llenos de arena. Los cultivos están en manos de mujeres y niños, o de nadie, y de sus trazadores no queda ni rastro.

—¿Los compadeces? —preguntó Delara Naranja—. Cuando mis hermanos se levanten de entre los muertos y el Castillo de Ru sea reconstruido, sentiré pena por Garriston. Se unieron a Dazen. Fue su guerra la que truncó decenas de miles de vidas. Vi cómo arrojaban por la Gran Escalera al hijo de dos años de la satrapesa Naheed. Vi cómo abrían su vientre de embarazada, sacaban al bebé y hacían apuestas sobre lo lejos que uno de sus hombres sería capaz de tirar escaleras abajo a la criatura, que no dejaba de llorar. Le cortaron la nariz a la satrapesa, y las orejas, los pechos, los brazos y las piernas, y la lanzaron rodando detrás de su hijo. Delante de nuestros ojos. El bebé llegó hasta el último escalón, por si sientes curiosidad. Parte de su cerebro me salpicó el vestido. Quería intentar atraparlo, pero no me moví. Nadie lo hizo. ¿Esas son las personas de las que te gustaría que nos apiadáramos? ¿O te refieres tal vez a las que hundieron la flotilla de refugiados al completo, cuando no había ni un solo trazador u hombre armado a bordo?

Aquello fue culpa de Gavin. De Dazen. Había enviado un general joven y sin experiencia, Gad Delmarta, que siempre había sido eficiente y directo. Gavin había pedido a Gad que asegurara Ru. El general Delmarta había interpretado que debía cerciorarse de que jamás volvieran a encontrar oposición. Había exterminado a la familia real (a los cincuenta y seis miembros que la componían, más decenas de esclavos) públicamente, uno por uno, en orden de sucesión, y había incendiado su esplendoroso castillo, el orgullo de Atash. Cuando la gente intentó huir, el general Delmarta envió trazadores de fuego en pos de la flotilla. Gavin no se había enterado hasta mucho después, ¿y qué podría haber hecho entonces? Estaban en guerra, el general había cumplido sus órdenes, y cuando Delmarta marchó a continuación sobre la majestuosa ciudad de Idoss, esta se había rendido sin ofrecer resistencia porque lo temían, debido precisamente a su crueldad.

—Quizá —dijo Gavin— podríamos hacer recuento de los niños que perdieron la vida cuando incendiasteis Garriston en represalia y bloqueasteis las puertas de la ciudad para que nadie pudiera escapar. Creo recordar que todos los trazadores y, salvo doscientos, todos los soldados tyreanos se encontraban a cien leguas de distancia en aquel momento. ¿Cuánto tardó el río en despejarse de cadáveres? Tantos cuerpos diminutos flotando en el agua. Aun a pesar de los cientos de tiburones que chapoteaban en la espuma sanguinolenta de la bahía, transcurrieron semanas, ¿no es cierto?

Gavin nunca había averiguado de quién fue la idea, pero cuando Garriston ardió, alguien había estacionado trazadores rojos a lo largo de todo el perímetro de las murallas. Los soldados escudaron a los trazadores mientras estos descargaban una tormenta de luxina sobre la ciudad. La luxina roja se empleaba como combustible para las lámparas. Esparcida por toda la ciudad, la convirtió en un infierno para los habitantes de Garriston. Decenas de miles de personas habían saltado al río, y miles más habían saltado encima de ellas. La aglomeración de cuerpos había bastado para congestionar el caudal en algunos tramos. A continuación, algunos de los trazadores más ingeniosos de su hermano mayor habían enviado luxina roja flotando río abajo en botes de luxina verde o azul, o mezclado luxina roja y naranja para crear un combinado tan inflamable que podía arder incluso debajo del agua, o habían añadido supervioleta al rojo para que las llamas se deslizaran por la misma superficie del agua. Entre el fuego, el humo, el agua, el tropel de personas, las muertes por aplastamiento cuando edificios enteros se desplomaron en el río atestado, y las llamas transportadas por la corriente, la magnitud de la masacre había sido inimaginable.

Antes de la guerra, Garriston albergaba más de cien mil personas. Las campañas de reclutamiento habían reducido esa cifra aproximadamente a ochenta mil. Después de los incendios, tan solo quedaban diez mil supervivientes, y después del primer invierno, la mitad.

—Basta —dijo el Negro. Carver no era trazador, por lo que en algunos aspectos se podía considerar el eslabón más débil del Espectro. Como Negro, era responsable de la mayoría de las trivialidades consustanciales al gobierno del Pequeño Jaspe: la importación de alimento, la organización del comercio, la adjudicación de contratos, el reclutamiento y la manutención de los soldados, el mantenimiento de los edificios y los muelles, la construcción de barcos, y todo aquello que la Blanca dejaba en sus manos para poder concentrarse en el control de la Cromería. Pero era un hombre formidable, y Gavin lo respetaba—. Podríamos pasarnos el día entero enumerando horrores, lord Prisma. Pero ¿qué razón hay para ello?

La razón, de los cinco grandes propósitos que me quedan, es la única puramente altruista: liberar Garriston. Esas personas están sufriendo por mi culpa, y vosotros, hatajo de malnacidos, habéis frustrado todos mis intentos por ayudarlas.

BOOK: El prisma negro
13.61Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Messiah of Stockholm by Cynthia Ozick
Survive by Todd Sprague
Fraser's Voices by Jack Hastie
The Stones of Florence by Mary McCarthy
Object of My Affection by Kitts, Tracey H.
On the Other Side by Michelle Janine Robinson