El lamento de la Garza (62 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

BOOK: El lamento de la Garza
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—¡Mientes! —acusó Hisao, con la garganta seca.

—Estoy muerta —repuso ella—. Sólo los vivos mienten.

—He odiado a El Perro toda mi vida; ahora no puedo cambiar.

—¿Acaso no sabes lo que eres? No queda nadie en la Tribu, en ninguna de las cinco familias, que pueda reconocerte. Te revelaré lo que mi padre me contó en el momento de su muerte: eres un "maestro de espíritus".

* * *

Mucho más tarde, cuando Maya hubo regresado a la cámara oculta y yacía despierta observando cómo las tinieblas palidecían con la llegada del amanecer, recordó el momento en que había escuchado hablar al fantasma. Un escalofrío le había recorrido la espalda; el pelaje se le había erizado. La mano de Hisao le había apretado el cuello; él no comprendía del todo lo que significaba, pero la gemela recordó las enseñanzas de Taku: el maestro de espíritus era el que se movía entre los mundos, el chamán que tenía el poder para aplacar o incitar a los difuntos. Le vinieron a la memoria las voces de los fantasmas que la acosaran la noche del Festival de los Muertos, en la orilla del mar, frente a la casa de Akane; había percibido el lamento de los espíritus por haber fallecido de forma violenta y prematura, y había escuchado sus exigencias de venganza. Buscaban a su maestro, y ella, a través del gato, otorgaba a Hisao poder sobre ellos. Pero ¿cómo era posible que aquel muchacho retorcido y cruel tuviera semejante poder? ¿Y cómo lo emplearía Akio, si llegara a descubrirlo?

Hisao no había querido que se marchase Maya, quien percibía la intensa necesidad que él sentía por ella. Le resultaba halagador y peligroso a la vez. Pero daba la impresión de que el joven no quería que Akio se enterase; aún no... La gemela no llegaba a comprender del todo lo que Hisao sentía por el hombre a quien siempre había tomado por su padre: era una mezcla de amor y odio, de desprecio y lástima, además de miedo.

Maya cayó en la cuenta de que ella albergaba los mismos sentimientos con respecto a Hisao.

No logró conciliar el sueño, y cuando Noriko le trajo arroz y sopa para el desayuno, apenas tenía apetito. Los ojos de la criada se veían enrojecidos, como si hubiera estado llorando.

—Tienes que comer —dijo—. Y luego, prepárate para salir de viaje.

—¿Salir de viaje? ¿Adónde voy?

—El señor Arai regresa a Kumamoto. La ciudad de Hofu está convulsionada. Muto Shizuka está ayunando en Daifukuji: sólo la alimentan los pájaros —explicó Noriko entre temblores—. No debería contarte esto. El maestro acompañará al señor Arai, e Hisao también. Te llevan a ti con ellos, claro está —los ojos se le cuajaron de lágrimas y se los secó con la manga remendada de su túnica—. Hisao se encuentra lo bastante bien para viajar: debería alegrarme.

"Da gracias a que va a alejarse de ti", pensó Maya.

—¿Está Shizuka en Hofu? —preguntó.

—Fue allí a enterrar a su hijo menor, y dicen que ha perdido la razón. La gente culpa al señor Arai y le acusan de estar implicado en la muerte de Taku. Está furioso, y vuelve a casa a preparar a sus tropas para la guerra, antes de que el señor Otori regrese de Miyako.

—¡Qué tonterías dices! ¡No entiendes absolutamente nada de estas cosas! —Maya ocultó su preocupación con un arranque de cólera.

—Te lo cuento sólo porque ayudaste a Hisao. No diré una palabra más —replicó Noriko, y luego frunció los labios y mostró una expresión ofendida y petulante.

Maya recogió el cuenco de sopa y lo vació mientras su mente trabajaba a toda velocidad. No podía permitir que la llevaran a Kumamoto. Sabía que los hijos de Zenko, Sunaomi y Chikara, habían sido enviados a Hagi para garantizar la lealtad de su padre, y que Zenko no dudaría en hacer lo mismo con respecto a Takeo. Hofu se encontraba en el País Medio y era fiel a los Otori; Maya conocía bien la ciudad y el camino de regreso a casa. En cambio Kumamoto se hallaba a gran distancia, en el Oeste; nunca había estado allí. Una vez que llegara, no tendría oportunidad de escapar.

—¿Cuándo partimos? —preguntó con tono pausado.

—En cuanto el maestro e Hisao estén preparados. Os pondréis en camino antes del mediodía. El señor Arai va a enviar guardias, según he oído. —Noriko recogió los cuencos—. Tengo que llevar esto a la cocina.

—No he terminado.

—¿Acaso es culpa mía que comas tan despacio?

—Da igual, no tengo hambre.

—Kumamoto está muy lejos —observó Noriko mientras abandonaba la estancia.

Maya sabía que contaba con muy poco tiempo para decidirse. Sin lugar a dudas la transportarían escondida en algún lugar, con las manos atadas probablemente. Podría burlar a los guardias de Zenko, pero jamás conseguiría escapar de Akio. Comenzó a recorrer la diminuta habitación de un extremo a otro. El calor se intensificaba; tenía hambre y estaba agotada. Mientras caminaba con la mente en blanco, empezó a soñar despierta y vio a Miki en el callejón que discurría a espaldas de la casa. Se despertó sobresaltada. En efecto, era posible: Shizuka debía de haber traído a Miki consigo. En cuanto se enteraron de la muerte de Taku, habían venido a buscar a Maya. Miki se encontraba afuera, seguro. Irían juntas a Hagi; regresarían a casa.

No se paró a reflexionar ni un momento más; adquirió la forma del gato y atravesó las paredes.

Una mujer que se hallaba en la veranda trató de golpear al felino con una escoba mientras se deslizaba junto a ella como una exhalación. Atravesó el patio, sin molestarse en ocultarse; pero al dirigirse a la tapia pasó por el cobertizo y notó la presencia de Hisao.

"No debe verme. Nunca me permitirá marcharme."

La cancela posterior se encontraba abierta, y desde la calle le llegó un ruido de cascos de caballo. Miró hacia atrás y vislumbró a Hisao, que corría desde la fragua con el arma en la mano; recorría el patio con su mirada. Al verla, gritó:

—¡Vuelve!

Ella notó la potencia de la orden y su determinación se debilitó. El gato escuchó a su maestro; jamás le abandonaría. Ahora se encontraba en el exterior, fuera de su alcance; pero las garras del gato parecían de plomo. Hisao volvió a llamarla. Tenía que regresar a él.

Maya percibía por el rabillo del ojo el tenue resplandor de una figura invisible. Con la rapidez de una espada, llegó desde el otro lado de la calle algo que se colocó entre el gato e Hisao; poseía una agudeza indestructible que los separó.

—¡Maya! —escuchó gritar a Miki—. ¡Maya!

En ese momento la gemela consiguió la energía suficiente para cambiar a la forma humana. Miki, ahora visible, estaba de pie junto a ella y la agarró de la mano. Hisao gritaba desde la cancela, pero su voz sólo era la de un muchacho. Ya no sentía la obligación de escucharle.

Ambas hermanas se hicieron invisibles y, mientras los guardias del señor Arai llegaban trotando y daban la vuelta a la esquina, ellas salieron corriendo sin ser vistas y se adentraron en el enjambre de callejuelas de la ciudad portuaria.

44

En Miyako, la partida de Takeo fue acogida con más ceremonia y mayor grado de entusiasmo que su llegada, si bien el hecho de que se marchara con tanta premura produjo no poca sorpresa y decepción.

—Habéis aparecido como un cometa brillante que cruza a toda velocidad el cielo de verano —observó el señor Kono cuando acudió a despedirse.

Takeo se preguntó hasta qué punto sus palabras eran un cumplido, ya que la gente del pueblo consideraba que los cometas presagiaban catástrofes y falta de alimento.

—Me temo que mis razones para regresar son apremiantes —respondió, reflexionando que Kono posiblemente ya las conocía; pero el noble no manifestó señal alguna al respecto y tampoco mencionó el nombre de Taku.

Saga Hideki fue más expresivo a la hora de mostrar su asombro y disgusto ante la repentina partida, e insistió en que toda la comitiva se quedara más tiempo o bien, si el señor Otori se veía realmente obligado a regresar a los Tres Países, que dejara al menos a la señora Maruyama, para que pudiera disfrutar de los placeres del verano en la capital.

—Hay muchos más asuntos que discutir; quiero conocer la manera en que gobernáis los Tres Países, qué es lo que refuerza vuestra prosperidad. Cómo os encargáis de los bárbaros.

—Los llamamos "extranjeros" —osó corregirle Takeo.

Saga elevó las cejas.

—Extranjeros, bárbaros, ¿qué más da?

—El señor Kono estuvo con nosotros buena parte del año pasado. Seguro que os ha informado al respecto.

—Señor Otori —Saga se inclinó hacia adelante y le habló a continuación con tono confidencial—, el señor Kono obtuvo casi toda la información del señor Arai. Desde entonces, las circunstancias han cambiado.

—¿Está el señor Saga en condiciones de asegurármelo?

—¡Claro que sí! Llegamos a un acuerdo público y vinculante. No tenéis que preocuparos. Somos aliados, y pronto seremos también parientes.

Takeo resistió la insistencia del general con firme cortesía. Sin lugar a dudas, los placeres a los que él y sus acompañantes renunciarían con su marcha no serían tan extraordinarios, pues la capital, sumergida en una cuenca rodeada de montañas, resultaba sofocante durante las semanas de máximo calor. Además las lluvias de la ciruela, que podrían comenzar en cualquier momento, traerían consigo humedad y enfermedades. Takeo no deseaba someter a Shigeko a tal situación, ni tampoco a las proposiciones de matrimonio por parte de Saga, cada vez más insistentes. Él mismo anhelaba llegar a casa, notar la fresca brisa de Hagi, ver a Kaede y al hijo de ambos y luego, enfrentarse a Zenko con determinación.

El señor Saga les hizo el gran honor de acompañarles durante la primera semana de viaje, hasta que llegaron a Sanda, donde organizó una fiesta de despedida. A pesar de su difícil carácter, Saga podía resultar encantador cuando así se lo proponía. Cuando el homenaje hubo terminado y se despidieron por última vez, Takeo notó que su estado de ánimo mejoraba. No había previsto regresar a casa de aquella manera triunfante. Contaba con el favor y el reconocimiento del Emperador y con las ofertas de alianza aparentemente sinceras por parte de Saga. La frontera con el Este estaría a salvo de ataques: sin el apoyo del general, Zenko tendría que renunciar a sus ambiciones y someterse a Takeo, aceptando la legitimidad del gobierno de su cuñado.

"Si existe prueba de su participación en la muerte de Taku, será castigado; pero si fuera posible, por consideración hacia mi esposa y hacia Shizuka, le dejaré vivir."

Takeo había viajado en el palanquín, con gran formalidad, hasta Sanda. Una vez que el general les hubo abandonado, le resultó un enorme alivio desprenderse de sus ropas elegantes y montar de nuevo a lomos de
Tenba.
Hiroshi lo había cabalgado hasta allí, pues el caballo tendía a sobreexcitarse y resultaba difícil de controlar si no lo montaban a diario; ahora, Hiroshi iba a lomos de su viejo corcel,
Keri,
el hijo de
Raku.

—La muchacha, Mai, me dijo que
Ryume,
el caballo de Taku, murió a la vez que su dueño —le comentó a Takeo mientras avanzaban hombro con hombro—; pero no está claro si lo dispararon o no.

Era un día caluroso, sin una nube en el cielo; los caballos sudaban a medida que el camino ascendía hacia la distante cordillera.

—Recuerdo cuando vimos a los potros por primera vez —respondió Takeo—. Te diste cuenta al momento de que eran hijos de
Raku.
Para mí, fueron la primera señal de que había esperanza, de que siempre brota nueva vida de la muerte.

—Añoraré a
Ryume
casi tanto como a Taku —comentó Hiroshi con voz queda.

—Por fortuna, los caballos Otori no dan muestras de estar desapareciendo. De hecho, bajo tu supervisión, la raza está mejorando. Creí que nunca tendría otro caballo como
Shun,
pero he de admitir que estoy encantado con
Tenba.

—Fue difícil domarlo, pero el resultado ha sido bueno —convino Hiroshi.

Tenba
había estado cabalgando con bastante tranquilidad, pero cuando Hiroshi habló el caballo irguió la cabeza y se giró para mirar hacia atrás, soltando un agudo relincho.

—¡Eso te pasa por hablar! —bromeó Takeo, tirando de las riendas y apremiando al animal para que siguiera hacia adelante—. Aún resulta difícil; uno nunca puede dar por hecho que lo tiene controlado.

Shigeko, que había permanecido al final de la comitiva, junto a Gemba, llegó trotando hasta ellos.

—Algo inquieta a
Tenba —
afirmó, y se giró para mirar a sus espaldas.

—Tal vez eche de menos al
kirin —
sugirió Hiroshi.

—Quizá deberíamos haberlos dejado juntos —dijo Takeo—. La idea me pasó por la cabeza, pero no deseaba separarme de mi caballo.

—En Miyako se habría vuelto salvaje e imposible de manejar —Hiroshi miró a Shigeko—. Lo domamos con delicadeza; ahora no permite que lo traten con brusquedad.

El equino continuó inquieto durante las jornadas siguientes, si bien Takeo disfrutaba del desafío diario de persuadir al animal para que se calmara, y el vínculo entre ambos se fue fortaleciendo. La luna llena del sexto mes hizo su aparición, pero no trajo consigo las lluvias previstas. Takeo había temido que tendrían que atravesar el más elevado de los puertos de montaña bajo la lluvia, y sintió alivio por el tiempo seco. El calor se fue intensificando y la luna menguante mostraba un matiz rojizo que inquietaba a todos por igual. Los caballos perdieron peso; los mozos de cuadra temían que pudieran padecer de lombrices intestinales o que hubieran ingerido arena. Los mosquitos y los piojos acosaban a los humanos y a los animales mientras dormían. Rara cuando la luna nueva del séptimo mes se elevó por el este, se escucharon truenos; por las noches, todo el cielo se iluminaba con el resplandor de los relámpagos, pero no rompía a llover.

Gemba se mostraba extremadamente silencioso. A menudo, Takeo se despertaba por la noche y le veía sentado, inmóvil, en actitud de oración o de meditación. Un par de veces Takeo soñó que Makoto hacía lo mismo en el lejano templo de Terayama, y en otras ocasiones se le aparecieron hebras cortadas y ataúdes vacíos, espejos que no reflejaban las imágenes, hombres carentes de sombra... "Algo va mal", había dicho Gemba, y Takeo notaba el significado de tales palabras en el fluido de su sangre y en el peso de los huesos. El dolor que había aminorado durante el viaje hacia la capital ahora había retornado, y parecía más intenso que antes. Con una urgencia que ni él mismo llegaba a comprender, ordenó que el ritmo del viaje aumentara: se levantaban antes del amanecer y cabalgaban a la luz de la luna.

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