El lamento de la Garza (57 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

BOOK: El lamento de la Garza
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—¡Takeo es más que un señor de la guerra! —protestó Shizuka.

—¿Cómo obtuvo su poder? Como cualquier otro de ellos: aprovechando oportunidades, librándose sin piedad de sus enemigos y traicionando a quienes había jurado lealtad.

—¡Ésa es una manera demasiado simple de describirlo!

—Es la manera de la Tribu —repuso Yoshio, esbozando una amplia sonrisa.

A continuación, Shizuka alegó:

—La evidencia de su buen gobierno nos rodea por todas partes: tierras fértiles, niños sanos, comerciantes ricos.

—Además de guerreros frustrados y espías sin empleo —argumentó Yoshio, tragándose un sorbo de vino y colmando otra vez los cuencos—. Bunta, estás muy callado. Explícale que tengo razón.

Bunta se llevó el tazón a los labios y miró a Shizuka por encima del borde mientras bebía.

—No es sólo cuestión de que Takeo te nombrase y de que seas mujer. Existen otras sospechas sobre ti, mucho más graves —señaló Bunta.

Yoshio ya no sonreía; con los labios fruncidos miraba al suelo.

—La gente se preguntaba cómo pudo Takeo localizar a la Tribu en Maruyama, cuando nunca antes había estado allí. Corrían rumores de que Shigeru había estado recogiendo información sobre la Tribu durante años enteros. De todos era conocido que Kenji y él eran amigos, pero Shigeru sabía mucho más de lo que podría haberse enterado por medio de tu tío, Shizuka. Alguien le estaba informando —Bunta hizo una pausa y ambos hombres la miraron, pero ella no respondió—. Se dice que fuiste tú, y que por eso Takeo te nombró cabeza de la familia Muto, como recompensa por tus años de traición.

La terrible palabra quedó suspendida en el aire.

—Perdóname —se apresuró a añadir Bunta—. No estoy diciendo que yo esté de acuerdo; sólo quiero advertirte. Ni que decir tiene, Akio sacará beneficio de semejantes rumores, lo que podría colocarte en una posición muy peligrosa.

—Todo eso es cosa del pasado —repuso Shizuka con fingida ligereza—. Mientras gobernaba Iida y durante la guerra civil, fueron muchos los que actuaron de una manera que podía tomarse por "traición". El padre de Zenko se volvió en contra de Takeo después de haberle jurado fidelidad; sin embargo, ¿quién podría culparle? Todo el mundo sabía que antes o después los Arai se enfrentarían a los Otori por el control de los Tres Países. Los Otori ganaron. La Tribu se puso del lado del vencedor, como siempre ha ocurrido y seguirá ocurriendo.

—Bueno —intervino Yoshio—; pues por lo que ahora parece, los Arai van a desafiar a los Otori otra vez. Nadie cree que Takeo vaya a retirarse humildemente al exilio, cualquiera que sea el resultado del torneo en Miyako. Regresará y luchará. Podría derrotar a Zenko en el Oeste y, aunque resulta menos probable, tal vez a Saga. Pero no logrará ganar a ambos. Deberíamos unirnos a quien se alce con la victoria...

—Y entonces los Kikuta conseguirán su venganza —concluyó Bunta—; ya han esperado lo suficiente. Y una vez más quedará demostrado que nadie escapa de la Tribu eternamente.

Shizuka escuchó estas últimas palabras como si fueran un eco fantasmagórico, puesto que ella le había dicho lo mismo a Kaede sobre el futuro de Takeo años atrás, en Terayama.

—Estás a tiempo de salvarte, Shizuka; y la familia Muto también podría hacerlo. Sólo tienes que reconocer a Zenko como el maestro de la familia. Nos limitaremos a apartamos de Takeo antes de que sea derrotado; no nos arrastrará en su caída. Sean cuales fueren los secretos que tu pasado oculta, permanecerán enterrados.

—Taku nunca lo aprobará —aseguró ella, dando voz a sus pensamientos.

—Lo hará si tú se lo pides, como cabeza de familia y como su madre. No tiene elección. En todo caso, tu hijo menor es una persona razonable. Se dará cuenta de que es la mejor línea de acción. Zenko se convertirá en vasallo de Saga, la Tribu volverá a estar unida, recobraremos nuestro poder y, dado que el general del Emperador tiene la intención de unir a las Ocho Islas bajo su mandato, contaremos con un trabajo interesante y lucrativo en los años venideros.

"Y yo no tendré que perseguir la muerte de mi hijo", pensó Shizuka.

* * *

Cuando amaneció, Shizuka partió hacia Kagemura, la aldea de los Muto; era el día siguiente a la luna llena. Cabalgaba en un estado de ánimo sombrío, inquieta por la conversación de la noche anterior, temiendo que los Muto del poblado secreto fueran de la misma opinión y la apremiaran a actuar de igual manera. Bunta apenas pronunció palabra, y Shizuka no podía evitar sentirse dolida e incómoda con él. ¿Durante cuánto tiempo había sospechado aquel hombre de ella? ¿Acaso desde que él había empezado a ofrecerle información de la relación entre Shigeru y la señora Maruyama Naomi? Por espacio de muchos años Shizuka había vivido con el miedo de que su traición hacia la Tribu fuera descubierta; pero desde que se confesó ante Kenji y éste la hubo perdonado y le dio su aprobación, el temor fue disminuyendo. Ahora volvía a emerger, haciendo que se sintiera alerta, a la defensiva, de una forma en la que no se había comportado desde hacía años; se encontraba preparada para tener que luchar en cualquier momento por su vida. Se descubrió a sí misma juzgando a Bunta y al muchacho, calculando cómo se enfrentaría a ellos en caso de que se volvieran en su contra. Shizuka no había permitido que sus poderes disminuyeran con el paso de los años, y seguía entrenándose a diario, aunque ya no era joven. Podía vencer a casi todos los hombres utilizando la espada, si bien sabía que no le era posible compararse con ellos en cuanto a fortaleza física.

Llegaron a la posada a la caída de la noche y madrugaron la mañana siguiente. Dejaron allí al muchacho y a los caballos para proseguir a pie a través de las montañas, como hiciera con Kondo en el pasado. No había dormido bien al haber estado atenta al menor sonido, y su decaído estado de ánimo se había acrecentado. La mañana era brumosa, el cielo estaba cubierto. Shizuka experimentó un deseo casi incontrolable de llorar. No podía dejar de pensar en Kondo. Había yacido con él en aquel mismo lugar. No llegó a amarle, pero él la había marcado de alguna manera; ella había sentido lástima por él. Y en el momento mismo que Shizuka pensaba que su propia vida iba a llegar a un lento y agonizante final, entonces Kondo apareció y ella fue testigo de cómo su compañero ardía en llamas hasta la muerte. El carácter impasible y pragmático de aquel hombre pareció adquirir una nobleza trágica, irresistible. ¡Qué dolorosa había resultado la situación, y a la vez qué admirable! ¿Por qué se emocionaba ahora Shizuka ante el recuerdo de Kondo? Era como si el espíritu de aquél intentara ponerse en contacto con el suyo, para decirle algo, para susurrarle alguna advertencia.

Ni siquiera la repentina visión de la aldea de los Muto en el valle escondido la deleitó como en otras ocasiones. Llegaron hacia el atardecer. Aunque el sol había asomado fugazmente al mediodía, ahora que se iba ocultando tras la empinada cordillera la niebla ascendía de nuevo desde el valle. Hacía frío; Shizuka se alegró de la capa con capucha que vestía. Las puertas de la aldea se encontraban atrancadas y, según le dio la impresión, fueron abiertas con reticencia. Incluso las viviendas, en su mayor parte cerradas, ofrecían un aspecto hostil; las paredes de madera se veían oscurecidas por la humedad y los tejados se hallaban sujetos con piedras.

Los abuelos de Shizuka habían muerto años antes. La vieja casa estaba ahora habitada por miembros de la edad de Zenko y Taku, que tenían hijos pequeños; Shizuka no conocía a fondo a ninguno de los moradores, aunque estaba familiarizada con sus nombres, sus poderes extraordinarios y casi todos los detalles referentes a sus vidas.

Kana y Miyabi, ahora abuelas, aún se encargaban de las tareas domésticas, y ellas al menos recibieron a la recién llegada con franca alegría. Shizuka estaba menos segura sobre la sinceridad de la bienvenida que le ofreció el resto de los adultos, aunque los niños sí se entusiasmaron, sobre todo Miki.

Apenas habían transcurrido dos meses desde que Shizuka la viera por última vez y se sorprendió de lo mucho que la gemela había cambiado. Estaba más alta y delgada, de manera que daba un aspecto lacio y desnutrido. Los pómulos se veían más pronunciados y los ojos le brillaban en las cuencas de los ojos.

Cuando se reunieron en el jardín para preparar la cena, Shizuka preguntó a Kana:

—¿Ha estado Miki enferma?

La primavera solía ser una época de fiebres repentinas y dolores estomacales.

—¡No deberías hallarte aquí, con nosotras! —la regañó Kana—. Eres el huésped de honor. Tendrías que estar reunida con los hombres.

—Iré con ellos en seguida. Ahora, háblame de Miki.

Kana se giró para mirar a la gemela, quien se encontraba sentada junto al fogón y removiendo la sopa en un puchero de hierro que colgaba de un gancho con forma de anzuelo.

—Ha adelgazado mucho —convino Kana—; pero no se ha quejado de nada, ¿verdad, niña?

—Nunca se queja —añadió Miyabi entre risas—. Es resistente como un hombre. Ven aquí, Miki. Deja que Shizuka te toque los brazos.

La niña se acercó y, en silencio, se arrodilló junto a ella. Shizuka cerró sus manos alrededor del brazo de la niña: parecía una barra de hierro, carecía de carne; era puro músculo y hueso.

—¿Va todo bien?

Miki asintió con un leve gesto de cabeza.

—Vayamos a dar un paseo; podrás contarme lo que te preocupa.

—No sé si te dirá algo; no ha querido hablar con nadie —masculló Kana.

—Shizuka —susurró Miyabi con un hilo de voz—. No bajes la guardia. Los jóvenes... —Dirigió la vista hacia la sala principal de la vivienda, desde donde llegaban voces masculinas amortiguadas y difusas, aunque Shizuka distinguió la de Bunta—. Existe cierto descontento —añadió con imprecisión, temerosa de que la escucharan.

—Eso me han comentado. Lo mismo ocurre en Yamagata y en Tsuwano. Desde aquí me dirigiré a Hofu, donde discutiré la situación con mis hijos. Partiré dentro de uno o dos días.

Miki seguía arrodillada junto a Shizuka, quien escuchó que la gemela contenía el aliento; por la rigidez de la niña se percató de que la tensión de ésta iba en aumento. Rodeó a Miki con el brazo, alarmada por la agudeza y fragilidad de los huesos bajo la piel, como si del ala de un pájaro se tratara.

—Venga, cálzate las sandalias. Caminaremos hasta el santuario para saludar a los dioses.

Kana le entregó a Miki algunos pastelillos de arroz para que los llevase como ofrenda. Shizuka se colocó sobre los hombros la capa con capucha, pues el frío se había intensificado. La luna brillaba tenuemente a través de la neblina; mostraba un inmenso halo a su alrededor y arrojaba sombras de un lado a otro de la calle y bajo los árboles que rodeaban el santuario. Aunque habían transcurrido dos días desde la luna llena del cuarto mes, aún hacía demasiado frío en lo alto de las montañas para que pudieran escucharse las ranas o las cigarras; sólo los buhos entonaban su fragmentado canto de apareamiento.

El santuario estaba iluminado por dos lámparas, una a cada lado del altar. Miki colocó los pastelillos de arroz frente a la estatua de Hachiman y ambas juntaron las manos e hicieron tres reverencias. Shizuka había rezado en aquel mismo lugar mucho tiempo antes por Takeo y Kaede; ahora realizó la misma petición y además elevó una plegaria por el espíritu de Kondo y le ofreció su gratitud.

—¿Protegerán los dioses a Maya? —preguntó Miki, levantando la vista hacia los rostros tallados de las estatuas.

—¿Se lo has pedido?

—Sí, siempre lo hago. También rezo por mi padre. Lo que no entiendo es cómo consiguen cumplir las plegarias de todo el mundo, cuando cada uno demanda cosas tan diferentes: yo rezo por que mi padre esté a salvo, pero muchos otros imploran su muerte.

—¿Por eso estás tan delgada, porque te preocupas por tu padre?

—Ojalá me encontrara con él. Y con Maya.

—La última vez que te vi te sentías feliz, y te iba muy bien. ¿Qué ha ocurrido desde entonces?

—Apenas duermo. Me dan miedo las pesadillas.

—¿Qué pesadillas? —la apremió a seguir Shizuka, al ver que la gemela se callaba.

—Son sueños en los que estoy con Maya. Ella es el gato y yo, su sombra. Me domina por completo y yo tengo que seguirlo a todas partes. Entonces, trato de permanecer despierta y escucho a los hombres. Siempre hablan de lo mismo: sobre la familia Muto, sobre si el maestro debe ser o no una mujer; también mencionan a Zenko y a los Kikuta. Antes me encantaba estar en la aldea: me sentía segura y todos eran amables conmigo. Ahora, los hombres se callan cuando paso por su lado y los demás niños me rehuyen. ¿Qué ocurre, Shizuka?

—Los hombres siempre están gruñendo sobre una cosa u otra. Se les pasará —respondió Shizuka.

—Es más que eso —afirmó Miki con gran intensidad—. Algo malo está pasando. Maya tiene problemas serios. Ya sabes lo unidas que estamos, conocemos lo que le ocurre a la otra; siempre ha sido así. Percibo que me pide ayuda, pero no sé dónde está.

—En Hofu, con Taku y con Sada —contestó Shizuka con una confianza que enmascaraba su propia inquietud, pues era cierto que siempre había existido un vínculo casi milagroso entre las gemelas que les permitía conocer sus mutuos pensamientos desde la distancia.

—¿Me llevarás contigo cuando vayas a Hofu?

—Tal vez debería hacerlo.

"Sí —se dijo Shizuka—; así será. No voy a dejarla aquí en estas circunstancias: podrían utilizarla en contra de Takeo. Tengo que hablar cuanto antes con Zenko y con Taku. Hay que zanjar la cuestión del liderazgo de los Muto antes de que el descontento se nos escape de las manos".

—Partiremos pasado mañana —concluyó.

Shizuka pasó el día siguiente reunida con los hombres jóvenes que ahora componían el núcleo principal de la familia Muto. La trataron con deferencia y la escucharon educadamente, pues el linaje, la historia y el talento excepcional de la sobrina de Kenji les hacía respetarla y, en ocasiones, temerla. Shizuka sintió alivio al comprobar que, a pesar de su propia edad y su escasa fortaleza física, aún podía ejercitar poder y control sobre ellos. Repitió su intención de discutir la cuestión del liderazgo con Zenko y Taku, e hizo hincapié después en que no abandonaría su cargo como cabeza de los Muto antes de que el señor Takeo regresara de la capital, en que su nombramiento también había sido deseado por el propio Kenji y en que esperaba absoluta obediencia de todos ellos, de acuerdo con las tradiciones de los Muto.

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