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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El lamento de la Garza (58 page)

BOOK: El lamento de la Garza
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Nadie disintió, ni pusieron reparo alguno cuando Shizuka anunció que se llevaba a Miki consigo; pero dos días más tarde, en la carretera, una vez que hubieron recogido los caballos y se encontraban de regreso a Yamagata, Bunta observó:

—Ahora saben en la aldea que no confías en ellos. Si lo hicieras, no te habrías llevado a Miki.

—En estos momentos no me fío de nadie.

Cabalgaban hombro con hombro. Miki iba por delante, a la grupa de la montura del muchacho. Shizuka decidió que, al llegar a Yamagata, tomaría prestado para la gemela un caballo de los establos del señor Miyoshi. De esa manera, ambas tendrían mayor libertad de movimiento y se encontrarían más a salvo.

Shizuka se giró y miró a Bunta cara a cara, desafiándole.

—¿Acaso estoy confundida? ¿Debería fiarme de ti?

—Voy a ser sincero contigo: todo es cuestión de lo que la Tribu decida. No voy a cortarte el cuello mientras duermes, si a eso te refieres. Te conozco desde hace mucho tiempo y, en cualquier caso, no me agrada matar mujeres.

—Es decir, me informarás antes de traicionarme.

Bunta entrecerró los ojos ligeramente.

—Así es.

* * *

En Yamagata, en lugar de alojarse en la casa de los Muto con Yoshio, Shizuka se había dirigido al castillo, donde la esposa de Kahei les ofreció una cordial bienvenida. Ésta intentó persuadirlas para que se quedasen más tiempo, y al no conseguirlo se ofreció a proporcionarles escolta, además de otro caballo.

Una vez que Shizuka y la niña se hallaron a solas, Miki dijo:

—Pide a Bunta y a su hijo que regresen a Hagi.

—Es una decisión difícil —respondió Shizuka—. Si les hago volver ya no tendré ningún contacto con la familia Muto en el camino, y haré que Bunta se distancie aún más de mí; si acepto la oferta de la señora Miyoshi iremos al descubierto, y tú viajarás en calidad de hija del señor Otori.

Miki hizo una mueca ante tal posibilidad. Shizuka se echó a reír.

—Las decisiones nunca son tan simples como puedan parecer.

—¿Por qué no podemos seguir tú y yo juntas, sin nadie más?

—Dos mujeres viajando solas, sin sirvientes o escoltas, sólo consiguen atraer el interés; por lo general, la clase de atención que menos nos conviene.

—¡Ojalá hubiéramos nacido varones! —exclamó Miki.

Aunque se esforzaba por hablar con tono animado, Shizuka detectaba la tristeza que se ocultaba bajo las palabras de la niña. Le vino a la memoria la adoración de Kaede por su hijo recién nacido, ese amor tan intenso que jamás les había profesado a las gemelas; pensó en la soledad de ambas, obligadas a crecer en dos mundos diferentes. Si la familia Muto se volvía en contra de Takeo, también rechazaría a las hermanas y haría todo lo posible por eliminarlas junto con su padre.

—Bunta y su hijo nos acompañarán hasta Hofu. Una vez allí, Taku cuidará de nosotras; tú te reunirás con Maya y todos estaremos a salvo.

Miki asintió en silencio y esbozó una sonrisa forzada. Aunque Shizuka había hablado de aquella manera para reconfortar a la gemela, al poco rato se arrepintió. Sus palabras parecieron convertir en llama una pequeña chispa de inquietud.

A Shizuka le dio la impresión de haber tentado a los dioses, y de que éstos se volverían contra ella y la azotarían.

Aquella noche se produjo un pequeño terremoto que hizo temblar los edificios y provocó incendios en varias partes de la ciudad. El aire seguía lleno de polvo y humo cuando emprendieron camino con dos caballos nuevos, a lomos de uno de los cuales cabalgaba un mozo de cuadra de los Miyoshi. Como habían acordado, se reunieron con Bunta y su hijo a orillas del foso, a las mismas puertas del castillo.

—¿Has sabido algo de Taku? —le dijo Shizuka a Bunta, pensando que su propio hijo menor podía haberse puesto en contacto con la familia Muto.

—Yoshio no ha tenido noticias suyas desde la última luna nueva, y entonces sólo se enteró de que Taku seguía en Hofu —respondió Bunta, quien sonrió de manera insinuante mientras hablaba y luego guiñó un ojo a su hijo, que se echó a reír.

"¿Es que todo el mundo se ha enterado de su aventura amorosa con Sada?", se preguntó Shizuka, notando una oleada de irritación en contra de su hijo menor.

Sin embargo, la primera noche de viaje, después de que Shizuka y Miki se hubieran ido a la cama, Bunta llamó con los nudillos a la puerta, mencionando suavemente el nombre de Shizuka. Había estado bebiendo con otros viajeros en una casa de postas de la localidad; el aliento le apestaba a vino.

—Sal afuera. Acabo de enterarme de una mala noticia.

No estaba borracho, pero el licor había embotado su sensibilidad y le había soltado la lengua.

Shizuka sacó el puñal de debajo del colchón y se lo guardó bajo el manto de dormir. Luego se cubrió con la capa y le siguió hasta el extremo de la veranda. No había luna; la ciudad se había sumido en el silencio una vez que los viajeros se hubieron retirado a dormir unas cuantas horas antes de lanzarse de nuevo al camino. Estaba demasiado oscuro para discernir la expresión del rostro de Bunta.

—Puede que sea tan sólo un rumor, pero me pareció que debías enterarte. —Hizo una pausa y, con expresión torpe, añadió:— No son buenas noticias: más vale que te prepares.

—¿A qué te refieres? —pronunció ella, en un tono más alto de lo que habría deseado.

—Taku, tu hijo, ha sufrido un asalto en la carretera. Parece ser que ha sido cosa de bandoleros. Han muerto él y esa mujer, Sada.

—No puede ser cierto. ¿Qué bandoleros hay en el País Medio?

—Nadie conoce los detalles, pero la gente comentaba el asunto en la taberna.

—¿Gente de la Tribu? ¿De los Muto?

—De los Muto y los Kuroda. Lo siento —añadió con brusquedad.

"Sabe que es verdad, que no es sólo un rumor", pensó Shizuka, y ahora se percató de que ella también lo había sabido: cuando se había sentido tan triste camino a Kagemura y había notado el espíritu de Kondo a su lado, era que los muertos la estaban llamando; y ahora Taku se encontraba entre ellos. "Esto acabará conmigo", concluyó a continuación, pues el dolor le resultaba tan intenso que no se creía capaz de superarlo. ¿Cómo podría seguir viviendo en un mundo en el que Taku no existiera? Introdujo la mano bajo su manto y palpó el puñal con la intención de clavárselo en la garganta, deseando que el dolor físico pusiera fin a su angustia. Pero algo se lo impidió.

Shizuka bajó el tono de voz, consciente de que Miki dormía a corta distancia.

—Maya, la hija del señor Otori, estaba al cuidado de Taku. ¿También ha muerto ella?

—Nadie la ha mencionado —respondió Bunta—. Me da la impresión de que ninguno sabía que les acompañaba, salvo la familia Muto de Maruyama.

—¿Tú estabas al corriente?

—Escuché que la niña a la que llamaban El Gatito estaba con Taku. Me imaginé quién debía de ser.

Shizuka no respondió. Se esforzaba por mantener el control de sí misma. Le vino a la mente una imagen del pasado: la de su tío Kenji el día que se enteró de la muerte de su hija a manos de los Kikuta. "Tío Kenji —llamó en silencio al espíritu—, tú sabes por lo que estoy pasando; ahora entiendo tu sufrimiento. Dame la fuerza necesaria para seguir viviendo, como hiciste tú".

"Maya. Debo pensar en Maya, no en Taku. Aún no. Debo salvar a Maya."

—¿Continuaremos hasta Hofu? —quiso saber Bunta.

—Sí, tengo que averiguar la verdad.

Pensó en los rituales que tendrían que llevarse a cabo en honor de los difuntos, y se preguntó dónde estarían enterrados los cuerpos. Notó que la angustia, con su banda de acero, le ceñía el pecho ante la idea de que el cadáver del que había sido su hijo yaciera bajo tierra, en la oscuridad.

—¿Está Zenko en Hofu? —dijo, sin apenas dar crédito a que sus palabras resultaran serenas e inteligibles.

—Sí; su esposa partió en barco hacia Hagi hace una semana, pero él sigue en la ciudad. Está supervisando los acuerdos comerciales con los extranjeros. Según cuentan, mantiene con ellos una estrecha relación.

—Zenko tiene que estar enterado del asunto. Si han sido bandoleros, él es el responsable de capturarlos y darles castigo, y de rescatar a Maya en caso de que siga viva.

Pero antes incluso de terminar de hablar, supo que su hijo no había perdido la vida al azar a manos de un grupo de bandidos. Y nadie de la Tribu se atrevería a tocar a Taku, con la excepción de los Kikuta. Akio había pasado el invierno en Kumamoto; había estado en contacto con Zenko. A Shizuka le costaba creer que éste se hallara involucrado en el asesinato de su propio hermano. ¿Acaso había perdido ella a sus dos hijos?

"No debo condenarle todavía; antes tengo que hablar con él."

Bunta, indeciso, le colocó la mano en el brazo.

—¿Puedo hacer algo por ti? ¿Quieres que te traiga vino, o té?

Ella se apartó hacia un lado, adivinando en aquel gesto algo más que compasión. De pronto le embargó un sentimiento de odio hacia los hombres por la lujuria y la violencia asesina que les movía a todos.

—Quiero estar sola. Partiremos al amanecer. No le digas nada a Miki; yo elegiré el momento oportuno para contárselo.

—Lo siento mucho, de veras —insistió él—. Todos apreciaban a Taku. Es una pérdida terrible.

Cuando los pasos de Bunta se desvanecieron Shizuka se desplomó sobre la veranda, ciñéndose la capa a su alrededor, con el puñal aún sujeto en la mano. El familiar tacto del arma era su único consuelo, su único medio de escape de un mundo de dolor.

Entonces percibió unas pisadas casi inaudibles sobre las tablas del suelo. Miki se acurrucó junto a ella.

—Creí que estabas dormida.

Shizuka abrazó a la gemela y le acarició el cabello.

—La llamada a la puerta me despertó, y luego no pude evitar escuchar lo que decíais —el delgado cuerpo de Miki temblaba—. Maya no ha muerto. Si fuera así, yo lo sabría.

—¿Dónde está? ¿Podrías encontrarla?

Shizuka pensó que si ella misma se concentraba en la idea de que Maya seguía viva, no se derrumbaría. Miki, con su fina sensibilidad, pareció comprenderlo. No dijo nada sobre Taku; se limitó a ayudar a Shizuka a levantarse.

—Ven a tumbarte —dijo, como si ella fuera la persona adulta y Shizuka, la niña—. Aunque no puedas conciliar el sueño, descansarás. Yo prefiero dormir, porque Maya me habla cuando sueño. Antes o después me dirá dónde está, y entonces iré a buscarla.

—Deberíamos regresar a Hagi. Tengo que entregarte a tu madre.

—No, iremos a Hofu —susurró Miki—. Maya sigue en Hofu. Si un día ves que me he ido, no te preocupes por mí; estaré con mi hermana.

Se tumbaron, y Miki se acurrucó junto al costado de Shizuka, cruzándole el pecho con el brazo. La gemela pareció quedarse dormida, pero Shizuka permaneció en vela, pensando en la vida de su hijo. Todas las mujeres, tanto de la Tribu como de la casta de los guerreros, tenían que acostumbrarse a la posibilidad de que sus hijos varones sufrieran una muerte violenta y temprana. A los chicos se les enseñaba a no temer el aciago momento, y a las niñas se las entrenaba para que no dieran muestras de debilidad o desconsuelo. Preocuparse por la vida de otras personas significaba someterlas en cierta medida. Shizuka había sido testigo de cómo las madres excesivamente protectoras hacían de sus hijos unos cobardes o bien les llevaban a convertirse en hombres temerarios e irreflexivos. Taku había fallecido y Shizuka lloraba su desaparición, pero al mismo tiempo estaba segura de que tal hecho significaba que no había traicionado a Takeo: al contrario, había perdido la vida por mantener su lealtad. La muerte de su hijo menor no había sido fortuita, ni carente de significado.

De esta forma consiguió sentir un cierto grado de alivio y entereza en los días sucesivos, mientras cabalgaban hacia Hofu. Shizuka estaba decidida a no presentarse en la ciudad como una madre abatida y llorosa, sino como la máxima autoridad de la familia Muto. No daría muestra alguna de flaqueza; averiguaría quién había matado a su hijo y llevaría a los asesinos ante la justicia.

* * *

El tiempo se tornó bochornoso y asfixiante; ni siquiera la brisa que soplaba desde el mar conseguía refrescar la ciudad portuaria. Las lluvias de primavera habían sido escasas y la gente vaticinaba con aprensión un verano inusualmente caluroso, tal vez acompañado de sequía. Desde hacía más de dieciséis años no se había producido sequía alguna; durante ese extenso periodo, las lluvias de primavera y también las de la ciruela habían caído en el momento adecuado, por lo que eran muchos los jóvenes que nunca habían experimentado las penurias que la ausencia de precipitaciones traía consigo.

En la ciudad flotaba un ambiente de inquietud, y no sólo debido a las opresivas condiciones del tiempo, sino porque a diario se informaba de diversos signos de adversidad. A la luz de las linternas del templo de Daifukuji se veían semblantes abatidos por los malos augurios, y una bandada de pájaros había marcado en el cielo ciertas figuras que pronosticaban mala fortuna. En cuanto llegaron a Hofu, Shizuka se dio cuenta de que la cólera y el dolor que la población demostraba ante la muerte de Taku eran sinceros. No se dirigió a la mansión de los Arai, sino que decidió alojarse en una posada que miraba al río, no lejos del Umedaya. La primera noche, el dueño del hospedaje le informó de que Taku y Sada estaban enterrados en Daifukuji. Shizuka envió a Bunta a informar a Zenko de la llegada de su madre, y a la mañana siguiente se levantó temprano, dejando a Miki dormida. Con el cuerpo dolorido y moviendo los labios como si aún estuviera soñando, caminó a lo largo del río hasta donde se encontraba el templo bermellón; éste se hallaba rodeado de árboles sagrados y miraba al mar, para dar la bienvenida a los que regresaban a casa desde el País Medio. Del interior del santuario llegaba el sonido de cánticos, y Shizuka reconoció las sonoras palabras sagradas del mantra de los difuntos.

Dos monjes esparcían agua sobre las tablas antes de empezar a barrerlas. Uno de ellos reconoció a la recién llegada y le dijo a su compañero:

—Lleva a la señora Muto al cementerio. Yo informaré al abad.

Shizuka se percató de la condolencia de los hombres y se sintió agradecida.

Bajo los árboles gigantescos se apreciaba un ligero frescor. El monje la condujo hasta las tumbas recientes; aún no se habían colocado las lápidas. Varias lámparas de aceite ardían junto a los sepulcros y alguien había colocado flores delante de ellos: un ramillete de iris de color púrpura. Shizuka hizo un esfuerzo por imaginar a su hijo bajo tierra, tumbado en el ataúd: su ágil y fornido cuerpo, inmóvil; su mente, rápida e irónica, silenciada para siempre. El espíritu de Taku debía de estar vagando, sin encontrar reposo, entre el mundo de los vivos y el de los muertos, exigiendo justicia.

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