El lamento de la Garza (63 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

BOOK: El lamento de la Garza
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Antes de que ésta alcanzase su primer cuarto, se encontraban a escasa distancia del Paso del Halcón, a menos de media jornada de viaje según informó Sakai Masaki, quien se había adelantado como avanzadilla para explorar.

El bosque de robles perennes y arbustos de carpe se fue espesando a ambos lados del sendero, y en las laderas más altas abundaban los cedros y los pinos. Acamparon bajo los árboles. Un arroyo les abastecía de agua, pero tuvieron que comer con frugalidad, pues los alimentos que llevaban consigo se estaba agotando. Takeo dormía con sueño ligero y le despertó uno de los guardias.

—¡Señor Otori!

Apenas acababa de amanecer y los pájaros empezaban a entonar sus cantos. Takeo abrió los ojos, pero creyó que aún estaba soñando. Al mirar a los caballos, como hacía cada mañana, vio a la hembra de
kirin.

Estaba al lado de
Tenba,
con su largo cuello doblado, las piernas extendidas y la cabeza próxima a los caballos. Los pálidos dibujos de su pelaje emitían un extraño resplandor bajo la luz mortecina.

Takeo se levantó; notaba las extremidades rígidas, le dolían. Hiroshi, que había estado durmiendo no lejos de él, ya estaba de pie.

—¡Ha vuelto el
kirin! —
exclamó, alarmado.

Su tono de voz despertó a los demás, y en cuestión de segundos el animal estaba rodeado por todas partes y no dejaba de dar muestras de su alegría al reencontrarse con ellos. Frotó la cabeza contra Shigeko y lamió la mano de Hiroshi con su lengua gris. El pelaje se veía lleno de rasguños y las rodillas le sangraban. Tendía a apoyarse sobre la pata trasera izquierda y en el cuello se detectaban claras marcas de quemaduras producidas por una cuerda, como si hubiera intentado soltarse en repetidas ocasiones.

—¿Qué significa esto? —preguntó Takeo, consternado. Se imaginó la huida de la criatura a través de un terreno desconocido, sus largas y torpes zancadas, su miedo y su soledad—. ¿Cómo es posible que haya escapado? ¿La soltaron, quizá?

Shigeko respondió:

—Es lo que me temía. Deberíamos habernos quedado más tiempo, habernos asegurado de que se encontraba a gusto. Padre, permíteme que la lleve de regreso a la capital.

—Es demasiado tarde. Mírala; no podemos entregársela al Emperador en estas condiciones.

—No sobreviviría al viaje —añadió Hiroshi.

Éste se dirigió al arroyo, llenó un cubo con agua y se lo acercó al
kirin
para que bebiera; luego se puso a lavarle la sangre coagulada de las heridas. El animal daba leves respingos y se estremecía, pero se mantuvo quieto.
Tenba
se encabritaba ligeramente en su dirección.

—¿Qué querrá decir esto? —le dijo Takeo a Gemba una vez que la criatura hubo sido alimentada y se habían dado órdenes para que el viaje prosiguiera cuanto antes—. ¿Deberíamos apresurarnos para llegara los Tres Países llevándonos al
kirin
con nosotros? ¿O acaso tendríamos que devolverlo a Miyako? —Hizo una breve pausa y dirigió la vista a su hija, quien tranquilizaba y acariciaba al animal. En voz baja, añadió:— A buen seguro, el Emperador va a tomar la huida por un insulto.

—Sí, la presencia del
kirin
se interpretó como una señal de aprobación por parte del Cielo —repuso Gemba—. Ahora ha quedado demostrado que la criatura te prefiere a ti, no a Su Divina Majestad, lo que se entenderá como un insulto terrible.

—¿Qué puedo hacer?

—Prepararte para la batalla, supongo —respondió Gemba con calma—. O quitarte la vida, si te parece una idea mejor.

—Tú anticipaste casi todo lo que ha ocurrido: el resultado del torneo, la entrega de
Jato,
mi propia victoria. ¿Cómo es que no vaticinaste esta situación?

—Todo tiene una causa y un efecto. Un suceso violento, como la muerte de Taku, ha desatado toda una cadena de acontecimientos; éste debe de ser uno de ellos. Es imposible prever o anticiparlos todos —extendió la mano y dio unas palmadas en el hombro de Takeo, igual que Shigeko lo hacía con el
kirin—
. Lo siento. Tiempo atrás te dije que algo iba mal. He estado intentando que permaneciera el equilibrio, pero ha sido imposible. Se ha roto la balanza.

Takeo se le quedó mirando, apenas sin comprender.

—¿Le ha ocurrido algo a mis hijas? —Respiró hondo—. ¿A mi esposa?

—No puedo darte esa clase de detalles. No soy hechicero, ni chamán. Lo único que sé es que se ha roto aquello que mantenía unido el frágil tejido.

A Takeo se le secó la boca de puro miedo.

—¿Puede repararse?

Gemba no respondió y en ese preciso momento, por encima del bullicio de los preparativos, se escuchó en la distancia el sonido de cascos de caballo.

—Alguien cabalga a toda prisa a nuestras espaldas —observó.

Instantes después los caballos, colocados en hileras, levantaron la cabeza y empezaron a relinchar, y la montura que se aproximaba emitió su respuesta mientras tomaba la curva del sendero y aparecía ante ellos.

Se trataba de uno de los caballos de Maruyama que Shigeko le había regalado al señor Saga. El jinete era el señor Kono.

Hiroshi corrió hacia adelante para sujetar las riendas mientras el noble detenía al animal; Kono desmontó de un salto. Su apariencia lánguida se había esfumado; se le veía fuerte y diestro, como en el torneo.

—Señor Otori, me alegro de haberos alcanzado.

—Señor Kono —saludó Takeo—. Me temo que no puedo ofreceros gran cosa en cuanto a comida o bebida. Estamos a punto de proseguir viaje. Cruzaremos la frontera hacia el mediodía.

Ahora ya no le importaba que el noble pudiera sentirse ofendido. Consideraba que no había nada que pudiera rescatarle de aquella situación.

—Debo pediros que retraséis la marcha —dijo Kono con tono apremiante—. Hablemos en privado.

—No creo que tengáis nada que decirme en estos momentos.

El desasosiego se había convertido en cólera y Takeo notaba que ésta iba aumentando por segundos. Durante meses había actuado con paciencia y autocontrol supremos; ahora, veía que todos sus esfuerzos estaban a punto de quedar destruidos por un acontecimiento fortuito: un animal que prefería la compañía de sus antiguos dueños a la de desconocidos.

—Señor Otori, sé que me consideráis un enemigo pero, creedme, me preocupo por vos. Os ruego que me deis el tiempo suficiente para comunicaros el mensaje del señor Saga.

Sin esperar a la respuesta de Takeo, Kono caminó la corta distancia que les separaba de un cedro caído, que ofrecía un asiento natural. Se posó en él e hizo una seña a Takeo para que se acercase. Takeo dirigió la vista hacia el este. La silueta de la montaña aún se veía oscura en contraste con el cielo radiante, que ya lucía tonos dorados.

—Os daré tiempo hasta que el sol ilumine las cumbres —dijo.

—Dejadme que os explique lo que ha ocurrido. El éxito de vuestra visita ya se había eclipsado un tanto por vuestra repentina partida. El Emperador confiaba en poder conoceros mejor, pues le causasteis una profunda impresión. Aun así, estaba satisfecho con vuestros regalos, sobre todo con esta criatura. Cuando tras vuestra salida de Miyako el animal empezó a inquietarse cada vez más, Su Divina Majestad comenzó a preocuparse. Acudía a visitarlo personalmente a diario; pero durante tres días el animal no dejó de mostrarse inquieto y se negó a comer. Después, se escapó. Lo perseguimos, como es natural; pero todos los intentos por atraparlo fracasaron y finalmente desapareció de nuestra vista. En la capital, el anterior ambiente de satisfacción por el hecho de que el Emperador hubiera sido elegido por el Cielo se tornó en escarnio, dado que la bendición del Cielo había huido. Ahora era al señor Otori a quien el Cielo favorecía, y no al Emperador o al señor Saga.

»Desde luego, semejante insulto no puede pasarse por alto. Me crucé con el señor Saga cuando éste abandonaba Sanda; inmediatamente dio marcha atrás. Se encuentra a menos de una jornada de viaje. Sus tropas ya estaban reunidas; el general cuenta con un ejército especial que siempre está preparado, y habían estado esperando una circunstancia como ésta. Os exceden con mucho en número de soldados. Tengo instrucciones de deciros que si no regresáis conmigo y os sometéis a la consecuente acción tras el agravio sufrido por el Emperador, es decir, a quitaros la vida (me temo que la alternativa del exilio ya no existe), Saga os perseguirá con todos sus guerreros y tomará por la fuerza el control de los Tres Países. Vos mismo seréis ejecutado junto a toda vuestra familia, con la excepción, claro, de la señora Shigeko, con quien el señor Saga confía en casarse.

—¿No es acaso lo que pretendía desde el principio? —espetó Takeo, sin intento alguno por controlar su furia—. Que me persiga; se encontrará con más resistencia de la que espera.

—No puedo decir que vuestra respuesta me sorprenda, aunque me entristece sobremanera —repuso Kono—. Quiero que sepáis que os admiro enormemente...

Takeo le interrumpió en seco.

—Ya me habéis adulado en muchas ocasiones, pero soy de la opinión de que nunca me habéis deseado nada bueno y además habéis tratado de minarme. Tal vez penséis que de esa manera vengáis la muerte de vuestro padre. Si tuvierais verdadero coraje y sentido del honor, me retaríais cara a cara, en lugar de conspirar en secreto con mi vasallo y cuñado. Habéis sido un intermediario indispensable; me habéis insultado y también agraviado.

El pálido semblante de Kono se veía aún más blanco.

—Nos encontraremos en la batalla —replicó éste—. Vuestros trucos de magia no podrán salvaros.

Se levantó y, sin hacer reverencia alguna, se encaminó hacia su caballo, se montó de un salto y tiró abruptamente de las riendas para girarlo. El animal se mostraba reticente a abandonar a sus compañeros, y luchó contra el bocado. Kono apretó los talones en los flancos; en respuesta, el caballo se levantó sobre dos patas y dio coces en el aire, desensillando al noble, quien se desplomó sobre el suelo ignominiosamente.

Se produjo un instante de silencio. Los dos guardias más cercanos sacaron sus espadas, y Takeo supo que todos esperaban que diera la orden de matar a Kono. Él mismo pensaba que lo haría, pues necesitaba una vía de escape para su furia y deseaba castigar al hombre tumbado en el suelo, a sus pies, por todos sus insultos, intrigas y traiciones. Pero algo le hizo refrenarse.

—Hiroshi, sujeta al caballo del señor Kono y ayúdale a montar —dijo, y se dio la vuelta para no humillar al noble en mayor medida. Los guardias bajaron las espadas y volvieron a enfundarlas.

Mientras el sonido de los cascos se iba amortiguando sendero abajo, Takeo se volvió hacia Hiroshi y ordenó:

—Envía a Sakai a que informe a Kahei de que se prepare para el combate. El resto debemos cruzar el puerto de montaña lo antes posible.

—Padre, ¿qué hacemos con la hembra de
kirin? —
preguntó Shigeko—. Está agotada. No podrá seguir nuestro ritmo.

—Tiene que hacerlo; de no ser así, lo más bondadoso sería matarla ahora mismo —respondió, y notó la conmoción en el rostro de su hija. Cayó en la cuenta de que al día siguiente Shigeko podría tener que luchar para defender su propia vida y, sin embargo, la joven no había matado ni siquiera a un animal—. Shigeko, puedo salvar tu vida y la del
kirin
sometiéndome a Saga. Me quitaré la vida, tú te casarás con él y evitaremos que estalle la guerra.

—No podemos hacer eso —argumentó Shigeko sin vacilación—; nos ha engañado y amenazado, y ha roto las promesas que nos hizo. Me encargaré de que el
kirin
no se quede rezagado.

—Entonces, monta a lomos de
Tenba —
propuso Takeo—. Se darán ánimos el uno al otro.

Takeo tomó a cambio el caballo de su hija,
Ashige,
y la envió por delante junto a Gemba, pensando que se encontraría más a salvo que en la retaguardia. A continuación surgió la cuestión de qué hacer con los caballos que cargaban con los lujosos regalos procedentes del Emperador y del señor Saga. No podían seguir el ritmo del resto de la caballería. Reflexionando que el Emperador ya había sido ofendido sin remedio, Takeo ordenó que los fardos y las cestas se abandonaran en el camino, al lado de un pequeño santuario de piedra situado junto al arroyo. Lamentó la pérdida de tan preciosos objetos —túnicas de seda, espejos de bronce y cuencos lacados—, pensando en lo mucho que le habrían gustado a Kaede; pero no tenía elección. También abandonó los palanquines, incluso las armaduras decorativas que el señor Saga les había regalado. Eran pesadas y poco prácticas; Takeo prefería su propia coraza, que había dejado al cuidado de Kahei.

—Servirán de ofrenda al dios de la montaña —le dijo a Hiroshi mientras se alejaban cabalgando—, aunque no creo que ninguna deidad pueda ayudarnos ahora. ¿Qué significa "la bendición del Cielo"? Sabemos que el
kirin
no es más que un animal, y no una criatura mítica. Huyó porque añoraba a sus compañeros.

—Se ha convertido en un símbolo —respondió Hiroshi—. Ésa es la manera en que los humanos dirigen el mundo.

—Ahora no es el momento de discusiones filosóficas. Más vale que empecemos a discutir los planes de batalla.

—Sí, he estado pensando en ello desde que tomamos este camino; el puerto de montaña es tan estrecho y complicado que una vez lo hayamos atravesado será fácil defender nuestra retaguardia contra los hombres de Saga. Pero ¿estará libre de soldados, ahora? No dejo de pensar que, si yo fuera Saga, habría cortado la vía de escape antes de que abandonarais la capital.

—Lo mismo se me ha ocurrido a mí —admitió Takeo.

Los temores de ambos quedaron confirmados al cabo de una hora, cuando Sakai regresó e informó de que el puerto estaba lleno de hombres de Saga ocultos entre las rocas y los árboles, pertrechados con arcos y con armas de fuego.

—Me subí a un árbol y miré hacia el este —explicó Sakai—. Vislumbré con el catalejo al ejército enemigo en la distancia, persiguiéndonos. Llevan estandartes rojos de guerra, y las tropas de defensa de Saga situadas en el puerto deben de haberlos visto también. Envié a Kitayama a que fuera a reunirse con el señor Miyoshi rodeando el puerto de montaña; me ha parecido el hombre más adecuado. Pero para hacerlo tiene que escalar hasta la cumbre y descender por la otra ladera.

—¿Cuánto tardará? —preguntó Takeo.

—Con suerte, llegará antes del anochecer.

—¿Cuántos hombres hay en el puerto de montaña?

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