Read El lamento de la Garza Online

Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El lamento de la Garza (30 page)

BOOK: El lamento de la Garza
3.66Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Qué pregunta es ésa?

—Soñé que me querías; pero nunca estoy segura de si soy yo la que sueño o es...

—¿O es...?

—El gato.

—¿Qué clase de sueños tiene un gato? —preguntó Sada con voz distraída.

—Sueños de animal.

Maya contemplaba en el lejano litoral los pinos que coronaban los acantilados (que se elevaban abruptamente desde el agua azul oscura) y las negras rocas bordeadas de gris verdoso y olas blancas. En la bahía, donde la superficie se hallaba más tranquila, y también en el estuario, se divisaban soportes de madera cubiertos de algas y barcas de pesca encalladas en la arena. Allí la hierba marina crecía en abundantes matas. Los hombres remendaban sus redes de pesca en la orilla y mantenían encendidas las hogueras con las que extraían sal del agua marina.

—No sé si te quiero a ti —bromeó Sada—, ¡pero sí que quiero al gato!

Entonces alargó la mano y acarició el cuello de Maya como si estuviera tocando a un felino; la gemela arqueó la espalda de puro placer. De nuevo a Sada le dio la impresión de notar el pelaje bajo la piel de la niña.

—Si sigues haciendo eso, me convertiré de veras en el gato —dijo Maya como en sueños.

—Seguro que nos será útil —el tono de Sada era pragmático y sincero. Maya esbozó una sonrisa.

—Por eso me gusta la Tribu —explicó—. No importa que yo sea gemela, o que el gato me haya poseído. Todo lo que les resulta útil es bueno. Yo también pienso así. Nunca volveré a vivir en un palacio ni en un castillo. No. Pienso quedarme con la Tribu.

—¡Ya veremos lo que Taku tiene que decir!

Maya sabía que Taku era el más estricto de los profesores y que carecía de sentimentalismo; pero temía que estuviese influido por su deber para con Takeo y, por lo tanto, se inclinara a tratarla con favoritismo. No sabía la niña qué sería peor: ser aceptada por Taku sólo porque era hija del señor Otori o ser rechazada por no tener las dotes suficientes. A veces le daba por pensar que él la desecharía, alegando que era incapaz de ayudarla; pero acto seguido pensaba que Taku se quedaría pasmado por lo que Maya era capaz de hacer y el potencial que encerraba. Al final, tendría que ser una de ambas cosas.

El arenoso estuario era poco profundo y el barco no podía entrar, por lo que les bajaron con cuerdas a las endebles barcas de pesca. Éstas eran estrechas e inestables; el barquero se rió cuando Maya se aferró a la borda, e intentó en vano entablar conversaciones obscenas con Sada mientras que, con una estaca, empujaba la barca corriente arriba, hacia la ciudad de Maruyama.

El castillo se encontraba en lo alto de una colina que miraba al río y a la ciudad que había crecido a su alrededor. La fortaleza era pequeña y hermosa, con muros blancos y tejado gris; tenía el aspecto de un pájaro que se hubiera parado a descansar con las alas aún desplegadas, que ahora el sol del atardecer teñía de color rosa. Maya conocía bien el castillo y a menudo se había alojado allí con su madre y sus hermanas, pero esta vez no iba a ser su lugar de destino. Por el camino mantuvo los ojos bajos y no habló con persona alguna; ya era capaz de disimular sus rasgos para que nadie la reconociera. De vez en cuando Sada se dirigía a ella con voz tosca, regañándola por demorarse, diciéndole que no arrastrara los pies por el polvo. Maya le respondía con voz sumisa:

—Sí, hermana mayor; como tú digas.

Caminaba sin quejarse, aunque la distancia era larga y el hatillo le pesaba. Casi había oscurecido cuando llegaron a ana casa baja de gran tamaño que se extendía hasta doblar la esquina de la calle. Las ventanas estaban protegidas por celosías de madera y el tejado se desplegaba formando amplios aleros. En uno de los laterales se hallaba la entrada a una tienda, ahora cerrada y silenciosa; en otro de los muros había una enorme verja. Dos hombres armados con espadas se hallaban apostados en el exterior; sujetaban sendas lanzas largas y curvadas.

Sada se dirigió a uno de ellos.

—¿Acaso esperáis una invasión, primo mío?

—¡Mira quién ha venido! —respondió él—. ¿Qué haces aquí? ¿Y quién es la niña?

—Mi hermana pequeña. ¿Te acuerdas de ella?

—¡No puede ser Mai!

—No es Mai; se llama Maya. Entraremos y luego te lo contaré. ¿Está Taku en Maruyama? —preguntó mientras los soldados desatrancaban la verja y las recién llegadas la franqueaban.

—Sí, llegó hace unos días, luciendo muy buen aspecto y con honorable compañía. Vino con el señor Kono, procedente de la capital; ambos se hospedan con el señor Sugita. No ha venido por aquí, como suele hacer. Le comunicaremos que tú y tu "hermana" habéis llegado.

—¿Acaso saben quién soy? —susurró Maya mientras Sada la conducía a través del oscuro jardín hasta la entrada de la casa.

—Sí, pero también saben que no es asunto suyo, así que no le dirán nada a nadie.

Maya se imaginó cómo se enteraría Taku. Un hombre —tal vez una mujer— disfrazado de soldado, centinela o sirviente se acercaría a él de un modo casual, con algún comentario acerca de un caballo o una comida, y añadiría una frase aparentemente fortuita. Entonces, Taku sabría...

—¿Cómo me llamarán? —preguntó a Sada al tiempo que ascendía los escalones de la veranda con paso ligero.

—¿Llamarte? ¿Quién?

—¿Cuál es ahora mi nombre secreto de la Tribu?

Sada se rió por lo bajo.

—Ya se les ocurrirá algo. "Gatito", quizá.

"El Gatito ha regresado esta noche", imaginó Maya que diría una criada —había decidido que sería una mujer— susurrando al oído de Taku, mientras ésta se inclinaba para lavarle los pies, o servirle vino y a continuación... ¿qué haría él a continuación?

La gemela notó una ligera punzada de aprensión. Pasara lo que pasase, no sería asunto fácil.

Tuvo que esperar dos días. No le dio tiempo a aburrirse ni a ponerse nerviosa, porque Sada la mantenía ocupada con un entrenamiento que parecía no tener fin, pues los poderes extraordinarios propios de la Tribu siempre podían mejorarse y nadie llegaba a dominarlos por completo, ni siquiera Muto Kenji o Kikuta Kotaro. Maya sólo era una niña. Ante ella se extendían largos años de preparación. Tendría que quedarse de pie, inmóvil, durante interminables periodos de tiempo; estirar y doblar las extremidades incesantemente para mantenerlas flexibles al máximo; ejercitarse en la capacidad de observación y de memoria; practicar la velocidad de movimiento que conduce a la invisibilidad y al dominio del desdoblamiento en dos cuerpos. Maya se sometía a la disciplina sin queja alguna, pues había decidido que amaba a Sada sin reservas y se esforzaba por satisfacerla.

En la noche del segundo día, después de que hubieron terminado de cenar, Sada llamó por señas a Maya, que estaba reuniendo los cuencos y colocándolos en las bandejas —allí ya no era la hija del señor Otori, sino la chica más joven de la casa y, por lo tanto, sirvienta para todos los demás—. La gemela terminó su tarea, llevó las bandejas a la cocina y después salió a la veranda. En el extremo más alejado, Sada se encontraba sujetando una lámpara. Maya divisó el rostro de Taku entre la luz y las sombras.

Se acercó y cayó de rodillas frente a él, pero antes examinó con rapidez lo que se le veía del semblante. Parecía cansado y su expresión se veía tensa, casi enojada. El corazón de Maya le dio un vuelco.

—Maestro —susurró.

Taku frunció el entrecejo e hizo un gesto para que Sada acercara la lámpara. Maya notó el calor de la llama en su mejilla y cerró los ojos un instante. La llama titiló tras sus párpados oscurecidos.

—Mírame —ordenó Taku.

Los ojos del joven, negros y opacos, se clavaron en los de la niña. Ella sostuvo su mirada sin pestañear, sin permitir que aflorase nada que pudiera revelar su propia debilidad y, al mismo tiempo, sin atreverse a buscar la flaqueza de él. Pero entonces notó como si un rayo de luz, o de pensamiento, hubiera penetrado en ella; como si aquello hubiera desvelado un secreto que la propia Maya desconocía que guardaba.


Hmm —
gruñó Taku, aunque la gemela no supo si aquel sonido demostraba aprobación o sorpresa—. ¿Por qué te envía tu padre?

—Piensa que estoy poseída por el espíritu de un gato —respondió ella con voz tranquila—. Y creyó que tal vez Kenji te hubiera enseñado a enfrentarte a situaciones como ésta.

—Hazme una demostración.

—No quiero —replicó Maya.

—Déjame ver el espíritu del gato, si es que es verdad que está ahí.

La voz del joven denotaba escepticismo y desdén. Maya respondió con un destello de ira que le recorrió el cuerpo, tanto el suyo como el del felino. Sus extremidades se suavizaron y parecieron estirarse; el pelaje se le erizó. Las orejas se le aplastaron y mostró los dientes, dispuesta a saltar.

—Suficiente —dijo Taku en voz baja, y le acarició levemente la mejilla. El animal que había en el interior de la niña se apaciguó y empezó a ronronear.

—No me creíste —declaró Maya con tono inexpresivo. Estaba temblando.

—Puede que antes no, pero ahora sí —respondió él—. Muy interesante. Y muy útil también, diría yo. La cuestión es: ¿cómo podremos sacar el máximo provecho de esto? ¿Has llegado alguna vez a adquirir el aspecto del gato?

—Una vez —admitió ella—. Seguí a Sunaomi hasta el santuario de Akane y observé cómo se orinaba encima.

A Taku le pareció detectar algo más bajo la bravuconería de la niña.

—¿Y?

Maya permaneció en silencio durante unos segundos. Luego, masculló:

—No quiero hacerlo otra vez. No me gusta nada lo que se siente.

—El hecho de que te guste o no es indiferente —replicó Taku—. No me hagas perder el tiempo. Tienes que prometerme que harás sólo lo que Sada o yo mismo te digamos. Nada de marcharte por ahí sola; no quiero riesgos, ni secretos por tu parte.

—Lo juro.

—No es un buen momento para todo esto —comentó Taku a Sada con cierta irritación—. Estoy tratando de mantener a Kono bajo control y de vigilar a mi hermano por si hiciera algún movimiento inesperado. De todas formas, ya que Takeo me lo ha pedido, lo mejor será que mantenga a la niña cerca de mí. Venid al castillo, mañana. Vístela como a un chico; pero tendréis que alojaros aquí. Tú puedes actuar como hombre o mujer, lo que te plazca; pero en esta casa ella deberá vivir como una muchacha. Casi todos saben quién es; como hija del señor Otori, debe ser protegida lo mejor posible. Avisaré a Hiroshi. ¿Alguien más podría reconocerte?

—No. Nadie me mira nunca directamente, porque soy gemela.

—Los gemelos son muy valiosos para la Tribu —observó él—. Pero ¿dónde está tu hermana?

—Se quedó en Hagi. Pronto se marchará a Kagemura.

Maya notó una repentina punzada de añoranza por Miki, por Shigeko y por sus padres. "Estoy aquí como una huérfana o una exiliada. Tal vez me ocurrirá como a mi padre: puede que me encuentren en una aldea remota y descubran que tengo más aptitudes que nadie de la Tribu", pensó.

—Ahora, vete a dormir —ordenó Taku abruptamente—. Tengo asuntos que discutir con Sada.

—Maestro —Maya le hizo una sumisa reverencia y se despidió de ambos.

En cuanto volvió a entrar en la casa, una de las criadas la abordó y le ordenó que preparase las camas. Maya fue desdoblando esteras y extendiendo colchas a medida que caminaba con pasos suaves por las amplias habitaciones de techos bajos. El viento se había levantado y se colaba por todas las rendijas; pero la niña no notaba el frío. Aguzaba el oído constantemente hacia la conversación amortiguada que llegaba desde el jardín. Le habían ordenado que se fuera a dormir y ella había obedecido; pero no le habían prohibido escuchar.

Maya contaba con la capacidad auditiva de su padre, y durante el último año ésta se había ido volviendo más fina y aguda. Cuando por fin se tumbó, concentró sus sentidos tratando de obviar los susurros de las muchachas tumbadas cerca de ella. Poco a poco, sus acompañantes se callaron y sus voces fueron reemplazadas por los últimos insectos del verano, que se lamentaban del frío que acechaba y de sus propias muertes por venir. Maya escuchó el mudo batir de alas de una lechuza a medida que pasaba flotando por el jardín, y exhaló un suspiro de forma casi inaudible; la luz de la luna arrojaba las sombras de las celosías sobre los biombos de papel. La noche le removía la sangre y la hacía correr por sus venas a toda velocidad.

En la distancia, Taku comentó:

—He traído a Kono hasta aquí para que comprobara la lealtad de Maruyama hacia los Otori. Sospecho que Zenko le ha inducido a creer que los Seishuu están a punto de escindirse otra vez, y que el Oeste no se pondrá del lado de Takeo.

—Hiroshi es de toda confianza, ¿no es verdad? —murmuró Sada.

—Si no lo fuera, yo mismo me cortaría el cuello —repuso Taku.

Sada se echó a reír.

—Tú nunca te quitarías la vida, querido primo.

—Confío en no tener que hacerlo; pero si tuviera que seguir soportando al señor Kono durante mucho más tiempo, podría llegar a suicidarme de puro aburrimiento.

—Maya te servirá de distracción, si lo que temes es el aburrimiento.

—Tal vez sea otra responsabilidad que ahora mismo no deseo.

—¿Qué te llamó la atención cuando la miraste a los ojos?

—Esperaba ver a una muchacha. Lo que encontré no tenía nada que ver: era un ser aún sin formar, aguardando a encontrar su propia identidad.

—¿Un espíritu masculino, quizá, o algo relacionado con el gato?

—No tengo ni idea, la verdad. Parecía algo diferente. Maya es una persona única, probablemente muy poderosa.

—¿Y peligrosa?

—Puede que sí. Para ella misma, sobre todo.

—Estás cansado.

La voz de Sada adquirió un tono que provocó en Maya un escalofrío, una mezcla de añoranza y de celos. Con un hilo de voz, Sada prosiguió:

—Ven, te daré un masaje en la frente.

Se produjo un momento de silencio. Maya contuvo la respiración. Taku exhaló un profundo suspiro. Un ambiente intenso reinaba sobre el jardín en tinieblas, sobre la pareja a oscuras. Maya no soportó seguir escuchando y se cubrió la cabeza con la manta.

Un largo rato después, o eso le pareció, Maya escuchó pasos en la veranda. Taku exclamó en voz baja:

—¡No me esperaba esto!

—Nos hemos criado juntos —repuso la muchacha—. No tiene importancia.

—Sada, nada que ocurra entre nosotros puede carecer de importancia. —Hizo una pausa como si quisiera decir más, pero luego añadió brevemente:— Os veré a Maya y a ti mañana. Tráela al castillo al mediodía.

BOOK: El lamento de la Garza
3.66Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Hell's Pawn by Jay Bell
Tales of Western Romance by Baker, Madeline
Phish by Parke Puterbaugh
Night of the Living Dead by Christopher Andrews
The Knowledge Stone by Jack McGinnigle
The Star of Lancaster by Jean Plaidy
The Sheikh Bear by Ashley Hunter
The Day Before by Lisa Schroeder