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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El lamento de la Garza (25 page)

BOOK: El lamento de la Garza
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—Tiene que ser un animal —concluyó ella, emocionada—. Un caballo nuevo, quizá. ¡O un cachorro de tigre! El estado del tiempo ha sido magnífico últimamente. Siempre me alegra que haga bueno en el Festival de la Estrella.

Le vino a la memoria la hermosura de la noche pasada, apacible y carente de luna; el reluciente moteado de las estrellas; la única noche de todo el año en que la Princesa y su amante podían encontrarse a través del puente mágico construido por las urracas.

—Cuando era pequeño me encantaba el Festival de la Estrella —comentó Hiroshi—; pero ahora me entristece, porque en la vida real los puentes mágicos no existen.

"Está hablando de él y de Hana —pensó la joven—. Lleva mucho tiempo sufriendo. Debería casarse. Si tuviera una esposa e hijos, se repondría". Con todo, Shigeko se sentía incapaz de sugerirle que contrajera matrimonio.

—Solía imaginar a la Princesa de la Estrella con el rostro de tu madre —prosiguió él—; pero tal vez la Princesa sea como tú, y amanse los caballos que habitan en el Cielo.

Tenba,
que caminaba dócilmente entre ambos jóvenes, se asustó de pronto cuando una paloma emprendió el vuelo desde un alero del santuario, y se encabritó hacia atrás, tirando de la cinta que sujetaba Shigeko. Ésta se lanzó hacia el animal en su afán de tranquilizarlo, pero
Tenba
seguía inquieto y al avalanzarse ella hacia adelante golpeó a la joven con el lomo, lo que hizo que el propio potrillo se asustase aún más. Shigeko estuvo a punto de perder el equilibrio, pero Hiroshi se colocó entre el caballo y ella, quien consciente en ese momento de la fortaleza de él deseó con todas sus fuerzas que la abrazase. El potro salió corriendo, arrastrando las riendas.

—¿Estás bien? ¿No te habrá pisado? —se preocupó Hiroshi.

Ella negó con la cabeza, embargada de pronto por la emoción. Estaban muy cerca el uno del otro, sin llegar a rozarse. Shigeko consiguió encontrar la voz.

—Creo que ya hemos trabajado bastante por hoy. Pasearemos un rato más al caballo y luego tengo que volver a casa y prepararme para recibir el regalo. Mi padre querrá hacer de la entrega una ocasión especial.

—Lo que tú digas, señora Shigeko —repuso él, recobrando el aire distante y formal.

Hiroshi fue a buscar el potro y se lo entregó a Shigeko. Se levantó una ligera brisa y las palomas aletearon en lo alto; pero el potrillo, con la cabeza gacha, caminaba apaciblemente entre sus domadores. Ninguno de ellos pronunció palabra.

* * *

Abajo, en el puerto, el habitual ajetreo de la mañana había aminorado. Los pescadores se tomaron un descanso tras haber descargado la captura nocturna, consistente en sardinas plateadas y relucientes atunes de escamas azules; los comerciantes hicieron un alto en el traslado de fardos de sal, arroz y seda a las pequeñas embarcaciones de junco, y una multitud se congregó sobre los adoquines para dar la bienvenida al barco que llegaba de Hofu con su insólito cargamento.

Shigeko había tenido el tiempo justo para regresar a la residencia y vestirse con un atuendo más apropiado para recibir su regalo. Por fortuna, el recorrido a pie desde las puertas del castillo hasta las escaleras del puerto no era extenso. Discurría a lo largo de la playa y dejaba a un lado la pequeña vivienda rodeada de pinos donde Akane, la famosa cortesana, recibiera en su día al señor Shigeru; los arbustos olorosos que la anterior dueña había plantado en el jardín aún perfumaban el aire. Shizuka había esperado a Shigeko; pero Kaede había permanecido en la residencia, alegando que se encontraba indispuesta. Takeo había ido por delante junto a Sunaomi. Cuando los cuatro se encontraron, Shigeko se percató de la emoción de su padre, quien no dejaba de mirar y sonreír a su hija. Ésta abrigaba la esperanza de que su propia reacción ante la sorpresa no decepcionara a Takeo, y resolvió que cualquiera que fuera el regalo daría a entender que colmaba sus mejores deseos.

Sin embargo, a medida que el barco se aproximaba al muelle y el insólito animal pudo distinguirse con claridad —su largo cuello, sus orejas—, el asombro de Shigeko fue tan inmenso y sincero como el del resto de los allí presentes. Cuando el doctor Ishida condujo a la criatura cuidadosamente por la pasarela y se la entregó a la joven, el deleite de ésta fue inenarrable. Shigeko quedó fascinada por la suavidad y los extraños dibujos del pelaje del animal, por sus ojos oscuros y gentiles, rodeados de pestañas largas y gruesas, por sus delicados andares y por su serena compostura mientras contemplaba la poco familiar escena que tenía ante sí.

Takeo se reía de puro placer tanto por el propio
kirin
como por la reacción de su hija. Shizuka dio la bienvenida a su marido de manera afectuosa aunque poco efusiva, y Chikara, impresionado por la recepción y el gentío, tuvo que hacer un esfuerzo por refrenar el llanto al reconocer a su hermano.

—Sé valiente —le amonestó el doctor Ishida—. Saluda con propiedad a tu tío y a tu prima. Sunaomi, cuida de tu hermano.

—Señor Otori —acertó a decir Chikara, haciendo una profunda reverencia—. Señora...

—Shigeko —le ayudó ella—. ¡Bienvenido a Hagi!

Ishida se dirigió a Takeo:

—Hemos traído a otros pasajeros, tal vez menos bienvenidos.

—Sí, Taku me lo advirtió. Tu mujer les mostrará dónde van a alojarse. Más tarde te explicaré nuestros planes con respecto a ellos. Confío en poder contar contigo para que, mientas tanto, los mantengas entretenidos.

Los extranjeros (eran dos, los primeros en poner pie en Hagi) aparecieron en la pasarela, causando no menos asombro que la propia hembra de
kirin.
Vestían extraños pantalones abolsados y botas de cuero altas; en el cuello y la pechera lucían adornos de oro. Uno de ellos era de rostro tostado, oscurecido por una barba negra; el otro tenía el cutis más pálido y el pelo y la barba mostraban el color del óxido. Los ojos de este hombre eran también pálidos, verdes como el té verde; ante la vista de su cabello y sus ojos claros un murmullo expectante recorrió la multitud, y Shigeko escuchó voces que susurraban: "¿Serán ogros?", "fantasmas", "duendes"...

Les seguía una mujer menuda que parecía indicarles en susurros la forma cortés de proceder. Ante los comentarios de su acompañante ambos hicieron una reverencia un tanto extraña y ostentosa, y luego hablaron en su tosco idioma.

Shigeko observó que su padre aceptaba el saludo con un gesto de cabeza. Ya no se reía. Ataviado con sus magníficas ropas de ceremonia —bordadas con el blasón de la garza— y tocado con un bonete de laca, mostraba un aspecto severo; su semblante se veía circunspecto e imperturbable. Los extranjeros podrían ser más altos y robustos que él, pero a ojos de Shigeko el señor Otori resultaba mucho más imponente.

La mujer se dejó caer al suelo delante de él pero Takeo, con notable gentileza al entender de Shigeko, le indicó que podía levantarse y hablar con él.

Shigeko sujetaba la cinta de seda atada al cuello del
kirin
y la fascinante criatura ocupaba toda su atención; pero luego escuchó a su padre pronunciar unas frases de bienvenida a los desconocidos. Cuando la mujer tradujo las palabras del señor Otori, a la joven le pareció detectar algo inusual en su voz. Volvió la vista hacia la intérprete y se fijó en su mirada, clavada en el rostro de Takeo. "Conoce a mi padre —pensó Shigeko—. Se atreve a mirarle directamente". Había algo en aquella mirada, una cierta familiaridad rozando la insolencia, que preocupó a Shigeko y la hizo ponerse en guardia.

* * *

La muchedumbre reunida en el muelle se enfrentó entonces a un enojoso dilema: seguir al extraordinario
kirin —
que Ishida y Shigeko conducían hacia el santuario, donde junto a Mori Hiroki se lo presentarían al dios del río y donde se habría preparado un espacio acotado para la criatura— o bien ir tras los extranjeros, igualmente extraordinarios, quienes acompañados por una larga fila de sirvientes que acarreaban numerosos fardos y cajas eran escoltados por Shizuka hasta la barca que les transportaría a través del río a su alojamiento, junto al viejo templo de Tokoji.

La ciudad de Hagi tenía un extenso número de habitantes y cuando el gentío se dividió en dos bandos de tamaño parecido, cada una de las comitivas se componía de una multitud considerable. Esta circunstancia no pareció molestar al
kirin,
pero sí a los extranjeros, quienes dieron muestras de mal humor a causa de las miradas constantes. Aún más se irritarían por la distancia entre su lugar de alojamiento y el castillo, así como por los guardias y otras restricciones que se les habían impuesto a modo de protección. La insólita criatura se alejó caminando con sus modales habituales, con paso deliberado y elegante, consciente de cuanto la rodeaba, en absoluto alarmada e incansablemente gentil.

—Me he enamorado de ella —comentó Shigeko a su padre a medida que se acercaban al santuario—. ¿Cómo podría agradecértelo?

—Dale las gracias al doctor Ishida —respondió Takeo—. Él nos ha hecho el regalo. Tiene mucho mérito, porque ha pasado mucho tiempo con el animal y le ha tomado cariño. Te enseñará a cuidarlo.

—¡Qué maravilla tener en Hagi una criatura así! —exclamó Mori Hiroki al verlo—. Es una bendición para los Tres Países.

Shigeko opinaba lo mismo. Incluso
Tenba,
cautivado por la sorprendente criatura, corrió hasta la cerca de bambú para inspeccionarla y ambos se frotaron suavemente los hocicos. La única tristeza era que Hiroshi se marchaba a casa; pero cuando Shigeko se acordó de aquel momento especial, ocurrido esa misma mañana, resolvió que quizá fuera lo mejor.

19

Cuando Takeo regresó a la residencia tras dar la bienvenida a la hembra de
kirin,
fue directamente en busca de Kaede, preocupado por su estado de salud; pero parecía recuperada y se hallaba sentada en la veranda, en el ala norte de la vivienda, donde la brisa del mar traía consigo un cierto frescor. Conversaba con Taro —hijo mayor de Shiro, el carpintero—, que tiempo atrás había regresado a Hagi junto a su padre para reconstruir la ciudad después del terremoto y ahora dedicaba su tiempo a la talla de esculturas de madera.

Takeo le saludó con alegría y Taro le respondió sin ceremonias, pues debido a sus respectivas historias pasadas habían forjado una gran amistad. Takeo admiraba profundamente la pericia de su amigo como artista, inigualable en los Tres Países.

—Llevo tiempo pensando en esculpir una estatua de la diosa de la Misericordia —comentó Taro, mirándose las manos como si deseara que ellas hablaran por él—. La señora Otori me ha hecho una sugerencia.

—Se trata de la casa a la orilla del mar —explicó Kaede—. Lleva años vacía, desde que murió Akane. Dicen que el edificio está embrujado por el espíritu de su dueña, quien utilizaba encantamientos para someter al señor Shigeru y al final fue víctima de su propia magia negra. Los marineros aseguran que enciende lámparas en las rocas para enviar mensajes falsos a los barcos, porque odia a todos los hombres. Quiero derribar la casa y purificar el jardín. Taro y su hermano levantarán allí un nuevo santuario, dedicado a Kannon, y la estatua de la diosa bendecirá el litoral y la bahía.

—Chiyo me contó la historia de Akane cuando yo era un niño —repuso Takeo—; pero Shigeru jamás me habló de ella, ni tampoco de su esposa.

—Tal vez los espíritus de ambas mujeres encontrarán descanso —especuló Taro—. Imagino un edificio pequeño; no hará falta talar los pinos. Un tejado doble, quizá; con curvas pronunciadas hacia arriba, como éste. Acoplaré las tablillas en escuadra para sostenerlo.

Le mostró a Takeo los bocetos que había elaborado.

—El tejado inferior sujeta el superior, dándole una apariencia de fortaleza y elegancia al mismo tiempo. Confío en conseguir lo mismo con la escultura de la diosa. Ojalá pudiera enseñaros un boceto, pero permanecerá oculta en la madera hasta que mis manos la descubran.

—¿La esculpirás de un único árbol? —preguntó Takeo.

—Sí, estoy eligiendo la pieza.

Intercambiaron comentarios sobre la variedad del árbol, la edad de la madera y asuntos parecidos. Después, Taro se marchó.

—Es un plan magnífico —comentó Takeo una vez que Kaede y él se hubieron quedado a solas—. Me encanta.

—Tengo un motivo especial para darle gracias a la diosa —repuso ella en voz baja—. El mareo de esta mañana, que se ha pasado en seguida...

Takeo comprendió el significado de sus palabras y una vez más sintió la mezcla de alegría y terror ante el hecho de que el amor que se profesaban hubiera creado otra vida, hubiera lanzado a otro nuevo ser al ciclo de la existencia. Era el pensamiento de la muerte lo que le aterrorizaba y despertaba los miedos del pasado, ya que por dos veces las hijas que le había dado a Kaede habían amenazado con segar su vida.

—Mi querida esposa —murmuró y, al encontrarse solos, la abrazó.

—Me da vergüenza —respondió Kaede entre risas—. Ya soy mayor para quedarme embarazada; Shigeko es una mujer. Sin embargo, estoy muy feliz. Pensé que nunca volvería a concebir, que nuestras posibilidades de tener un hijo varón se habían terminado.

—Te he dicho muchas veces que me siento dichoso con nuestras hijas —replicó él—. Si tenemos otra niña, me alegraré.

—Casi no me atrevo a pronunciar estas palabras —susurró Kaede—, pero esta vez... si, estoy convencida de que es un niño.

Takeo la apretó entre sus brazos, maravillado ante el milagro de que una nueva criatura creciera en su interior, y permanecieron unos minutos en silencio, disfrutando de la mutua cercanía. Entonces, el sonido de voces procedentes del jardín y el de los pasos de las doncellas sobre las tablas de la veranda les devolvió a la realidad cotidiana.

—¿Llegó bien el
kirin? —
preguntó Kaede, pues Takeo le había contado con antelación de qué se trataba la sorpresa.

—Sí, y su aparición fue tal y como yo había esperado. Shigeko quedó prendada al instante. La población entera enmudeció de asombro.

—¡Silenciar a los Otori no es hazaña despreciable! —bromeó Kaede—. Supongo que habrán recuperado el habla y ya estarán componiendo canciones sobre el asunto. Más tarde iré a ver al animal.

—No salgas mientras haga calor —aconsejó Takeo inmediatamente—. No debes cansarte, en absoluto. Ishida tiene que venir a verte y debes hacer todo lo que él te diga.

—Entonces, el doctor también ha llegado a salvo. Me alegro. ¿Y el pequeño Chikara?

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