—Creo que sí, pero tal como has dicho, a mí también me parece un verdadero lío.
Patricia tomó un folio en blanco y un lápiz, escribió en el centro el nombre de Santiago el Menor y comenzó a colocar a su alrededor los nombres de los parientes que se citaban en el Nuevo Testamento y su grado de parentesco. Eliminó, por obvias, las citas que se referían a Santiago el Mayor, ya que todas coincidían en que era hijo de Zebedeo y de una tal Salomé y hermano de Juan el apóstol, y el resultado que obtuvo un par de horas después fue sorprendente.
—¡Lo he solucionado, lo he solucionado! —gritó Patricia entusiasmada—. Ha estado ahí, todo el tiempo ha estado ahí, casi dos mil años y nadie se había dado cuenta de ello.
—¿Qué has descubierto? —Diego levantó la vista del plano de la catedral de Santiago, que estaba estudiando minuciosamente para memorizar cada uno de los espacios y del recorrido desde la puerta de acceso a la estancia donde se guardaba el Códice Calixtino.
—¡Sólo hubo dos Santiagos! El Mayor y el Menor; y el Menor es el mismo que se cita como hermano de Jesús y como obispo de Jerusalén. Aquí está, muy claro, en los mismísimos Evangelios canónicos de san Marcos y de san Lucas. En ambos se afirma que Santiago el Menor es hermano de Judas, también llamado Tadeo, y que ambos son hijos de Alfeo y de María. Y algo más: en el Evangelio de san Marcos, Jesús se encuentra en casa de un tal Leví, cobrador de tributos e hijo de Alfeo; bien, ese Leví no es otro que el mismo Santiago, a quien le dice que lo siga como discípulo, y éste así lo hace. ¿Qué hacía Jesús en casa de un cobrador de impuestos? Nada, salvo que fueran parientes. Ese tal Leví, pese a ser uno de los primeros que siguieron a Jesús, no vuelve a aparecer en ninguna parte, de modo que no puede ser otro que Santiago el Menor. Y así es como se entiende que en el Evangelio apócrifo de María Magdalena se cite un apóstol de nombre de Leví que apoya a María ante los ataques y descalificaciones que ella misma sufre por parte de Pedro y de Andrés: se trata de Santiago el Menor. Y el dato definitivo: san Pablo, en la Carta a los gálatas, dice que cuando viajó a Jerusalén para visitar a Pedro no vio a «ningún otro apóstol, salvo a Santiago, el hermano de Jesús», que con Pedro y Juan constituían las columnas de la Iglesia.
—¿Y...?
—Santiago y Jesús eran hermanos, e hijos de María. Y esa María, la esposa de Alfeo, es la Virgen, la madre de Jesús. ¡Ahora encaja todo! Escucha mis conclusiones: Jesús era hijo de María, que ya estaba embarazada cuando se comprometió con el anciano José, viudo y con hijos, un hombre bueno, de la casa del rey David, quien aceptó el matrimonio con una joven soltera de su mismo linaje para evitar que el hijo que llevaba en sus entrañas naciera sin tener un padre conocido, lo que en aquel tiempo la hubiera arrastrado a la prostitución, al destierro o incluso a la muerte por lapidación.
—Pero, según el Evangelio de san Mateo, María y José ya estaban casados cuando ella quedó embarazada, e incluso informa de que José pensó en repudiarla.
—Yo no lo creo así. Existen otros textos en los que José acepta casarse con María a pesar de que ya conocía que estaba encinta. Desde luego, José sabía que el hijo que María llevaba en su vientre no era suyo, y pese a ello siguió adelante con el matrimonio, de manera que para los que no creen en una intervención divina en la concepción de Jesús, lo racional es pensar que José asumió el papel de esposo para salvaguardar el honor de María, una joven de su mismo clan, y evitar que el niño que portaba en su vientre naciera con la mancha de no tener un padre conocido. Lo que nos lleva a la gran pregunta para un ateo: ¿quién fue el padre biológico de Jesús?
—Imagino que lo has deducido.
—Lo he supuesto: Herodes, el rey Herodes el Grande.
—¡No me digas!
—Las profecías auguraban que el Mesías nacería de la estirpe real de Israel. José y su esposa María descendían de la casa del rey David. San Mateo, al comienzo de su Evangelio, y san Lucas en el suyo incluyen una genealogía en la que hacen a José descendiente directo por vía masculina del rey David y del mismísimo Abraham. Mateo establece catorce generaciones desde Abraham hasta David, otras catorce desde David a la deportación de Babilonia y también catorce desde el cautiverio de los judíos en Babilonia hasta el propio Jesucristo; se trata, obviamente, de números cabalísticos. Sabemos que la deportación de los judíos a Mesopotamia se produjo a mediados del siglo VI a. J. C. y que David reinó en el siglo X, de modo que Abraham debió de vivir hacia el siglo XV antes de Cristo.
—En ese caso José, como descendiente de David, también era de sangre real.
—Sí, pero Jesús no era su hijo biológico, y ese inconveniente era conocido por todos, de modo que no podría ser considerado heredero por la sangre de la corona real. Pero si María hubiera sido fertilizada por el rey Herodes el Grande, la profecía que anunciaba la venida de un rey que liberaría al pueblo hebreo tendría todo su sentido para los judíos que creían ciegamente en las predicciones de la Tora.
—Los católicos creen que Jesús fue concebido por Dios, que fertilizó a María como Espíritu Santo. Por todo lo que afirmas lo condenarían por blasfemo —repuso Diego.
—Tal vez, pero... ¿y los hermanos? José, el esposo de María y padre putativo de Jesús, aparece al lado de éste durante su niñez, pero deja de hacerlo justo cuando Jesús cumple los doce años y se presenta ante los doctores del templo de Jerusalén. Y hasta entonces no se cita ni una sola vez a los hermanos y hermanas de Jesús en los Evangelios canónicos. Los hermanos de Jesús sólo comienzan a asomar en los textos canónicos cuando éste, con unos treinta años según Juan, aunque en realidad debía de tener unos treinta y cinco, inicia su predicación pública en las tierras de Galilea.
—¿Adonde quieres llegar?
—¿No lo ves? José debió de morir cuando Jesús cumplió los doce años, o inmediatamente después, y María, joven viuda de José y madre de un muchachito huérfano, no tuvo otro remedio que volver a casarse... con Alfeo. Y de este nuevo matrimonio de María nacieron varios hijos e hijas, «los hermanos y hermanas de Jesús»: Santiago, José, Judas, Simón, Salomé y María.
—En algunos textos gnósticos se atribuye a José la paternidad de aquellos que en los textos del Nuevo Testamento son llamados «hermanos de Jesús». Según esos escritos, los hermanos de Jesús habrían nacido de un matrimonio anterior de José, tal vez con Abigail, hermana de Isabel y pariente por tanto de la Virgen María. José, ya padre de seis hijos y viudo, se habría casado con María tras la muerte de Abigail, y lo habría hecho para cumplir el plan de Dios. Si ése fuera el caso, los hermanos de Jesús serían mayores que él y, a la vez, sus primos —supuso Diego.
—No. Quienes escribieron esos textos gnósticos, casi todos ellos del siglo IV, estaban obsesionados por mantener a toda costa la idea de la virginidad de María y la concepción divina de Jesús. Es probable que José fuera viudo de Abigail, hermana de Isabel y tía carnal por tanto de María; así se entendería que el tío viudo y anciano se casara con la hija de su cuñada, es decir, con su sobrina, una joven soltera y embarazada, para lavar el honor de la familia y evitar la maternidad en soltería. Pero esos textos gnósticos se equivocan en ese otro supuesto. Si hubiera sucedido de ese modo y los hermanos de Jesús hubieran nacido del matrimonio de José y Abigail, esos hijos de José no serían llamados «hijos de María», y queda claro que lo son, pues así los denominan los Evangelios; tampoco serían hermanos de Jesús, pues no compartirían ni el padre ni la madre biológicos. Además, Jesús es llamado «hijo primogénito de María» por Lucas, y cuando huyeron a Egipto únicamente viajaban José, María y Jesús. —Patricia se mostró contundente—. Y otra cuestión: si Santiago, citado siempre en primer lugar en la relación de hijos de María, hubiera sido el hijo mayor del primer matrimonio de José, habría nacido hacia el año 40 antes de Cristo, y hubiera tenido más de cien años en el momento de su lapidación en Jerusalén. Me parece una edad muy avanzada, aunque Juan el Evangelista quizá alcanzara esa edad.
»En consecuencia —concluyó Patricia—, María la Virgen es denominada, cuando está en el Calvario a los pies de la cruz, como la «madre de Santiago, José y Salomé» por san Marcos; como «la madre de Santiago y José» por san Mateo y como la «madre de Jesús» por san Juan.
—¿Y san Lucas? —preguntó Diego.
—Ese evangelista sólo habla de varias mujeres que acompañaban a Jesús en el Calvario, pero sin precisar el nombre de ninguna de ellas. ¿Te queda ahora alguna duda de que Santiago el Menor y Santiago, el hermano de Jesús, fueron la misma persona?
—Tal vez tengas razón, pero para el caso que nos ocupa esa cuestión es irrelevante.
—¿Por qué?
—Porque el Códice Calixtino y el sepulcro de Compostela se refieren a Santiago el Mayor, que no era hermano de Jesús.
—Pero resulta que eran primos hermanos.
—¿Qué? —Diego estaba asombrado.
—Está claro. La madre de Santiago el Mayor y de Juan el evangelista se llamaba Salomé, como una de las hermanas de Jesús, que llevaba el nombre de su tía, como era habitual en las familias hebreas de esa época; la otra se llamaba María, como la madre. El primer marido de Salomé, la tía de Cristo, fue Zebedeo, padre de los apóstoles Santiago el Mayor y Juan, como se reitera en los Evangelios. Zebedeo, un acomodado pescador dueño de al menos una barca y con varios hombres a sus órdenes, debió de morir antes de que Jesús comenzara su predicación pública. Luego, la viuda Salomé volvió a casarse con un tal Cleofás, que es el discípulo al que Jesús se le apareció tras la Resurrección, según se relata en los Hechos de los Apóstoles. Salomé era hermana de la Virgen María, y por eso se atrevió a pedirle a Jesús, su sobrino carnal, que pusiera a sus hijos Santiago y Juan a su lado en el cielo. Tenía confianza suficiente para hacerlo porque eran los primos hermanos de Jesús. Y mira, aquí está bien claro: los Evangelios de san Mateo, san Marcos y san Juan coinciden en que María la Virgen, citada como madre de Santiago, de José y de Salomé, y María Magdalena estaban presentes en el monte Calvario cuando Jesús murió en la cruz; pero Mateo añade además a la madre de los hijos de Zebedeo, sin dar su nombre, y Juan dice que la tercera mujer junto a la cruz, de la que tampoco cita el nombre, era «la esposa de Cleofás y hermana de la Virgen». No hay duda: Salomé, la esposa primero de Zebedeo y luego de Cleofás, y la madre de los hijos de Zebedeo son, obviamente, la misma persona, y como en el momento de la crucifixión de Jesús Salomé ya estaba casada con Cleofás, eso quiere decir que Zebedeo había muerto, pero ella seguía siendo la madre de Santiago el Mayor y de Juan y la hermana de la Virgen; por tanto, tía carnal de Jesús.
—¿Quieres decir que la sangre de Santiago el Mayor era también la sangre de Jesús?
—Y la de san Juan. Por eso Jesús apreciaba tanto a Santiago y a Juan, porque eran sus primos; y por eso, poco antes de morir en la cruz, le dice a su madre, señalando a Juan: «mujer, ahí tienes a tu hijo», y a Juan, señalando a María: «hijo, ahí tienes a tu madre». Y así fue como Juan se hizo cargo de su tía María, y la acogió en su casa —asintió Patricia con una sonrisa.
—¡Un momento! Aquí falla tu teoría. Si Juan acogió en su casa a María a la muerte de Jesús, es que María era viuda, y tú aseguras que se casó en segundas nupcias con Alfeo.
—Claro, porque Alfeo, el segundo esposo de María la Virgen y uno de los primeros seguidores de Jesús, había muerto poco antes que Jesús. En los Hechos de los Apóstoles se cita a Alfeo como padre de Santiago el Menor, aunque se hace para diferenciar a éste de su primo Santiago el Mayor; pero en ningún momento se dice que Alfeo siguiera vivo.
—De acuerdo; ahora sólo falta que me digas qué pintan Jacques Román y el Códice Calixtino en todo este embrollo evangélico.
—Confío en que eso nos lo revele Jacques Román el jueves en París. ¿Te has fijado en su nombre propio? En francés «Jacques» es «Santiago», y «Román» significa «románico», el estilo en el que está construida la catedral de Compostela.
En español, Jacques Román sería algo así como «Santiago el Románico». ¿Casualidad?
—Tal vez no. Me da la impresión de que ese nombre es un apodo, un alias o, mejor, un pseudónimo que oculta su verdadera identidad.
Un caballo negro montado por un jinete con una balanza: La Injusticia
París, como para tantos otros argentinos, era la ciudad favorita de Patricia y de Diego. Solían visitarla a menudo, pues además de sus importantes museos y galerías de arte, un buen pedazo del mercado de antigüedades, el legal y el ilegal, se movía en la ciudad del Sena. Les atraía ese ambiente a la vez burgués y revolucionario, progresista y conservador, moderno y decadente, todo a un tiempo mezclado en una ciudad en la que cada rincón rezuma evocación y ensueño. Amaban sus amplios bulevares, sus avenidas llenas de tiendas y sus pequeñas calles con comercios y restaurantes tradicionales. Les gustaba pasear sin rumbo por sus aceras, detenerse en alguna cafetería y tomar un aperitivo en sus terrazas, contemplar el ir y venir de turistas y parisinos y almorzar en las
brasseries
y en los
bistros
.
En París se encontraban a gusto, como una verdadera pareja, y a pesar de la soledad que casi siempre provoca estar sumido en la multitud, se relajaban y disfrutaban como un par de recién enamorados.
El edificio donde habitaba Jacques Román parecía copiado de una maqueta de una casa de muñecas. De aspecto señorial aunque nada ostentoso al exterior, en ese inmueble de la isla de San Luis vivían también un par de destacados políticos franceses —uno de ellos ya retirado por una reciente debacle en las urnas— y un famosísimo escritor que se había hecho rico escribiendo novelas históricas sobre la Roma antigua.
El ascensor los dejó en la última planta.
Jacques Román los recibió en la biblioteca, vestido con una bata de seda roja con un escudo de armas en el que destacaba una gran cruz azul sobre un bolsillo en el lado izquierdo del pecho; fumaba una pipa bien surtida con un aromático y fresco tabaco holandés y tomaba un martini.
—Queridos amigos, espero que sus preparativos vayan viento en popa. El Peregrino quedó muy satisfecho con el encuentro que mantuvieron en Madrid —les dijo.
—Ese hombre tomó muchas precauciones hasta que contactó en directo con nosotros.