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Authors: José Luis Corral

Tags: #Histórico, Intriga

El códice del peregrino (16 page)

BOOK: El códice del peregrino
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—Ojalá Francia, la hija predilecta de la Iglesia, pueda contar pronto con un nuevo cardenal en la persona de Su Excelencia.

—Así será. En unas semanas vestiré la púrpura cardenalicia.

—Usted lo merece, Excelencia. Será una noticia estupenda que habrá que celebrar.

—Lo festejaremos en su momento, Jacques, en su momento. Comprenderá que mi interés en el éxito de esta operación es ahora máximo, y no sólo por cuestiones de fe, sino también por lo inmediato de ese nombramiento. En contra de lo que pensamos cuando lo apoyamos sin condiciones previas para que se sentara en el solio de san Pedro, y a pesar de su pasado de teólogo progresista, los reformistas han ganado terreno en el Vaticano con este nuevo papa; por eso debemos reaccionar para inclinar a nuestro favor la balanza de poder en la Iglesia. Mi nombramiento como cardenal contribuirá a ello. Pero si fallase nuestro plan y se descubriesen nuestras intenciones, se frenaría en seco mi acceso al cardenalato y nuestro fracaso sería tan estrepitoso que tardaríamos años en recomponernos, como ya nos ocurrió durante el mandato del papa Juan XXIII. En fin, ocurra lo que ocurra, debemos seguir vigilantes, Jacques; nuestros enemigos son muchos y muy poderosos, no podemos concederles la menor oportunidad.

—No lo haremos.

—Ya están surgiendo voces que claman para que en la Iglesia autoricemos el matrimonio de los sacerdotes, para que consintamos el que las mujeres puedan ejercer el magisterio sacerdotal e impartir los sacramentos, e incluso para que permitamos el uso de anticonceptivos y admitamos como matrimonio la unión entre personas del mismo sexo. Si triunfan los reformistas, tal vez esas calamidades se tomen en consideración, y quién sabe si algún día podrían llegar a aprobarse en un concilio dominado por ellos. Obvio decirle que eso supondría nuestro fin.

—Y además, Excelencia, ¿se imagina qué ocurriría si el secreto que guarda el Códice de Compostela se conociera? Los pilares milenarios de nuestra fe se derrumbarían, nuestras creencias serían barridas de la Tierra y la Iglesia sufriría la mayor desolación imaginable.

—No exagere, amigo Jacques; no creo que eso desencadene el fin de este mundo, pero le aseguro que sí supondría la liquidación de una parte fundamental de nuestra historia.

—Nuestra misión es preservarla tal cual la hemos heredado, Excelencia. Y así lo haremos.

—Por lo que respecta al destino del Códice, ya sabe cómo actuar en cuanto esté en nuestro poder.

—Conforme a lo estipulado en la reunión en la que se decidió este asunto; supongo que no ha habido cambios.

—¿No le temblará la mano en el último momento?

—En absoluto, Excelencia. Usted sabe bien que cumpliré con mi obligación.

Brindaron con sus copas de champán y tomaron sendos sorbos.

—Tenía usted razón, Jacques, este rosé es delicioso; le diré a mi secretario que encargue una caja.

—No se moleste, Excelencia, yo se la enviaré a palacio hoy mismo; y espero brindar pronto con una de sus botellas cuando Su Santidad le conceda el capelo cardenalicio.

En cuanto se marchó Su Excelencia, Román llamó a Diego Martínez a Ginebra.

—¿Todo listo? —Oyó el argentino en la voz de Jacques Román.

—Hasta el último detalle.

—Nada puede fallar, pues el sexto sello ha sido abierto. Ya habrá visto las noticias sobre los terremotos que comienzan a asolar el mundo, la gran tormenta solar que ha iniciado un proceso nuclear que convertirá el Sol en un astro negro, la palidez de la Luna que tornará hasta teñirse de rojo, la caída de estrellas que arrasarán la Tierra y provocarán una gran extinción de especies animales y vegetales, la inminente desaparición del cielo azul que ahora observamos, y la serie de catástrofes naturales que se están desencadenando por todo el mundo y que culminará con una lluvia de granizo y de fuego mezclados con sangre; pronto veremos a los poderosos del mundo escondiéndose en grutas y cuevas para intentar escapar de la ira de Dios.

—Sí, lo conozco bien porque desde que usted nos está hablando del Apocalipsis he vuelto a releer el libro de las profecías de san Juan.

—Entonces habrá recordado que en griego apocalipsis significa «revelación». San Juan, el último superviviente de los apóstoles, lo escribió en su exilio en la isla de Patmos entre los años 96 y 98, ya muy anciano. Para entonces el cristianismo había sobrevivido a las terribles persecuciones del emperador Domiciano, tras las cuales se hizo mucho más fuerte gracias a la sangre de los mártires, el verdadero abono de la fe. Recuerde el quinto sello, el de los mártires que han sido y el de los que serán. Ésa es la gran profecía de todos los tiempos.

Diego pensó que Jacques Román se había vuelto loco, o que, al menos, la lucidez y serenidad que mostraba la mayor parte del tiempo se alteraban de una manera incontrolable cuando se refería a la Iglesia y a su destino. Lo comparó con esos hinchas deportivos que en su vida cotidiana se comportan como pacíficos trabajadores, amables padres de familia o venerables jubilados, pero cuando se trata de defender los colores de su equipo en el campo de juego se transforman en seres irracionales, capaces de proferir los insultos más hirientes al rival, de enfrentarse en peleas callejeras con los socios del equipo contrario o de arrasar con cuanto se ponga por delante, sin que importe en este caso si su equipo ha sido el vencedor o el perdedor del partido.

—He dejado resuelto este asunto de los Santiagos —le comentó Patricia a Diego mientras desayunaban en su casita a orillas del lago Lemán.

—¿Aún sigues dándole vueltas a tu teoría de la existencia de tan sólo dos Santiagos, el Mayor y el Menor?

—No es una teoría, sino la constatación de una realidad. He consultado el llamado Protoevangelio de Santiago, un texto en el que su autor se identifica a sí mismo como Santiago, hermano de Jesús y hermano mayor de José, no del esposo sino de uno de los hijos de la Virgen María. En ese texto se dice que el viudo José, el padre adoptivo de Jesús, ya tenía hijos de una primera esposa antes de casarse con María, y lo mismo se escribe en el Evangelio de Pedro, otro de los apócrifos.

—Eso contradice tu teoría de que la Virgen María se casó con Alfeo una vez muerto José, y que los hermanos de Jesús eran fruto de ese matrimonio —comentó Diego.

—En absoluto. En esos dos textos apócrifos en ningún momento se dice que los hijos de José fueran Santiago o el otro José; no se les da ningún nombre. Es evidente que José estuvo casado y que tuvo hijos de una esposa anterior a María, pero en ese caso los hermanos de Jesús no serían llamados hijos de María, tal cual se citan en los Evangelios, como ya te demostré cuando comentamos lo que revelan algunos textos gnósticos. Y además está la carta de Santiago el Menor, en la que no precisa que es hermano de Jesús porque todo el mundo ya lo sabía, y la carta de Judas, en la que se declara hermano de Santiago; este Judas es el mismo apóstol llamado Judas Tadeo, uno de los cuatro hermanos de Jesús. Un historiador romano cuenta que dos hijos de Judas Tadeo, es decir dos sobrinos de Jesús, fueron conducidos a declarar ante el emperador Domiciano por su implicación con el cristianismo, y éste los dejó en libertad. Otra vez está presente la familia.

»Los textos donde se identifica a los cuatro hermanos de Jesús y a las dos hermanas con los hijos de José, habidos de su primer matrimonio, son el Evangelio armenio de la infancia y el Evangelio árabe de la infancia, dos relatos apócrifos muy tardíos que inventan una vida de María antes de casarse con José y fabulan sobre la infancia de Jesús. Esos dos textos son posteriores al Concilio de Nicea del 325; lo que pretendían sus autores era ratificar la virginidad de María por encima de todo y tratar de explicar las citas a los hermanos de Jesús para justificar lo aprobado en ese concilio; como también lo hacen la Historia copta de José el carpintero y el Evangelio del Seudo-Mateo.

—Bueno, tú lo tienes claro, pero por lo que a mí respecta todo esto me sigue pareciendo un monumental embrollo —comentó Diego.

—Tal vez te suceda porque la confusión aumenta en el caso de Santiago en Compostela. Recuerda estos datos de los que ya hablamos: en 1117 el obispo de Tuy, una diócesis al sur de Compostela, trajo de Jerusalén la cabeza de Santiago y la reina Urraca la entregó al obispo Gelmírez de Compostela. Esa cabeza sólo podía ser, según los que creían en que el cuerpo de Santiago el Mayor había sido llevado desde Jerusalén por sus discípulos a Iria Flavia en el siglo I, de Santiago el Menor, que no fue decapitado, sino lapidado. De modo que, según esta tradición, en el siglo XII se reunieron en Compostela el cuerpo entero de Santiago el Mayor, el que yo creo que era primo hermano de Jesús, y la cabeza de Santiago el Menor, su hermano o medio hermano. Eso explicaría el que algunos digan, incluso en la actualidad, que en Compostela está enterrado Santiago Alfeo, es decir Santiago el Menor, hijo de Alfeo, el segundo esposo de la Virgen y padre de los hijos de María y medio hermanos de Jesús. Aimeric Picaud aseguró en la Guía del peregrino que a mediados del siglo XII el cuerpo del apóstol Santiago el Mayor se encontraba íntegro en Compostela, y que emanaba divinos aromas y se alumbraba con luminarias celestiales. Nada comenta de una segunda cabeza del otro Santiago. Y Aimeric Picaud estaba en 1117 en Compostela; de modo que si el obispo de Tuy hubiera depositado allí esa reliquia, Picaud lo hubiera constatado. Y ahí es donde se genera toda la confusión posterior, que a veces no distingue a los dos Santiagos y claro, así no se entiende nada y todo aparece muy complejo.

—Santiago el Mayor, Santiago el Menor, el otro posible Santiago hermano de Jesús, Prisciliano... Si te interesa mi opinión, considero que no importa de quién sean los restos enterrados bajo el altar de la catedral de Compostela. Lo trascendente es que esos restos han atraído durante siglos a millones de peregrinos hasta ese lugar y que, pese al paso del tiempo y a los cambios históricos que se han producido, allí continúan afluyendo.

—Si en Compostela se custodiara el cuerpo completo de Santiago el Mayor y la cabeza del Menor, poseería nada menos que las reliquias de dos de los apóstoles, los dos Santiagos; eso hace más importante todavía su catedral. Esa ciudad ha venerado sus reliquias con gran cuidado. ¿Sabes que fue saqueada por los vikingos a finales del siglo X, unos años antes de que lo hiciera Almanzor? ¿Y que en 1588 la urna de plata con los restos del apóstol y de sus dos discípulos, Atanasio y Teodoro, tuvieron que esconderse bajo el ábside en prevención de un posible ataque inglés?

—Es lógico. ¿Te imaginas la convulsión que se habría provocado en la corte de Felipe II si su gran rival y enemiga, Isabel I de Inglaterra, se hubiera apoderado de la reliquia del santo patrón protector de España en alguna incursión pirata en Compostela?

—Hubiera sido un golpe moral muy importante, sí, pero ¿sabes que los restos del apóstol estuvieron escondidos en el ábside hasta 1879? —preguntó Patricia.

—Bueno, tal vez nadie se interesó por ellos hasta ese momento.

—¿Y no te parece una extraña casualidad que justo cuando se desenterraron del ábside esos restos es cuando se rescató del olvido de casi tres siglos el Códice Calixtino?

—No, al contrario, fue precisamente una cosa la que llevó a la otra; además, Galicia vivió en las últimas décadas del siglo XIX un despertar cultural muy interesante, y parte de ese renacimiento intelectual gallego pasaba por Santiago y por todo lo relacionado con él.

El teléfono sonó en ese momento. Diego miró la pantalla retroiluminada; la llamada carecía de identificación.

—¿Dígame?

—¿Diego? Buenos días, soy Von Rijs.

—Michael, buenos días. ¿Qué tiempo tenéis en Londres?

—Fresco y nublado, lo habitual.

—¿Qué deseas?

—Tu colaboración.

—Tú dirás.

—Me han entregado un manuscrito procedente del saqueo de una biblioteca de Afganistán, me gustaría que tú y Patricia le echaseis un vistazo.

—¿Está «limpio»?

—Inmaculado; no está registrado en ningún catálogo ni presenta sello de propiedad.

—¿De qué se trata?

—Según mi primera intuición es un texto sagrado, tal vez una copia del Evangelio de Tomás el Mellizo, pero me da la impresión de que es algo distinto al ya conocido.

—¿En qué lengua está escrito?

—En griego. Si os parece os envío un par de billetes de avión y os reservo hotel para la semana que viene. Por supuesto, corro con vuestros honorarios profesionales.

—Lo siento, pero va a ser imposible.

—Puede ser un manuscrito importante y habrá bastante dinero en juego.

—No lo dudo, pero... —Diego ideó sobre la marcha una excusa— salimos de viaje hacia Argentina. Lo siento.

—¿Cuánto tiempo vais a estar allí?

—Un mes.

—No me corre prisa; si al regreso os comprometéis a echarle ese vistazo, puedo esperar.

—De acuerdo. Dos mil libras por la tasación y tres mil más por un informe completo, además de los gastos; y el quince por ciento del precio de venta si nos encargamos de colocarlo y buscar a un comprador...¿Te parece?

—Habéis subido vuestro caché.

—La crisis, Michael, la crisis. Nuestros gastos han aumentado y...

—Está bien, está bien; dime fecha y os espero en Londres.

—¿La última semana de julio?

—Hecho; hasta entonces.

—Tenemos un nuevo trabajo en Londres, para dentro de un mes, justo cuando acabemos el de Compostela. Y te va a gustar; me ha dicho Michael von Rijs que cree que tiene en su poder una versión diferente de la ya conocida del Evangelio de Tomás —informó a Patricia tras colgar el teléfono—. Ya verás como, al fin, tu propuesta sobre la identificación de los apóstoles y de los hermanos de Jesús es la correcta. Tenías razón, en realidad es tan sencillo como cotejar los cuatro Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las cartas del Nuevo Testamento. Y además sin contradicciones con los Evangelios apócrifos o los textos gnósticos.

—Sí, es así de sencillo —asintió Patricia.

—¿Qué te ocurre?

Diego percibió un rictus de tristeza en los ojos de su novia.

—Nada.

Unas lágrimas empaparon los ojos de la argentina.

—Estás llorando.

—No, no es nada.

—Dime qué te ocurre, por favor.

Patricia calló, se abrazó con fuerza a Diego y lo besó apasionadamente. El no se dio cuenta, pero al aceptar el trabajo del anticuario londinense había roto las esperanzas de Patricia en que el de Galicia fuera su último trabajo y de que, una vez finalizado, pudieran emprender una nueva vida juntos. Tras escuchar a Diego hablando con aquel anticuario, Patricia comprendió que él jamás cambiaría.

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