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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El caldero mágico (6 page)

BOOK: El caldero mágico
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—¡Sí, sí! —gritó Gurgi—. ¡Morder y mascar para el bravo y famélico Gurgi!

—Muy considerado y amable por tu parte —dijo Eilonwy, contemplándole con ojos llenos de admiración—. Es mucho más de lo que se puede esperar de ciertos Aprendices de Porquerizo…

Adaon fue hacia donde guardaban las provisiones mientras Ellidyr se dirigía al puesto de guardia. Taran, agotado, se derrumbó en un peñasco con la espada sobre las rodillas.

—No es que estemos muriéndonos de hambre —dijo Eilonwy—. Gurgi se acordó de traer su alforja. Sí, también eso era un regalo de Gwydion, así que estaba perfectamente en su derecho a traérsela. Se trata ciertamente de una alforja mágica —prosiguió—, ya que nunca parece vaciarse. La comida es muy nutritiva, estoy segura de ello, y resulta maravilloso tenerla a mano cuando la necesitas. Pero, a decir verdad, no sabe a nada. Ése es a menudo el problema con las cosas de la magia: nunca son del todo lo que uno esperaba que fueran.

»Estás enfadado, ¿verdad? —prosiguió Eilonwy—. Siempre noto cuándo estás enfadado. Parece que te hubieras tragado una avispa.

—Si te hubieras parado a pensar en el peligro que corrías, en vez de lanzarte hacia adelante sin pensar en nada… —replicó Taran.

—Bueno eres tú para decir eso, Taran de Caer Dallben —le contestó Eilonwy—. Además, creo que en realidad no estás tan enfadado… No, después de ver cómo contestaste a Ellidyr. Me pareció maravilloso que estuvieras dispuesto a pelear con él por mi causa. No es que fuera necesario, claro. Yo podría haberme ocupado perfectamente de él. Y no pretendía decir que no seas bueno y considerado…, en realidad lo eres. Sólo que a veces no piensas en ello y se te olvida. Para ser un Aprendiz de Porquerizo, lo haces sorprendentemente bien…

Antes de que Eilonwy pudiera terminar, Ellidyr lanzó un grito de advertencia. Un caballo y su jinete entraron al galope en el bosquecillo. Era Fflewddur; detrás de él venía, igualmente al galope, el poni peludo de Doli.

Casi sin aliento y con su amarilla cabellera erizada como un puercoespín, el bardo desmontó de un salto y corrió hacia Adaon.

—¡Preparaos para marchar! —gritó —. Coged las armas. Disponed los animales. Nos vamos a Caer Cadarn… —Entonces vio a Eilonwy—. ¡Por el gran Belin! ¿Qué estás haciendo aquí?

—Estoy cansada de que me lo pregunten —dijo Eilonwy.

—¡El caldero! —exclamó Taran—. ¿Lo habéis cogido? ¿Dónde están los otros? ¿Dónde está Doli?

—Aquí, ¿dónde iba a estar? —le replicó secamente una voz.

Un instante después, Doli apareció a lomos de lo que hasta el momento había parecido un poni sin jinete. Desmontó sin demasiada agilidad y se llevó las manos a la cabeza.

—Ni siquiera había tenido tiempo para hacerme visible otra vez —continuó—. ¡Oh, mis oídos!

Mientras Ellidyr y Adaon se apresuraban a soltar a los animales, Taran y el bardo se dedicaron a recoger las armas.

—Quédatelos —ordenó Fflewddur, colocando a Eilonwy un arco y una aljaba de flechas entre las manos—. Y los demás, armaos bien.

—¿Qué ha ocurrido? —le preguntó Taran con temor—. ¿Acaso el plan ha fracasado?

—¿El plan? —le preguntó Fflewddur—. Fue perfecto, no habría podido ir mejor. Morgant y sus hombres cabalgaron con nosotros hasta la Puerta Oscura…

—¡Ah, ese Morgant! ¡Qué guerrero! se diría que no tiene nervios, parece un pedazo de hielo. Se habría podido pensar que iba a un banquete. —El bardo meneó su erizada cabeza—. ¡Y ahí estábamos, en el mismísimo umbral de Annuvin! Oh, ya oiréis canciones al respecto, recordad mis palabras…

—Deja de parlotear —le ordenó Doli, que se acercaba a toda prisa con los nerviosos caballos—. Sí, el plan era estupendo —gritó enfadado—. Habría sido tan fácil como untar mantequilla en el pan. Sólo había un problema. ¡Perdimos el tiempo y arriesgamos nuestros cuellos para nada!

—¿Es que alguno de vosotros va a decir al fin algo coherente? —estalló de pronto Eilonwy—. ¡No me importan nada las canciones ni la mantequilla! ¡Decidlo de una vez! ¿Dónde está el caldero?

—No lo sé —dijo el bardo—. Nadie lo sabe.

—No lo habréis perdido, ¿verdad? —preguntó Eilonwy atónita, llevándose la mano a la boca—. ¡No! ¡Oh, vaya grupo de tontos! ¡Grandes héroes! Supe desde el principio que habría debido acompañaros.

Doli puso una cara como si estuviese a punto de reventar. Empezaron a temblarle las orejas y se puso de puntillas con los puños muy apretados.

—¿No lo entiendes? ¡El caldero ha desaparecido! ¡No está ahí! ¡Se ha ido!

—¡Eso es imposible! —exclamó Taran.

—No me digas que eso es imposible —le replicó secamente Doli—. Yo estuve ahí. Sé lo que vi y sé lo que oí. Yo entré primero, tal y como Gwydion ordenó. Encontré la Sala de los Guerreros; no hubo ningún problema: de hecho, no había centinelas. Aja, pienso yo, esto va a ser coser y cantar. Entré…, bien podría haberlo hecho de día y sin ser invisible. Y ¿por qué? ¡Porque no había nada que vigilar! ¡La plataforma estaba vacía!

—Arawn ha cambiado el caldero de sitio —le interrumpió Taran—. Debe de tener un nuevo escondite y el caldero estará ahí, en ese otro lugar.

—¿Crees acaso que nací sin ni una pizca de sesos o qué? —le replicó Doli—. Eso fue lo primero que me vino a la cabeza. Por lo tanto, me puse de nuevo en marcha: hubiera sido capaz de buscar en las habitaciones del mismísimo Arawn. Pero no había dado ni seis pasos cuando me tropecé con un par de guardias de Arawn. O, mejor dicho, fueron esos dos hombretones estúpidos los que se tropezaron conmigo —murmuró Doli, frotándose un ojo que empezaba a ponerse morado—. Les seguí durante unos instantes y no tardé en oír lo suficiente.

«Debió de suceder hace pocos días. No sé cómo ocurrió ni quién lo hizo…, y Arawn tampoco. ¡Ya os podéis imaginar su rabia! Pero, sean quienes sean, se nos han adelantado e hicieron bien su trabajo. ¡El caldero ya no está en Annuvin!

—¡Pero eso es algo maravilloso! —dijo Eilonwy—. Nuestra misión ha sido realizada, y para ello nos ha bastado con hacer el viaje.

—A nuestra misión le falta mucho para estar realizada —dijo Adaon con voz grave.

Había terminado de cargar los arreos en uno de los caballos y se había acercado a Taran. También Ellidyr había estado escuchando atentamente.

—Hemos perdido la gloria de luchar por el caldero —dijo Taran—, pero lo importante es que ahora ya no está en manos de Arawn.

—No es tan sencillo —le advirtió Adaon—. Esta derrota es una grave herida para el orgullo de Arawn, y hará todo cuanto esté en su poder para recobrar el caldero. Pero hay más. El caldero es peligroso por sí mismo, incluso fuera del alcance de Arawn. ¿Qué sucederá si ha caído en poder de otra fuerza maligna?

—Exactamente lo que dijo Gwydion —añadió Fflewddur—. Para citar sus palabras, el caldero debe ser encontrado y destruido sin tardanza, sea como sea. Una vez en Caer Cadarn, Gwydion pensará la forma de hallarlo. Parece que nuestra misión acaba de empezar.

—Montad —les ordenó Adaon—. No debemos cargar en exceso a las monturas que llevan los arreos: la princesa Eilonwy y Gurgi compartirán nuestros caballos.

—Islimach no llevará a otro que no sea yo —dijo Ellidyr—. Se la ha enseñado así desde que era una potrilla.

—No me sorprende nada, viniendo de esa yegua tuya —dijo Taran—. Eilonwy montará en mi caballo.

—Y yo llevaré conmigo a Gurgi en Lluagor —dijo Adaon—. Venga, de prisa. Taran fue corriendo hacia Melynlas y montó de un salto; luego ayudó a Eilonwy a subir a la grupa. Doli y los demás se apresuraron igualmente a montar, pero en ese mismo instante un griterío salvaje resonó a ambos lados del grupo y un repentino silbido de flechas hendió el aire.

5. Los cazadores de Annuvin

Los caballos relincharon aterrados. Melynlas se encabritó al oír las flechas que repiqueteaban entre los arbustos. Fflewddur, espada en mano, hizo volver grupas a su montura y se lanzó contra los atacantes.

La voz de Adaon se alzó, dominando el estrépito.

—¡Son los Cazadores! ¡Intentad huir!

En el primer instante, Taran tuvo la impresión de que las sombras habían cobrado vida. Figuras borrosas se lanzaron contra él e intentaron arrancarle de su montura. Taran hizo girar su espada a ciegas y Melynlas lanzó coces furiosas, queriendo liberarse de los guerreros que lo aprisionaban.

El cielo había empezado a romperse en un tapiz de hebras carmesíes. El sol, alzándose en el horizonte sobre un telón de pinos negros y árboles sin hojas, inundó el bosquecillo con un resplandor fatídico.

Los atacantes serían aproximadamente una docena. Llevaban ropas hechas con pieles de animal y en sus cintos se veían largos cuchillos: del cuello de uno de ellos colgaba un cuerno de caza. Mientras los guerreros parecían girar a su alrededor, Taran, horrorizado, contuvo el aliento. En la frente de cada uno había una raya escarlata. Al verla, Taran se sintió invadido por el terror, pues sabía que el extraño símbolo era una marca del poder de Arawn. Intentó luchar contra el miedo que le helaba el corazón y le robaba la fuerza.

Detrás de él oyó gritar a Eilonwy y, en ese mismo instante, sintió que alguien le cogía del cinto y le arrancaba de su montura. Cayó al suelo, arrastrando con él a un Cazador que le aferraba con tanta fuerza que a Taran le resultaba imposible usar su espada. De pronto, el Cazador se incorporó y golpeó con la rodilla el pecho de Taran. Los ojos del guerrero brillaban ferozmente y su boca se entreabrió en una mueca horrible mientras alzaba su cuchillo.

La voz del Cazador pareció helarse en mitad de un grito de triunfo y de pronto su cuerpo se desplomó hacia atrás. Ellidyr, al ver el apuro en que se hallaba Taran, le había golpeado con su espada con una fuerza terrible; luego apartó a un lado el cuerpo sin vida y levantó a Taran prácticamente en vilo.

Sus ojos se encontraron un instante. En el rostro de Ellidyr, bajo su cabellera leonina ahora manchada de sangre, había una expresión mezcla de burla y orgullo. Pareció a punto de hablar, pero se volvió rápidamente sin decir palabra y corrió directamente hacia la confusión del combate.

En el bosquecillo reinó por un instante el silencio; de pronto, un prolongado suspiro pareció brotar de todos los guerreros que les habían atacado, como si todos y cada uno de ellos hubieran estado conteniendo el aliento. Taran sintió que el corazón le desfallecía al recordar el aviso de Gwydion. Con un rugido, los Cazadores reanudaron su ataque con ferocidad aún mayor, y se lanzaron contra los compañeros en un repentino estallido de furia.

En pie junto a Melynlas, Eilonwy puso la flecha en el arco. Taran fue corriendo hasta ella.

—¡No los mates! —gritó —. ¡Defiéndete, pero no los mates!

En ese mismo instante, una figura velluda y cubierta de ramajes brotó de entre la maleza. Gurgi había cogido una espada casi tan grande como él. Con los ojos cerrados y dando patadas en el suelo, empezó a gritar mientras hacía girar su arma como si fuera una hoz. Luego, furioso como una avispa enloquecida, echó a correr entre los Cazadores, saltando de un lado a otro con su arma en perpetuo movimiento.

Mientras los guerreros intentaban esquivarle, Taran vio que uno de ellos manoteaba ciegamente y luego caía de bruces. Otro Cazador se dobló de repente para caer al suelo, derribado por puños invisibles. Se dejó rodar, intentando huir de los golpes que caían sobre él; cuando había logrado incorporarse, otro guerrero, gritando y debatiéndose, cayó sobre él. Los Cazadores blandieron sus espadas para ver cómo éstas les eran arrebatadas y tiradas entre la maleza. Enfrentados a este extraño ataque, los guerreros retrocedieron, alarmados.

—¡Doli! —gritó Taran—. ¡Es Doli!

Adaon aprovechó el momento y se lanzó hacia adelante. Logró coger a Gurgi y le instaló en la grupa de Lluagor.

—¡Seguidme! —gritó Adaon, que hizo volver grupas a su montura y pasó como una exhalación entre el confuso grupo de guerreros.

Taran dio un salto y se encontró montado en Melynlas. Con Eilonwy agarrándose a su cinturón, se pegó todo lo posible a la crin plateada del caballo. Melynlas galopó hacia adelante mientras las flechas silbaban a su alrededor, y de repente el caballo salió del bosquecillo y sus cascos resonaron sobre el suelo rocoso.

Con las orejas echadas hacia atrás, Melynlas rebasó una hilera de árboles. Las hojas secas volaban en torbellinos bajo los cascos veloces mientras el corcel remontaba una colina reseca. Taran corrió el riesgo de mirar durante un segundo hacia atrás. Unos cuantos Cazadores se habían apartado del grupo principal y, a grandes zancadas, perseguían a los compañeros lanzados en veloz huida. Se movían con gran rapidez, tal como les había advertido Gwydion. Cubiertos por sus jubones de tosca piel, más parecidos a bestias que a hombres, se desplegaban en un amplio arco para cubrir la colina. Mientras corrían se gritaban entre ellos un extraño aullido que parecía llegar hasta los oscuros barrancos de la Puerta Oscura, en los que despertaban ecos fantasmales.

Taran, con el cuerpo helado por el terror, espoleó a Melynlas. Entre los troncos caídos y las ramas marchitas surgían fantasmagóricas masas de maleza. Delante de ellos corría Lluagor, cruzando al galope una hondonada.

Adaon les había llevado hasta el lecho de un río. Algunos charcos de agua oscura brillaban débilmente, aunque en su mayor parte el río estaba seco y sus orillas arcillosas tenían la altura suficiente para ocultarles. Adaon detuvo a Lluagor y miró rápidamente hacia atrás para asegurarse de que todos le habían seguido, y les indicó luego con un gesto que siguieran avanzando. Los compañeros reemprendieron la marcha, poniendo al trote sus monturas. El lecho del río se abría paso entre imponentes grupos de higueras entremezcladas con alisos de menor talla, pero unos minutos después el cauce desapareció y se encontraron con una rala arboleda como único refugio.

Aunque Melynlas no había aflojado el paso, Taran se dio cuenta de que el resto de caballos empezaba a fatigarse. También él ansiaba descansar. El poni peludo de Doli se abría paso con dificultad entre los árboles, y la montura del bardo estaba tan cansada que Fflewddur se había visto obligado a cambiar de caballo. Ellidyr tenía el rostro pálido como un muerto y sangraba abundantemente a causa de una herida en la frente.

A Taran le parecía que se habían dirigido siempre hacia el oeste; la Puerta Oscura se hallaba a cierta distancia detrás de ellos, y sus picos ya no eran visibles. Taran había albergado la esperanza de que Adaon se dirigiría hacia el sendero que habían tomado antes, yendo con Gwydion, pero ahora se daba cuenta de que se encontraban lejos de él y de que a cada segundo se alejaban más.

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