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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El caldero mágico (8 page)

BOOK: El caldero mágico
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—¡Kaw! —exclamó Fflewddur, que lo había estado observando con interés—. ¡Excelente! ¡Qué inteligencia! Jamás se me habría ocurrido un nombre semejante. —Y sacudió la cabeza con placer y aprobación.

Mientras Taran seguía alisando el plumaje del cuervo, cada vez más complacido, Adaon examinó la herida de Ellidyr. Sacó un puñado de hierbas secas de una bolsa que llevaba al cinto y las aplastó hasta convertirlas en polvo.

—Vaya —dijo Ellidyr—, ¿así que eres curandero además de soñador? Bueno, si ese arañazo no me molesta, ¿por qué debería molestarte a ti?

—Si prefieres no considerarlo un gesto amable —le contestó Adaon sin inmutarse, mientras aplicaba el polvo sobre la herida—, considéralo entonces una buena precaución. Tenemos por delante un viaje duro y peligroso: no deseo que caigas enfermo y que eso nos retrase.

—No seré yo el que os retrase —replicó Ellidyr—. Yo habría presentado batalla cuando había oportunidad de hacerlo. Ahora aquí estamos, metidos en la tierra como si fuéramos zorros…

Gwystyl había estado mirando la operación ansiosamente por encima del hombro de Adaon.

—¿Tienes algo que pueda ser útil para mi estado? —le preguntó con voz temblona—. No, supongo que no… Bueno, no importa. No puede hacerse nada respecto a la humedad y las corrientes de aire…; no, durarán ellas más que yo, de eso podéis estar bien seguros —añadió con voz abatida.

—Deja de refunfuñar sobre las corrientes de aire —le ordenó bruscamente Doli—, y piensa en algún modo para sacarnos de aquí con seguridad. Si estás a cargo del puesto, entonces se supone que debes estar preparado para las emergencias. — Le volvió la espalda, furioso—. No logro entender en qué estaba pensando Eiddileg cuando te instaló aquí.

—Me lo he preguntado a menudo —dijo Gwystyl, dándole la razón con un suspiro melancólico—. El puesto se encuentra demasiado cerca de Annuvin para que nadie decente venga a llamar a la puerta…; no me refiero a ninguno de vosotros — añadió apresuradamente—. Pero el sitio es horrible. Realmente, no hay nada interesante aquí. No, Doli, me temo que nada puedo hacer por vosotros, salvo deciros que reemprendáis el camino tan rápido como os sea posible.

—¿Y los Cazadores? —preguntó Taran—. Si andan todavía siguiéndonos…

—¿Cazadores? —Gwystyl se volvió de un feo color entre blanco y verdoso, y las manos empezaron a temblarle violentamente—. ¿Cómo habéis conseguido tropezar con ellos? Lamento oírlo. Si lo hubiera sabido antes, habría sido posible… oh, es demasiado tarde para ello. Ahora ya estarán por todas partes. Podríais haber sido un poco más considerados y…

—¡Tú crees que deseábamos tenerles detrás nuestro! —gritó Eilonwy, incapaz de contener más tiempo su impaciencia—. Eso es como invitar a una abeja para que te clave el aguijón.

Ante el enfado de la muchacha, Gwystyl pareció encogerse dentro de su túnica y su aspecto se hizo todavía más lamentable. Tragó ruidosamente saliva, se frotó la frente con una mano temblorosa y dejó que un lagrimón le resbalara por la nariz.

—No pretendía decir eso, mi querida niña, créeme. —Gwystyl resopló —. Sencillamente, no veo qué se puede hacer… si es que se puede hacer algo. Os habéis metido en un lío espantoso y no consigo imaginar el cómo ni el porqué.

—Gwydion nos condujo hasta aquí para atacar a Arawn —empezó a decir Taran. Gwystyl levantó presuroso la mano.

—No me lo cuentes —le interrumpió, frunciendo el ceño nerviosamente—. Sea lo que sea, no quiero oírlo. Prefiero no saber nada de todo eso y no quiero verme enredado en ninguno de vuestros locos planes. ¿Gwydion? Me sorprende que ni siquiera él diera muestras de mejor sentido… Pero era algo previsible, supongo. De nada sirve quejarse.

—Nuestra misión es muy urgente —dijo Adaon, que había vendado ya la herida de Ellidyr y se había acercado a Gwystyl—. No te pedimos que hagas nada que pueda suponer peligro para ti. No deseo narrarte las circunstancias que nos han traído aquí, pero si no las conoces no puedes darte cuenta de lo desesperadamente que necesitamos tu ayuda.

—Vinimos para arrebatarle el caldero al poder de Annuvin —dijo Taran.

—¿Caldero? —murmuró Gwystyl.

—¡Sí, el caldero! —gritó el enano, furioso—. ¡Gusano paliducho! ¡Luciérnaga apagada! ¡El caldero de Arawn, el de los Nacidos del Caldero!

—Oh, ese caldero… —contestó Gwystyl con voz débil—. Perdóname, Doli, estaba pensando en otra cosa. ¿Cuándo dijiste que os iríais?

El enano pareció estar a punto de coger a Gwystyl por el cuello y zarandearle, pero Adaon se interpuso entre ellos y le explicó rápidamente lo ocurrido en la Puerta Oscura.

—Es una pena —murmuró Gwystyl, lanzando un suspiro entristecido—. Nunca habríais debido meteros en ese asunto. Me temo que ya es demasiado tarde para pensar en ello: deberéis intentar sacar el mejor partido posible de la situación. No os envidio, creedme. Se trata de una de esas desgracias que…

—Pero, ¿no lo entiendes? —dijo Taran—. No tenemos nada que ver con el caldero. Ya no está en Annuvin. Alguien lo había robado antes que nosotros.

—Sí —dijo Gwystyl, mirando lúgubremente a Taran—, sí, lo sé.

7. Kaw

Taran se quedó sin habla.

—¿Que lo sabes? —le preguntó luego, sorprendido—. Entonces, ¿por qué no…? Gwystyl tragó saliva y les miró a todos con nerviosismo.

—Oh, lo sé, pero de un modo muy vago y general, ¿entiendes? Quiero decir que en realidad no sé nada, meramente los típicos rumores infundados que son de esperar en un lugar tan salvaje y desagradable como éste. No tienen importancia, no hay que prestarles la menor atención.

—Gwystyl —dijo Doli secamente—, tú sabes del asunto más de lo que nos has contado. Venga, suéltalo todo.

La apesadumbrada criatura se echó las manos a la cabeza y empezó a gimotear, meciéndose hacia adelante y hacia atrás.

—Iros, dejadme solo —dijo entre llantos—, no me encuentro bien; tengo muchísimas cosas que hacer. Nunca lograré ponerme al día…

—¡Debes contárnoslo! —exclamó Taran—. Por favor —añadió, bajando la voz al ver que el desgraciado Gwystyl había empezado a temblar violentamente, mientras los ojos le giraban en las órbitas como si estuviera a punto de tener un ataque —. No debes ocultarnos lo que sabes. Si guardas silencio, habremos arriesgado nuestras vidas para nada.

—Abandonad el asunto —dijo Gwystyl medio ahogándose, dándose aire con el faldón de la túnica—. No os molestéis en buscar el caldero. Olvidadlo. Es lo mejor que podéis hacer. Volved al sitio del que habéis venido y no penséis siquiera en él.

—¿Cómo podríamos hacer eso? —grito Taran—. Arawn no descansará hasta tener de nuevo el caldero en su poder.

—Naturalmente que no lo hará —dijo Gwystyl—. Ahora mismo no está descansando, precisamente. Y por eso mismo debéis abandonar vuestra búsqueda y marcharos sin hacer ruido. Lo único que conseguiréis será causar más problemas, y de eso ya hay bastante ahora.

—Entonces, será mejor que volvamos a Caer Cadarn y nos reunamos con Gwydion tan de prisa como podamos —dijo Eilonwy.

—Sí, sí, desde luego —le interrumpió Gwystyl, dando muestras de entusiasmo por primera vez—. Este consejo os lo doy por vuestro propio bien. Me alegraría muchísimo que lo consideraseis adecuado y me hicierais caso. Ahora, por supuesto — añadió, casi con alegría—, querréis seguir vuestro camino. Muy inteligente por vuestra parte. Yo, por desgracia, debo quedarme aquí: os envidio, de veras. Pero… así son las cosas y poco podemos hacer al respecto. Ha sido un placer conoceros a todos. Adiós.

—¿Adiós? —gritó Eilonwy—. Si asomamos la nariz a la superficie y los Cazadores nos están esperando…, ¡sí, entonces sí que será ciertamente el adiós! Doli dice que tu deber es ayudarnos, y de momento no has hecho nada para ello. ¡Solamente suspirar y gemir! Si eso es todo lo que el Pueblo Rubio puede hacer… ¡bueno, prefiero ser un árbol y tener los pies plantados en el suelo!

Gwystyl inclinó nuevamente la cabeza y se la agarró con las manos.

—Por favor, por favor, no grites. Hoy no me siento con fuerzas para aguantar gritos… No, después de los caballos. Uno de vosotros puede ir a ver si los Cazadores siguen ahí. Realmente, no es que eso sirva de nada, porque quizá se hayan marchado solamente para volver dentro de un minuto o dos…

—Me pregunto quién hará eso… —murmuró el enano—. El buen Doli, claro. Creí que se había terminado eso de hacerme invisible.

—Podría daros una cosilla… —prosiguió Gwystyl—. No es que sirva de mucho, claro: es una especie de polvo que he guardado para un caso de necesidad. Lo reservaba para una emergencia.

—¿Y cómo llamas tú a esto, idiota? —gruñó Doli.

—Sí, bueno… me refería a…, esto…, a emergencias personales —le explicó Gwystyl, palideciendo—. Pero yo no importo. Podéis cogerlo. Podéis cogerlo todo, adelante.

»Os lo ponéis en los pies o en lo que uséis para caminar…, quiero decir en los cascos y en todo eso —añadió Gwystyl—. No funciona muy bien, así que en realidad no tiene demasiado sentido tomarse la molestia… Es que se va. Naturalmente, cuando caminas sobre él es lógico, ¿no? De todos modos, tapará vuestro rastro durante un tiempo.

—Eso es lo que necesitamos —dijo Taran—. En cuanto hayamos logrado que los Cazadores pierdan nuestro rastro, creo que podremos dejarles atrás.

—Traeré un poco —dijo Gwystyl, nervioso—, no tardaré ni un segundo. Cuando iba a salir de la estancia, Doli le cogió del brazo.

—Gwystyl —le dijo el enano con severidad—, hay en tus ojos una expresión furtiva y huidiza. Puede que logres engañar a mis amigos; no olvides, sin embargo, que estás tratando también con un miembro del Pueblo Rubio. Tengo la sensación —añadió Doli, agarrándole el brazo con más fuerza—de que estás excesivamente anhelante por vernos marchar. Me estoy empezando a preguntar qué podría averiguar si te apretara un poquito más…

Al oír esto, Gwystyl puso los ojos en blanco y se desmayó. El enano tuvo que sostenerle en vilo mientras Taran y los demás le daban aire.

Finalmente, Gwystyl abrió un ojo.

—Lo siento —jadeó—. Hoy no me encuentro muy bien. Es una pena lo del caldero, una de esas desgracias que…

El cuervo, que había estado observando todo el ajetreo, clavó sus ojillos en su propietario y batió las alas con tal vigor que Gurgi se incorporó a medias, alarmado.

—¡Orddu! —graznó Kaw.

Fflewddur se volvió hacia él, sorprendido.

—¡Vaya, quién lo iba a imaginar! No dijo «kaw», ni nada parecido: al menos, no me ha sonado a eso. Juraría que ha dicho algo como «ordo».

—¡Orwen! —graznó Kaw—. ¡Orgoch!

—Vaya —dijo Fflewddur, contemplando fascinado al pájaro—. Lo ha vuelto a hacer.

—Es raro, sí —dijo Taran —. ¡Parecía algo así como ordorwenorgoch! Y fijaos en él, corriendo de un lado a otro de su rama. ¿Creéis que le habremos asustado?

—Actúa como si quisiera decirnos algo —afirmó Eilonwy.

Mientras tanto, el rostro de Gwystyl había cobrado el color del queso rancio.

—Puede que tú no quieras contárnoslo —dijo Doli, agarrando de nuevo con rudeza al aterrado Gwystyl —, pero él sí. Gwystyl, esta vez pienso apretarte realmente mucho…

—No, no, Doli, por favor, no lo hagas —gimió Gwystyl—. No le prestes atención, hace cosas muy raras. He intentado enseñarle y mejorar sus costumbres, pero no sirve de nada.

A continuación, Gwystyl se lanzó a un prolongado torrente de súplicas y gemidos. No obstante, el enano no le hizo el menor caso y empezó a poner en práctica su amenaza.

—No —gorgoteó Gwystyl—, no aprietes, no. Hoy no. Escúchame, Doli — añadió, bizqueando frenéticamente —, si te lo digo, ¿prometes soltarme?

Doli asintió, aflojando un poco su presa.

—Kaw sólo pretendía deciros —prosiguió Gwystyl a toda prisa—que el caldero se encuentra en manos de Orddu, Orwen y Orgoch. Eso es todo. Es una pena, pero ciertamente no hay nada que hacer al respecto. No valía la pena ni hablar de ello.

—¿Quiénes son Orddu, Orwen y Orgoch? —le preguntó Taran.

También él empezaba a sentirse dominado por la impaciencia y el nerviosismo, y le costaba bastante resistir la tentación de ayudar a Doli en su tarea de apretar a Gwystyl.

—¿Quiénes son? —murmuró Gwystyl—. Harías mejor preguntando qué son…

—Muy bien —exclamó Taran—, ¿qué son?

—No lo sé —replicó Gwystyl —, es difícil decirlo. No importa; tienen el caldero y bien podéis dejar que descanse donde está. —Se estremeció violentamente—. No os metáis con ellos; no sirve absolutamente de nada.

—Sean quienes sean o lo que sean —gritó Taran, volviéndose hacia los demás—, yo digo que debemos encontrarles y coger el caldero. Partimos para ello y no debemos retroceder ahora. ¿Dónde viven? —le preguntó a Gwystyl.

—¿Vivir? —replicó Gwystyl frunciendo el ceño—. No viven…, no exactamente. Todo es muy confuso y vago, realmente no lo sé.

Kaw batió nuevamente las alas.

—¡Morva! —graznó.

—Quiero decir —gimió Gwystyl al ver que el irritado Doli alargaba nuevamente las manos hacia él—que se encuentran en los pantanos de Morva. En cuanto a exactamente dónde, no tengo idea… ni la menor idea. Ése es el problema. Nunca les encontraréis. Y si lo hacéis, lo cual no va a suceder, entonces desearéis no haberles encontrado nunca.

Gwystyl empezó a retorcer sus manos huesudas, y en sus rasgos temblorosos apareció una expresión del más intenso pavor.

—He oído hablar de los pantanos de Morva —dijo Adaon—. Se encuentran hacia el oeste, pero no sé a qué distancia.

—¡Yo sí! —le interrumpió Fflewddur—. Diría que están por lo menos a un día largo de viaje. Estuve allí una vez durante mis andanzas y los recuerdo muy bien. Una tierra francamente desagradable y más bien aterradora. No es que eso me molestara, claro. Sin ningún temor los atravesé y…

Una cuerda del arpa se quebró de pronto con un estruendoso chasquido.

—Los rodeé —se apresuró a corregirse el bardo—. Eran unas ciénagas feísimas, lúgubres y pestilentes. Pero —añadió—si allí se encuentra el caldero, entonces digo lo mismo que Taran: ¡Vayamos! ¡Un Fflam jamás vacila!

—Un Fflam jamás vacila cuando se trata de abrir la boca —dijo Doli —. Por una vez, Gwystyl está diciendo la verdad, estoy seguro de ello. He oído ciertos relatos en el reino de Eiddileg sobre esos…, bueno, sobre esos como se llamen. Y no eran nada agradables. Nadie sabe gran cosa sobre ellos. Y el que sabe algo no lo dice.

—Deberíais hacerle más caso a Doli —le interrumpió Eilonwy, volviéndose impaciente hacia Taran—. No entiendo cómo podéis estar pensando en quitarle el caldero a quien lo tenga en su poder… sin saber siquiera qué es ese quién.

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