Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Gonzalo sacudió hacia atrás su largo cabello y pareció sentirse más cómodo con la mayor parte de un martini bien seco en su interior.
—Eso del viernes trece es sabido por todos —dijo—. Si eres demasiado ignorante para saberlo, Jeff, no me eches la culpa a mí.
Avalon unió sus cejas formidables y dijo:
—Siempre es divertido oír hablar de ignorancia al ignorante. Ven, Mario, si finges ser humano por un instante, te presentaré a mi invitado. Eres el único que él aún no conoce.
En el otro extremo de la habitación, hablando con James Drake y Roger Halsted, se encontraba un caballero esbelto con una pipa de cuenco grande, un desparejo bigote amarillo, cabello delgado y casi incoloro, y desteñidos ojos azules bien hundidos en el rostro. Llevaba una chaqueta de tweed y un par de pantalones que parecían haberse visto libres de las atenciones de una plancha por un buen tiempo.
—Evan —dijo Avalon con tono imperioso—, quiero que conozcas a nuestro artista residente, Mario Gonzalo. Te hará una caricatura, como es costumbre, durante nuestra comida. Mario, te presento al doctor Evan Fletcher, economista en la Universidad de Pennsylvania. Bueno, Evan, ahora nos conoces a todos.
Y como si se tratara de una señal, Henry, el mozo perenne de todos los banquetes del club, dijo suavemente: “Caballeros”, y se sentaron.
—En realidad —dijo Rubin, atacando la col rellena con gusto—, todo este asunto del viernes trece es bastante moderno y sin duda surgió basado en la Crucifixión. Ésta ocurrió en viernes y la Última Cena, que se desarrolló antes, fue, desde luego, un caso de trece comensales, los doce Apóstoles y…
Evan Fletcher intentaba detener el flujo de palabras con muy poco éxito y Avalon dijo en voz alta:
—Para un momento, Manny, creo que el doctor Fletcher desea decir algo.
—Sólo me preguntaba cómo surgió el tema del viernes trece —dijo Fletcher, con una sonrisa de disculpa.
—Hoy es viernes trece —dijo Avalon.
—Sí, lo sé. Cuando me invitaste al banquete para esta noche, fue el hecho de que fuera viernes trece lo que me hizo sentir impaciencia por asistir. Yo mismo habría traído el tema a colación, y me sorprende que surgiera por otro lado.
—No hay por qué asombrarse —dijo Avalon—. Mario lo trajo a colación. Es un tricaidecáfobo.
—¿Un qué? —dijo Gonzalo, ultrajado.
—Tienes un miedo morboso al número trece.
—No es así —dijo Gonzalo—. Sólo pienso que hay que tener cautela.
Trumbull se sirvió otro panecillo y dijo:
—¿A qué se refiere, doctor Fletcher, cuando dice que usted mismo habría traído a colación el tema? ¿Usted también es un tricai-lo-que-sea?
—No, no —dijo Fletcher, sacudiendo suavemente la cabeza—, pero tengo interés en el tema. Un interés personal.
—En realidad —dijo Halsted con voz suave, un poco vacilante—, hay un muy buen motivo para que el trece sea considerado desafortunado y no tiene nada que ver con la Última Cena. Esa explicación la inventaron después.
»Hay que pensar en que la gente primitiva, poco sofisticada, encontraba muy cómodo el número doce porque podía dividirse por dos, por tres, por cuatro, y por seis. Si uno vendía objetos por docena se podía vender media docena, un tercio, un cuarto, o un sexto de docena. Ahora imaginen a un pobre tipo que cuenta su mercadería y descubre que tiene trece unidades de algo. No se puede dividir el trece por nada. No hace más que confundir su aritmética y dice: “Oh, maldición, trece! ¡Qué pésima suerte!”, y esa es la explicación.
La barba rala de Rubin pareció endurecerse, y dijo:
—Oh, eso es un montón de basura, Roger. Ese tipo de razonamiento haría del trece un número afortunado. Cualquier negociante ofrecería incluir el decimotercero artículo para mejorar el trato. Está buena la carne, Henry.
—La docena de panadero —dijo James Drake con su ronca voz de fumador.
—El panadero —dijo Avalon— incluía una decimotercera hogaza de pan para formar una docena de panadero, con el fin de evitar las duras penas aplicadas por falta de peso. Al agregar la decimotercera, estaba seguro de superar el peso aún cuando alguna de las doce hogazas normales fuera mezquina. Él podría considerar la necesidad como algo poco afortunado.
—El cliente podía considerarla afortunada —murmuró Rubin.
—En cuanto al viernes —dijo Halsted— es llamado Friday en inglés, nombre que se origina en el de Freya, la diosa del amor en los mitos nórdicos. En los idiomas de origen latino el nombre del día deriva de Venus; es vendredi en francés, por ejemplo. Yo diría que habría que considerarlo un día afortunado por ese motivo. Ahora bien, si toman el sábado, bautizado en honor a ese viejo dios hosco, Saturno…
Gonzalo había terminado la caricatura y la hizo circular alrededor de la mesa para la aprobación general y una sonrisita sofocada por parte del propio Fletcher. Aprovechó la oportunidad para terminar sus buñuelos de papa y dijo:
—Muchachos, todos ustedes tratan de razonar algo que está más allá de la razón. El hecho es que la gente tiene miedo del viernes y tiene miedo del trece y sobre todo tiene miedo de la combinación. El propio miedo puede hacer que ocurran cosas malas. Yo podría estar tan preocupado por la posibilidad de que este local se incendie, por ejemplo, porque es viernes trece, que dejaría de prestar atención y me clavaría el tenedor en la mejilla.
—Si eso te cerrara la boca, sería una buena idea —dijo Avalon.
—Pero no lo haré —dijo Gonzalo—, porque le presto atención al tenedor y sé que Henry nos sacaría a todos del local si se incendiara, aunque tuviese que quedarse último y morir. ¿No es así, Henry?
—Espero que la contingencia no se presente, señor —dijo Henry, colocando los platos de postre con destreza ante cada comensal—. ¿Se servirá café, señor? —le preguntó a Fletcher.
—¿Puede ser cocoa? ¿Es posible? —dijo Fletcher.
—Por cierto que sí —intervino Avalon—. Henry, arréglalo con el chef.
Y no mucho después, con el café (o la cocoa, en el caso de Fletcher) humeante y bienvenido ante ellos, Avalon golpeó su vaso de agua con una cuchara y dijo:
—Caballeros, es hora de dirigir la atención a nuestro invitado. ¿Tom, quieres empezar con el asunto?
Trumbull bajó la taza de café, frunció el entrecejo haciendo que le aparecieran corrientes cruzadas de arrugas en la cara, y dijo:
—Por lo común, doctor Fletcher, le pediría que justifique su existencia, pero como ha soportado una discusión extraordinariamente tonta sobre la superstición, quiero preguntarle si tiene algo que agregar a la materia. Durante la comida dio a entender que usted habría traído a colación el asunto del viernes trece si no se hubiese presentado antes.
—Sí —dijo Fletcher, sosteniendo la taza de cerámica con cocoa dentro del paréntesis de sus dos manos—, pero no como algo supersticioso. Más bien se trata de un acertijo histórico serio que concierne y que gira sobre el viernes trece. Jeff dijo que a los Viudos Negros les gustaban los acertijos y éste es el único que tengo para ustedes… me temo que con la advertencia de que no tiene solución.
—Como todos saben —dijo Avalon, resignado—, estoy en contra de transformar el club en una organización de resolver acertijos, pero parezco ser una minoría de uno en ese sentido, así que trato de unirme al consenso —aceptó la copita de brandy que le entregaba Henry con una expresión compuesta de virtud y martirio.
—¿Podemos conocer el acertijo? —dijo Halsted.
—Sí, por supuesto. Cuando Jeff me invitó a asistir a esta cena, pensé por un momento que la iban a realizar en viernes trece en mi honor, pero eso no fue más que un relámpago de megalomanía. Tengo entendido que siempre realizan sus cenas un viernes por la noche y, como es lógico, nadie está enterado de mi trabajo aparte de mí y mis familiares inmediatos.
Hizo una pausa para encender la pipa, después se echó hacia atrás y empezó a chuparla suavemente.
—La historia —dijo— tiene que ver con Joseph Hennessy, que fue ejecutado en 1925 por un intento contra la vida del presidente Coolidge
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. Fue procesado bajo esa acusación, condenado, y colgado.
»Hennessy proclamó hasta el fin su inocencia y presentó una defensa bastante fuerte, con una cantidad de personas que dieron evidencias en cuanto a que había estado ausente de la escena del crimen. Sin embargo, las corrientes emotivas en su contra eran intensas. Era un líder obrero sin pelos en la lengua, y socialista, en una época en que el temor al socialismo era poderoso. Había nacido en el extranjero, cosa que no ayudaba, y los que dieron evidencias a su favor también eran socialistas nacidos en el extranjero. El proceso fue una farsa y, una vez que lo colgaron y las pasiones tuvieron tiempo de enfriarse. Mucha gente se dio cuenta de ello.
»Sin embargo, después de la ejecución, mucho después, apareció una carta escrita por Hennessy que parecía convertirlo en una figura que se había movido tras el complot de asesinato sin lugar a dudas. Esto fue aprovechado por los que habían estado ansiosos por verlo colgado, y lo emplearon para justificar el veredicto. Sin la carta, el veredicto debe ser visto aún como un desmán de la justicia.
Drake bizqueó detrás del humo enroscado de su cigarrillo y dijo:
—¿La carta era falsificada?
—No. Como es natural, los que sentían que Hennessy era inocente lo pensaron al principio. Sin embargo un estudio detallado pareció demostrar que se trataba en realidad de su letra manuscrita, y había en ella elementos que parecían señalarla como suya. Él era un hombre aparatosamente supersticioso, y la nota estaba fechada martes trece y nada más.
—¿Por qué “aparatosamente” supersticioso? —preguntó Trumbull—. Es un adjetivo extraño.
—Era un hombre aparatoso —dijo Fletcher—, inclinado a hacer todo de modo llamativo. Investigaba sus supersticiones. De hecho, la discusión que hubo en la mesa me recordó el tipo de hombre que era él. Es probable que hubiese sabido más sobre el asunto que cualquiera de ustedes.
—Yo creía —dijo Avalon con gravedad— que investigar las supersticiones impediría ser víctima de ellas.
—No necesariamente —dijo Fletcher—. Tengo un buen amigo que maneja un coche con frecuencia pero que no se subirá a un avión porque les tiene miedo. Ha oído todas las estadísticas que demuestran que sobre una base de hombre por kilómetro el viaje
»En avión es más seguro y el viaje en automóvil más peligroso, y cuando uno se lo recuerda, contesta: “No hay nada legal ni psicológico que me ordene ser racional en todo”. Y sin embargo en la mayor parte de las cosas es el hombre más racional que conozco.
»En cuanto a Joe Hennessy, distaba de ser un hombre completamente racional y ninguno de sus cuidadosos estudios de la superstición le impidió en lo más mínimo ser víctima de ella. Y tal vez su temor al viernes trece era el más fuerte de sus temores supersticiosos.
—¿Qué decía la nota? —dijo Halsted—. ¿Lo recuerda?
—Traje una copia —dijo Fletcher—. No es el original, desde luego. El original está archivado en el Servicio Secreto, pero en esta época de fotocopias, eso apenas si importa.
Sacó una hoja de papel de la billetera y se la pasó a Halsted, que estaba sentado a su derecha. Recorrió la mesa y Avalon, que la recibió último, se la pasó automáticamente a Henry, que estaba de pie junto al copero. Henry la leyó con semblante impasible y se la devolvió a Fletcher, que pareció un poco sorprendido de que el mozo tomara parte, pero no dijo nada.
La nota, en una letra manuscrita decidida y legible, decía:
Viernes 13
Querido Paddy: Soy un tonto al escribirte esto hoy cuando tendría que estar metido en la cama en un cuarto oscuro sin ninguna duda. Debo decirte, sin embargo, que los planes ahora están completos y no me atrevo a esperar un día para cumplirlos. El dedo de Dios ha tocado a ese hombre impío y con seguridad terminaremos el trabajo el mes que viene. Ya sabes lo que debes hacer, y tiene que ser hecho incluso a costa de cada gota de sangre que te corra por las venas. Doy gracias a Dios por ese milagro único en cuarenta años que nos evita el viernes 13 del mes que viene.
Joe.
—En realidad no dice nada —dijo Avalon. Fletcher sacudió la cabeza.
—Por el contrario, dice demasiado. Si esto fuera el preludio a un intento de asesinato, ¿acaso él habría puesto algo por escrito? O si lo hubiese hecho, ¿acaso las referencias no habrían sido mucho más oscuras y enrevesadas?
—¿Qué significó la carta para el fiscal?
Fletcher volvió a colocar la nota con cuidado en la billetera.
—Como les dije, el fiscal nunca la vio. La nota se descubrió recién diez años después del ahorcamiento, cuando Patrick Reilly, a quien estaba dirigida la nota, murió y la dejó entre sus cosas personales. Reilly no se vio envuelto en el intento de asesinato, aunque desde luego lo habría estado si la nota hubiese salido a la luz demasiado pronto.
»Los que sostienen que Hennessy fue ejecutado con justicia dicen que la nota fue escrita el viernes 13 de junio de 1924. El intento de asesinato fue llevado a cabo el viernes 11 de julio de 1924. A Hennessy lo habría puesto nervioso hacerlo en cualquier viernes, pero por diversas razones que tenían que ver con el programa presidencial ése era el único día visible por un considerable período de tiempo, y Hennessy se habría sentido comprensiblemente agradecido de que por lo menos no fuera en viernes trece.
»La observación que se refiere al dedo de Dios que toca al hombre impío se afirma que es una referencia a la muerte del Presidente Warren G. Harding, que murió bruscamente el 2 de agosto de 1923, menos de un año antes de que el intento de asesinato fuera a “terminar el trabajo” liquidando al Vicepresidente que lo había sucedido en la presidencia.
Drake, con la cabeza echada a un lado, dijo:
—Suena como una interpretación razonable. Parece encajar.
—No, no es así —dijo Fletcher—. La interpretación se acepta sólo porque cualquier otra cosa pondría de relieve un desmán de la justicia. Pero para mí… —hizo una pausa y dijo—: Caballeros, no voy a pretender que estoy libre de prejuicios. Mi esposa es la bisnieta de Joseph Hennessy. Pero si el parentesco me expone a los prejuicios, también me da considerable información personal sobre Hennessy a través de mi suegro, ahora difunto.
»Hennessy no estaba en contra ni de Harding ni de Coolidge. No estaba a favor de ellos, desde luego, porque era un fogoso socialista, que apoyó siempre a Eugene Debs… y eso no lo ayudó en el proceso, dicho sea de paso. No hay modo de creer que él sintiera que el asesinato de Coolidge pudiera servir para algo, en algún sentido. Tampoco sentiría que Harding era un “hombre impío”, ya que las evidencias sobre la enorme corrupción que había tenido lugar durante su administración sólo se descubrió poco a poco, y la peor parte mucho después de que se escribió la nota.