Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—Me parece —dijo Trumbull—, que todo esto no vale el tiempo que usted se está tomando.
—Bueno, no —dijo Stellar—, pero el asunto me irrita. Guardo un archivo cuidadoso de mis artículos; necesito hacerlo; y este ha estado en el archivo de cosas “a publicar” durante tanto tiempo que puedo reconocer la ficha por los bordes oscuros de tanto manoseo. Es como una irritación. Ahora bien, ¿por qué me preguntó si tenía una copia en carbónico? Si había perdido el manuscrito, ¿por qué no decirlo? Y si no lo había perdido, ¿por qué preguntar por la copia en carbónico?
Henry, que se había quedado de pie junto al copero, como acostumbraba hacerlo una vez servida la cena y retirados los platos, dijo:
—¿Puedo hacer una sugerencia, caballeros?
Trumbull dijo:
—Por Dios, Henry, no me digas que esta insensatez tiene algún sentido para ti.
—No, señor Trumbull —dijo Henry—, me temo que no entiendo sobre el asunto más que cualquier otro de los presentes. Sencillamente me parece posible que el señor Bercovich puede haber estado preparado para decirle al señor Stellar que el manuscrito se traspapeló… pero quizás sólo si el señor Stellar hubiese dicho que no tenía copia en carbónico. Puede haber sido el hecho de que el señor Stellar tenía una copia lo que volvía inútil perder o, posiblemente, destruir el manuscrito.
—¿Destruirlo? —dijo Stellar con una indignación casi histérica.
—Suponga que nos concentramos en lo que pasaría si él publicase el manuscrito, señor —dijo Henry.
—Aparecería impreso —dijo Stellar— y la gente lo leería. Eso es lo que quiero que pase.
—¿V si el señor Bercovich lo hubiese rechazado?
—Entonces lo habría vendido a algún otro, maldición, y habría aparecido impreso y la gente lo habría leído.
—Y si se lo devolviese ahora, ya sea porque usted se negó a revisarlo o porque usted se lo compró a su vez, entonces, una vez más, usted lo vendería a otra publicación y aparecería impreso y lo leerían.
—Exacto.
—Pero suponga, señor Stellar, que el director comprase el artículo como él lo hizo y no lo publicase. ¿Puede venderlo a alguna otra publicación?
—Por supuesto que no. No me corresponde venderlo.
Modo
de
Vida
compró los primeros derechos seriales, lo que significa que tienen todo y el único derecho de publicarlo antes de que ningún otro lo emplee. Hasta que lo publiquen, o hasta que cedan formalmente el derecho a hacerlo, no puedo venderlo a nadie más.
—En ese caso, señor Stellar, ¿no le parece que el único modo concebible para que el señor Bercovich pueda impedir que el artículo sea leído públicamente es hacer exactamente lo que ha hecho?
—¿Está tratando de decirme, Henry —dijo Stellar con patente incredulidad en la voz—, que él desea que no sea leído? ¿Entonces por qué demonios me pidió que lo escribiera?
—Él le pidió que escribiera un artículo, señor —dijo Henry—. No conocía el artículo exacto que usted escribiría hasta que lo vio. ¿Acaso no es posible que, una vez leído el artículo que usted escribió concretamente, se diera cuenta de que no deseaba que fuera leído y en consecuencia diera el único paso posible para impedir que se publicara? Probablemente no esperaba que usted fuese el tipo de escritor que acosaría a un director con un asunto semejante.
Stellar apartó las manos, con las palmas hacia arriba, y recorrió los rostros de los Viudos Negros en una especie de exasperación semihumorística.
—Nunca he oído algo más ridículo.
—Señor Stellar —dijo Avalon—, usted no conoce a Henry tan bien como nosotros. Si ésa es su opinión, le sugiero que la tome en serio.
—¿Pero por qué iba a querer Joel destruir el escrito o enterrarlo? Es un artículo perfectamente inofensivo.
Henry dijo:
—Sencillamente presento una explicación posible para lo que ha ocurrido durante dos años.
—Pero la suya no es una explicación que explique, Henry. No explica por qué él desea que el artículo no sea leído.
—Usted ha dicho, señor, que él le pidió permiso para cortar el artículo un poco y usted se negó. Si usted hubiese accedido, tal vez lo habría cambiado para volverlo realmente inocuo y entonces lo habría publicado.
—¿Pero qué quería cortar?
—Me temo no poder precisarlo, señor Stellar, pero pienso que él quería realizar los cortes. Podía deberse a que no quería llamarle a usted la atención hacia el pasaje preciso que quería alterar.
—Pero si él mismo hacía los cortes —dijo Stellar—, aún así yo vería lo que había hecho una vez que apareciera el artículo.
Henry dijo:
—¿Es probable que usted leyera el artículo una vez publicado y lo comparase oración por oración con el manuscrito original, señor?
—No —admitió Stellar de mala gana.
—Y aunque lo hiciese, señor, podría haber una cantidad de cambios pequeños y usted no tendría motivo para suponer que un cambio era más significativo que los demás.
—Sabe —dijo Stellar—, éste es un misterio más particular que el primero, Henry. ¿Qué puedo haber dicho para molestarle?
—No puedo precisarlo, señor Stellar —dijo Henry. Avalon carraspeó en su mejor estilo de abogado y dijo:
—Es una verdadera lástima, señor Stellar, que usted no trajese la copia en carbónico de su manuscrito. Podría habérnosla leído y tal vez entonces hubiésemos podido ubicar el pasaje crítico. Al menos estoy seguro de que habría sido entretenido.
—¿Quién iba a pensar que surgiría algo semejante? —dijo Stellar.
Gonzalo dijo con ansiedad:
—Si su esposa está en casa, señor Stellar, podríamos llamarla y hacer que le lea el artículo a Henry por teléfono. El club puede correr con los gastos.
Henry parecía estar hundido en sus pensamientos. En ese momento dijo con lentitud, como si el pensamiento hubiese salido a la superficie pero siguiera siendo un coloquio privado consigo mismo:
—Es seguro que no se trata de algo impersonal. Si se hubiesen roto los límites del buen gusto, si se hubiese violado la política de la revista, lo habría visto de inmediato y pedido cambios específicos. Aun cuando lo comprara después de una leída rápida y después descubriera errores impersonales, no habría motivos para vacilar en pedir cambios específicos, seguramente. ¿Podría darse el caso de que algún funcionario superior de la firma editora vetara el artículo y al señor Bercovich le avergonzara decírselo a usted?
—No —dijo Stellar—. Lo más probable es que a un director a quien la firma no le da carta blanca renuncie. Y aunque Bercovich no tuviese el valor de hacerlo sólo se alegraría de emplear interferencias superiores como excusa para devolverme el manuscrito. Por cierto no se aferraría a él.
—Entonces —dijo Henry—, debe tratarse de algo personal; algo que tiene significado para él, un significado vergonzoso, un significado horripilante.
—No hay nada de eso en el artículo —insistió Stellar.
—Tal vez el pasaje no sea significativo para usted o para cualquier otro, sino sólo para el señor Bercovich.
—En ese caso —interrumpió Drake—, ¿por qué iba a importarle a Bercovich?
—Tal vez —dijo Henry—, porque si se llamara la atención sobre el detalle, llegaría a ser significativo. Es por eso que no se atrevió ni siquiera a decirle al señor Stellar qué pasaje deseaba cortar.
—Sigue inventando tal veces —murmuró Stellar—. No le creo, eso es todo.
Gonzalo dijo bruscamente.
—Yo le creo. Henry ha tenido razón en otras ocasiones y no oigo que nadie sugiera alguna otra teoría que dé cuenta del hecho de que el artículo aún no ha sido publicado.
—Pero estamos hablando sobre la nada —dijo Stellar—. ¿Cuál es el pasaje misterioso que fastidia a Joel?
—Tal vez usted pueda recordar alguna referencia personal —dijo Henry—, dado que es eso lo que sospechamos que debe de ser. ¿Acaso no dijo que incluyó en el artículo un relato de una cena semejante a la que inspiró al señor Bercovich a pedirle el artículo en primer lugar?
—Ajá —dijo Gonzalo— ¡Lo tengo! Usted describió la cena con demasiada precisión, muchacho, y el director temió que el anfitrión la reconociera, y se ofendiera. Tal vez el anfitrión es un antiguo y apreciado amigo del editor y despediría al director si aparece el artículo.
Stellar dijo, sin esforzarse por ocultar su desprecio:
—En primer lugar, soy veterano en esto. No escribo nada que sea pasible de juicio o embarazoso. Le aseguro que enmascaré esa cena de tal modo que nadie podría hablar razonablemente de una semejanza. Cambié todas las características principales de la cena y no empleé nombres. Además, si hubiese cometido un desliz y hecho demasiado real la maldita cosa, ¿por qué no iba a decírmelo él? Puedo cambiar ese tipo de cosas en un instante.
—Podría seguir siendo algo personal —dijo Henry—. En la cena estaban él y su esposa. ¿Qué dijo sobre ellos?
—¡Nada! —dijo Stellar—. ¿Piensa que voy a emplear al director a quien le envío el artículo? Concédanme al menos esa delicadeza. No me referí a él bajo ningún nombre o disfraz; no me referí a nada que hubiese dicho o hecho.
—¿Tampoco dijo nada sobre la esposa, señor? —preguntó Henry.
—Sobre la esposa… Bueno, aguarde, ella puede haber inspirado un pequeño intercambio en el artículo, pero desde luego no la nombré, ni la describí ni nada por el estilo. Era algo insignificante por completo.
—Aún así, puede tratarse de eso. El recuerdo era demasiado poderoso. Ella había muerto y él simplemente no podía publicar un artículo que le recordara a… a…
—Si está por terminar esa frase con “la querida difunta”, me voy. Eso es una necedad, señor Avalon. Con todo el respeto debido… no, sin ningún maldito respeto: eso es una necedad. ¿Por qué él no iba a pedirme que quitara una o dos oraciones sí provocaba un recuerdo demasiado agudo? Yo lo habría hecho.
Avalon dijo:
—El hecho de que yo haya expresado el asunto de modo sentimental, señor Stellar, no quiere decir que no pueda tener un significado, de todos modos. Que él no se lo haya mencionado podría ser el resultado de cierta vergüenza. En nuestra cultura se suele tomar como objeto de burla cosas como la pena por el amor perdido. Usted acaba de burlarse. Sin embargo puede ser algo muy real.
—Manny Rubin dice que ella murió hace un año y medio —dijo Stellar—. Eso significa al menos medio año después de que yo escribí el artículo. Tiempo suficiente para tenerlo impreso para ese entonces, si se tiene en cuenta la ansiedad por hacerme cumplir un plazo de entrega inmediato. Y ha pasado un año y medio desde que se casó con una mujer hermosa. Vamos, ¿cuánto dura la pena por un amor perdido cuando se ha encontrado otro?
—Sería útil —dijo Henry—, que el señor Stellar nos dijera cuál es el pasaje en cuestión.
—Sí —dijo Gonzalo—, llame a su esposa y haga que se lo lea a Henry.
—No es necesario —dijo Stellar, que había retirado sólo con dificultad la mirada herida que había dirigido a Avalon—. Volví a leer el maldito texto hace un par de semanas (creo que por quinta vez) y lo tengo razonablemente fresco en la mente. Lo que contiene es esto: nos habían servido la carne asada a paso de tortuga y yo estaba esperando que se sirvieran los demás antes de empezar. Unos pocos no fueron tan formales y ya estaban comiendo. Por ultimo rompí el ruego y la salé y estaba por comerla cuando advertí que aún no le habían servido a la señora Bercovich, que estaba a mi derecha. La miré sorprendido y ella dijo que había hecho un pedido especial y que lo habían demorado y yo le ofrecí mi plato y ella dijo: “No, gracias, ya está salada”. Conté ese pasaje, sin nombres, para poder llegar a mi chiste, que recuerdo con exactitud. Decía: “Ella era la única en la mesa que objetaba la sal; el resto de nosotros objetaba la carne. A decir verdad, varios sopamos la sal con un cuchillo, y luego la comimos de modo ostentoso.”
Nadie rió del chiste. Trumbull se tomó el trabajo de simular náuseas.
—Por cierto no ver un gran valor sentimental en eso —dijo Halsted.
—Yo diría que no —dijo Stellar—, y ésa es la única mención a ella, sin nombre ni descripción, y no hay ninguna del propio Joel.
—Sin embargo —dijo Henry—, el señor Rubin dijo que la primera señora Bercovich murió de un ataque al corazón, que es una referencia omniabarcadora a los desórdenes circulatorios en general. Ella bien puede haber tenido una presión sanguínea peligrosamente alta y estar sometida a una dieta baja en sales.
—Por eso rechazó la carne salada de Stellar —dijo Gonzalo—. ¡Exacto!
—Y por eso esperaba un plato especial —dijo Henry—. Y esto es algo que el señor Bercovich desea desesperadamente que no llame la atención. El señor Rubin dijo que la señora Bercovich había hecho todo lo posible por ocultar su estado. Tal vez pocas personas sabían que estaba sometida a una dieta baja en sales.
—¿Por qué iba a importarle a Joel que lo supieran? —dijo Stellar.
—Debo introducir otro tal vez, señor. Tal vez el señor Bercovich, cansado de esperar y, tal vez, ya atraído por la mujer que es ahora su segunda esposa, se aprovechó de la situación. Puede haber salado la carne subrepticiamente, o, si ella empleaba un sustituto de la sal, puede haberlo reemplazado al menos en parte por sal común…
—¿Y haberla matado, quieres decir? —interrumpió Avalon.
Henry sacudió la cabeza.
—¿Quién puede afirmarlo? Quizás ella muriese en ese instante de todos modos. Sin embargo, él puede sentir que contribuyó a la muerte y ahora siente pánico de que alguien lo averigüe. La simple mención de una mujer que rechaza la sal en la mesa puede ser, a sus ojos, un grito que denuncia su culpa…
—Pero yo no la nombré, Henry —dijo Stellar—. No hay manera de precisar de quién se trataba. Y aún cuando alguien averiguara de algún modo quién era ella, ¿cómo podría sospechar algo anormal?
—Usted tiene toda la razón, señor Stellar —dijo Henry—. El único motivo por el que hemos llegado, a sospechar del señor Bercovich ahora es debido a su conducta particular con relación al artículo y no por algo del artículo propiamente dicho. Pero, como usted sabe, la autoridad bíblica nos indica que los malvados huyen cuando nadie los persigue.
Stellar pensó durante un instante, después dijo:
—Todo esto puede ser, pero no hace que se publique mi artículo. —Extrajo una libreta de direcciones negra, la abrió en la B, después miró su reloj—. Ya lo he llamado antes a la casa y aún no son las diez.