Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—Concentrémonos en eso, entonces, señor Stellar —dijo—. ¿Por qué demonios usted escribe tantos libros sobre tantos temas?
—Porque es un buen negocio —dijo Stellar—. No ser especializado rinde más. La mayor parte de los escritores son especializados; tienen que serio. Manny Rubin es un especialista; escribe novelas policiales… cuando se molesta en escribir.
La barba rala de Rubin se erizó y sus ojos se abrieron de indignación detrás de los gruesos vidrios de sus anteojos.
—Ocurre que he publicado más de cuarenta libros, y no todos son policiales. He publicado —empezó a contar con los dedos— relatos deportivos, confesiones, cuentos fantásticos…
—Policiales en su mayor parte —rectificó Stellar con suavidad—. Por mi parte trato de no especializarme. Escribo sobre lo que se me ocurre. Hace que la vida me sea más interesante y nunca paso por un bloqueo creativo. Además, me independiza de las subas y bajas de la moda. Si un tipo de artículo pierde popularidad, ¿qué importa? Escribo otros.
Roger Halsted se pasó la mano por la delantera calva de su cabeza y dijo:
—¿Pero cómo lo hace? ¿Tiene horas fijas para escribir?
—No —dijo Stellar—. Sólo escribo cuando tengo ganas. Pero tengo ganas todo el tiempo.
—En realidad eres un escritor compulsivo —dijo Rubin.
—Nunca lo he negado —dijo Stellar. Gonzalo dijo:
—Pero la composición pareja no parece concordar con la inspiración artística. ¿Lo que escribe, se limita a brotar de usted? ¿Revisa en algún sentido?
Stellar bajó los ojos y por un instante pareció contemplar la copa de brandy vacía. La apartó y dijo:
—Todos parecen preocuparse por la inspiración. Usted es artista, señor Gonzalo. Si esperase la inspiración, se moriría de hambre.
—A veces me muero de hambre aunque no lo haga —dijo Gonzalo.
—Yo me limito a escribir —dijo Stellar, un poco impaciente—. No es tan difícil hacerlo. Tengo un estilo simple, directo, sin adornos, así que no tengo que desperdiciar el tiempo en frases inteligentes. Presento mis ideas de modo claro y ordenado porque tengo una mente clara y ordenada. Sobre todo, tengo seguridad. Sé que voy a vender lo que escribo, así que no agonizo sobre cada frase, preguntándome si le gustará al director de la revista.
—No siempre supiste que ibas a vender lo que escribías —dijo Rubin—. Supongo que hubo una época en la que eras principiante y recibías formularios de rechazo como todo el mundo.
—Correcto, y en aquellos días escribir me llevaba mucho más tiempo y era mucho más difícil. Pero ocurría hace treinta años. Ya hace mucho que estoy literariamente seguro.
Drake se retorció el prolijo bigote gris y dijo:
—¿Ahora vende realmente todo lo que escribe? ¿Sin excepción?
Stellar dijo:
—Casi todo, pero no siempre tal como sale del orno. A veces me solicitan una revisión y, si es una solicitud razonable, reviso, y si no es razonable, no lo hago. Y de vez en cuando (calculo que al menos una vez al año) recibo un rechazo directo —se encogió de hombros—. Es parte del juego del escritor independiente. No se puede evitar.
—¿Qué ocurre con lo rechazado, o eso no lo revisa? —preguntó Trumbull.
—Pruebo en alguna otra parte. A un director puede gustarle lo que a otro le desagradó. Si no puedo venderlo en ningún lado lo dejo aparte; puede aparecer un nuevo mercado; pueden pedirme algo para lo que se ajuste el artículo rechazado.
—¿No tiene la sensación de vender mercadería en malas condiciones? —dijo Avalon.
—No, en absoluto —dijo Stellar—. Un rechazo no significa necesariamente que un articulo es malo. Sólo significa que un director en especial lo encontró inadecuado. Otro director puede encontrarlo adecuado.
La mente leguleya de Avalon vio una brecha. Dijo:
—De acuerdo a ese razonamiento, se desprende que si aun director le gusta, compra y publica uno de sus artículos, eso no demuestra necesariamente que el artículo sea bueno.
—Para nada, en ningún caso —dijo Stellar—, pero si ocurre una y otra vez, aumenta la evidencia a favor de uno.
Gonzalo dijo:
—¿Qué ocurre si todos rechazan un artículo?
—Eso casi no ocurre —dijo Stellar—, pero si me canso de presentar un escrito, lo más posible es que lo canibalice. Tarde o temprano escribiré algo sobre un tema cercano, y entonces incorporaré partes del artículo rechazado en un escrito nuevo. No desperdicio nada.
—Entonces todo lo que escribe se llega a imprimir, de uno u otro modo. ¿Correcto? —y Gonzalo sacudió levemente la cabeza, con obvia admiración.
—Casi correcto. —Pero después Stellar frunció el entrecejo—. Excepto —dijo—, cuando uno trata con un director idiota que compra algo y después no lo publica.
—Oh, ¿te has topado con algo así? —dijo Rubin— ¿La revista cerró?
—No, está floreciente. ¿Nunca te conté sobre eso?
—No que yo recuerde.
—Hablo de Bercovich. ¿Alguna vez le vendiste algo?
—¿Joel Bercovich?
—¿Es probable que haya dos directores de revistas con ese apellido? Por supuesto, Joel Bercovich.
—Bueno, seguro. Solía encargarse de la revista
Cuentos
Policiales
hace unos años. Le vendí algunas cosas. Aún almuerzo con él de vez en cuando. Ya no se dedica al mercado de las policiales.
—Lo sé. Dirige la revista
Modo
de
Vida
. Uno de esos aparatos lujosos que atraen al rico en ciernes.
—Basta. ¡Basta! —exclamó Trumbull—. Esto está degenerando. Volvamos al interrogatorio.
—Un momento —dijo Stellar, agitando una mano hacia Trumbull con evidente enojo—. Me han preguntado si todo lo que escribo llega a imprimirse y quiero contestarlo porque trae a colación algo con lo que estoy bastante molesto y quisiera sacármelo de encima.
—Creo que eso forma parte de sus derechos, Tom —dijo Avalon.
—Bueno, adelante, entonces —dijo Trumbull de mala gana—, pero que no sea eterno.
Stellar asintió con una especie de apesadumbrada impaciencia y dijo:
—Conocí a Bercovich en una reunión formal. Ni siquiera recuerdo el motivo, o quiénes asistieron. Pero recuerdo a Bercovich porque hicimos un negocio como resultado. Había ido con Gladys, mi esposa, y Bercovich estaba con su esposa y debía de haber unas ocho parejas más. Era una reunión en la que habían cuidado los detalles.
»En realidad era muy cuidada, y mortífera. Era formal. No había que llevar corbata negra; no habían llegado a eso; pero era formal. El servicio era lento; la comida mala; la conversación constipada. Odiaba estar allí. Escucha, Manny, ¿qué piensas de Bercovich?
Rubín se encogió de hombros.
—Es un director de revista. Eso limita sus aspectos positivos, pero los he conocido peores. No es un idiota.
—¿No? Bueno, debo admitir que esa vez me pareció un tipo correcto. Yo había oído hablar vagamente de él, pero él me conocía, desde luego.
—Oh, desde luego —dijo Rubin, haciendo girar la copa de brandy vacía.
—Bueno, así fue —dijo Stellar indignado—. Lo importante de la historia es que me conocía, o no me habría pedido un artículo. Se me acercó después de la cena y me dijo que leía mis cosas y que las admiraba, y yo asentí y sonreía. Después dijo: “¿Qué piensa de la reunión?”
»Yo dije con cautela: “Bueno, un poco lenta”, porque según lo que sabía era el amante de la anfitriona y yo no quería ser innecesariamente ofensivo.
»Él dijo: “Yo creo que es un plomo. Demasiado formal, y eso no encaja con el panorama norteamericano de hoy”. Después siguió para decir: “Oiga, dirijo una revista nueva,
Modode
Vida
, y me pregunto si usted no podría escribirnos un artículo sobre la formalidad. Si pudiese darnos, digamos, de dos mil quinientas a tres mil palabras, sería perfecto. Podría tener carta blanca y encararlo como quiera, pero que sea liviano.”
»Bueno, sonaba interesante y eso dije, discutimos un poco el precio, y dije que lo intentaría, él preguntó si se lo podría hacer llegar en tres semanas, y yo dije que tal vez. Parecía muy ansioso.
—¿Cuándo fue eso? —dijo Rubin.
—Hace un par de años.
—Ajá. Fue más o menos entonces cuando arrancó la revista. De vez en cuando la hojeo. Muy pretenciosa y no vale lo que cuesta. Sin embargo no vi tu artículo.
Stellar resopló.
—Como es natural.
—No me diga que no lo escribió —dijo Gonzalo.
—Por supuesto que lo escribí. Lo hice llegar a la oficina de Bercovich en una semana. Era un artículo fácil de hacer y era bueno. Levemente satírico y con varios ejemplos de formalidades estúpida a los que podía disparar mis dardos. En realidad, hasta describía una cena como la que habíamos tenido.
—¿Y él lo rechazó? —preguntó Gonzalo. Stellar dirigió una mirada furiosa a Gonzalo.
—No lo rechazó. Tuve un cheque en mis manos en una semana más.
—¿Entonces cuál es el problema? —preguntó Trumbull con impaciencia.
—Nunca lo imprimió —gritó Stellar—. Hace casi dos años que ese idiota se le ha sentado encima. No lo ha publicado; ni siquiera ha fijado una fecha para hacerlo.
—¿Y eso qué importa mientras lo haya pagado? —dijo Gonzalo.
Stellar le dirigió una nueva mirada furiosa.
—No supondrá que sólo persigo una única publicación, ¿verdad? Por lo común puedo contar con reimpresiones en uno u otro lado para que me aporten una suma adicional. Y además publico recopilaciones de los artículos; y no puedo incluir éste hasta que se publique.
—Seguramente el dinero en juego no es muy importante.
—No —reconoció Stellar—, pero tampoco deja de tener cierta importancia. Además, no entiendo el motivo de la demora. Estaba apurado por tenerlo. Cuando se lo llevé babeaba. Dijo: “Perfecto, perfecto. Pondré a trabajar en él aun artista en seguida y habrá tiempo de agregarle unas buenas ilustraciones.” Y después no pasó nada. Uno pensaría que no le gustó; pero si no le gustó, ¿por qué lo compró?
Halsted alzó el pocillo de café para que lo volvieran a llenar y Henry se encargó de hacerlo. Halsted dijo:
—Tal vez sólo lo compró para comprar su buena voluntad, por así decir, y asegurarse de que usted le escribiera otros artículos, aun cuando el que le escribió no fuese bastante bueno.
—Oh, no… Oh, no… —dijo Stellar—. Manny, diles a estos inocentes que los directores de revistas no hacen eso. Nunca tienen el presupuesto suficiente como para comprar malos artículos para comprar buena voluntad. Además, si un escritor entrega malos artículos uno no desea su buena voluntad. Y lo que es más importante, uno no se gana la buena voluntad de nadie comprando un artículo y enterrándolo.
—Está bien, señor Stellar —dijo Trumbull—. Hemos escuchado su relato y habrá advertido que no lo interrumpí. Ahora bien, ¿Por qué nos lo contó?
—Porque estoy cansado de rumiar sobre el asunto. Tal vez uno de ustedes puede desentrañarlo. ¿Por qué no lo publicó? Manny, dijiste que acostumbrabas venderle. ¿Alguna vez retuvo la publicación de algo tuyo?
—No —dijo Manny, después de una pausa prudencial—. No puedo recordar que lo hiciera. Desde luego, pasó un mal momento.
—¿Qué tipo de mal momento?
—Dijiste que esa cena se llevó acabo hace dos años, así que la que conociste fue su primera esposa. Era una mujer mayor, ¿verdad, Mort?
—No la recuerdo —dijo Stellar—. Esa fue la única vez que estuve con ella.
—Si se tratara de su segunda esposa, la recordarías. Tiene alrededor de treinta años y es muy bonita. Su primera esposa murió hace cosa de un año y medio. Se supo que estaba enferma desde hacía tiempo, aunque hacía todo lo posible por ocultarlo yo nunca me enteré, por ejemplo. Tuvo un ataque al corazón y eso lo hizo pedazos a él. La pasó muy mal por un tiempo.
—¡Oh! Bueno, no estaba enterado de eso. Pero aún así, se casó de nuevo, ¿verdad?
—En algún momento del año pasado, sí.
—Y ella es bonita y él se consoló. ¿Correcto?
—La última vez que lo vi, hace cerca de un mes, de paso, se lo veía muy bien.
—Bueno —dijo Stellar—. ¿Entonces por qué retiene la publicación?
Avalon dijo en tono pensativo:
—¿Le explicó usted al señor Bercovich las ventajas de que se publicara su artículo?
—Él conoce las ventajas —dijo Stellar—. Dirige una revista.
—Bien —dijo Avalon con el mismo tono pensativo—. Entonces puede ser que al leerlo por segunda vez encontrase alguna falla grave y sintiera que no es publicable tal como está. Tal vez le avergüenza haberlo comprado y no sabe cómo encararlo a usted.
Stellar rió pero sin humor.
—Los directores no se avergüenzan y no temen encararlo a uno. Si hubiese encontrado algo equivocado al leerlo por segunda vez, me habría llamado y pedido una revisión. Me han pedido revisiones muchas veces.
—¿Revisa cuando se lo piden? —dijo Gonzalo.
—Se los dije… A veces, cuando parece razonable —dijo Stellar.
James Drake asintió como si ésa fuese la respuesta que esperaba y dijo:
—¿Y este director nunca pidió ninguna revisión?
—No —explotó Stellar, y después añadió casi de inmediato—. ¡Bueno, una vez! Una vez en que lo llamé para ver si le había fijado una fecha de aparición (ya me estaba fastidiando bastante el asunto) me preguntó si no habría problema en cortarlo un poco, porque parecía difuso en algunos puntos. Le pregunté dónde demonios estaba difuso, porque yo sabía que no lo estaba. Y él fue impreciso y yo me irrité lo suficiente como para decir que no, que no quería que lo tocaran. Podía imprimirlo como estaba o podía devolvérmelo.
—Y supongo que él no se lo devolvió —dijo Drake.
—No, no lo hizo. Maldición, le ofrecí comprarle la devolución. Le dije: “Mándamelo de vuelta, Joel, y te devolveré el dinero”, y él dijo: “Oh, vamos, Mort, no es necesario. Me alegra tenerlo en el inventario aunque no lo use de inmediato.” Maldito imbécil. ¿Qué utilidad tiene para mí o para él conservarlo en el inventario?
—Tal vez lo ha perdido —dijo Halsted—, y no desea admitirlo.
—No hay motivo para no admitirlo —dijo Stellar—. Tengo una copia en carbónico; dos copias, en realidad. Aunque quisiera conservar las copias (y son útiles cuando llega el momento de armar el libro) en estos días sacar copias no es un problema.
Se hizo un silencio alrededor de la mesa, y entonces Stellar frunció el entrecejo y dijo:
—Saben, una vez me preguntó si yo tenía copia en carbónico. No recuerdo cuándo. En una de las últimas ocasiones en que lo llamé. Dijo: “Ya que lo recuerdo, Mort, ¿tienes una copia en carbónico?”, así: “Ya que lo recuerdo”, como si fuera una ocurrencia de último momento. Recuerdo haber pensado que era un idiota; ¿acaso espera que un hombre con mi experiencia no tenga una copia en carbónico? Entonces pensé que estaba dando vueltas para decir que había traspapelado el manuscrito, pero nunca dijo una palabra en ese sentido. Le dije que tenía una copia en carbónico y él abandonó el tema.