Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—¿Se refiere a que lo pondrán en la lista negra? —dijo Drake.
—Esa es una palabra —reconoció Long— que nunca se usa, pero se trata precisamente de eso.
—Supongo que no fue indiscreto —dijo Drake.
—Por el contrario, lo fui. —Long sacudió la cabeza—. Nunca lo he negado. El problema es que creen que la historia es mucho peor de lo que digo.
Hubo otra pausa y luego, Avalon, hablando en su tono más impresionantemente severo, dijo:
—Bien, señor, ¿qué historia? ¿Hay algo que nos pueda contar o no puede agregar nada más a lo que ya ha dicho?
Long se pasó la mano por la cara y luego apartó su silla de la mesa para poder apoyar la cabeza contra la pared.
—No tiene nada de sorprendente. Iba en ese crucero, como le dije al Sr. Rubin. Iba a dar una conferencia sobre ciertos proyectos espaciales y tenía planeado entrar en los detalles de lo que se estaba haciendo exactamente en ciertas fascinantes direcciones. No puedo darles esos detalles, según aprendí en la práctica. Algo de ese material era clasificado, pero se me dijo que podía hablar sobre él. Entonces, el día anterior a mi conferencia recibí una llamada por radio para avisarme que todo el asunto se cancelaba. No habría ninguna desclasificación. Estaba furioso. No tengo por qué negar que tengo mal genio y también muy poca aptitud para improvisar una conferencia. Había escrito cuidadosamente la charla y mis intenciones eran leerla. Sé que no es un buen modo de dictar una conferencia, pero es lo mejor que puedo hacer. Ahora no tenía nada que decir a esa gente que había pagado una considerable cantidad de dinero por escucharme. Estaba en una posición terriblemente embarazosa.
—¿Qué hizo? —preguntó Avalon. Long sacudió la cabeza.
—Dirigí un torneo de preguntas y respuestas, más bien patético, al día siguiente. No salió nada bien. Fue peor que no dar la conferencia, simplemente. En ese momento yo ya sabía que estaba metido en serios problemas.
—¿De qué manera, señor? —preguntó Avalon.
—Si quieren lo más entretenido, aquí está. No soy exactamente muy conversador en las comidas, como quizás hayan notado; pero cuando fui a comer, después de haber recibido la llamada, supongo que era la imitación pasable de un cadáver con una expresión de enojo en el rostro. El resto intentó hacerme entrar en la conversación, aunque sólo fuera para evitar que contagiara la atmósfera, supongo. Finalmente, uno de ellos dijo: "Bien, Dr. Long, ¿sobre qué hablará mañana?" Y yo estallé y dije: "¡De nada! ¡De nada en absoluto! Tengo toda la conferencia escrita, guardada en el escritorio de mi camarote y no puedo darla simplemente porque acabo de saber que el material todavía es clasificado".
—¿Y entonces alguien le robó la conferencia? —preguntó Gonzalo excitado.
—No. ¿Para qué robar nada en estos días? Fue fotografiada
—¿Está seguro?
—Desde el principio estuve seguro. Cuando regresé a mi camarote, después de la comida, la puerta estaba abierta y habían movido los papeles. Desde entonces, tenemos pruebas de que así fue. Tenemos pruebas de que la información se ha filtrado.
Después de eso hubo un pesado silencio. Luego, Trumbull dijo:
—¿Quién pudo haberlo hecho? ¿Quién lo oyó?
—Todos los que estaban en la mesa —dijo Long, abatido.
—Usted tiene una voz poderosa, Dr. Long —dijo Rubin— y si estaba tan enojado como pienso, debió de haber hablado violentamente. Probablemente un buen número de personas de las mesas contiguas hayan oído.
—No —dijo Long, sacudiendo la cabeza—. Hablé con los dientes apretados, no en voz alta. Además, ustedes no saben cómo fue ese crucero. La excursión fue mal organizada: mala promoción, mala dirección. El barco llevaba sólo el cuarenta por ciento de su capacidad y la compañía naviera supuestamente perdió con el negocio.
—En ese caso —dijo Avalon—, además de su desgraciada aventura, debió de haber sido una experiencia aburrida.
—Por el contrario. Hasta ese momento había sido muy agradable para mí y continuó siendo agradable para el resto, según creo. La tripulación era casi más numerosa que los pasajeros y el servicio era excelente. Todas las comodidades estaban disponibles sin amontonamientos. Nos distribuyeron a lo largo y ancho del comedor y estuvimos como en privado, En nuestra mesa éramos siete. "El siete de la suerte", dijo alguien al comienzo. —Por un momento la expresión sombría de Long se acentuó—. Ninguna de las mesas cercanas a la nuestra estaba ocupada. Estoy bastante seguro de que nada de lo que cualquiera de nosotros decía se escuchaba en otro lado, fuera de nuestra propia mesa.
—Entonces hay siete sospechosos —dijo Gonzalo, pensativamente.
—Seis, ya que no necesitan contarme a mí —dijo Long—. Yo sabía dónde estaba el papel y de qué se trataba. No tenía que escucharme yo mismo para saberlo.
—Usted está bajo sospecha también —dijo Gonzalo—. O así lo dejó entrever.
—No frente a mí mismo —dijo Long. Trumbull dijo de mal humor.
—Ojalá te hubieras dirigido a mí por esto. Waldemar —dijo Trumbull de mal humor—. Me he estado preocupando respecto a tu evidente mal aspecto durante estos meses.
—¿Qué hubieras hecho si te hubiese contado?
Trumbull pensó un momento.
—Te habría traído aquí, ¡maldita sea…! Bien, cuéntanos sobre los otros seis en la mesa. ¿Quiénes eran?
—Uno era el médico del barco: un holandés elegante con un imponente uniforme.
—Holandés tenía que ser —dijo Rubin—. El barco pertenecía a una línea Holandesa-Americana, ¿no es así?
—Sí. Los oficiales eran holandeses, y la tripulación —los camareros, los mozos y el resto— eran en su mayoría indonesios. Todos ellos habían tenido un curso acelerado de tres meses de inglés, pero nos comunicábamos generalmente por señas. No me quejo, sin embargo. Era gente agradable, trabajadora… y aun más eficientes por el hecho de que el número de pasajeros era considerablemente menor que el ordinario.
—¿Alguna razón para sospechar del doctor? —preguntó Drake.
Long asintió.
—Sospechaba de todos ellos. El doctor era un hombre que metía bulla sin cesar. Lo mismo que en esta mesa. Él y yo escuchábamos. Lo que he estado pensando acerca de él es que fue él quien me preguntó mi conferencia. Preguntar algo personal como eso, no era común en él.
—Puede ser que estuviera preocupado por usted en términos médicos. Puede ser que haya querido sacarlo de su depresión —dijo Halsted.
—¿Alguna razón para sospechar del doctor? —preguntó
—Quizá —dijo Long con indiferencia—. Recuerdo cada detalle de la comida; la he repasado muchas veces mentalmente. Fue una comida típica, de modo que a todos nos dieron sombreritos holandeses y se sirvieron platos indonesios especiales. Me puse el sombrero, pero odio la comida con curry, y el doctor me preguntó sobre la conferencia justo cuando me servían un platito de cordero con curry como hors d'oeuvre. Entre mi furia por la estupidez del gobierno y mi aversión al olor del curry, no pude menos que explotar. Si no hubiese sido por el curry, quizá… Sea como fuere, después de la comida descubrí que alguien había estado en mi camarote. El contenido de los papeles no era tan importante, fueran o no clasificados, sino que lo importante era que alguien hubiera actuado tan rápidamente. Alguien en el barco era parte de una red de espías y eso era más importante que el golpe mismo. Incluso, si esos papeles no eran importantes, los próximos podían serlo. Era fundamental informar sobre el asunto y como ciudadano leal así lo hice.
—¿No es el doctor un sospechoso lógico? —dijo Rubin—. Él hizo la pregunta y debió de haber estado esperando la respuesta. Puede ser que los otros no. Como oficial tenía que estar acostumbrado al barco como para llegar a su camarote rápidamente, y tener quizás un duplicado de su llave preparado. ¿Tuvo oportunidad de llegar hasta su camarote antes que usted?
—Sí —dijo Long—. He pensado en todo eso. El problema es éste: todos en la mesa me oyeron, porque el resto habló sobre el sistema de clasificación por un rato. Yo me mantuve en silencio, pero recuerdo que surgió el tema de los papeles del Pentágono. Y todo el mundo sabía dónde estaba mi camarote porque había dado una pequeña fiesta para los de la mesa el día anterior. Y esas cerraduras son fáciles de abrir para cualquiera que tenga un poco de pericia aunque fue un error no cerrarla otra vez al irse. Pero quienquiera que haya sido, debió de haber estado apurado. Y así fue como sucedieron las cosas: todos los de la mesa tuvieron una oportunidad de ir hasta el camarote en el transcurso de la comida.
—¿Quiénes eran los otros, entonces? —preguntó Halsted.
—Dos matrimonios y una mujer soltera. La mujer —llamémosla Srta. Robinson— era bonita, un poco gordita; tenía un agradable sentido del humor, pero tenía el hábito de fumar durante la comida. Me parece que le gustaba bastante el doctor. Se sentaba entre nosotros dos. Siempre teníamos los mismos asientos.
—¿Cuándo se le presentó la oportunidad de llegar a su camarote? —preguntó Halsted.
—Se levantó poco después de hacer yo mi comentario. Estaba demasiado ensimismado en ese momento como para poder darme cuenta, pero por supuesto lo recordé más tarde. Regresó antes del alboroto provocado por el chocolate caliente, porque recuerdo que intentaba ayudar.
—¿A dónde dijo que iba?
—Nadie le preguntó en ese momento. Posteriormente se lo preguntaron y dijo que había ido al baño de su camarote. Quizá fue así, pero su cabina estaba bastante cerca de la mía.
—¿Nadie la vio?
—Nadie pudo. Todos estaban en el comedor, y para los indonesios todos los norteamericanos parecen iguales.
—¿Qué es eso del alboroto respecto al chocolate caliente que usted mencionó? —preguntó Avalon.
—Ahí es donde entra una de las parejas casadas. Llamémosle los Smith a una y los Jones a la otra, o al revés. No importa. El Sr. Smith era un tipo bullicioso. En realidad me recordaba a…
—¡Oh, Dios! —dijo Rubin—. No lo diga.
—Muy bien, no lo diré. Era uno de los conferenciantes. En realidad, tanto Smith como Jones lo eran. Smith hablaba rápido, se reía fácilmente, transformaba todo en algo de doble sentido y parecía disfrutar tanto de todo que hacía que el resto de nosotros también disfrutara. Era una persona muy extraña. El tipo de persona que a uno le disgusta instantáneamente sin poder evitarlo y que uno considera estúpida. Pero luego, cuando uno se acostumbra, uno se da cuenta de que, después de todo, nos gusta y que bajo las tonterías superficiales es extremadamente inteligente. Esa primera tarde, recuerdo que el doctor no podía dejar de mirarlo como si fuera un espécimen mental, pero al final del crucero parecía evidentemente satisfecho con Smith. Jones era mucho más tranquilo. Al principio parecía horrorizado con los comentarios de Smith, pero al final lo imitaba con gran descontento de Smith, según pude darme cuenta.
—¿Cuáles eran sus especialidades? —preguntó Avalon.
—Smith era sociólogo y Jones era biólogo. Se trataba de que la exploración espacial fuera analizada a la luz de muchas disciplinas. Era un buen criterio, pero mostró serias fallas en la práctica. Algunas de las charlas, sin embargo, fueron excelentes. Hubo una sobre el Mariner 9 y la nueva información sobre Marte, que fue soberbia; pero eso está fuera del tema. Fue la Sra. Smith quien creó toda la confusión. Era una chica medianamente alta, delgada, no muy seductora según los cánones comunes, pero con una personalidad extraordinariamente atractiva. Hablaba con voz suave y era evidente que vivía pensando en los otros en forma automática. Me parece que rápidamente todo el mundo le cobró afecto, y el mismo Smith parecía quererla mucho. La noche en que hablé demasiado, ella había ordenado chocolate caliente. Se lo sirvieron en un vaso alto, de pie delgado y, por supuesto, como detalle elegante, cometieron el error de traerlo en una bandeja. Smith, como de costumbre, hablaba animadamente moviendo los brazos al mismo tiempo. Usaba todos sus músculos al hablar. El barco se balanceó, él se balanceó… Bueno, el resultado fue que el chocolate caliente fue a dar a la falda de la Sra. Smith. Ella saltó. Todo el mundo lo hizo también, la Srta. Robinson se dirigió rápidamente a ayudarla. Noté eso y es por esto que sé que ya había regresado en ese entonces. La Sra. Smith rechazó toda ayuda y salió rápidamente. Smith, pareció de pronto confuso y trastornado, se arrancó el sombrero holandés que llevaba y la siguió. Cinco minutos después él estaba de vuelta, hablando animadamente con el jefe de los camareros. Luego se acercó ala mesa y dijo que la Sra. Smith lo había enviado para que le asegurara al camarero que todo lo que llevaba encima esa noche podía lavarse, que no le había sucedido nada, que no era culpa de nadie, que nadie debía ser criticado. Quería asegurarnos también a nosotros que se encontraba perfectamente bien. Nos pidió si podíamos quedarnos en la mesa hasta que su esposa regresara. Se estaba cambiando de ropas y quería volver a reunirse con nosotros para que nadie pensara que era algo terrible lo que había sucedido. Estuvimos de acuerdo, por supuesto, Ninguno de nosotros iba a ningún lado.
—¿Y eso significaría que tuvo tiempo de ir a su camarote? —inquirió Avalon.
Long hizo un gesto de asentimiento.
—Sí, supongo que sí. No parecía ser el tipo, pero supongo que en este juego uno descarta las nuevas apariencias.
—¿Y todos esperaron?
—El doctor, no. Se levantó y dijo que iría a buscar un ungüento a su consultorio por si ella lo necesitaba para las quemaduras, pero regresó antes que ella. Uno o dos minutos antes.
Golpeando la mesa lentamente con el dedo para acentuar sus palabras, Avalon dijo:
—Y también puede haber estado en la cabina entonces. Y la Srta. Robinson también puede haber estado cuando se marchó, antes del incidente del chocolate caliente.
—¿Dónde entran los Jones en todo esto? —preguntó Rubin.
—Déjenme continuar. Cuando la Sra. Smith regresó, dijo que no se había quemado, de modo que el doctor no tuvo necesidad de darle el ungüento. No podemos decir, en consecuencia, si realmente había ido a buscarlo. Puede ser que haya sido una treta.
—¿Y si ella se lo pedía? —dijo Halsted.
—Entonces él podría haber dicho que no pudo encontrar lo que buscaba, pero que si ella quería acompañarlo trataría de hacer lo que pudiera. ¿Quién sabe? En todo caso, todos permanecimos sentados un rato como si nada hubiera sucedido, hasta que, finalmente, nos separamos. Para ese entonces, la nuestra era la última mesa ocupada del comedor. Todos se marcharon excepto la Sra. Jones y yo, que nos quedamos atrás.