Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—¿La Sra. Jones? —preguntó Drake.
—No les he contado sobre la Sra. Jones. Cabello y ojos oscuros, muy vivaces. Le gustaban los quesos fuertes, siempre sacaba un pedacito de cada uno cuando pasaban la bandeja. Tenía un modo de mirarlo a uno mientras hablaba que lo convencía de que era lo único que veía. Creo que Jones era un tipo celoso, aunque calladamente. Por lo menos, nunca lo vi a menos de un metro de distancia de ella excepto esta vez. Se levantó y dijo que iba a su camarote y ella dijo que iría enseguida. Luego se volvió hacia mí y dijo: "¿Puede explicarme la importancia de esas impresionantes terrazas de hielo en Marte? He estado pensando en preguntárselo durante toda la comida y no tuve la oportunidad". Ese día habíamos oído una magnífica conferencia sobre Marte y me sentí más bien halagado de que se dirigiera a mí y no al astrónomo que había dado la charla. Parecía como si ella diera por sentado que yo sabía tanto como él. De manera que hablé un rato con ella. Pero la mujer no dejaba de decir: "¡Qué interesante!"
—Y mientras tanto, Jones pudo haber estado en su camarote —dedujo Avalon.
—Es probable. En eso pensé después, porque no era la manera de ser habitual en ellos, al separarse.
—Resumamos, entonces —dijo Avalon—. Hay cuatro posibilidades: la Srta. Robinson puede haberlo hecho cuando se marchó antes del incidente del chocolate caliente. Los Smith pueden haberlo hecho juntos: el Sr. Smith volcando el chocolate deliberadamente, de modo que la señora pudiera hacer el trabajo sucio. El doctor pudo haberlo hecho mientras iba a buscar el ungüento. Y los Jones pudieron haberlo hecho en equipo: Jones, la parte riesgosa, mientras su esposa mantenía al Dr. Long fuera de acción.
—Todo esto fue considerado —asintió Long— y cuando el barco regresó a Nueva York, los agentes de seguridad habían comenzado el proceso de revisar los antecedentes de los seis. Ustedes saben que, en casos como éstos, todo lo que se necesita es sospechar. El único modo de que un agente secreto pueda mantenerse oculto es no levantando sospechas. Una vez que la mirada del contraespionaje se posa sobre él, será inevitablemente desenmascarado. Nadie puede sobrevivir a una investigación exhaustiva.
—Entonces, ¿cuál de ellos resultó ser? —preguntó Drake. Long suspiró.
—Ahí es donde surgió el problema. Ninguno de ellos. Todos limpios. Creo que no hubo manera de demostrar que alguno de ellos fuese otra cosa que lo que parecía ser.
—¿Por qué dice que "cree"? ¿No participó en la investigación? —inquirió Rubin.
—Pero en el otro bando. Mientras más limpios parecían esos seis, más dudoso parecía yo. Les dije a los investigadores —tuve que decirles— que esos seis eran los únicos que podían haberlo hecho; y que si ninguno de ellos lo había hecho debían sospechar que había inventado la historia para esconder algo peor.
—¡Oh, qué diablos Waldemar! —intervino Trumbull—. No pueden creer eso. ¿Qué ganarías tú informando sobre el incidente si fueras el responsable?
—Eso es lo que no saben —dijo Long—. Pero la información se filtró, y si no pueden achacárselo a ninguno de los seis, me acusarán a mí. Y mientras más les intrigan mis motivos, más piensan que esos motivos deben de ser indudablemente muy inquietantes. De modo que estoy en un problema.
—¿Está seguro de que esos seis son las únicas posibilidades? ¿Está seguro de que no se la mencionó a nadie más? —preguntó Rubin.
—Totalmente seguro —dijo Long, secamente.
—Puede ser que no la recuerde —dijo Rubin—. Puede ser que haya sido algo muy casual. ¿Puede estar seguro de no haberlo hecho?
—Puedo estar seguro. La llamada por radio llegó no mucho antes de la comida. Simplemente no hubo tiempo de contárselo a nadie antes de la comida. Y una vez que me levanté de la mesa, volví al camarote sin cruzar una palabra con ninguna persona. Con nadie.
—¿Quién lo escuchó mientras recibía la llamada? ¿Quizás había algún curioso?
—Había algunos oficiales del barco a mi alrededor, por supuesto. Sin embargo, mi jefe se expresó en clave. Yo sabía lo que quería decir, pero nadie más.
—¿Y usted también se expresó en clave? —preguntó Halsted.
—Le diré exactamente lo que dije: "Hola, Dave". Luego dije: "¡Maldita sea, váyanse al infierno!" Y luego colgué. Esas siete palabras. Nada más.
Gonzalo juntó repentinamente las manos en un aplauso entusiasta.
—Escuchen lo que ha pasado. ¿Por qué tiene que ser un trabajo tan planeado? Pudo haber sido espontáneo. En resumidas cuentas, todo el mundo supo que se haría esa excursión y que gente conectada con la NASA hablaría y que podía haber algo interesante. Alguien —pudo haber sido, cualquiera— se lo pasó registrando diariamente diversos camarotes durante las horas de las comidas, hasta que finalmente se encontró con su conferencia.
—No —dijo Long decididamente—. Sobrepasa los límites de lo posible. Suponer que alguien haya podido hallar mi ensayo, por mera casualidad, una o dos horas después de haber dicho yo que tenía material clasificado en mi escritorio. Además no había nada en los papeles que pudiera dar algún indicio de su importancia a los no versados. Fue solamente mi comentario lo que pudo indicar a alguno de los presentes que eso era importante.
—Suponga que una de las personas en la mesa dio la información sin malas intenciones —dijo Avalon pensativamente—. Al levantarse de la mesa pudieron haberle dicho a alguien: "¿Oyó lo que le pasa al pobre Dr. Long? Se quedó sin tema para su conferencia". Entonces ese alguien, quienquiera que sea, pudo haberlo hecho.
—Ojalá hubiera sido así, pero no es posible. Habría sucedido sólo si ese individuo en particular fuera inocente. Si los Smith eran inocentes cuando dejaron la mesa, lo único que tendrían en la cabeza sería el chocolate caliente. No se habrían detenido a conversar. El doctor estaría pensando sólo en conseguir el ungüento. Cuando Jones se levantó de la mesa, suponiendo que fuera inocente, se habría olvidado totalmente del asunto. De haber hablado, se habría referido al chocolate caliente también.
—Muy bien. ¿Y la Srta. Robinson? —gritó de pronto Rubin—. Ella se levantó antes del incidente del chocolate. Lo único interesante que podía preocuparla sería lo que le pasaba a usted. Tal vez ella haya dicho algo.
—¿Cree usted? —dijo Long—. Si es inocente, tiene realmente que haber hecho lo que dijo, es decir, ir al baño de su camarote. Si tuvo que dejar la mesa para hacerlo, debió de haber sido algo urgente; y en esas circunstancias nadie se detiene a chismear sin ton ni son.
Hubo un silencio alrededor de la mesa.
—Estoy seguro de que la investigación continuará —dijo Long— y que al cabo surgirá la verdad y se verá claramente que sólo he sido culpable de una desafortunada indiscreción. Para entonces, sin embargo, mi carrera estará arruinada.
—Dr. Long —dijo una voz suave—, ¿puedo hacerle una pregunta?
—Soy Henry, señor. Los caballeros de la organización, los Viudos Negros, a veces me permiten participar…
—¡Diablos, Henry! ¡Sí! —dijo Trumbull—. ¿Ve usted algo que el resto de nosotros no ve?
—No estoy seguro —dijo Henry—. Lo que veo claramente es que el Dr. Long cree que sólo las seis personas de la mesa pueden estar implicadas, y que los que investigan el asunto aparentemente están de acuerdo con él…
—No hay forma de no estarlo —dijo Long.
—Entonces, bien —dijo Henry—. Me pregunto si usted, Dr. Long, les mencionó a los investigadores su opinión respecto del curry.
—Creo que quizá sí, señor —dijo Henry—. Creo que nos encontramos en la misma situación que el Sr. Halsted refirió anteriormente, esta noche, a propósito de las quintillas. Algunas quintillas, para que surtan efecto, deben poder verse, pues el sonido no es suficiente. Y algunas escenas, para que sean eficaces, también deben poder verse.
—No entiendo —dijo Long.
—Bien, Dr. Long. Usted estaba sentado allí, en el corredor del barco, con otras seis personas, y por lo tanto sólo esas otras seis personas lo oyeron. Pero si pudiéramos ver la escena en lugar de que usted nos la describa, podríamos ver claramente algo que usted omite.
—No, no podrían —dijo Long empecinado.
—¿Está seguro? —preguntó Henry—. Ahora también está sentado junto a seis personas, en esta mesa, igual que en el barco. ¿Cuántas personas escuchan su historia?
—Seis —comenzó a decir Long. Y entonces Gonzalo interrumpió.
—Siete, contándolo a usted, Henry.
—¿Y no había nadie que sirviese la mesa, Dr. Long? Usted dijo que el doctor le preguntó sobre la conferencia justo cuando le servían el cordero con curry y que fue el olor de éste lo que le molestó hasta el punto de dejar escapar su indiscreción. No creo que el cordero se haya colocado por sí solo frente a usted. El hecho es que, en el momento en que usted hacía esa afirmación, había seis personas en la mesa, ante usted, y una séptima de pie a sus espaldas y fuera de la vista.
—El camarero, —dijo Long en un susurro.
—Hay una tendencia a ignorar completamente al camarero —dijo Henry—, a menos que nos moleste. El camarero eficiente pasa inadvertido y usted mencionó que el servicio era excelente. ¿No pudo ser él quien dispuso cuidadosamente el accidente del chocolate caliente para crear una distracción; o quizás el que sacó provecho de la distracción si realmente fue un accidente? Al haber muchos camareros y pocos comensales, puede ser que no se notara si él desaparecía por un rato. O podría haber dicho que se ausentó al excusado en caso de que realmente lo notaran. Sabría la ubicación del camarote tan bien como el doctor y tendría probablemente una ganzúa.
—Pero era un indonesio —observó Long—. No sabía hablar bien el inglés.
—¿Está seguro? Había asistido aun curso acelerado de tres meses, según dijo usted. Y puede ser que supiese inglés mejor de lo que decía saber. Usted está dispuesto a reconocer que, en el fondo, la Sra. Smith no era tan dulce y amable como parecía, y que la vivacidad de la Sra. Jones era una falsa apariencia, así como la respetabilidad del doctor, el buen humor de Smith, el afecto de Jones y la necesidad de ir al baño de la Srta. Robinson. ¿No podría ser que esa ignorancia del inglés que parecía tener el camarero fuese simulada?
—¡Dios mío! —dijo Long mirando su reloj—. Si no fuera tan tarde llamaría a Washington ahora.
Trumbull dijo.
—Si conoces los números particulares de esa gente, llama ahora —dijo Trumbull—. Es tu carrera. Diles que deben investigar al camarero; y, por amor de Dios, no les digas que la idea te la dio otro.
—¿Qué les diga que acabo de pensar en eso? Me preguntarán por qué no pensé en eso antes.
—Pregúntales por qué no lo pensaron ellos. ¿Por qué no pensaron que el camarero va con la mesa?
—No hay razón para que nadie piense en ellos. Sólo muy poca gente se interesa tanto en los camareros como yo —concluyó Henry lentamente.
“When No Man Pursueth”
Thomas Trumbull frunció el entrecejo sólo con su ferocidad de costumbre y dijo:
—¿Cómo justifica su existencia, señor Stellar?
Mortimer Stellar alzó las cejas sorprendido y miró a los seis Viudos Negros sentados alrededor de la mesa, y de quienes era el invitado de esa noche.
—¿Quisiera repetir la pregunta? —dijo.
Pero antes de que Trumbull pudiese hacerlo, Henry, el formidable mozo del club, había entrado en silencio para entregar a Stellar su brandy y Stellar lo tomó con un abstraído murmullo de agradecimiento.
—Es una pregunta sencilla —dijo Trumbull—. ¿Cómo justifica su existencia?
—No sabía que debía hacerlo —dijo Stellar.
—Suponga que tuviese que hacerlo —dijo Trumbull—. Suponga que se encuentra ante el gran trono del juicio de Dios.
—Usted habla como un director de revista —dijo Stellar, sin impresionarse.
Y Emmanuel Rubin, el anfitrión de la noche, y colega escritor, rió y dijo:
—No, no es cierto, Mort. Él es desagradable pero no lo suficiente.
—Tú no te metas, Manny —dijo Trumbull, señalándolo con el índice.
—De acuerdo —dijo Stellar—. Le daré una respuesta. Espero que, como resultado de mi estadía sobre la Tierra, dejaré a algunas personas un poco más informadas sobre la ciencia de lo que lo estarían si yo no hubiese vivido nunca.
—¿Cómo lo ha hecho?
—A través de los libros y artículos que escribo sobre temas científicos para el lego —los ajos azules de Stellar centellearon detrás de los anteojos de pesada montura negra y agregó sin rastros perceptibles de modestia—: Que probablemente son los mejores que se hayan escrito.
—Son bastante buenos —dijo James Drake, el químico, apagando en el cenicero el quinto cigarrillo de la noche y tosiendo como para celebrar el momentáneo alivio del pulmón—. Sin embargo yo no lo ubicaría antes de Gamow.
—Cuestión de gustos —dijo Stellar con frialdad—. Yo sí.
Mario Gonzalo dijo:
—¿Usted no escribe sólo sobre ciencia, verdad? Me parece que leí un articulo suyo en un semanario sobre televisión, y era humorístico.
Mostró la caricatura que había hecho de Stellar durante la comida. Se destacaban los anteojos de montura negra y también el cabello castaño opaco, hasta el hombro, la sonrisa ancha, y las líneas horizontales que le cruzaban la frente.
—Por Dios —dijo Stellar—. ¿Ese soy yo?
—Es todo lo que Mario puede hacer —dijo Rubin—. No lo mates.
—Un poco de orden —dijo Trumbull, quisquilloso—. Señor Stellar, por favor conteste la pregunta que le hizo Mario. ¿Sólo escribe sobre ciencia?
Geoffrey Avalon, que había estado tomando su brandy a breves sorbos, dijo con su voz profunda, que podía dominar la mesa por completo cada vez que lo deseaba:
—¿No estamos perdiendo el tiempo? Todos hemos leído los artículos del señor Stellar. Es imposible evitarlo. Están en todas partes.
—Si no te importa, Jeff —dijo Trumbull—, es a lo que estoy tratando de llegar mediante una vía sistemática. He visto sus artículos y Manny dice que ha escrito ciento y pico de libros sobre toda clase de temas y lo que importa es, ¿por qué y cómo?
El banquete mensual de los Viudos Negros estaba en su etapa culminante: el interrogatorio del invitado. Era un proceso que se suponía debía llevarse de acuerdo a los lineamientos sencillos, ordinarios de un interrogatorio judicial, pero nunca ocurría así. El hecho de que con tanta frecuencia se disolviera en el caos era motivo de profunda irritación para Trumbull, el experto en códigos del club, cuyo sueño era dirigir el interrogatorio de acuerdo al esquema de un consejo de guerra.