Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Bunsen se limpió la boca con la servilleta, resopló ligeramente y también lanzó una mirada ansiosa hacia Henry. Trumbull se inclinó para decir:
—Henry es uno de nosotros, Bob. Bob Bunsen —siguió— va a presentar sólo un esqueleto del asunto, para impedir que el punto de vista de ustedes se distorsione con datos innecesarios, por empezar. Por mi parte no intervendré dado que conozco demasiado sobre la cuestión.
Halsted se inclinó para susurrarle a Drake:
—Creo que Tom la va a pasar mal en el despacho si esto no funciona.
Drake se encogió de hombros, y masculló en vez de decir:
—Él se lo buscó.
Bunsen, una vez que acomodó sin necesidad la panera (un momento antes había impedido que Henry se la llevara), empezó:
—Les daré esos datos básicos de la historia. Hay un hombre. Llamémosle Smith. Lo necesitamos, pero no sólo a él. Él importa poco. Es hábil en lo que hace, pero importa poco. Si lo obtenemos a él, no aprendemos nada importante y ponemos en guardia a hombres de mayor importancia. Si en cambio podemos usarlo para que nos lleve a hombres más importantes…
—Todos entendemos —interrumpió Avalon. Bunsen carraspeó y empezó de nuevo.
—Como es lógico no estábamos seguros sobre Smith, para empezar. Parecía muy prometedor, pero no estábamos seguros. Si era en verdad un eslabón del aparato que estábamos tratando de quebrar, entonces razonamos que pasaba la información en un restaurant que frecuentaba con regularidad. Parte del razonamiento se basaba en la psicología, algo que imagino aprobaría el señor Rubin. Smith tenía el aspecto y la pátina de un frecuentador de clubes: y lugares nocturnos bien alimentado, que siempre hacia la cosa social indicada. Sobre esa base, nosotros…
Hizo una pausa para pensar, después dijo:
—No, me estoy yendo del tema y es más de lo que ustedes necesitan. Le tendimos una trampa. —Por un instante enrojeció como avergonzado y después siguió con firmeza—: Yo le tendí la trampa y era condenadamente compleja. Nos las arreglamos para vencer su cautela, no importa cómo, y terminamos con Smith llevando en la mano algo que tenía que pasar. Era un elemento auténtico y a ellos les sería útil, pero no demasiado útil. La pérdida valdría la pena para nosotros si ganábamos lo que esperábamos ganar.
Bunsen miró a todos, carraspeó, pero nadie hizo el menor sonido. Henry, parado junto al copero, parecía una estatua silenciosa. Ni siquiera la servilleta que sostenía se movía.
—Smith entró al restaurant con el objeto encima —dijo Bunsen—. Cuando abandonó el restaurant no llevaba el objeto encima. Por lo tanto sabemos que pasó el objeto. Lo que no sabemos con exactitud es el momento en que lo hizo, cómo y a quién. No hemos podido localizar el objeto en ninguna parte. Ahora planteen sus preguntas, caballeros.
—Hagámoslo de a uno por vez —dijo Trumbull—. ¿Mario?
Gonzalo pensó un instante y después se encogió de hombros. Mientras hacía girar la copa de brandy entre el pulgar y el índice dijo:
—¿Qué aspecto tenía ese objeto, como usted le llama?
—De unos dos centímetros y medio de ancho y achatado —dijo Bunsen—. Tenía un brillo metálico así que era fácil de ver. Era demasiado grande como para tragarlo con facilidad; lo bastante pesado como para hacer ruido si se lo dejaba caer; demasiado grueso como para ubicarlo en una grieta; demasiado pesado como para adherirse con facilidad a algo; no era de hierro así que no podía haber trucos con imanes. El objeto, como sigo llamándolo, fue calculado cuidadosamente para dificultar la tarea de pasarlo, u ocultarlo.
—¿Pero qué hizo él en el restaurant? ¿Comió, supongo?
—Comió, como siempre lo hacía.
—¿Era un restaurant elegante?
—Bastante distinguido. Él comía allí con regularidad.
—Quiero decir, ¿no había nada sospechoso en el restaurant?
—Por lo que yo sé no, aunque en general eso no basta para permitirnos desplegar una confianza ciega en él, y créame que no lo hicimos.
—¿Quién estaba con él durante la comida?
—Nadie —Bunsen sacudió la cabeza Con gravedad—. Comió solo. Esa era su costumbre. Firmó la cuenta al terminar, como siempre lo hacía. Tenía cuenta en el restaurant, como ven. Después se fue. Tomó un taxi, y un momento después fue detenido. El objeto ya no estaba en su poder.
—Un momento —dijo Gonzalo, estrechando los ojos—. Dice usted que firmó la cuenta. ¿Qué escribió? ¿Lo sabe?
—Lo sabemos muy bien. Tenemos la cuenta. Agregó una propina (la suma normal y no pudimos encontrar nada de malo en ello) y firmó. Esto es todo. Nada más. Usó el lápiz del mozo y devolvió el lápiz. No pasó ningún otro objeto, y el mozo no escapó al escrutinio, se lo aseguro.
—Paso —dijo Gonzalo Drake, que estaba apagando su cigarrillo, alzó una ceja gris cuando Trumbull lo apuntó con el dedo.
—Supongo que mantuvieron a Smith bajo estrecha vigilancia mientras estuvo en el restaurant.
—Tan estrecha que era como si él fuese un saco y nosotros el forro. Teníamos dos hombres en el restaurant, cada uno en una mesa cerca de él. Eran hombres entrenados y capaces y toda su tarea fue tomar nota de todos los movimientos que hizo. No podía rascarse sin que lo notaran. No podía toquetear un botón, doblar un dedo, cambiar de posición una pierna o alzar un glúteo sin que lo notaran.
—¿Fue al baño en algún momento?
—No, no lo hizo. Si lo hubiese hecho, nos las habríamos arreglado para seguirlo.
—¿Estaba usted presente, señor Bunsen?
—¿Yo? No, no sirvo para ese tipo de vigilancia. Llamo demasiado la atención. Lo que se necesita para no perder de vista a un hombre es una sombra con un buen rostro gris y una falta de distinción abrumadora en cuanto a la silueta y loS rasgos. Yo soy demasiado grande, demasiado ancho; me destaco.
Drake asintió.
—¿Supone que Smith sabía que lo vigilaban?
—Puede ser. La gente que trabaja en lo de él no dura mucho si no presupone en todo momento que puede ser vigilado. En realidad, para ser francos, en un momento tuve la nítida impresión de que él sentía que lo vigilaban. Yo estaba al otro lado de la calle, en una ventana, con un par de prismáticos. Pude verlo salir por la entrada lateral del restaurant.
»El portero le abrió la puerta del taxi y Smith hizo una pausa de un instante. Miró a su alrededor como si tratara de identificar a los que podían vigilarlo y sonrió, una sonrisa tensa, no de diversión, me pareció, sino de bravata. En ese momento estuve seguro de que habíamos perdido. Y así era como se demostró después.
—Y usted está realmente seguro —dijo Drake— de que tenía el objeto encima cuando entró al restaurant y que no lo tenía encima cuando se fue.
—Estamos realmente seguros. Cuando entró, hubo algo semejante a lo que haría un carterista, un examen, y una restitución. Lo tenía, eso pueden darlo por sentado. Cuando se fue y tomó un taxi, el conductor de ese taxi era uno de nuestros hombres, que se presentó cuando el portero hizo la seña de modo completamente natural. Smith entró sin dar señales de sospecha. De eso estamos seguros. El conductor, uno de nuestros mejores hombres, entonces… Pero no importa. El asunto es que Smith se encontró enredado en un problema menor que al parecer no tenía nada que ver con nosotros. Fue arrestado, llevado a la seccionar policial, y registrado. Más tarde, cuando fue obvio que no podíamos encontrar el objeto en ninguna parte, fue registrado, más meticulosamente. Llegamos a usar rayos X.
—Podría haber dejado el objeto en el taxi —dijo Drake.
—Dudo que pudiera hacerlo con nuestro hombre conduciendo, y en todo caso, el taxi fue registrado, Escuchen —dijo Bunsen lentamente—, es inútil pensar que no somos competentes en nuestro ramo. Cuando digo que vigilamos, quiero decir que vigilamos con atención profesional. Cuando digo que registramos, quiero decir que registramos con meticulosidad profesional. No cometemos errores en los detalles.
—De acuerdo —dijo Drake, asintiendo—, pero perdieron, ¿no es así? El objeto estaba allí y después no estaba, así que o recurrimos a lo sobrenatural o debemos admitir que en algún punto fallaron. En algún punto parpadearon cuando estaba vigilando o pasaron algo por alto cuando hicieron el registro. ¿Correcto?
Bunsen tenía la expresión de quien ha mordido un limón.
—No hay modo de evitar esa conclusión, supongo. —Después, con tono combativo—: Pero muéstrenme dónde.
Drake sacudió la cabeza, pero Halsted intervino con rapidez, con la alta frente rosada de excitación.
—Aguarden un momento, la mano es más rápida que el ojo. Lo que ustedes buscaban era brillante y pesado, ¿pero tenía que permanecer así? Smith podría haberlo metido en un trozo de arcilla. Entonces tendría algo opaco e informe que podría adherir a la parte inferior de la mesa o dejar caer al piso. Aún podría estar allí.
—La mano es más rápida que el ojo cuando se tiene un público que no sabe a qué mirar —dijo Bunsen—. Conocemos todos los trucos y sabemos qué esperar. Smith no podría haber metido el objeto en arcilla sin que nuestros hombres supiesen que estaba haciendo algo. No podría haberlo colocado bajo la mesa o sobre el piso sin que nuestros hombres supiesen que estaba haciendo algo.
—Sí —dijo Halsted— pero en estas cuestiones más rápidas que el ojo, por lo común se crea una distracción. Sus hombres estaban mirando otra cosa.
—No hubo distracción, y en todo caso el restaurant fue registrado en detalle en cuanto él se fue.
—No pueden haberlo registrado en detalle —protestó Halsted—. Aún había gente comiendo. ¿Los hicieron partir a todos?
—Registramos su mesa, su zona, y con el tiempo todo el restaurant. Estamos bien seguros de que no dejó el objeto en ninguna parte. No dejó nada en ninguna parte.
Avalon estaba sentado rígidamente en la silla, con los brazos cruzados, la frente surcada por un ceño portentoso. En ese momento retumbó su voz:
—Señor Bunsen —dijo—, no estoy del todo cómodo con su relato. Reconozco el hecho de que nos ha contado muy poco y que no se ha dado nombres, lugares, situaciones ni identificaciones.
»Aún así, me está contando más de lo que deseo saber. ¿Tiene permiso de sus superiores para contarnos esto? ¿Está seguro en su fuero íntimo de que se puede confiar en todos nosotros? Podría verse en un problema como resultado, y eso sería lamentable, pero debo admitir que no es lo que más me importa por el momento. Lo que es importante es que no deseo verme objeto de interrogatorios o investigación debido a que usted ha creído adecuado honrarme con confidencias que yo no he pedido.
Trumbull había intentado inútilmente intervenir y por fin se las arregló para decir:
—Vamos, Jeff. No actúes como un animal.
Bunsen alzó una mano maciza y regordeta.
—No es nada, Tom. Comprendo el punto de vista del señor Avalon y, en cierto sentido, tiene razón. Estoy excediendo mi autoridad y las cosas se pondrán pantanosas para mí si algunas personas deciden que necesitan un chivo emisario. Sin embargo el pequeño ejercicio de esta noche puede sacarme del anzuelo si funciona. De acuerdo a mi modo de pensar vale el riesgo. Tom me aseguró que así sería.
—Lo que estás diciendo —dijo Trumbull, con una sonrisa forzada—, es que si te saltan encima en el despacho, tú saltarás encima mío.
—Sí —dijo Bunsen—, y peso mucho. —Tomó un grissin y empezó a masticarlo—. Otra cosa. El señor Avalon preguntó si yo estaba seguro de que podría confiar en cada uno de ustedes. Aparte del hecho de que Tom me lo aseguró (no es que considere seguro confiar en las afirmaciones personales de amigos cercanos) hubo un poquito de investigación. Nada a gran escala, entendámonos, pero lo suficiente como para darme un poco de confianza.
Fue en ese momento que Henry carraspeó suavemente, y de inmediato todos los rostros con excepción del de Bunsen se volvieron hacia él. Bunsen lo hizo sólo cuando advirtió el cambio de atención.
—¿Tienes algo que decir, Henry? —dijo Trumbull. Bunsen le dirigió a Trumbull una mirada claramente perpleja, pero Trumbull dijo apremiante—: ¿Es así, Henry?
—Sólo deseo saber —dijo Henry con suavidad—, si yo también he sido investigado. Sospecho que no y que tendría que retirarme.
Pero Trumbull dijo:
—Por Dios, no se dijo nada crítico.
—Me parece que en realidad el daño está hecho —dijo Henry—. Con seguridad la investigación ya no tiene sentido. El hombre que llaman Smith debe saber que es vigilado. Cuando empezaron a emplear rayos X, tiene que haber adivinado que había sido utilizado en una trampa. Entre paréntesis, ¿sigue detenido?
—No, no teníamos motivos. Quedó en libertad.
—Entonces la organización a la que pertenece sin duda debe saber lo que ha pasado, y cambiarán su modus operandi. Tal vez no lo usen más a él, otros implicados desaparecerán. Los cosas se reacomodarán por completo.
—Sí, sí —dijo Bunsen, impaciente—. Sin embargo, el conocimiento es importante en sí mismo. Si averiguamos con exactitud cómo pasó el objeto, sabremos algo sobre un modo de operación que antes no conocíamos. Al menos penetraremos en un modo de pensamiento. Siempre es importante saber.
—Ya veo —dijo Henry.
—¿Eso es todo lo que ves, Henry? —dijo Trumbull—. ¿Tienes alguna idea?
Henry sacudió la cabeza.
—Tal vez lo que pasó sea complejo y sutil, señor Trumbull. Eso no sería para mí.
—Tonterías, Henry —dijo Trumbull.
—Pero podría ser para el señor Rubin —dijo Henry con gravedad—. Creo que está ansioso por hablar.
—Ya lo creo —dijo Rubin en alta voz—, porque estoy fastidiado. Escuche, señor Bunsen, usted habló de observar con cuidado y registrar en detalle, pero creo que estará de acuerdo conmigo cuando afirmo que es muy fácil pasar por alto algo que sólo se vuelve obvio después del hecho. Puedo describir un modo en que Smith podría haber pasado el objeto sin ningún problema y sin importar la cantidad de gente que lo estuviera observando.
—Me encantaría oír esa descripción —dijo Bunsen.
—Muy bien, entonces describiré con exactitud lo que podría haber pasado. No digo que pasó, sino que podría haber pasado. Permítame empezar con una pregunta… —Rubin apartó la silla de la mesa y, aunque era de baja estatura y huesos pequeños, pareció dominar la mesa.
—Señor Bunsen —dijo—, dado que sus hombres observaron todo, doy por sentado que tomaron nota de los detalles de la comida que pidió. ¿Era el almuerzo o la cena, dicho sea de paso?
—El almuerzo, y usted tiene razón. Tomamos nota de los detalles.