Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Gonzalo preguntó:
—¿Qué sucedió con el negocio?
—Nada —respondió Brant con lo que parecía el residuo de una enorme sorpresa—. El anciano tenía razón. Los tres hijos se entienden divinamente. Es una especie de triunvirato. Cuando tiene que tomarse cualquier decisión, se reúnen y llegan a una resolución en seguida. Es en verdad algo sorprendente y si esa especie de cosa se contagiara, los abogados se morirían de hambre.
—Entonces no importa lo que dijera el anciano, ¿verdad?
—opinó Gonzalo.
—Ni lo más mínimo, excepto que durante un tiempo despertó mi curiosidad. ¿Qué es lo que estaba intentando decirme?
Ustedes ven la dificultad, supongo.
—Naturalmente —contestó Drake atusando su bigotito gris—.
No se puede hacer gran cosa con la palabra
to.
—Es peor que eso —observó Brant—. ¿Qué homónimo? ¿Era
to
(a) o
too
(también) o
two
(dos). Existen tres
tos
en la lengua inglesa. Dicho sea de paso, ¿cómo escriben esta última frase? A menudo me lo ha preguntado. Pueden
decir
«tres
tos»,
dado que los tres se pronuncian del mismo modo, pero ¿cómo lo escriben, si cada uno de los homónimos se deletrea de modo diferente?
Avalon planteó:
—Yo diría «existen tres palabras que se pronuncian
tu».
La doble
o
es la manera menos ambigua de indicar la pronunciación que tienen las tres.
—Bien, en cualquier caso, aunque yo supiera que era
too,
no serviría de nada.
Trumbull intervino:
—Puede que no haya sido una palabra, Nick. Supongamos que estuviera diciendo una palabra más larga como
constitución.
Eso son cuatro sílabas y ocurrió que él sólo consiguió articular la tercera. Todo lo que usted tendría sería tu.
—Quizá —admitió Brant—. No puedo probar que no fuera así. Pero, en aquel momento, tuve la impresión de que era una palabra, una de las tres «tos», sea cual sea la manera en que usted quiera deletrearlo. Supongo que yo estaba intentando desesperadamente leer en sus labios y él podía haber dicho
Headship to so-and-so
(La dirección a fulano) y todo lo que capté fuee el
to.
Lo cual me deja sin nada. Naturalmente, tal como dije, no importa. Los hijos se llevan muy bien. De todos modos…
Brant meneó la cabeza.
—Yo soy abogado. Me preocupaba que llegara tan cerca de haberlo hecho
bien.
Aunque él estuviera rehusando elegir a ninguno. Aunque estuviera diciendo «A nadie», habría estado expresando su último deseo y eso hubiera sido mejor que caer en una situación por defecto. Así que, durante algún tiempo estuve preguntándome. Y ahora ustedes me lo han vuelto a poner en la cabeza y seguiré preguntándome durante otro tiempo… Y sin sacar nada en limpio, porque no hay nada que sacar.
Un pesado silencio descendió sobre la mesa. Al fin fue roto por Gonzalo, quien dijo:
—Al menos es una versión interesante del juego de los homónimos. ¿Cuál de los equisonantes fue?
Trumbull preguntó:
—¿Y qué más da? Ninguno de los tres nos ayudaría a dar sentido a lo que el anciano intentaba decir.
—Ya se lo advertí —replicó Brant malhumorado—. Es un problema insoluble. No existe suficiente información.
—No tenemos que
resolverlo
—observó Halsted—, dado que no existe ninguna crisis que tenga que solucionarse ni hay delincuente al cual debamos dar castigo. Todo lo que hemos de hacer es establecer una posibilidad razonable para tranquilizar nuestra mente. Por ejemplo, supongamos que él estuviera diciendo
t-w-o
(dos).
—Bien, supongamos que fuera así —aceptó Avalon.
—Entonces puede ser que estuviera diciendo algo como «Dárselo al hijo número dos».
Brant meneó la cabeza y explicó:
—La impresión que tuve fue que el
to
que oí, estaba a mitad del mensaje. Sus labios se movieron antes y después de que oyera el
t-o.
—No estoy convencido de que usted pueda atenerse a eso —dijo Rubin—. Sus labios casi no estaban bajo control. Algo de lo que parecía ser movimiento, podía haber sido solamente un temblor.
—Es lo pone todavía peor —opinó Brant.
—Espere un poco —intervino Halsted—. Mi idea va bien incluso con la palabra en medio del mensaje. Podía haber sido algo como «Darlo a mi hijo número dos» o «Al número dos le pertenece».
Trumbull gruñó.
—Charlie Chan puede decirlo, pero ¿era probable que Huzinger hiciera eso…? Al, ¿oyó alguna vez que ese hombre se refiriera a sus hijos por medio de un número?
—No —respondió Brant—. No creo que lo hiciera nunca.
—Bien —dijo Trumbull—. ¿Y por qué demonios tenía que comenzar a hacerlo en su lecho de muerte?
—Me sorprende —manifestó Rubin—. Consideren lo siguiente. Su segundo hijo se llama Mark, que es también el nombre del autor del segundo Evangelio. Su tercer hijo se llama Luke, que es el nombre del autor del tercer Evangelio. Apostaría algo a que si hubiera tenido un cuarto hijo, se hubiera llamado John.
—¿De qué sirve hacer una suposición así? —preguntó Gonzalo. —No podemos resolverlo y decidir quién es el ganador.
—¿Por qué no fue Matthew el nombre del primer hijo?
—quiso saber Avalon.
Rubin argumentó:
—Quizás Hunzinger no pensó en ello hasta después de que naciera su segundo hijo. O, simplemente, no le gustaba Matthew. En todo caso, me choca que si la palabra era
t-w-o,
tuviera un doble significado. Se referiría al segundo hijo y al segundo Evangelio e indicaría a Mark en cualquiera de los casos.
Trumbull comentó:
—Podría haber un millón de razones por las cuales el número dos indicaría a Mark; pero aunque las reunamos todas, no resultaría más probable que él se refiriese a «mi hijo número dos», de lo que sería solamente por una razón. ¿Por qué no decir Mark, si quería referirse a él?
Brant continuó:
—Bien, podía haber dicho
to Mark;
pero todo lo que yo oí fue
to
(a).
Avalon intervino:
—Mr. Brant, me gustaría saber si usted, en algún momento, observó que Mr. Hunzinger tuviera más confianza en uno de sus hijos que en otro, que valorase en mayor grado la perspicacia para los negocios de uno en particular, que lo quisiera más.
Brant inclinó la cabeza pensativo. Luego la movió en gesto negativo.
—No puedo decir que lo notara. No tengo recuerdo alguno de nada parecido. Naturalmente, tal como dije, mi relación con la familia no era de estrecha amistad personal. Se trataba tan sólo de una cuestión de negocios. El anciano nunca confió asuntos familiares más allá de las cosas que fueran importantes para el testamento.
Gonzalo apuntó:
—Seguimos hablando acerca de los hijos. ¿Cómo sabe usted que el anciano no le concedió ninguna atención a su hija?
Supongamos que dejara el negocio a sus tres hijos, por terceras partes, pero quisiera que su hija tomara las decisiones cruciales. Podía haber pensado que ella era la que tenía el mejor sentido para los negocios y dirigiría el cotarro aunque no quisiera estar conectada con los negocios de la empresa de un modo abierto.
—¿Qué es lo que le ha inducido a esa idea, Mario? —preguntó Avalon.
—Supongamos que la palabra fuera
t-o-o
(también). Podía haber estado diciendo «Mi hija también debería estar incluida».
Algo así.
—No lo creo —declaró Brant—. Mr. Hunzinger nunca mencionó a su hija en conexión con la empresa. Recuerden también que sus prejuicios son anteriores a la Primera Guerra Mundial cuando las mujeres ni siquiera podían votar. Él no era feminista en modo alguno. Su esposa fue una simple ama de casa, y eso era lo que a él le gustaba. Se cuidó de casar a su hija con un hombre rico y, por lo que a él concernía, eso constituía el límite de su responsabilidad respecto de ella. Al menos me veo forzado a esa conclusión cuando pienso en nuestras diversas discusiones sobre el testamento.
Una vez más cayó el silencio alrededor de la mesa, hasta que Avalon dijo con un suspiro bastante teatral:
—No importa qué hipótesis establezcamos. No importa lo inteligentes e ingeniosas que éstas puedan ser; no existe modo alguno por el que podamos demostrar que son verdad. Me temo que, por esta vez, tenemos que decidir que nuestro anfitrión tiene razón y que el problema, por su misma naturaleza, es insoluble.
Gonzalo apuntó:
—No, hasta que preguntemos a Henry.
—¿Henry? —se sorprendió Brant, y su voz bajó hasta convertirse en un suspiro—. ¿Se refiere al camarero?
Trumbull le dijo:
—No hay necesidad de hablar tan bajo, Nick. Él es miembro del club.
—Entonces, le preguntaré —decidió Gonzalo—. Henry, ¿Tiene alguna idea acerca de esto?
Desde su lugar en el aparador, Henry les dirigió una ligera sonrisa y contestó:
—Debo admitir, Mr. Gonzalo, que me he estado preguntando cuál podría ser el nombre del hijo mayor.
Gonzalo señaló:
—Frank. ¿No lo recuerda?
—Perdón, Mr. Gonzalo; pero me parece recordar que el hijo mayor es B. Franklin Hunzinger. Me preguntaba qué significaba la «B».
Todos los ojos se volvieron hacia Brant, quien se encogió de hombros y dijo:
—Él está identificado como B. Franklin incluso en el testamento de su padre. Ésa es la forma legal de su firma. Siempre pensé, sin embargo, que la B. quería decir Benjamín.
—Es una suposición normal —convino Henry—. Cualquier norteamericano llamado B. Franklin parecería que estaba obligado a ser un Benjamín. Pero, ¿oyó alguna vez que algún miembro de la familia, o cualquier otra persona, se dirigiera a él como Benjamín o Ben?
Brant meneó la cabeza muy despacio.
—No recuerdo nada parecido; pero esto sucedió hace más de veinte años y yo, como he dicho, no formaba parte del círculo familiar.
—¿Y después de la muerte del anciano Hunzinger?
—Apenas tuve contacto con ellos desde entonces, ni siquiera respecto a asuntos legales.
Trumbull preguntó:
—¿A qué viene todo eso, Henry?
—Porque se me ha ocurrido que existen, para hablar de algún modo, cuatro homónimos con el sonido
t-o-o.
Avalon inquirió con voz asombrada:
—¿Cuatro? ¿Quiere decir que uno de los homónimos tiene dos significados de derivación independiente como en el caso de
b-e-a-r?
—No, Mr. Avalon. Me estoy refiriendo a los cuatro homónimos con cuatro distintos deletreos.
Avalon se apresuró a decir:
—Imposible, Henry. Manny, ¿puede usted hallar un cuarto homónimo además de
t-o-o
y
t-w-o?
—No —respondió Rubin llanamente—. No existe un cuarto homónimo.
Henry puntualizó:
—He dicho «para hablar de algún modo». Todo depende del primer nombre de B. Franklin.
Drake comentó:
—Henry, es usted muy misterioso y nos tiene a todos confundidos. Explíquese, por favor.
—Sí, doctor Drake. Mr. Brant había dicho que el viejo Hunzinger era un autodidacta y había indicado que estaba particularmente interesado en la historia romana. Él educó a sus hijos en lo que creía que era la tradición romana. Utilizó términos tales como «paterfamilias», etc. Y les dio nombres romanos tradicionales. A su hija le puso Claudia; un hijo es Mark, del romano Marcus; otro es Luke, del romano Lucius. Es posible, de hecho, que los nombres originales fueran en realidad Marcus y Lucius y que los jóvenes encontrasen Mark y Luke más aceptable para sus ambientes. Ahora bien, ¿qué ocurre si el hijo mayor tenía también un nombre romano sin ninguna forma inglesada usual? Podía no haberlo usado en absoluto, y se quedó con Franklin que se convierte en el muy común y aceptable Frank. Un nombre corriente romano que empiece con «B» es Brutus, y no tiene ninguna forma de adaptación a la lengua inglesa que resulte aceptable.
—Aja —exclamó Rubin.
—Sí, Mr. Rubin —dijo Henry—. Si el anciano Mr. Hunzinger había picoteado briznas del latín, indudablemente las últimas palabras de Julio César, una de las más famosas de todas las frases latinas, le sería conocida. Contiene la palabra
tú
que es la latina para la forma familiar de
you
(tú) y es tan conocida entre la gente educada de habla inglesa, aunque solamente fuera por esa frase, que podía casi considerarse como un cuarto homónimo. Preguntado acerca de cuál de sus hijos debería dirigir la empresa, el moribundo pensó en el mayor, recordó el nombre que le había dado cuando era niño y podía haber dicho algo así como «todos mis hijos participan y tú, Brutus, serás el jefe». La frase «y tú, Brutus» se convierte en la exclamación que murmuró César de «et tu, Brute» y solamente el «tu» sonó lo bastante fuerte para ser oído.
—Dios mío —murmuró Brant—. ¿Quién podría pensar en algo como eso?
—Pero es
lo más
ingenioso —observó Avalon—. Espero que tenga razón, Henry. Me sentaría muy mal ver desperdiciado ese razonamiento. Supongo que podríamos llamar a Hunzinger e intentar persuadirle de que nos dijera cuál es su primer nombre.
Gonzalo dijo con excitación:
—Espere, Jeff, ¿no figurará en el
Who's Who in America?
Normalmente incluyen a hombres de negocios.
Avalon objetó:
—Podían tener tan sólo la versión oficial de su nombre… B.
Franklin Hunzinger. Naturalmente a veces incluyen el resto del nombre entre paréntesis, para indicar que existe pero que no se usa.
—Veamos —propuso Gonzalo.
Bajó el primer tomo de la obra y, durante un ratito, se oyó el sonido de hojas que se movían. De pronto paró y Gonzalo gritó con voz triunfante:
—Brutus Franklin Hunzinger. El «r-u-t-u-s» entre paréntesis.
Brant enterró la cabeza entre las manos.
—Esto ha estado preocupándome durante veinte años, sin dejar de pensar en ello de cuando en cuando, y, si lo hubiera mirado en el
Who's Who…
¿Y por qué tenía que ocurrírseme mirarlo? —Meneó la cabeza—. Tengo que decírselo a ellos.
Tendrán que saberlo.
Henry apuntó:
—No creo que sea prudente, Mr. Brant. Los hermanos se llevan bien tal como están; pero, si averiguan que su padre había escogido a uno de ellos para dirigir la empresa, de lo cual tampoco podemos estar seguros, es posible que surgieran sentimientos inconvenientes. No se debe intentar arreglar lo que no está roto.