Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
»Después del desayuno, que para mí fue sólo un huevo pasado por agua y varios vasos de jugo de naranja, me parece, finalmente Emma me preguntó qué había pasado. “No mucho”, le dije. “Debo haber bebido un poco de más, y ellos me trajeron a casa y me dejaron en la esquina y no pude entrar a la casa”. Sonreí débilmente, esperando que ella encontrara divertido el eufemismo, y que lo dejara pasar.
»Pero Emma me miró pensativa —es una mujer muy práctica, ya saben, y no actuaría trágicamente por mi borrachera la primera y única vez desde que me conocía— y dijo, “Sucedió algo gracioso”.
»“¿Qué?”, pregunté.
»“Alguien me llamó”, dijo. “Era después de la medianoche. Alguien llamó y dijo, “Su esposo está afuera borracho o herido. Es mejor que vaya a buscarlo”. Pensé que era una broma, o un truco para hacerme abrir la puerta. Aun así pensé que si era cierto que estabas en problemas, tendría que arriesgarme. Tomé tu premio de banquero del año, sólo por si tenía que usarlo para golpear a alguien, salí a la calle, y te encontré. Ahora, ¿quién puede haberme llamado? No dijeron quién era”.
»Ella me miraba fijo, con el ceño fruncido, desconcertada, y mi memoria vibraba. Mi rostro debe haberme delatado, porque Emma —que es una mujer penetrante— dijo, “¿Qué sucedió anoche? ¿Qué estás recordando?”.
»De modo que se lo conté, y cuando terminé me miró con una expresión preocupada, y dijo, “Eso es imposible. No puede haber ningún falsificador en esta manzana”.
» “Sí”, dije, “estoy seguro de que lo hay. O al menos alguien en una de las otras tres casas está involucrado en eso, aunque la falsificación no estuviese realizándose en las proximidades.
»“Bien, ¿en qué casa entraste?”, quiso saber. ¿Pero cómo podía saberlo? No lo sabía.
»“¿Afuera de qué casa me encontraste?”, le pregunté.
»“De la nuestra”, me dijo.
»“Bien, entonces me sacaron y me pusieron delante de nuestra casa. Eso significa que saben a qué casa pertenecía yo. Es uno de nuestros vecinos”.
»“No puede ser”, seguía diciendo ella.
»Pero así es, lo mismo. No tenía la menor idea en qué casa equivocada me había metido, y no sé quién está involucrado en la falsificación. Y no puedo informarlo.
—¿Por qué no? —preguntó Gonzalo.
—Porque hubiera tenido que explicar que estaba cayéndome de borracho. ¿De qué otra manera podía dar cuenta de lo borroso de la información? —dijo Levan—. No quiero hacerlo. No quiero verme como un tonto o un borracho idiota, y francamente no quiero perder mi trabajo. La historia seguramente se filtraría y no se vería bien en el banco.
»Además, ¿qué haría la policía? ¿Buscar en todas las casas? No encontrarían nada, y tres propietarios, dos de los cuales serían completamente inocentes, estarían indignados. Tendríamos que vender la casa e irnos. La vida se volvería insoportable, de cualquier manera.
»Emma señaló todo esto cuidadosamente. De hecho, dijo que habría una fuerte presunción de que había fantaseado todo; que estaba teniendo delirium tremens. Estaría arruinado. Emma es una mujer brillante y persuasiva.
»Todavía me carcome. ¡Falsificación! Es la pesadilla de un banquero; es el crimen. Había tropezado con algo que podía ser grande y no pude hacer nada. No he tocado un trago desde entonces, e intento no volver a hacerlo nunca más, y es por eso que estuve un poco vehemente cuando Henry me preguntó, por segunda vez, si tomaría uno.
Hubo un silencio en toda la mesa por un rato, y entonces Avalon, golpeteando los dedos sobre el mantel, dijo:
—Sé dónde vives, Chris, pero no conozco a tus vecinos. ¿Quiénes son? ¿Qué hacen?
Levan se encogió de hombros.
—Todos entrados en años. Todos en los cincuenta o más. Ningún niño pequeño en la calle. Todos más allá de la sospecha, maldita sea. Veamos, si estás frente a las cuatro casas, la de la izquierda pertenece al matrimonio Nash. Es un agente de seguros, y ella es artrítica; una buena mujer, pero terriblemente aburrida. Es de la clase a la que le dices hola cuando pasas, pero sigues caminando. Una simple vacilación sería fatal.
»La segunda casa es de los Johnstone. Él está en los setenta y ella es tal vez dos o tres años menor. Está retirado y se supone que tienen fortuna, pero no depositan en nuestro banco y no tengo conocimiento personal sobre el asunto. Suelen variar entre Maine en el verano y Florida en el invierno, pero tiene un hijo soltero, de unos cuarenta, que se queda en la casa todo el año y no tiene empleo.
»La tercera es la nuestra, y la cuarta pertenece a dos hermanas, una la señora Widner y la otra la señora Chambers. Ambas son viudas y parece que se aferran una a la otra por calor. Están en los cincuenta y son muy despiertas. Me asombra que no se hubieran dado cuenta de que me habían levantado de junto al farol. Tienen el sueño ligero y tiene un sexto sentido para las catástrofes locales.
»Cruzando la calle no hay casas, sino solamente un gran campo y un grupo de árboles que pertenece a la Iglesia Presbiteriana que está a cierta distancia. Eso es todo.
Miró a su alrededor con desamparo, y Rubin se aclaró la garganta.
—Si seguimos las probabilidades, la elección obvia es el hijo soltero. Tiene la casa para él solo por un par de meses y nada que hacer sino trabajar en sus falsificaciones, con o sin el conocimiento de sus padres. Si los Johnstone son misteriosamente ricos, puede ser por eso. Me asombra que haya pasado esto por alto.
—Usted lo hubiera hecho si conociera al muchacho —dijo Levan—. Aunque es de mediana edad, es difícil pensar en él como en un hombre. Es aniñado en apariencia y actitud, y sin ser realmente retardado de alguna manera, está claramente poco equipado para hacerse camino en el mundo.
—Es suficientemente capaz —dijo Rubin— de mantener la casa por un par de meses por año.
—No es retardado —repitió Levan, impaciente—. Es emocionalmente inmaduro, eso es todo. Ingenuo. Y de buen corazón en extremo. Es imposible pensar en él envuelto en un crimen.
—Puede ser que estuviera actuando —dijo Rubin—. Tal vez es suficientemente inteligente para aparecer increíblemente ingenuo como para esconder el hecho de que, realmente, es un criminal.
Levan reflexionó.
—No puedo creerlo. Nadie puede ser tan buen actor.
—Si fuera inocente y aniñado —dijo Rubin—, sería muy fácil que lo utilizaran los criminales. Podría ser un peón involuntario.
—Eso no tiene sentido para mí. No podrían confiar en él; los delataría.
—Bien —dijo Rubin—, no importa cuánto dude usted, me parece que es la posibilidad más razonable, y si usted quiere hacer una pequeña investigación por sí mismo, sería mejor si mira más de cerca al joven Johnstone.
Se sentó para atrás y cruzó los brazos.
—¿Qué hay de los dos hombres de la maleta? —dijo Halsted—. ¿Los había visto antes?
—No estaba en mi mejor forma, por supuesto —dijo Levan—, pero en ese momento me pareció que eran extraños. Por cierto, no eran miembros de ninguna de las propiedades.
—Si fueran asociados externos del círculo de falsificadores —dijo Halsted—, podríamos estar razonablemente seguros de que las dos viudas no estaban involucradas. Rechazarían tener hombres en la casa, me parece.
—No estoy seguro de eso —dijo Levan—. Son damas luchadoras y no son viejas. Los hombres no son una experiencia nueva para ellas. Aun así, estoy de acuerdo; no las veo como damas pistoleras, por decir.
—Y aun —dijo Drake pensativo—, puede haber habido al menos una mujer presente. ¿Dijo usted, señor Levan, que alguien dijo, “Está completamente borracho. Sácalo afuera”, y que era una mujer?
—Fue un susurro —dijo Levan—, y no podía estar seguro. Puede haber sido una mujer, pero también un hombre. Y aun si fuera una mujer, puede haber sido otra desconocida.
—Pensaría que tenía que estar en la escena alguien que perteneciera al lugar —dijo Drake—. La casa no sería abandonada a los desconocidos, y hay al menos una mujer en cada casa.
—No realmente —dijo Halsted—. No en la casa de los Johnstone, ya que los viejos estarían en Maine ahora. Si eliminamos a las viudas, entonces queda la casa de la esquina izquierda, al de los Nash. Entonces, si el señor Levan fuera dejado en la esquina, y estuviera tan borracho que tuviera dificultades para caminar, sería posible que entrara en la primera casa y sería la de los Nash, ¿verdad?
Levan asintió.
—Sí, lo sería, pero no puedo recordar que eso sea lo que hice. De modo, ¿qué sentido tiene? De cualquier modo que discutamos y razonemos, no tengo con qué ir a la policía. Es sólo adivinar.
—Seguramente, estas personas no viven en sus casas solos —dijo Trumbull—. ¿Tienen sirvientes?
—Las viudas tienen una mujer para toda tarea que vive allí —dijo Levan.
—Ah —dijo Trumbull.
—Pero eso no me suena significativo. Sólo significa que hay tres mujeres en la casa en lugar de dos, una tercera viuda, para el caso, y bastante oprimida por las hermanas. No tiene más cerebro que el necesario para hacer la tarea doméstica, por lo poco que sé de ella. Es imposible como conspirador criminal.
—Creo que está demasiado pronto a descartar personas como imposibles —dijo Trumbull—. ¿Algún otro sirviente?
—Los Nash tienen cocinera —dijo Levan—, que viene durante el día. Los Johnstone tienen un ayudante que trabaja principalmente en el jardín, y nos ayuda a los demás cuando tiene tiempo. Emma y yo no tenemos sirvientes en la casa. Emma es fuerte y eficiente y me obliga a ayudarla —lo que es justo, supongo. No cree en los sirvientes. Dice que destruyen la privacidad y que nunca hacen las cosas bien, de todos modos, y estoy de acuerdo con ella. Aun así, deseo tener a alguien que pase la aspiradora en mi lugar.
Con un rastro de impaciencia, Trumbull dijo:
—Bien, la aspiradora no es el punto. ¿Qué dice de la cocinera de los Nash y del ayudante de los Johnstone?
—La cocinera tiene cinco niños en casa, con el mayor a cargo, de acuerdo con los Nash, y si tiene tiempo libre para el crimen creo que debería tener una medalla. El ayudante es tan profundamente religioso que es ridículo pensar en él rompiendo el mandamiento contra el robo.
—La mojigatería puede ser fácilmente asumida como una cobertura —dijo Trumbull.
—No veo señales de eso, en este caso.
—¿No sospecha de él?
Levan sacudió la cabeza.
—¿Sospecha de alguien?
Levan sacudió la cabeza.
—¿Qué pasa con quien fuera que llamó a su esposa —dijo Gonzalo, de repente—, para decirle que usted estaba afuera en la cuneta? ¿Reconoció la voz?
Levan sacudió la cabeza enfáticamente.
—No pudo hacerlo. Era sólo un susurro.
—¿Es sólo su opinión, o ella se lo dijo?
—Ella me lo hubiera dicho inmediatamente si lo hubiera reconocido.
—¿Era el mismo susurro que usted escuchó en la casa?
—Ella escuchó uno —dijo Levan impaciente— y yo escuché otro. ¿Cómo podemos comparar?
—¿Era la voz que escuchó su esposa la de una mujer?
—Emma nunca lo dijo. Dudo que pudiera distinguirla. Dijo que pensó que podía ser una manera de hacerle abrir la puerta, de modo que tal vez le pareció un hombre. No lo sé.
Gonzalo parecía molesto, y dijo bastante rudamente:
—Tal vez no hay nadie de quien sospechar. Usted puede pensar que siente el dinero falso, pero ¿cómo sabe que puede hacerlo cuando está totalmente mareado? Puede ser que haya visto dinero real y que ninguna falsificación esté sucediendo.
—No —dijo Levan enfáticamente—, y aunque así fuera, ¿qué harían dos extraños con una maleta llena de billetes de cien dólares? Nuevos. Pude oler la tinta. Incluso si no fueran falsificados, vendrían de alguna clase de crimen.
—Tal vez todo el asunto… —dijo Gonzalo.
Dejó la frase sin terminar, y Levan, calentándose un poco, dijo:
—¿… es un elefante rosa? ¿Cree que imaginé todo?
—¿Es imposible? Si no hay nadie de quien sospechar, si ninguno pudo estar involucrado, tal vez nada sucedió realmente.
—No —dijo Levan—. Sé lo que vi.
—Bien, ¿qué vio? —dijo Drake repentinamente, mirando a Levan a través del humo de su cigarrillo—. Usted estaba en la cocina. Vio el empapelado, si había, el color, los muebles. Los detalles de cocina no eran idénticos, ¿verdad? Puede entrar en cada casa e identificar en qué cocina estuvo, ¿no es así?
Levan se sonrojó.
—Desearía poder. La verdad es que no vi nada. Sólo estaban los dos hombres, la maleta sobre la mesa, y el dinero. Ocupaba toda mi atención, y ni siquiera puedo describir la maleta —Agregó a la defensiva—. No era yo. Estaba… estaba… Y además, después de quince o treinta segundos había desmayado. No supe dónde estaba.
Avalon, preocupado, dijo:
—¿Qué vas a hacer sobre esto, Chris? ¿Estás investigando por ti mismo? Eso podría ser peligroso, lo sabes.
—Lo sé —dijo Levan—, y no soy un investigador. Emma, que tiene más sentido común en su pulgar izquierdo que el que yo tengo en todo el cuerpo, dijo que si trataba de hacer cualquier pregunta o buscar huellas, no sólo haría un tonto de mí mismo, sino que me podría meter en problemas con la policía. Dijo que era mejor que alertara al banco para ser cuidadoso con los billetes de cien dólares falsos y que investigara esos, cuando entraran, por los métodos habituales. Por supuesto, los billetes de cien dólares no están llegando. Supongo que los falsificadores no los pasarán en esta área.
—Entonces —dijo Gonzalo descontento— no hemos llegado a ninguna parte y eso es frustrante. Henry, ¿puedes agregar algo a todo esto?
Henry, que estaba parado junto al aparador, dijo:
—Hay una pregunta que podría hacer, si me permite.
—Adelante —dijo Levan.
—Señor Levan, usted dijo, más temprano, que su esposa tenía su propia carrera en bienes raíces, pero dijo “creo”. ¿No está seguro?
Levan pareció sobresaltado, y entonces rió.
—Bien, nos casamos hace cinco años, cuando cada uno había estado soltero por un buen tiempo, y estábamos acostumbrados a la independencia. Tratamos de interferir el uno con el otro lo menos posible. Realmente, estoy seguro de que está comprometida con los bienes raíces, pero no hago preguntas y ella tampoco. Es uno de esos matrimonios modernos; un mundo diferente del primero.
Henry asintió y quedó silencioso.
—Bien —dijo Gonzalo impaciente—. ¿Qué tienes en mente, Henry? No te lo guardes.
Henry parecía confuso.