Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
»Por su posición en la constelación, Beta Persei es a veces llamada, consecuentemente, la Estrella del Demonio. Los árabes, que adoptaron el criterio griego sobre el cielo, la llamaron
Al Ghul,
que quiere decir “El Ghoul”, su versión de algo tan horrible como Medusa, y nuestra versión inglesa del nombre árabe es “Algol”. Ése es ahora el nombre común de la estrella.
»Ya que la señorita Dandle citó ese poema para definir a los extraterrestres, quería decir que eran ghouls, demonios necrófagos, y por tanto peores que los caníbales, y debe haber querido decir que no era sorprendente que fueran así, ya que procedían de una estrella conocida como “El Ghoul” —un hecho que seguramente pudo haber tomado de algún libro de vulgarización de astronomía, como hice yo. Le sugeriría, entonces, señor Dandle, que cuando vea a su hermana mañana le diga que los extraterrestres vienen de Algol.
Dandle sonrió brillantemente por primera esa la noche y empezó a aplaudir.
—Henry, lo haré. Ésa debería ser la respuesta y estoy seguro de que así es.
—Nada puede ser completamente seguro en este caso, señor Dandle, pero vale la pena arriesgarse.
Eleanor se preocupó un poco por esta historia porque le parecía (y a mí también) que no era demasiado admirable que Jonathan Dandle quisiera engañar a su hermana, ni que los Viudos Negros le ayudaran a hacerlo. Aun así, sentía que la causa era suficientemente buena para justificar la acción, y me las arreglé para convencer a Eleanor de eso, también
De hecho, Dandle también se preocupó, y tampoco tuve nada que ver con eso. Mis personajes siempre se las arreglan para tener vida propia y generalmente hacen cosas sin mi deseo consciente de que las hagan.
De todas maneras, tengo mi propia lista de cosas que no me gustan o que desapruebo, y bien arriba están los cultos irracionales de toda especie, aunque se cubran con capas de seudorreligiosidad o no. Téngase en cuenta que esto no se extiende a sentimientos religiosos honestos y racionales, como mostré en mi historia “The One and Only East
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“ que apareció en una colección anterior de los Viudos Negros.
En consecuencia, si le puedo dar en el ojo a uno de ellos, aunque sea sólo en ficción, no vacilo.
La historia apareció en el ejemplar de
EQMM
de abril de 1984.
“The Redhead”
Mario Gonzalo, anfitrión de la reunión de los Viudos Negros de esa noche, había decidido, evidentemente, presentar a su invitado con
éclat
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. Al menos repicó la cuchara contra su copa y, cuando todos habían interrumpido sus conversaciones previas a la cena y levantaron la mirada de sus cócteles, Mario hizo la presentación. Incluso había esperado a Thomas Trumbull, habitualmente demorado, antes de hacerlo.
—Caballeros —dijo—, éste es mi invitado, John Anderssen —con s-s-e-n al final. Pueden descubrir cualquier cosa que quieran acerca de él en el interrogatorio de esta noche. Sin embargo, una cosa debo decir porque sé que este puñado de bocones asexuados nunca lo descubrirá por sí mismo. John tiene una esposa quien es, absolutamente, el espécimen de feminidad más guapo que el mundo haya visto. Y lo digo como un artista con ojo de artista.
Anderssen enrojeció y parecía incómodo. Era un hombre rubio, joven, de tal vez unos treinta años, con un pequeño bigote y piel blanca. Tenía unos cinco pies, diez pulgadas de altura y rasgos bastante formados que puestos juntos formaban un rostro atractivo.
Geoffrey Avalon, mirando hacia abajo, con la espalda bien derecha, desde sus setenta y cuatro pulgadas, dijo:
—Debo felicitarle, señor Anderssen, aunque usted no necesita tomar seriamente la caracterización de Mario acerca de nuestra asexualidad. Estoy seguro de que cada uno de nosotros es bastante capaz de apreciar una mujer hermosa. Yo mismo, aunque podría considerarse que he pasado el primer vigor de juventud de sangre caliente, puedo…
—Déjalo pasar, Jeff —dijo Trumbull—. Déjalo pasar. Si vas a entregarnos un embarazoso resumen de tus hazañas, es mejor que te interrumpa. Desde mi punto de vista, la siguiente mejor cosa que tener a la joven mujer entre nosotros —si nuestras costumbres lo permitieran— sería ver su fotografía. Imagino, señor Anderssen, que lleva una foto de su bella esposa en su cartera. ¿Consentirá en que la veamos?
—No —dijo enfáticamente Anderssen. Entonces ruborizándose furiosamente agregó—. No quiero decir que no puedan verla. Quiero decir que no tengo una fotografía conmigo. Lo siento —Pero lo dijo desafiante, y claramente no lo sentía.
—Bien, ustedes se la pierden, mis amigos —dijo Gonzalo descaradamente—. Deberían ver su cabello. Es gloriosamente rojo, un rojo tan vivo que brilla en la oscuridad. Y el natural, totalmente natural —y sin pecas.
—Bien —dijo Anderssen casi tartamudeando—, ella permanece fuera del sol. Su cabello es su mejor característica.
Emmanuel Rubin, quien había estado parado en los alrededores, viéndose bastante hosco, dijo en voz alta:
—Y un genio a probar, supongo.
Anderssen se volvió hacia él.
—Ella tiene su carácter —dijo con un dejo de amargura. Pero no dijo más.
—Supongo que no hay mito más durable —dijo Rubin— que el que los pelirrojos tienen mal carácter. La rojez del cabello es como la del fuego y los principios de la magia de la simpatía conduce a las personas a suponer que la personalidad se manifestaría en el cabello.
James Drake, quien compartía con Avalon el dudoso privilegio de ser el más viejo de los Viudos, suspiró nostálgico.
—He conocido —dijo— algunas pelirrojas de sangre muy caliente.
—Es seguro que sí —dijo Rubin—. Como todos los demás. Es una suposición autocomplaciente. Los niños pelirrojos, especialmente las niñas, son perdonados por ser desagradables y de mal comportamiento. Los padres suspiran inútilmente y murmuran que eso es por el cabello, y el que tiene cabello rojo en la familia explica cómo el Gran Tío Joe limpiaría el piso con cualquiera de la cantina que diga algo que sea menos que un servil cumplido. Los muchachos suelen crecer y les quitan la basura los compañeros no pelirrojos quienes les enseñan modales, pero a las chicas no. Y, si además fueran hermosas, crecen sabiendo que se les perdonará la descortesía hasta el mango. Una juiciosa patada ocasional en el trasero les haría un mundo de bien.
Rubin, cuidadosamente, no miró a Anderssen durante el curso de su comentario, y Anderssen no dijo una palabra.
Henry, el indispensable camarero en las cenas de los Viudos Negros, dijo tranquilamente:
—Caballeros, pueden tomar asiento.
El chef del Milano había decidido claramente ser ruso esa noche, y un excelente
borscht
fue seguido por un aun más delicioso Buey
Stroganoff
en cama de arroz. Rubin, quien habitualmente soportaba la comida con una expresión de estoica desaprobación, en principio, permitió que una sonrisa jugara sobre su rostro de escasa barba en esta ocasión, y se sirvió abundante porción del oscuro
pumpernickel
.
Mientras, Roger Halsted, cuya inclinación a la buena comida era legendaria, negoció tranquilamente una segunda porción con Henry.
El invitado, John Anderssen, comió sin privaciones y participó entusiasmado en la conversación que, por lógica asociación tal vez, giró mayormente acerca del abatimiento de un avión comercial coreano por los soviéticos. Anderssen señaló que la nave había sido ampliamente mencionada como “Vuelo 007”, que era el número del fuselaje, durante las primeras semanas. Entonces, alguien debe haber recordado que 007 era el código de James Bond, de modo que cuando los soviéticos insistieron en que el avión era un avión espía, se convirtió en las noticias en “Vuelo 7”, y el “00” desapareció como si nunca hubiera existido.
También mantuvo vigorosamente que al avión, habiendo perdido su curso inmediatamente después de salir de Alaska, no debía habérsele negado información sobre el hecho. Estaba gritando, con el rostro enrojecido, que dicha omisión, cuando se sabía que la Unión Soviética era reaccionaria con respecto a los aviones de reconocimiento americanos y a la retórica de “imperio maligno” de Reagan, era indefendible
No prestaba atención, de hecho, a su postre, una
baklava
nadando en miel; dejó su café a la mitad; e ignoró totalmente la suave petición de Henry de que hiciera saber sus deseos respecto al brandy.
Realmente, estaba aporreando la mesa cuando Gonzalo repicó la cuchara contra su copa de agua. Avalon se vio obligado a levantar su voz de barítono para ordenar.
—Señor Anderssen, si es tan gentil…
Anderssen se aplacó, y parecía vagamente confundido como si estuviera recordando dónde estaba, con alguna dificultad.
—Es el momento del interrogatorio —dijo Gonzalo—, y Jeff, ya que tienes presencia de autoridad necesaria en caso de que John, aquí presente, se excite, supongo que harás los honores.
Avalon se aclaró la garganta y miró a Anderssen solemnemente por unos momentos.
—Señor Anderssen —dijo—, ¿cómo justifica su existencia?
—¿Qué? —dijo Anderssen.
—Usted existe, señor. ¿Por qué?
—Oh —dijo Anderssen, aún recuperándose. Entonces, con voz áspera y baja, dijo—: para expiar mis pecados de una existencia anterior, debería pensar.
Drake, quien estaba aceptando de manos de Henry un refresco, murmuró:
—Y todos. ¿No crees, Henry?
Y el rostro sesentón y sin arrugas de Henry permaneció sin expresión mientras decía, muy suavemente:
—Un banquete de los Viudos Negros es seguramente una recompensa a la virtud más que la expiación de pecados.
—Un punto manifiesto, Henry —dijo Drake, levantando su copa.
—Dejemos fuera —gruñó Trumbull— las conversaciones privadas.
—¡Caballeros! —dijo Avalon, levantando la mano—. Como todos conocen, no apruebo completamente nuestra costumbre de interrogar al invitado en la esperanza de encontrar problemas que podrían interesarnos. Sin embargo, deseo llamar su atención a un fenómeno en particular. Aquí tenemos a un hombre joven —joven por cierto para los estándares de viejos bigotudos como nosotros— bien proporcionado, de excelente apariencia, que parece exudar buena salud y un aire de éxito en la vida, aunque aún no hemos averiguado la naturaleza de su trabajo…
—Tiene buena salud y le va bien en el trabajo —dijo Gonzalo.
—Me alegra escuchar eso —dijo Avalon, grave—. Además, está casado con una joven hermosa, de modo que uno no puede hacer sino preguntarse por qué él sentirá que la vida es tan pesada que le lleva a creer que existe sólo en orden de expiar sus pecados pasados. Considero, también, que durante la comida que acaba de terminar, el señor Anderssen estuvo animado y vivaz, en absoluto incómodo ante nuestras cabezas más viejas y más sabias. Creo que le gritó aun a Manny, quien no es gritado impunemente…
—Anderssen estaba desarrollando su opinión —dijo Rubin, indignado.
—También lo creo —dijo Avalon—, pero lo que deseo subrayar es que es voluble, expresivo, y que no retrocede en expresar sus opiniones. Pero en el momento del cóctel, cuando la conversación giraba alrededor de su esposa, parecía hablar muy renuentemente. Sobre esto, deduzco que la fuente de la infelicidad del señor Anderssen puede ser la señora Anderssen… ¿Es así, señor Anderssen?
Anderssen se veía afligido y permaneció en silencio.
—John —dijo Gonzalo—, expliqué los términos. Debes responder.
—No estoy seguro de cómo responder —dijo Anderssen.
—Permítame ser indirecto —dijo Avalon—. Después de todo, señor, no hay intención de humillarle. Y por favor tenga presente que nada que se diga en esta habitación será repetido por ninguno de nosotros en ningún lugar. Eso incluye a nuestro estimado camarero, Henry. Por favor, hable con libertad. Señor Anderssen, ¿hace cuánto tiempo está casado?
—Dos años. Realmente, cerca de dos años y medio.
—¿Algún hijo, señor?
—No todavía. Esperamos tenerlo algún día.
—Si existe esa esperanza el matrimonio no debería estar fracasando. Supongo que no están considerando el divorcio.
—Ciertamente no.
—¿Entiendo entonces que usted ama a su esposa?
—Sí. Y antes de que lo pregunte, estoy bastante seguro de que ella me ama.
—Hay, por supuesto, cierto problema en estar casado con una mujer hermosa —dijo Avalon—. Los hombres son atraídos por la belleza. ¿Está usted asediado por los celos, señor?
—No —dijo Anderssen—. No tengo razón para ello. Helen —es mi esposa— no tiene gran interés en los hombres.
—Ah —dijo Halsted, como si una gran luz se hubiera encendido.
—Excepto en mí mismo —dijo Anderssen indignado— Ella no es en absoluto asexual. Además —continuó— Mario exagera. Tiene esa exuberante cabeza de notable cabello rojo, pero aparte de eso no es realmente espectacular. Su aspecto, diría, es normal —aunque debo confiar ahora en su afirmación de que todo lo dicho aquí es confidencial. No desearía que se repitiera esa afirmación. Su figura es buena, y yo la encuentro hermosa, pero no hay hombres atrapados sin remedio de sus trucos, y yo no estoy asediado por los celos.
—¿Qué nos dice de su temperamento? —dijo Drake de repente—. Eso fue mencionado y usted admitió que ella tenía el suyo. ¿Supongo que habrá muchas discusiones y lanzamiento de platos?
—Algunas peleas, seguro —dijo Anderssen—, pero no más de lo normal. Y sin lanzamiento de platos. Tal como el señor Avalon señaló, soy expresivo, y también lo es ella, y los dos somos buenos a la hora de gritar, pero una vez soltado el vapor podemos ser igual de buenos para abrazarnos y besarnos.
—Entonces, ¿estoy en lo cierto, señor, que su esposa no es la fuente de sus problemas? —dijo Avalon.
Anderssen se quedó nuevamente en silencio.
—Debo pedirle que responda, señor Anderssen —dijo Avalon.
—Ella es el problema —dijo Anderssen—. Por ahora, eso creo. Pero es demasiado tonto para hablar de él.
—Por el contrario —dijo Rubin, enderezándose—. Hasta ahora sentí que Jeff estaba haciéndonos perder el tiempo con irritaciones domésticas de las que intentamos, en parte, escapar con estas cenas. Pero si hay algo tonto involucrado, entonces queremos escucharlo.
—Si lo deben saber —dijo Anderssen—. Helen dice que es una bruja.