Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—¡Deténganse, idiotas! ¿Es tiempo de interrogatorio? Charles, no respondas a ninguna pregunta hasta que sea el momento. Ahora, disfruta de la cena sin molestias. No les comprendo, par de… chistosos. ¿Acaso necesitan que les expliquen las reglas del club cada noche?
—No hay reglas —dijo Rubin con presteza.
—¿Sí? —dijo Gonzalo—. Me pregunto si vas a sostener esa doctrina la próxima vez que traiga una dama como invitada.
—¡Eso es cuestión de tradición! —aulló Rubin—. Si no puedes comprender la diferencia entre tradición y reglas…
Y la discusión degeneró en una de libertad verbal y todos a la vez.
La bullabesa fue terminada; las calientes servilletas perfumadas fueron colocadas para su apropiado uso; el Alaska horneado fue consumido; y los Viudos Negros remoloneaban sobre su café (té para el invitado) cuando Trumbull repicó la cuchara contra la copa de agua y dijo:
—Mario, ya que no has mostrado el mal gusto de tostar a mi invitado antes de que estuviera adecuadamente alimentado, ¿serías nuestro cocinero en jefe?
Gonzalo se sobresaltó ligeramente. Había realizado la consabida caricatura del invitado, capturándole con un espectacular perfil estilo Byron. Dijo:
—Señor Soskind, es costumbre comenzar pidiendo al invitado que justifique su existencia. Permítame contestar yo mismo a la pregunta. Juzgo que usted diría en respuesta que está justificando su existencia con el empleo de su ruso para ayudar al gobierno americano a derrotar a la Unión Soviética.
Soskind, que estaba mirando la caricatura, dijo:
—La palabra “derrotar” tiene connotaciones desagradables. Preferiría decir que estoy haciendo mi parte para asegurar los intereses de los Estados Unidos, que, según creo, significa primero y primordial la preservación de la paz mundial y la protección de los derechos humanos.
—Pero, ¿no estaría usted —dijo Gonzalo—, haciendo una muy buena cantidad de dinero si se presentara en el mundo del espectáculo?
Soskind enrojeció y parecía luchar consigo mismo para evitar una explosión. Sin embargo, su control se quebrantó y dijo.
—Esa es una pregunta idiota, y la respuesta apropiada que debería darle es un golpe en la mandíbula.
Por un momento, la reunión se congeló y entonces Trumbull dijo, con afabilidad totalmente inusual:
—Eso está fuera de lugar, Charles. Te conté el modo en que jugamos nuestro juego cuando te invité a cenar. No niego que Mario es frecuentemente un idiota, todos lo somos… a excepción de nuestro buen Henry… pero en este caso él tenía su derecho. Estaba haciendo una pregunta, y puede preguntar cualquier cosa. Tienes que estar dispuesto a comprender que debes responder todas las preguntas con la verdad. Lo que digas no saldrá jamás de esta habitación.
—Por supuesto, Tom —dijo Soskind—. Le ruego me disculpe, señor Gonzalo, y también todos los demás —Aspiró profundamente, no sin alguna señal de seguir enojado—, supongo que debo parecerle a ciertas personas que podría haber tenido éxito en Hollywood, sobre todo si realmente me veo como su boceto, señor Gonzalo. Supongo que hizo lo posible por representarme pero de veras deseo no parecerme para nada.
»El buen aspecto, suponiendo que lo tenga, podría ponerme en las películas, pero dudo que puedan hacerme exitoso a menos que tuviera alguna habilidad mínima en actuación, algo que no tengo. Aun así, eso no me haría feliz a menos que tuviera el temperamento de un actor, el cual es mi polo opuesto. Hago lo que quiero hacer, estudiar los idiomas de la humanidad, por las razones que he mencionado y si eso conlleva una adecuada compensación. Estoy bastante listo para renunciar a mis sueños de avaricia. ¿Lo he dicho con claridad?
—Muy claro —dijo Gonzalo—, pero, ¿qué le hace pensar que carece del temperamento de un actor? Conozco una buena cantidad de actores y tienen todo tipo y variedad de temperamentos. Y por habilidad para actuar, me parece que usted tiene la capacidad para… lo histriónico, si Manny me dice que esa es la palabra que necesito.
—Por una vez, es la palabra que quieres —dijo Rubin.
Soskind inclinó la cabeza por un momento. Cuando la levantó parecía que las nubes hubieran desaparecido y que el sol brillaba otra vez. Su sonrisa era casi irresistible.
—Caballeros —dijo—, veo que aún estoy haciendo las cosas difíciles para ustedes. No deseo que sea así. ¡De veras! Es que en los últimos diez días no he sido yo mismo. Les puedo asegurar que por lo común no soy dado a lo histriónico, y que no habrá más de ahora en adelante.
Varios de los Viudos Negros hablaron al mismo tiempo y la voz de Trumbull se elevó incisivamente.
—¡Mario tiene la palabra!
—Gracias, Tom —dijo Gonzalo, y por fin preguntó lo que todos habían tratado de saber—. ¿Por qué no es usted mismo? Y por favor no diga que es privado o que no es asunto mío. Ésa es mi pregunta y quiero una respuesta.
—Lo entiendo —dijo con calma Soskind—. Me temo que es una vieja y aburrida historia. Una joven dama con quien estaba yo… estoy… oh, bueno, maldición, siempre enamorado, si no les importa que aparezca como un imbécil romántico, me traicionó y… bueno… ¿Qué más tengo que decir?
—¿Se fue con su mejor amigo? —preguntó Gonzalo.
Soskind se rebeló.
—Claro que no. ¡Nada como eso! No es esa clase de mujeres.
—Bueno, entonces, ¿qué sucedió? —preguntó Gonzalo.
La voz de barítono de Avalon retumbó.
—¡Esperad! Antes de su respuesta, señor Soskind… y con el permiso de Mario… por favor, dígame si existe algún misterio en esto.
—¿Misterio, señor? —Soskind parecía perplejo.
—Sí. Algo que usted no comprenda; cualquier cosa que le extrañe y que no pueda ser explicado.
—¡Nada de eso! —dijo Soskind—. ¡Desearía que lo hubiera! Es todo muy simple y, para mí, descorazonador. Claire rompió su palabra, eso es todo. Tomó una ventaja injusta y ni siquiera tuvo la decencia de avergonzarse. No podría vivir con eso sin importar cuánto la ame… Pero eso no me hace muy feliz, el no poder vivir con eso.
—Sin misterios —dijo Avalon sonriente—. Podrías desear que el tema termine, entonces, Mario. ¿Por qué investigar un asunto triste tan sólo por investigarlo?
—Gracias —dijo Soskind.
Gonzalo frunció la frente.
—Aunque Tom resuelva la decisión del anfitrión en mi lugar, Jeff, no dejaré el tema. Soy curioso.
Trumbull dudó.
—Consultaré al grupo. ¿Cuántos quieren que el tema se termine?
Él y Avalon levantaron la mano, y Trumbull dijo:
—Cuatro a dos contra terminar el tema. Henry… ¿votas?
Henry, quien estaba sirviendo un poco de brandy en la copa de Drake, dijo:
—Sí, señor. Mi mano no estaba levantada. Creo que si el señor Soskind aún siente afecto por la joven dama, debe tener la sospecha de que la está juzgando mal. Nos ayudaría si nos cuenta los detalles.
—Estaba pensando lo mismo —dijo Rubin, y se escuchó un murmullo de acuerdo alrededor de la mesa.
Soskind los miró en el rostro.
—Está bien, les contaré, pero ya verán que no hay dudas sobre la cuestión. No tengo sospechas de estar juzgándola mal.
»Ya saben que es particularmente difícil para mí encontrar una joven en quien interesarme. Por favor, no hagan caras burlonas de no creer. Atraigo instantáneamente la atención femenina, supongo, por… mi apariencia, como sería una ostentosa buena salud, o si fuera una estrella del rock, pero ¿qué valor tiene esta atención instantánea por razones tan superficiales como esas?
»Soy humano, y algunas veces tomo ventaja de esa atención, particularmente cuando me seduce el pensamiento de que es algo más que una cuestión de apariencia superficial lo que las atrae, o si, en cambio, me siento atraído por una cosa u otra sin importancia. En ese caso, caballeros, me desilusiono rápidamente, y, como debe ser, también ellas.
»Por otro lado, mi apariencia frecuentemente trabaja en mi contra y realmente repele mujeres jóvenes, y no necesita mostrar exageradas expresiones de descreimiento, señor Gonzalo. Hay muchas mujeres que llegan a un juicio instantáneo erróneo con respecto a mí, sin error de mi parte.
»Desafortunadamente, los novelistas que forman nuestras creencias estereotipadas hacen a sus heroínas increíblemente bellas, pero muy raramente extreman el buen aspecto de sus héroes. Los protagonistas masculinos tienden a verse de facciones marcadas y elegantemente ordinarios. El resultado es que como no resulto ordinario, aparezco como sospechoso.
»He escuchado comentarios indirectos. “¿Quién quiere un novio más bello que yo?”. “Tendré que pelear por una oportunidad frente al espejo”.
»Es un estribillo universal que si un hombre es, comillas, buen mozo, cierro comillas, como yo he sido descrito por esta reunión, al menos implícitamente, entonces debo ser vano, egoísta, caprichoso, y lo peor de todo, un tonto melindroso y sin cerebro.
»En estos días, de hecho, las mujeres parecen descartarme, de vista, por tener tendencias homosexuales, las que no tengo, dicho sea de paso, simplemente porque, comillas, así van las cosas con estos hombres hermosos, cierro comillas.
»Da la casualidad que soy una persona seria. No quiero decir con eso que carezca de sentido del humor, o que no pueda reír, o que ocasionalmente no disfrute haciendo el tonto. El punto reside en la palabra “ocasionalmente”.
»Por lo general, estoy interesado en trabajar sin levantar cabeza y con honestidad por mis propios medios, por mi carrera y mis intereses intelectuales. Y quiero que mi mujer sea seria, también.
»Las mujeres que más me interesan, las inteligentes, serias y ambiciosas, son las que más parecen huir de mí, las que más rápidamente deciden que soy una repugnante nulidad; que soy, comillas, demasiado bello, cierro comillas.
»Hasta que conocí a Claire.
»Ella es, desde todo punto de vista, mi tipo (si no les importa la charla irlandesa). Es lingüista, también, especializada en lenguas romances, como yo en las eslavas.
»Es bastante atractiva, al menos así la veo yo, y bastante indiferente ante ese hecho. Es seria, inteligente, trabajadora, y feminista, algo más que de palabra, y ha hecho su propio camino, sin demasiados problemas, en el mundo del hombre.
»No me enamoré a primera vista. ¿Qué puede uno conocer a primera vista que no sean superficialidades, y bastante decepcionantes? Nos conocimos en la biblioteca, donde estábamos los dos comprometidos en una investigación, y descubrimos que teníamos intereses en común. Yo estaba en el Departamento, ella en Columbia.
»Nos encontramos otra vez y se hizo habitual. Cuanto más conocíamos el uno del otro, nos sentíamos más satisfechos. Resultó que teníamos las mismas opiniones en política, literatura y arte, al menos en líneas generales, aunque había diferencias de detalle suficientes para provocar discusiones interesantes.
»Lo que más me gustaba de ella era que cuando había un desacuerdo, expresaba sus puntos de vista con calma y con argumentos convincentes, y consideraba mis respuestas sin pasión y con reflexión. Había momentos en que aceptaba mi punto de vista, y momentos en que yo aceptaba los suyos, aunque en la mayoría de las ocasiones, debo admitirlo, seguíamos en desacuerdo. No pude convencerla de votar por los Republicanos, por ejemplo.
»Al final, me enamoré, por lo que no quiero decir que estaba superado por un anhelo fantasioso de intimidad física. Existía, por supuesto, pero no es lo que yo considero, comillas, amor, cierro comillas. Estaba enamorado porque quería desesperadamente, si era posible, una compañía continuada, de por vida, donde cada uno pudiera seguir sus objetivos e intereses; juntos, si era posible; separados, si era necesario… aunque en este último caso, cada uno con el interés y el apoyo del otro.
»Hubo una conversación sobre matrimonio y niños, y también lo que podríamos llamar interludios románticos… ninguno de los dos era inmaduro… y entonces, un día, surgió que ninguno de los dos había estudiado Latín.
»“Deberíamos hacerlo”, dijo Claire, “por ninguna otra razón que el estímulo intelectual. Además, eso complacerá al profesor Trent”.
»Debo contarles acerca de Marcus Quintus Trent. Era un Latinista de la vieja escuela (y también lo era su padre, de allí su nombre) y tenía un cargo emérito en Columbia. Había sido amigo del padre de Claire, e instrumento para despertar su interés en lenguas. Lo había conocido y me parecía genial, interesante, y sobre todo, civilizado. Tenía las maneras de un caballero, en el sentido no-americano de la palabra, y eso le hacía aparecer inmensamente anticuado al tiempo que inmensamente civilizado.
»Su Latinismo le llevaba a creer, al menos lo parecía algunas veces, que vivía en tiempos de Julio César. No sólo era Latino en su modo de hablar; juraría que pensaba así también. Parecía esforzarse en no referirse al Presidente como al Emperador. Usaba palabras en latín sin darse cuenta y era probable que fechara sus cartas en el mes de Februarius.
»Sospecho que estaba un poco angustiado porque Claire había estudiado todos los derivados del Latín —inclusive un poco de Catalán y de Rumano— sin haberse enfrentado al mismo Latín. Eso pudo haberla ayudado a decidirse a estudiarlo.
»Automáticamente, decidí seguir con ella y por lo tanto comencé lo que he referido antes, esta noche, como mi, comillas, maldita tarea actual, cierro comillas.
»No utilizo el adjetivo para indicar que la tarea es difícil. Aprender Latín no es la mayor de las tareas que un no-lingüista puede asumir. Para mí, la estructura del Ruso era un excelente entrenamiento para la casi simple estructura del Latín. Para Claire, el vocabulario del Latín no era ningún problema, ya que es primo del Italiano, el que ella hablaba como una nativa. Y ambos teníamos un talento natural para los idiomas, por no mencionar una práctica considerable en aprenderlos. No, la tarea era maldita por algo que nada tenía que ver con el idioma en sí.
»Discutimos, con considerable animación, el asunto de cuál de los dos llevaría mayor ventaja final, yo con mi cabeza gramatical como inicio, o ella con el empuje de su vocabulario. No fue hecha en voz alta la pregunta de cuál de los dos podría ser mejor lingüista en general.
»Sí, señor Rubin, me doy cuenta que instalar una competencia entre dos ambiciosos, las personas tesoneras bien podía poner en peligro el afecto que había crecido entre ellas. Ninguno de los dos hubiera querido ser derrotado, pero estábamos de acuerdo en que nuestro amor era fuerte, lo suficiente para sobrevivir al hecho de que uno de nosotros estaba en peligro de ser derrotado por el otro.