Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
»Después de todo, ¿qué era una sola derrota? Si uno de nosotros era un claro perdedor esta vez, él o ella podía ganar en la siguiente. El tono entusiasta del intelecto, agudizado por la competencia, podría, de hecho, servir para facilitar el progreso en nuestra profesión, y eso compensaría con creces el frívolo recuento de victorias y derrotas.
»Al menos, nos convencimos el uno al otro de que era así.
»La idea era que ambos estudiaríamos Latín, independientemente, por medios propios, usando textos y autores de nuestra elección. Después de seis meses, Trent nos daría un trozo de literatura en Latín a traducir y lo juzgaría sobre la base de la agudeza y elocuencia en la traducción. En otras palabras, una traducción palabra a palabra no era suficiente. Trent intentaba ver en Inglés que se hubiera capturado el estilo tanto como el significado.
»Trent se metió en el asunto con energía. Eligió Cicerón como tema, ya que el Latín de Cicerón es el más elegante que existe y el más elegantemente complicado. (Trent nos instó a leer Paraíso Perdido de Milton si queríamos un equivalente cercano en Inglés al estilo de Cicerón, y para ser guiados por él).
»Eligió un pasaje de uno de los últimos ensayos de Cicerón, uno que parecía no ser conocido por ninguno de nosotros, y nos lo entregó en sobres sellados. Las condiciones decían que debíamos abrirlo a las nueve de la mañana del día quince de abril, y entregarle la traducción no más de una semana después, tiempo amplio, no sólo para traducir, sino también para pulir y repulir en busca de eso tan elusivo que llaman estilo.
»En la traducción podíamos utilizar un diccionario de Latín pero, por supuesto, no debíamos buscar ninguna traducción previa del pasaje. Aceptamos las condiciones de buena gana, y Trent era suficientemente caballero para estar seguro de que ambos nos ajustaríamos a dichas condiciones con honor. En lo que se refiere a mí, sabía que él no me encontraría deficiente y supongo que tampoco encontraría deficiente a Claire. Ni siquiera se me ocurrió que Claire pudiera hacer trampas. Era inconcebible.
»La condición final era que Trent sería el único juez de los resultados y que su decisión debía ser aceptada sin discusión.
»Claire y yo acordamos que nos mantendríamos completamente separados durante el período de la prueba, para que la presencia de uno no significara una distracción para el otro. De hecho, tuve que salir de la ciudad el viernes diez de abril, y estuve fuera todo el fin de semana. No la vi desde el día diez hasta que entregamos nuestras traducciones.
»Recuerdo a Trent, riendo por los resultados. Dijo que éramos almas gemelas, y que nuestras traducciones eran tan notablemente similares que apenas podía creer que habían sido hechas por separado. Juzgó que la de Claire era superior por razones que detalló, pero que el margen era tan pequeño que yo apenas podía considerarlo una derrota. Juro que no tuve ninguna animosidad contra Claire por ganar. Estaba orgulloso de ella.
»Yo era humano, lo suficiente para resentir algo. Había abierto el sobre cerrado rápidamente a las nueve de la mañana del miércoles quince de abril. En realidad, lo abrí cinco minutos después de la hora en un esfuerzo exagerado por no romper el espíritu del acuerdo, por si mi reloj estaba un poco adelantado.
»Pero entonces, no me tomó todo el tiempo. Podíamos hacerlo en siete, pero me tomó solamente cuatro. Era un poco de vanagloria, creo, pero para ese tiempo ya me había cansado de leer una y otra vez el pasaje y de preocuparme interminablemente sobre si decir “of Time”s great sway”, o “of Time”s mighty hest”. De modo que lo entregué el domingo diecinueve, al atardecer.
»Más tarde, por supuesto, pensé que si hubiera usado esos tres días adicionales en mejorar mi traducción, podría haber agregado ese poco que me hubiera hecho ganar. Después de todo, Claire me dijo que entregó la suya en la tarde del lunes veinte, de modo que tuvo casi un día extra. Pero entonces, el tiempo extra podía haber resultado un daño, por demasiado corregir y corregir.
»De modo que lo dejé pasar y arreglé con ella una velada de celebración de la victoria con champaña, y todo fue maravillosamente bien. Después de todo, no nos habíamos visto por casi dos semanas y aprovechamos la ocasión como hacen los amantes.
»Y entonces, no mucho tiempo después, me encontré con un viejo amigo quien me preguntó cómo estaba Claire. Le dije que bien, que porqué, y que parecía preocupado.
»Me respondió que la había visto en la biblioteca de la Columbia el mes anterior, sudando sobre un diccionario de Latín y que parecía rara. Que le trató bruscamente.
“—¿Recuerdas cuándo fue?”
“—En abril. Creo que era un lunes…”
“—Lunes veinte”, dije. “Tenía trabajo y estaba realizando las correcciones finales. Imagino que no quería distracciones y te consideraba una”. Me reí, casi alegre, ante el pensamiento.
»Pero él dijo, “No, no era entonces. Recuerdo que el día posterior mi esposa se quejaba de dolor de garganta y tuvimos que cancelar un compromiso para cenar. Entonces recuerdo que pensé en Claire y me pregunté si algo estaba pasando. Esa cena era el jueves catorce. Lo recuerdo bien. De modo que vi a Claire el lunes trece, en la biblioteca.
»Le solté, “¡Imposible!”.
»Me respondió fríamente, “No sé por qué debería ser imposible. Fue entonces cuando la vi”.
»Eso terminó allí, pero me aferré a la esperanza de que Claire hubiese estado trabajando en la biblioteca en algún otro aspecto de la competencia de Latín en ese día. La fui a ver.
»“¡Claire!”, le dije. “¿Comenzaste a traducir tu pasaje el día trece?”
»Me miró sorprendida. “¡Claro que sí!”
»No podía creerlo. “¿No comenzaste el día quince?”
»“¿Por qué el quince?”, me contestó. “Quería comenzar cuanto antes. Te quiero, querido, pero tenía la intención de ganar”.
»Giré sobre mis talones y me fui. Eso ocurrió hace una semana y no la he vuelto a ver ni hablar desde entonces. Ella me llamó una vez, pero simplemente le colgué.
»Tal vez pueda comprender que su impaciencia haya provocado que rompiera las reglas, pero lo que la puso más allá de lo que puedo considerar fue su tranquila afirmación de que hacer trampas estaba permitido; eso implicaba que si yo era un tonto por seguir las reglas merecía perder. No tenía conciencia del asunto, ni honor, y entonces significaba que no era la mujer que pensé que era, y que no podía continuar la relación.
»Esa es la historia y, como les dije, no tiene misterios.
Hubo un silencio general por unos momentos cuando Soskind terminó, y entonces Halsted dijo:
—No se lo dijo directamente. Señor Soskind. No le dijo, “¿Por qué hiciste trampas, Claire?”.
—No tenía que hacerlo, era muy claro.
Hubo un nuevo silencio.
—Vamos —dijo Soskind a la defensiva—. ¿Dicen que debía haber hecho la vista gorda? ¿Perdonar y olvidar?
—Podría haber entendido mal —dijo Rubin—. Tal vez el profesor dijo…
—Las reglas estaban por escrito —dijo Soskind—. El error no era posible.
—Ya que la joven —dijo Avalon dudoso—, era tan adecuada en todos los demás aspectos, y ya que usted aún parece estar enamorado de ella…
—La falta de honor lo cancela todo —dijo Soskind sacudiendo la cabeza con energía—. Si aún estoy enamorado, es un problema que el tiempo curará.
Drake miró a través de una nube de humo.
—Si usted le hubiera ganado, ¿estaría haciendo todo este problema?
—Espero que sí. Si actuara de otra manera, sería tan malo como ella.
Drake se encogió de hombros.
—Usted es un moralista muy estricto, señor Soskind. El moralista estricto de nuestro club es Henry. ¿Qué tienes que decir, Henry?
Henry, quien estaba parado pensativo a un costado, dijo:
—Creo que en esto hay un misterio. La joven parece haber actuado fuera de carácter.
—Prefiero pensar —dijo Soskind—, que no he comprendido su carácter hasta que finalmente se reveló.
—Si puedo hablar con libertad, señor Soskind…
—Adelante —dijo Soskind con un soplido amargado—. Diga lo que desee decir. No ayudará ni lastimará.
—¿No es posible, señor —dijo Henry—, que la señorita Claire estuviera completamente en su derecho y que usted se haya comportado precipitada e injustamente?
Soskind enrojeció.
—¡Eso es ridículo!
—Pero, ¿era el quince de abril el día de comenzar?
—Le he dicho que estaba por escrito.
—Pero, señor Soskind, nos dijo que el Profesor Trent tendía a latinizar sus expresiones. Realmente, ¿escribió “quince de abril” o “abril 15”?
—Bueno, por supuesto, él… Oh, ya veo lo que quiere decir. No, él dijo “los idus de abril”, pero, ¿cuál es la diferencia?
—Una muy grande —dijo Henry—. Todos piensan en los idus de marzo en conexión con el asesinato de Julio César, y todos saben que es el 15 de marzo en nuestro calendario. Es natural suponer que los idus de todos los meses caen el día quince, pero he mirado la enciclopedia mientras estaba terminando su relato y eso es cierto solamente en los meses de marzo, mayo, julio y octubre. En todos los demás meses, incluyendo abril, los idus caen en el día trece del mes. Ya que los idus de abril caen el día trece, la señorita Claire comenzó ese día, muy correctamente, y estaba sorprendida de que usted le preguntara sobre ese asunto y parecía que esperaba que ella se retrasara dos días sin razón.
Halsted estaba con la enciclopedia.
—Henry tiene razón, por Dios —dijo.
Los ojos de Soskind estaban muy abiertos y fijos.
—¿Y yo comencé dos días tarde?
—Si el profesor Trent —dijo Henry suavemente— sabía que usted no conocía cuándo eran los idus de abril, sospecho que usted hubiera perdido la competencia por un margen algo mayor.
Soskind pareció derrumbarse en su silla.
—¿Qué hago ahora?
—Mi experiencia en asuntos de amor, señor —dijo Henry—, es limitada, pero creo que no debería perder más tiempo. Váyase ahora y trate de ver a la joven. Ella puede darle la oportunidad de explicar, y lo que conozco de esos asuntos me lleva a pensar que es mejor que se humille… que se humille despreciablemente, señor.
Eleanor Sullivan era el administrador ejecutivo de
EQMM
durante todo el periodo en el que escribí las historias de los Viudos Negros. Ya que Fred Dannay trabajó siempre desde su casa de Westchester, fue a Eleanor a quien entregué mis historias, y era con ella con quien llevaba un asiduo y platónico amorío. (No es que yo quisiera que fuera platónico, ya entienden, pero ella insistía)
Después que Fred falleciera, ella tomó el cargo de editor y siguiendo con la gran tradición que Fred había establecido mantuvo la
EQMM
en su firme dirección. Eso incluía (doy gracias por decirlo) la aparición ocasional de una historia de los Viudos Negros, y de una ocasional historia del Union Club.
Esta es la primera historia que aceptó como editor, y pienso que era apropiada, ya que es una historia romántica.
Muy pocas de mis historias de los Viudos Negros incluyen asesinato o crímenes violentos de cualquier clase (por mi personal rechazo de la violencia, aunque no es absoluto como sabrán si han leído “La Mujer en el Bar”, que aparece en esta colección un poco antes). Lo que es menos frecuente, son historias que incluyan romanticismo (principalmente porque comencé a escribir cuando era muy joven, y antes de eso no había tenido ninguna experiencia sentimental). Aun así, debería haber más romance que violencia en una historia de los Viudos Negros, y cuando lo hago, me gusta el resultado, y también a Eleanor en este caso, quien es una mujer dulce y de corazón muy tierno. La historia apareció en el número de mayo de 1983 de la
EQMM.
“Neither Brute Nor Human”
La cena mensual de los Viudos Negros seguía su curso normal cuando Emmanuel Rubin, con el tenedor levantado y agitándolo amenazadoramente en el aire, ignoró temporalmente su costilla de cordero y dijo:
—Edgar Allan Poe fue el primer profesional de las historias modernas de detectives y de ciencia ficción. Le concedo eso.
—Muy amable de tu parte —murmuró James Drake, el anfitrión en esa ocasión, en un comentario en voz baja.
Rubin lo ignoró.
—También elevó las historias de terror a nuevos niveles. Sin embargo, tenía una morbosa y enfermiza preocupación por la muerte.
—En absoluto —dijo Geoffrey Avalon, con voz grave, frunciendo sus gruesas cejas—. Poe escribió en la primera mitad del siglo XIX, y en aquella época todavía no había virtualmente ninguna protección contra enfermedades infecciosas. La vida era corta y la muerte estaba siempre presente. No es que fuera morboso; era realista.
—¡Absolutamente cierto! —exclamó Roger Halsted—. Léase cualquier obra de ficción del siglo XIX. Léase a Dickens y la muerte del pequeño Nell, o a Harriet Beecher Stowe y la muerte de la pequeña Eva. Los niños morían frecuentemente en la ficción porque morían frecuentemente en la vida real.
Los ojos de Rubin, agrandados por los gruesos cristales de sus gafas, adquirieron un resuelto destello y su escasa barba pareció erizarse.
—No es la muerte en sí misma. Es cómo se la trata. Se puede hablar de ella como la entrada al cielo, y de la persona que muere como un santo… Véase la muerte de Beth en
Mujercitas.
Puede ser asquerosamente sensiblera, pero su pretensión es ser edificante. Por otro lado, Poe piensa excesivamente y con profana alegría en elementos de degradación y decadencia. Hace la muerte peor de lo que es y… ¡Vamos!, todos ustedes saben lo que significa «morboso».
Volvió a su cordero y lo atacó con energía.
Thomas Trumbull refunfuñó y dijo:
—Es verdad. «Morboso» es hablar de morbosidad durante lo que, de otra forma, sería una cena placentera.
—No veo que suponga ninguna diferencia si Poe fue o no morboso —dijo Mario Gonzalo, que estaba hábilmente repelando la carne de las costillas del cordero—. Lo que cuenta es si era un buen escritor o no, y supongo que nadie discute el hecho de que era bueno.
—Incluso los buenos escritores no son buenos todo el tiempo —dijo Avalon prudentemente—. James Russel Lowell definió a Poe como «tres quintas partes de genio y dos quintas partes de disparate total», y diría que su definición era bastante precisa.
—Mi idea es que un escritor seminal tiene que aceptar alguna responsabilidad por sus imitadores —dijo Halsted—. Hay algo en Poe que hace absolutamente necesario que sus imitadores sean malísimos. Piensen ustedes en H. P. Lovecraft…