Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—Estaba a punto de comenzar —dijo Avalon con dignidad. Golpeó su copa tres o cuatro veces—. Tom, ya que estás tan ansioso, ¿quieres comenzar el interrogatorio?
—Por cierto —dijo Trumbull—. Señor Levan, ¿es usted un banquero?
—Esa no es la apertura tradicional —dijo Gonzalo.
—¿Quién te preguntó? Lo que estás pensando es tradicional; no es obligatorio. Señor Levan, ¿es usted un banquero?
—Sí, lo soy. Al menos, soy el vicepresidente de un banco.
—Hah —dijo Trumbull—. Ahora le haré la tradicional pregunta de apertura. Señor Levan, ¿cómo justifica su existencia?
La sonrisa de Levan se volvió más brillante.
—La cosa más fácil del mundo. El cuerpo humano es completamente dependiente de la circulación sanguínea, la que es impulsada por el corazón. El mundo de la economía depende de la circulación de dinero, que es impulsada por los bancos. Hago mi parte.
—En eso, ¿están los bancos motivados por el bien del mundo, o por los beneficios de sus propietarios?
—Palabrería socialista —dijo Levan—, si no le importa que lo diga. Usted infiere que los dos motivos son mutuamente excluyentes, y no es así. El corazón impulsa la sangre hacia la aorta y las primeras arterias en que divide son las coronarias, ¿que alimenta a quién? ¡Al corazón! En pocas palabras, la primera atención del corazón es para el corazón, y así es como tiene que ser, ya que sin el corazón todo lo demás falla. Permita que las coronarias se atasquen y estará de acuerdo con el corazón, y deseando que hubiera algo más a quien quitarle alimento.
—No al cerebro —dijo Drake—. Antes que al corazón. Mejor morir de un ataque al corazón que vivir en senilidad.
Levan pensó un poco.
—Es difícil no estar de acuerdo con eso, pero podemos tratar la senilidad y revertirla mucho más pronto que lo que probablemente seamos capaces de tratar y revertir la muerte.
Gonzalo frunció el entrecejo.
—Vamos —dijo—, ¿en qué tema estamos metidos? Y con el estómago lleno, además. Hey, Tom, ¿puedo hacer una pregunta?
—Está bien —dijo Trumbull—. Tema cambiado. Haz la pregunta, Mario, pero que no sea estúpida.
—Señor Levan —dijo Gonzalo—, ¿es usted miembro de Alcohólicos Anónimos?
Hubo un repentino silencio alrededor de la mesa y entonces Trumbull, con el rostro retorcido de enfado, gruñó:
—Te lo dije, no hagas una…
—Es una pregunta legítima —insistió Gonzalo, levantando la voz—, y las reglas del juego son que el invitado debe responder.
Levan, sin sonreír, y viéndose más sombrío que avergonzado, dijo:
—Responderé a la pregunta. No soy miembro de Alcohólicos Anónimos, y no soy un alcohólico.
—¿Es un abstemio entonces?
Por alguna razón, Levan parecía encontrar más dificultades en responder ésa.
—Bien, no. Bebo en ocasiones… un poco. No mucho.
Gonzalo se inclinó hacia atrás en su silla y frunció el entrecejo.
—¿Podemos cambiar el tema una vez más —dijo Avalon— y tratar de encontrar algo civilizado que discutir?
—No, espera un poco —dijo Gonzalo—. Hay algo gracioso aquí y no logro verlo. Señor Levan, usted rechazó un trago. Estaba conversando con usted en ese momento. Le vi.
—Sí, lo hice —dijo Levan—. ¿Qué hay de malo en eso?
—Nada —dijo Gonzalo—, pero usted lo rechazó airadamente. ¡Henry!
—Sí, señor Gonzalo —dijo Henry, suspendiendo momentáneamente la operación de servicio del brandy.
—¿Había algo curioso en el rechazo del señor Levan?
—El señor Levan fue un poco enérgico, creo. No me atrevo a decir que fue “curioso”.
—¿Por qué crees que fue enérgico?
—Podía haber…
Drake interrumpió.
—Esta es la sesión de interrogatorio más espantosa que recuerde. Mal gusto por todos lados. De todos modos, ¿a quién estamos interrogando? ¿Al señor Levan o a Henry?
—Estoy de acuerdo —dijo Rubin, asintiendo vigorosamente—. Vamos, Jeff, eres el anfitrión. Pon una regla y métenos en el carril.
Avalon miró su copa de agua, entonces dijo:
—Caballeros, Christopher Levan es el vicepresidente del mayor banco de Merion. De hecho, es mi banquero personal, y lo conozco socialmente. Le he visto beber con moderación pero nunca le vi borracho. No escuché que rechazara un trago, pero de alguna manera estoy curioso. Chris, ¿rechazaste un trago enérgicamente? Y si es así, ¿por qué?
Levan frunció en ceño y dijo:
—Estoy al borde de arrepentirme de esto.
—Por favor, Chris, no —dijo Avalon—. Te expliqué las reglas cuando aceptaste mi invitación, y te di la oportunidad de retractarte. Nada dicho aquí sale más allá de estos muros. Incluso si nos dijeras que te estás fugando con los fondos del banco, seríamos incapaces de decírselo a nadie —aunque estoy seguro de que todos te instigaríamos a abandonar tu intención.
—No me estoy fugando, y me arrepiento de haber sido forzado a hacer esa afirmación. No me gusta esto de ti, Jeff.
—Esto ha ido demasiado lejos ya —dijo Halsted—. Finalicemos la sesión.
—Espera —dijo Gonzalo tercamente—. Quiero una respuesta a mi pregunta.
—Se lo dije —dijo Levan—. Simplemente rechacé…
—No mi pregunta a usted, señor Levan. Mi pregunta a Henry. Henry, ¿por qué el señor Levan rechazó el trago tan vehementemente? Si no respondes, esta sesión podría terminar prematuramente, y sería la primera vez que así fuera, al menos durante mi pertenencia al club.
—Sólo puedo adivinar, señor —dijo Henry—, del poco conocimiento de la naturaleza humana que tengo. Puede ser que el señor Levan, aunque de ordinario un bebedor moderado, rechazara un trago esta vez, porque en el pasado cercano haya sufrido una aguda vergüenza o humillación por un trago, y al menos por un tiempo sería mejor no volver a beber.
Levan había palidecido notablemente.
—¿Cómo supo eso, camarero?
Gonzalo sonrió con orgullo patente.
—Su nombre es Henry, señor Levan. Es también un artista. El resto de nosotros dibujamos los óvalos, y él agrega las modificaciones y produce la figura final.
El humor en la mesa había cambiado sutilmente. Incluso Trumbull parecía haberse suavizado, y casi había una cualidad zalamera en su voz.
—Señor Levan, si algo ha sucedido que haya dejado un efecto ulterior, hablar sobre eso podría ayudarle.
Levan miró alrededor de la mesa. Todos los ojos estaban fijos en él. Medio murmurando, dijo:
—El camarero… Henry… tiene mucha razón. Hice un completo tonto de mí mismo y en este momento intento firmemente no volver a beber. Jeff les dijo que nunca me vio borracho. Bien, nunca me vio, pero no siempre está conmigo. Muy de vez en cuando me las arreglo para emborracharme. Nunca pasó nada en particular hasta hace dos semanas y luego… apenas puedo pensar en eso.
Frunció la frente al pensar.
—Podría ayudar si se los digo —dijo—. Podrían ser capaces de sugerir algo que hacer. Además, a la única que le he contado es a mi esposa.
—Imagino que está furiosa —dijo Halsted.
—No, no lo está. Mi primera esposa lo hubiera estado. Era una abstemia, pero ya está muerta, descanse en paz. Mis hijos hubieran estado sardónicamente divertidos, creo, pero están en la universidad, ambos. Mi actual esposa, la segunda, es una mujer de mundo que no se asusta con tales cosas. Tiene su propia carrera; en bienes raíces, creo. Tiene hijos crecidos también. Nos casamos por compañía —y por afecto— pero no para imponernos el uno al otro. El mundo no se rompe en sus oídos si me emborracho. Solamente me da un buen consejo práctico y allí termina todo.
—Pero, ¿qué sucedió? —preguntó Avalon.
—Bien… vivo en una calle casi exclusiva —cuatro casas. Son casas muy buenas, no extraordinariamente grandes, pero bien diseñadas y cómodas: tres dormitorios, una sala de televisión, tres baños, un sótano completo, un ático completo, todo eléctrico (que es caro), patio trasero hacia la quebrada, amplios espacios entre las casas, también. Las cuatro fueron construidas por un solo constructor, al mismo tiempo, hace cerca de doce años. Son idénticas en apariencia y en planta, y fueron vendidas con la condición de que se mantuvieran idénticas. No podemos pintar la casa de otro color, o poner revestimiento de aluminio, o agregar una galería a menos que los propietarios de las otras casas estén de acuerdo en hacer lo mismo. Bien, no siempre se puede obtener un acuerdo, como pueden imaginar, de modo que no hubo cambios.
—¿Es eso legal? —preguntó Halsted.
—No lo sé —dijo Levan—, pero todos estuvimos de acuerdo.
—¿Puede hacer cambio por dentro? —preguntó Gonzalo.
—Por supuesto. No tenemos muebles estandarizados ni empapelado ni nada como eso. El acuerdo se refiere solamente al aspecto del exterior. Las casas son llamadas las Cuatro Hermanas. ¿Correcto, Jeff?
Avalon asintió.
Levan continuó.
—De todos modos, estaba fuera esa noche. Había advertido a Emma —mi esposa— que podía no estar de regreso hasta las tres de la mañana. Seriamente, no intentaba estar fuera hasta tan tarde, pero creí que podría, porque… bien, era una de esas reuniones de colegio y a los cincuenta y cinco existe la urgencia de una noche de veintidós otra vez. Realmente, eso nunca funciona, supongo.
»Incluso pensé que podía tolerar el licor, pero hacia la medianoche estaba bastante borracho. No creía estarlo pero debe haberlo estado, porque no puedo tolerar bien el licor, y porque varios de los otros trataron de persuadirme de que me fuera a casa. Yo no quería y me parece recordar haber amenazado con golpear a uno.
Frotó sus ojos rudamente, como si quisiera borrar la imagen mental.
Secamente, Drake dijo:
—¿Nada propio de un vicepresidente de banco?
—También somos humanos —dijo Levan con cansancio—, pero no ayuda a la imagen. De todos modos, al final, dos o tres de ellos me ayudaron a subir a un coche y me llevaron a Merion. Cuando encontraron la calle, insistí en que me dejaran en la esquina. No quería despertar a los vecinos. Era un coche ruidoso, o pensé que lo era.
»Me dejaron bajar en la esquina; estaban contentos de deshacerse de mí, imagino. Me di cuenta de que no iba a llegar a ningún lugar tratando de meter mi llave en la cerradura. Además, conocía un truco mejor. Hay una puerta lateral y estaba bastante seguro de que estaría abierta. No hay en nuestro barrio crímenes de que hablar —ni ladrones— y la puerta lateral nunca está cerrada durante el día. La mitad del tiempo, tampoco está cerrada de noche.
»De modo que me dirigí hacia ella. Seguí el camino por el costado de la casa y encontré la puerta. Estaba abierta, como pensé. Anduve de puntillas, tan calladamente como pude, considerando mi condición, y la cerré detrás de mí también calladamente. Estaba en una pequeña habitación mayormente utilizada para colgar ropa, guardar paraguas y galochas, y todo eso. Le di la vuelta al soporte de los paraguas y me hundí en una silla.
»En ese momento me sentía bastante mareado y muy cansado. La oscuridad era tranquilizadora, y me gustó la suavidad del viejo colchón debajo de mí. Pensé que debía irme a dormir en ese momento, y no ser encontrado por Emma hasta la mañana, excepto que me di cuenta confusamente de una débil luz por debajo de la puerta que conducía a la cocina.
»¿Estaba Emma despierta? ¿Estaba comiéndose un bocadillo nocturno? Estaba demasiado borracho para tratar de razonar cualquier cosa, pero me pareció que mi única oportunidad de no avergonzarla, y a mí, era caminar de manera casual y pretender que estaba sobrio. Estaba lo bastante borracho para pensar que podía hacer eso.
»Me levanté cuidadosamente, caminé hasta la puerta con alguna dificultad, la abrí, con voz alta y alegre, “Estoy en casa, querida, estoy en casa”.
»Debo haber llenado el aire con fragancia alcohólica que explicaba mi condición exactamente, aunque mi comportamiento hubiera sido perfectamente sobrio, lo que estoy seguro que no lo era.
»De todos modos, fue todo por nada, porque Emma no estaba allí. Había dos hombres. De alguna manera sabía que no eran ladrones. Pertenecían allí. Borracho como estaba, podía sentirlo. Y supe —mi Dios, supe que estaba en la casa equivocada. Había estado demasiado borracho para meterme en la correcta.
»Y allí, sobre la mesa, había una gran maleta, abierta, llena con billetes de cien dólares. Algunos de los atados estaban sobre la mesa, y me los quedé mirando con una vaga sorpresa.
»No sé cómo me di cuenta, caballeros. Las técnicas modernas pueden producir algunas imitaciones condenadamente buenas, pero había sido banquero por treinta años. No tengo que mirar un billete para saber si es falso. Puedo oler una falsificación, sentirla, conocerla por las radiaciones. Podía estar demasiado borracho para distinguir mi casa de otra, pero tanto como cuando estoy completamente consciente, no estoy demasiado borracho para distinguir un billete real de cien dólares de uno falso.
»Había interrumpido a dos delincuentes, eso era lo que importaba. Habían olvidado cerrar la puerta lateral con llave o sólo no sabían que estaba abierta, y supe que estaba en una situación peligrosa.
Levan sacudió la cabeza, y prosiguió.
—Ellos podían haberme matado, si hubiera estado sobrio, aun cuando hubieran tenido entonces todo el problema de deshacerse del cuerpo, y tal vez de alarmar a la policía de una manera indeseable. Pero yo estaba borracho, y claramente a punto de colapso. Incluso creo que escuché a uno decir en una especie de susurro ronco, “Está completamente borracho. Sácalo afuera”. Podría haber sido la voz de una mujer, pero estaba demasiado ido para saberlo. De hecho, no recuerdo nada por un rato. Me desplomé.
»La siguiente cosa que sé es que tocaba un farol y que trataba de levantarme. Entonces me di cuenta de que no estaba tratando de levantarme. Alguien estaba tratando de levantarme. Entonces me di cuenta de que era Emma, en bata. Ella me había encontrado.
»Me entró a la casa, de alguna manera. Afortunadamente, no había nadie más por allí. No había indicación antes ni desde ese momento de que alguien me hubiera visto tirado en la cuneta, o visto a Emma arrastrándome hasta la casa. Recuerden que me prometieron confidencialidad, caballeros. Y espero que eso incluya al camarero.
—Lo incluye, Chris —dijo Avalon enfáticamente.
—Ella consiguió desvestirme —dijo Levan—, y lavarme, y me metió en cama sin preguntar nada, al menos tanto como puedo recordar. Es una mujer estupenda. Me desperté en la mañana con un dolor de cabeza de tamaño gigante, como podrán sospechar, y la sensación de alivio de que era la mañana del domingo y que no se esperaba que fuera a trabajar.