Cuentos completos (534 page)

Read Cuentos completos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
8.11Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Sé que no soy miembro de los Viudos Negros y que no puedo votar. Pero, ¿puedo participar en esta discusión?

—Oh, seguro. No hay intención de excluirte.

—¿Podría ser Susan —dijo Pritchard— el apellido de este tipo? Si vive en Larchmont, se pueden buscar personas con ese apellido en la guía telefónica.

Russo parecía contrariado.

—Eso pensé yo mismo, y busqué la guía telefónica de Larchmont. No hay apellidos Susan allí. Por supuesto, pude intentar otras ciudades. Él pudo haber llevado a Susan hasta la estación de Larchmont desde otra ciudad.

—Bueno, veamos —dijo Rubin—. ¿Puede haber alguna sutileza allí? Susan es un nombre muy común. De hecho, he visto estadísticas que dicen que en el momento actual es el más común de los nombres femeninos, más común aun que María. Eso viene del popular libro apócrifo Susanna y los Ancianos, que estaba eventualmente incluido en el Libro de Daniel.

Sonrió algo burlonamente a través de su escasa barba.

—Siento mucho si esto sonó un poco pedante. Generalmente dejo esta clase de cosas a ti, Jeff, pero “Susanna y los Ancianos” está generalmente considerada como la primera historia de detectives de la literatura occidental y por eso me interesa profesionalmente.

—¿Y esto tiene algún punto más allá del hecho de que te interesa? —dijo Trumbull.

—Sí, lo tiene, porque Susanna es la forma inglesa del nombre hebreo Shoshannah, que sucede que significa “azucena”.
[56]

—¿Y alegas que el nombre del tipo es Azucena? —dijo Gonzalo.

—Su apellido —dijo Rubin fríamente—, podría ser Azucena, o Asucena, con una “s”. ¿Por qué no?

—Podría ser —dijo Avalon—, y si el señor Russo está completamente determinado a seguir todas las direcciones, supongo que puede seguir esa. De todos modos, no imagino que nadie sino el más devoto pedante —tal como el que todos insisten en señalar en mí— si quiere nombrar a la casa como él mismo, lo haría con la versión hebrea de su nombre, sólo en orden de terminar con “Santa Susan”. Seguramente podría también haberle puesto “Santa Lily” y terminado.

—Bueno —dijo Halsted—. ¿Alguien más tiene alguna idea?

Hubo silencio alrededor de la mesa.

—Lo siento, señor Russo —dijo Halsted—, pero la información que nos ha entregado simplemente no es suficiente. Tal vez sea mejor tomar la actitud de que su hermana no ha sido realmente herida y decidir que aunque el incidente fue deplorable, no hay nada que hacer sino olvidarlo.

—No —dijo Russo, empecinado—. No puedo olvidarlo. Tendré que seguir buscando. Si me toma toda la vida —agregó melodramáticamente.

Se levantó.

—Siento que no hayan podido ayudarme. Siento mucho haber interrumpido su cena.

—Espere un momento —dijo Gonzalo—. ¿Qué es esto? Nadie le ha preguntado a Henry todavía.

—Pregunté si alguien más tenía ideas —dijo Halsted—. Eso incluía a Henry, ¿verdad? Henry, ¿tengo que preguntarte específicamente?

Henry parecía compungido.

—Es difícil para mí, señor Halsted, pensar en mí mismo como en un Viudo Negro.

—Eso es muy irritante, Henry —dijo Halsted—. No pasa un solo banquete sin que te digamos que tú eres un Viudo Negro.

—Y el mejor de todos —murmuró Trumbull.

—Entonces, ¿tienes una sugerencia que hacer? —preguntó Halsted.

—No exactamente todavía —dijo Henry—, pero tengo una pregunta que hacer.

—Adelante y pregunta.

—Bueno, adelante, camarero —dijo Russo—. Si usted es uno del grupo, pregunte.

—Señor Russo —dijo Henry—, usted dijo que su hermana no recuerda los nombres. Si usted fuera a sugerirle un nombre a ella, ¿supone que recordaría si el nombre era el del hombre que la llevó?

Russo dudó.

—No lo sé. Si usted le dice un nombre, podría decir, “Sí, ese es el nombre”, sólo por agradar, ya sabe.

—Pero suponga que le doy tres nombres y usted intenta con los tres, y ella elige uno de ellos y dice que es ése y no los otros dos. ¿Sería confiable?

—Podría ser —dijo Russo, dudando—. Nunca intenté nada como eso.

—¿Puede hablarle a su hermana por teléfono, señor Russo?

—Sí. Seguro. Está en casa en este momento, con mi novia.

—Entonces llámela y pregúntele si el nombre del hombre era Bill. Entonces pregúntele si el nombre del hombre era Joe. Y entonces pregúntele si el nombre del hombre era Fred.

Russo miró hacia los demás.

—Hay un teléfono por allí —dijo Halsted—, cerca del guardarropas —Levantó una moneda.

—Tengo una moneda, gracias —dijo Russo. La puso en la ranura y marcó—. Hola, Josephine, soy Frank. Escucha, ¿está Susan dormida? —¿Puedes ponerla al teléfono? — Bueno, ya sé, pero es importante. Dile que me hará muy feliz si viene al teléfono y que tomará sólo un minuto y que luego puede volver al programa, ¿de acuerdo? —Esperó y dijo—: Ella está viendo la televisión —Hola, Susan, ¿estás bien? Sí, soy Frank. Tengo que hacerte una pregunta. ¿Recuerdas al tipo que te llevó a dar una vuelta en su coche? Sí, sí, ese tipo, pero no me digas lo que hizo. Lo sé. Lo sé. De acuerdo, escucha, Susan muñeca, este tipo, ¿se llamaba Bill?

Puso la mano sobre la bocina y dijo en un susurro ronco a los Viudos Negros en general:

—Ella dice que tal vez. No se puede contar con eso.

—Intente con Joe —dijo Henry en voz baja.

—Susan —dijo Russo en el teléfono—. Tal vez era Joe. ¿Crees que era Joe, cielo?

Otra vez su mano fue colocada sobre la bocina y sacudió la cabeza.

—dice que tal vez. Dirá eso a cualquier cosa que intente.

—Ahora intente Fred —dijo Henry.

—Susan —dijo Russo—. ¿Qué tal Fred? ¿Pudo haber sido Fred?

Hubo una pausa y entonces se quedó con los ojos abiertos como platos por encima de sus hombros hacia los Viudos Negros.

—Está gritando, “Es Freddie. Es Freddie” —Sostuvo el teléfono en su dirección y el sonido de un chillido femenino era claro.

—Gracias, Susan —dijo Russo en la bocina—. Eres una buena chica. Ahora vete a ver la televisión —Sí, llegaré pronto a casa.

Colgó el teléfono.

—Ese Fred está bien —dijo—. No fue un “tal vez” para ser buena. Estaba saltando arriba y abajo. ¿Cómo lo supo?

Henry sonrió desmayadamente.

—Fue sólo un acierto. Verá, hubo un monarca prusiano en el siglo XVIII llamado Frederick el Grande…

En este punto, Avalon comenzó a hablar de repente.

—Buen Dios, Henry, ¿por qué estas cosas se te ocurren cuando las he olvidado completamente?

—Estoy seguro, señor Avalon, que de haber pensado unos pocos minutos más también se le hubiera ocurrido a usted.

—Espere —dijo Russo, frunciendo el ceño—, ¿qué es todo esto? ¿Qué tiene que ver ese Frederick el Grande con algo?

—Bueno —dijo Henry—, Frederick era un monarca trabajador quien construyó un pequeño castillo en una población rural al que se podía retirar de vez en cuando y estar relativamente libre de los asuntos de estado. Era casi como el presidente americano saliendo para Camp David por el fin de semana. En este castillo, Frederick podía reunirse con eruditos y escritores y tener conversaciones intelectuales. Le llamó al castillo, “Sin Problemas”, o “Sin Preocupaciones”. Pensé en eso cuando usted describió cómo ese hombre le decía a su hermana que no se preocupara y que entonces señalaba el nombre de la casa como si hubiera una conexión.

Russo tenía un honesto desconcierto en el rostro.

—¿Llamó a su casa “No te preocupes”? —dijo.

—No exactamente. Frederick el Grande, aunque era gobernante de un reino alemán, hablaba francés, y llamó a su castillo con la frase en francés que significa “sin cuidado”. La llamó Sans Souci. Imagino que este hombre que llevó a su hermana se llama Frederick y que tenía la educación suficiente para haber escuchado sobre Sans Souci, y tuvo l afectación de copiar al gran Frederick en este aspecto. Estoy seguro, señor Russo, que si va hasta Larchmont o a las ciudades vecinas, y mira el directorio por una casa que lleve ese nombre y cuyo propietario se llame Frederick, lo encontrará.

—¿Es esto real? —dijo Russo—. ¿San Susi? Nunca escuché de eso. Pero seguro que Susan hubiera pensado que era Santa Suzie. Y aunque ella quiere ser llamada Susan, toda su vida fue Suzie y tendría las dos mezcladas y decir que era Santa Susan —Levantó la mirada muy serio, y frotó el puño derecho con la palma de la mano izquierda—. Creo que voy a encontrar a este tipo.

—Por supuesto que podrá —dijo Henry—, pero si lo hace, ¿puedo sugerirle algo?

—Seguro.

—Nosotros los Viudos Negros no podemos estar a favor de la violencia. Si sucede que este Frederick es un hombre casado con una posición respetable en la comunidad, yo simplemente discutiría el asunto con la esposa. Evitará lo que puede ser un roce serio con la ley, y pienso que el resultado sería entonces mucho menos placentero para el hombre que un rostro maltratado.

Russo pensó por un momento.

—Tal vez —Y se fue.

—Esa fue una sugerencia cruel, Henry —dijo Avalon.

—El hombre ha realizado una mala acción —dijo Henry.

POSTFACIO

Aquí hay otro caso en el cual (como en “El Buen Samaritano”) me las arreglé para torcer la regla habitual sin causar daño irremediable. Después de todo, hasta ahora los Viudos Negros han resuelto no menos de cuarenta y siete problemas y al menos no es imposible que la palabra haya fallado, y que por lo tanto algo debía suceder como lo hizo en esta historia: una intrusión.

Y por eso digo adiós otra vez, y muy renuentemente. Hay pocas de las historias que escribo que disfrute tanto como mis Viudos Negros, y habiendo escrito ya cuarenta y ocho en total no ha disminuido en absoluto mi placer, ni se han gastado mis dedos de escribir. No puedo garantizar que esto sea cierto también con mis lectores, pero ciertamente lo espero.

El cuarto homónimo (1985)

“The Fourth Homonym”

—¡Homónimos! —exclamó Nicholas Brant, invitado de Thomas Trumbull en el banquete mensual de los Viudos Negros.

Era más bien alto y tenía unas bolsas sorprendentemente prominentes bajo los ojos, a pesar de su apariencia relativamente joven. Su cara era delgada y estaba afeitada con pulcritud. Su cabello castaño no mostraba por el momento señales de canas.

—¡Homónimos! —repitió.

—¿Qué? —preguntó Mario Gonzalo con tono inexpresivo.

—Las palabras que llamas «equisonantes». Su verdadero nombre es «homónimos».

—¿Ah, sí? —inquirió Gonzalo—. Deletréamelo.

Brant lo deletreó.

Emmanuel Rubin miró con aire de búho a través de los espesos cristales de sus gafas y dijo:

—Tendrá usted que excusar a Mario, Mr. Brant. No domina nuestra lengua.

Gonzalo se cepilló algunas motas de polvo de la manga de su chaqueta y observó:

—Manny está corroído por la envidia porque he inventado un juego de palabras. Conoce las palabras, pero no tiene ni una chispa de inventiva y eso le mata.

—Seguro que a Mr. Rubin no le falta inventiva —suavizó Brant—. He leído algunos libros suyos.

—Dejemos mi caso —sugirió Gonzalo—. De todos modos, estoy deseando llamar a mi juego «homónimos», en lugar de «equisonantes». La cosa es inventar cualquier situación corta que pueda ser descrita por dos palabras que sean equisonantes… Bueno, homónimos. Le daré un ejemplo: si el cielo está muy despejado, es fácil decidir irse de picnic al aire libre. Si está lloviendo a cántaros es fácil decidir
no
ir de picnic. Pero qué pasa si está nublado y el pronóstico es de posibles chubascos; pero parece haber trozos de azul de cuando en cuando, de modo que uno no puede decidirse en cuanto al picnic. ¿Cómo le llamaría a eso?

—Una historia estúpida —contestó Trumbull con aspereza, pasándose la mano por su cabello blanco y rizado.

—Vamos —intervino Gonzalo—, siga el juego. La respuesta es dos palabras que suenen igual.

Hubo un silencio general y Gonzalo continuó:

—La respuesta es
whether weather.
Es la clase de
weather
(tiempo) en la que uno se pregunta
whether
(si) ir de picnic o no.
Whether weather.
¿No lo capta?

James Drake aplastó su cigarrillo y contestó:

—Lo captamos. La cuestión es, ¿cómo nos libramos de esto?

Roger Halsted dijo con su suave voz:

—No le hagas caso, Mario. Es un juego de salón razonable, salvo que no parece haber muchas combinaciones que puedas usar.

Geoffrey Avalon bajó la vista austeramente desde su altura de metro ochenta y tantos y contestó:

—Más de las que pueden imaginarse. Supongamos que usted posea un morueco castrado que esté alegre los días claros y triste los lluviosos. Si estuviera nublado, usted podría preguntarse si ese morueco estaría triste o alegre. Eso sería
whether, wether, weather.

El coro replicó indignado:

—¿Quéee?

Avalon explicó:

—La primera palabra es
whether
que significa si. La última palabra es
weather
que se refiere a las condiciones atmosféricas. La palabra central es
wether,
que significa un morueco castrado. Mírenlo en el diccionario si no me creen.

—No se preocupen —recomendó Rubin—. Tiene razón.

—Repito —gruñó Trumbull— que esto es un juego estúpido.

—No tiene que ser un juego —observó Brant—. Los abogados son muy conscientes de las ambigüedades creadas en el lenguaje y los homónimos pueden causar dificultades.

La voz suave de Henry, aquel camarero apto para todas las situaciones, se hizo oír sobre el barullo por obra de alguna alquimia que solamente funcionaba para él.

—Caballeros —anunció—, he de interrumpir una discusión acalorada, pero se está sirviendo la cena.

—Aquí hay otro —dijo Gonzalo hablando por encima de la trucha ahumada—. Alguien ha anotado todos los números y en todos ellos, excepto en uno ha dibujado una cara muy inteligente. Un niño que lo observa está encantado, pero no satisfecho porque el proyecto no se halla terminado. ¿Qué es lo que dice?

Halsted, que estaba esparciendo delicadamente sobre su trucha la salsa de rábanos picantes, contestó:

—El niño dice:
Do that to two, too
(Haz esto también a dos).

Gonzalo preguntó con aire afligido:

—¿Había oído eso en algún sitio?

—No —contestó Halsted—; pero es un ejemplo matemático del juego. ¿Cómo voy a enseñar matemáticas en un instituto si no puedo resolver problemas que implican el número dos?

Other books

The Star Pirate's Folly by James Hanlon
Steal the Menu by Raymond Sokolov
The Mayfair Affair by Tracy Grant
Scarla by BC Furtney
Finders Keepers by Belinda Bauer
Fly by Midnight by Lauren Quick