Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—Pero eso es un fraude —sentenció Trumbull con dureza—.
Usted, en realidad, no les está vendiendo objetos de la suerte.
Silverstein replicó:
—Piense en lo que usted está diciendo, Mr. Trumbull. No existen objetos de la suerte fuera de la mente del que los posee.
Un trébol de cuatro hojas realmente no trae suerte y un trébol de tres hojas, con una cuarta hoja añadida, no puede ser peor.
Lo que cuenta es que el propietario esté convencido de que es un objeto que da suerte. Lo mismo podemos decir —continuó de las herraduras de aluminio que vendemos y las patas de conejo hechas con piel de gato y los anillos baratos con nudos del amor retorcidos alrededor de ellos, que se dice que aseguran la fidelidad de la persona amada. Nosotros nunca garantizamos nada ni decimos que nada hará nada. Nada puede privarnos de decir, sin embargo, que
se dice
de algo que hace algo, porque eso es verdad. Un artículo importante en la época de mi padre era una moneda de cobre barata con una esvástica sobre ella y las palabras «Buena suerte» en el otro lado. La esvástica era un símbolo de buena suerte desde los tiempos antiguos, ya sabe. Sin embargo, por razones obvias, mi abuelo dejó de venderlas en 1928. La industria tiene que ir de acuerdo también con el cambio social, y supongo que la esvástica nunca volverá a ser utilizada como símbolo de buena suerte.
Por el momento, hubo silencio en la sala y la expresión, por lo general, alegre de Silverstein, se volvió solemne e infeliz.
Luego, se encogió de hombros y continuó:
—Bien, esperemos que no vuelva a suceder nada como aquello… Y, entretanto, me acuerdo de un ejemplo peculiar de la fuerza de un objeto de la suerte. No me estoy refiriendo a su fuerza como portador de buena suerte, sino a su fuerza para inspirar fe. Aunque no debo olvidar que esto es un interrogatorio y una historia pasada pudiera no ir bien con la ocasión.
—Espere —pidió Gonzalo con repentino apremio—. ¿Cómo era de peculiar el ejemplo peculiar?
—En mi opinión, muy peculiar.
—En ese caso, ¿quiere hablarnos de ello?
—Oh, por el amor de Dios —suplicó Trumbull, en una sonrisa—. Deseo enterarme de aspectos adicionales del negocio de las novedades.
—No —añadió Gonzalo haciendo un fruncimiento digno del mismo Trumbull—. La mía es una pregunta legítima. ¿Soy un Viudo Negro o no… Jim?
Drake miró pensativo a través del humo de su cigarrillo y, como anfitrión, tomo la decisión.
—Mario ha planteado la cuestión y merece una respuesta.
Háblenos de ello, Al. Yo también tengo curiosidad.
Silverstein contestó:
—Encantado. Fue… veamos… fue hace nueve años. Mi esposa y yo nos hallábamos en un pequeño lugar de vacaciones y ella había salido para ver un espectáculo de verano en el cual yo no tenía ningún interés. Por fortuna, a ella no le importaba ir sola, así que me lo ahorré.
»Me pasé la noche en el salón de donde nos hospedábamos con alrededor de unas docenas de personas a los que, como a mí, no les apetecía ver una comedia de tercera categoría sólo porque, como el monte Everest, estaba allí. Además de mí, había un hombre, su esposa y su hijo que se imaginaron lo que estaba a punto de suceder. El hombre era un tanto tieso, un tipo poco sociable; su esposa era pasiva y tranquila y su hijo, que tenía unos doce años, se comportaba bien y se veía claramente que era muy listo. Se llamaba Winters.
»Había también una mujer a la que mi esposa y yo nos referíamos, en privado, como la
Lengua.
Su nombre, si no recuerdo mal, era Mrs. Freed. Parecía una mujer amable y tenía una mente bastante despierta; pero lo más notable en ella era su perpetua corriente de charla. Nunca parecía dispuesta a detenerse, excepto cuando alguien se las arreglaba para introducir una observación a viva fuerza. Su voz no era desagradable. No era ronca, ni aguda, ni intimidante. Podía incluso considerarse una voz grata, si hubiera habido menos cantidad de ella.
»Recuerdo que su marido andaba con una ligera joroba, como si siempre estuviera resistiendo el viento de aquella corriente vocal incesante. No hay ni que decir que apenas hablaba.
»Había otras seis personas, si no me equivoco, dos parejas y dos hombres sueltos que, o eran solteros o, como yo, tenían a sus mujeres viendo la función. No recuerdo cómo era. La
Lengua
estaba tricotando hábilmente y yo me quedé observando sus dedos, mientras ella marcaba el compás con sus palabras. Entre una cosa y otra, yo estaba hipnotizado en un medio coma que no era desagradable de todo. De cuando en cuando, al tirar del hilo, su gran ovillo de lana rodaba hasta el suelo y ella se agachaba para cogerlo. Una vez rodó en dirección a los Winters. El muchacho saltó a buscarlo y se lo devolvió. Ella se lo agradeció efusivamente, lo acarició y sonrió. Me imaginé en aquel momento que aquella mujer no tenía hijos y que su corazón suspiraba cuando veía los de los demás.
»Entonces, en cierto momento, ella metió la mano en el bolso para buscar una pastilla de menta. Sospecho que necesitaba un suministro constante para mantener lubricada su lengua. La cremallera del bolso se abrió haciendo ruido. Hubo muchos ruidos, porque era un bolso de numerosos compartimientos y, naturalmente, ella tenía que acertar con el que contenía las pastillas de menta.
»Una de las mujeres presentes, se las arregló para introducir una afirmación sobre lo maravilloso que era aquel bolso tan poco corriente. Lo era también por lo grueso. La
Lengua
dijo más o menos, según su modo de hablar: Es poco corriente en verdad yo lo compré en un pequeño almacén de Nueva Orleans y ahora el almacén ya no está y la empresa que lo hizo ya no trabaja y realmente siempre que encuentro alguna cosa que me gusta dejan de hacerla en seguida ya saben este bolso tiene siete cremalleras y siete compartimientos tres de las cremalleras están un poco dentro y puedo tener un compartimiento distinto para mis lápices de labios y mi dinero y mis papeles y mis cartas que tengo que mandar al correo y además están todos divididos con material ligero de modo que puedo vaciar cualquiera de los compartimientos cuando tengo que hacerlo y no se queda nada olvidado cuando cambio de bolso aunque Dios sabe que nunca quiero cambiar este que les mostraré, véanlo…
»Ésa era más o menos su manera de hablar, ya entienden, sin hacer uso de la puntuación. Luego, en su esfuerzo para mostrar cómo funcionaba el bolso, comenzó a hacer ruido de nuevo con las cremalleras, buscando un compartimiento que pudiera vaciar, sin crearse demasiado problema, supongo.
»Cuando finalmente se decidió, volvió el bolso del revés, lo sacudió y salió un pequeño diluvio de monedas y bisutería.
»"No ha quedado nada" dijo triunfalmente, esparciendo a un lado lo que había abierto y mostrándolo a la mujer que había preguntado. Luego, volvió a ponerlo todo en su sitio, y de nuevo hubo un ruido de cremalleras mientras intentaba decidirse por otro compartimiento para vaciarlo; pero, al parecer lo pensó mejor. Dejó el bolso y continuó hablando.
»Recuerdo este incidente y lo he repetido para mostrarles que, en el negocio de las novedades, tenemos que mantener los oídos y los ojos abiertos. Escuchar su charla acerca del bolso me dio la idea de una novedad que yo llamé "el bolso sin fondo". Era un bolso auténtico, con tres cremalleras en la parte de arriba y una cremallera escondida debajo. Las dos cremalleras de arriba eran simples y se abrían en dos compartimientos, pero no eran obstructivas. La cremallera del centro de arriba tenía un agarrador muy llamativo de cristal coloreado y era usualmente el único que veía la víctima.
»El poseedor del bolso podía llenarlo con objetos sin importancia y se lo daría entonces a alguna persona candorosa en una fiesta, "¿Quiere sostenérmelo durante un momento?". Luego, un poco más tarde, le pediría: "¿Es tan amable de sacar los polvos compactos de mi bolso? Están en la parte de arriba"…
La víctima, naturalmente, correría la cremallera que se veía y que activaría la cremallera escondida que estaba debajo. Con los dos compartimientos abiertos, todas las cosas se caerían al suelo para extrema confusión y horror de la víctima.
Avalon dijo con desaprobación:
—Y otra vieja amistad terminaría.
—En absoluto —replicó Silverstein—. Una vez la broma resultaba evidente, la víctima solía reírse más que nadie. Sobre todo teniendo en cuenta que se daba el placer de sentarse, mientras quien había planeado la broma tenía que molestarse en recoger todas las cosas que habían caído.
»Lo tuvimos en el mercado la primavera siguiente y fue bastante bien. No un récord mundial de ventas; pero fue bastante bien. Era un artículo de mujer, naturalmente; pero es una equivocación pensar que las mujeres no están interesadas en las novedades. Uno tiene que…
Trumbull interrumpió:
—¿Y fue ése el acontecimiento peculiar? ¿Vaciar el bolso?
Fue como si a Silverstein lo hubieran devuelto a la realidad con una sacudida. Se sonrojó y luego se rió de una manera incómoda.
—Bueno, no. En realidad todavía no he llegado a esa parte…
Me temo que tengo algo de la
Lengua
dentro de mí, en especial cuando se trata de un debate sobre mi profesión.
»Algún tiempo después del incidente del bolso, el muchacho de los Winters captó mi atención. Había estado observando y escuchándolo todo con una mirada de profundo interés; pero entonces, de repente mostró un aspecto preocupado.
Pareció dudar un momento; luego, se volvió hacia su padre y habló de prisa y en voz muy baja. Mientras escuchaba, el padre se puso tieso y su cara se volvió blanca como la de un muerto.
Murmuró algo a su esposa, y los tres comenzaron a buscar por el suelo, a mover las sillas y a mirar debajo. Parecían muy inquietos, en particular el padre.
»Hice lo que cualquier otro hubiera hecho, pregunté:
»¿Han perdido alguna cosa?
»El padre levantó la mirada, pareció por un momento hallarse perdido en sus pensamientos y luego, como si hubiera llegado a una decisión difícil, se levantó y contestó de una manera seca y pedante: Temo que mi hijo ha perdido un amuleto que él apreciaba mucho; aunque, naturalmente, carece de valor intrínseco. Tiene el aspecto de una moneda bastante grande con diversos símbolos de la buena suerte en ambos lados. Puede haber rodado hacia alguna parte. Si alguien lo ve…
»Todos nos movimos por el mismo impulso cortés o, si ustedes quieren verlo con cinismo, porque hallamos que sería divertido buscar algo que estaba perdido y que no nos producía ninguna angustia personal. En cualquier caso, la habitación fue sometida en seguida a una búsqueda no sistemática pero minuciosa. Dos hombres movieron el sofá, buscaron entre el polvo que estaba debajo y luego volvieron a poner el mueble en su sitio. Fue mirado con detenimiento todo el material que había en la chimenea, fuera de uso. Se alzaron los bordes de la alfombra pero no sirvió de nada.
»Yo me sentía bastante culpable. El amuleto, tal como se le había descrito, no era uno de los nuestros; pero me sentía responsable de algún modo. Le dije al muchacho en tono suave: Sabes, hijo, que estos objetos de la suerte no traen en realidad ninguna buena suerte. Si no aparece, eso no significa que tú vayas a pasar dificultades de ninguna clase.
»El muchacho me miró a su manera, rápida e inteligente, aclaró: Lo sé. Simplemente no me gusta perder nada.
»Pero él me pareció muy preocupado de todos modos y, en mi negocio existe el axioma de que negar la superstición carece de valor. Los que la niegan es tan probable que crean como los que lo admiten.
»Cuando todos volvíamos a tomar asiento, alguien le dijo al muchacho: Quizá lo perdiste antes de entrar en esta habitación. Mr. Winters se volvió a su hijo y le preguntó: ¿Es eso posible, Maurice?
»Maurice pareció más asustado que nunca; pero su voz aguda era firme y contestó: No, padre, yo tenía el objeto de la suerte cuando entré aquí. Estoy seguro de ello.
»Winters aceptó sin recelo la palabra de su hijo que ponía el asunto fuera de discusión. Se aclaró la garganta y dio la impresión de estar incómodo y decidido. Entonces declaró: Señoras y señores, puede ser que alguno de ustedes haya recogido ese objeto sin valor hace un rato y lo haya tirado sin pensar, y que ahora se sienta reacio a admitirlo. Por favor, no dejen que esta molestia se interponga en el asunto. Esto significa mucho para mi pequeño Maurice.
»Nadie dijo ni una palabra. Cada uno miró de vecino a vecino como si esperasen que alguien sacara el amuleto, y curioso por ver quién lo haría. Winters, con la cara roja por la mortificación, permitió que sus ojos descansaran un momento en el grueso bolso de la
Lengua.
Al hacerlo, no pude evitar recordar las monedas que habían salido rodando de él, cuando ella mostró cómo podía ser vaciado.
»La
Lengua
había participado en la búsqueda y había estado inusualmente silenciosa desde entonces. Ella captó la mirada y no tuvo ninguna dificultad en interpretarla. Sus labios se pusieron un poco tirantes; pero no mostró ninguna señal clara de agravio. Luego, sugirió: Bien, supongo que no se conformaría con que le dijera que yo no tenía esa cosa en mi bolso, usted querría verlo y cerciorarse por sí mismo así que simplemente vaciemos todo el bolso sobre la mesa.
»Fue realmente una representación impresionante y convincente. Ella puso el bolso sobre la mesa delante de ella y dijo despacio: Uno… dos… tres… cuatro… cinco… seis… siete… Con cada cifra que decía, llegaba el sonido de una cremallera que se
abría.
Entonces, volvió el bolso al revés y una cascada de objetos salió dando rebotes sobre la mesa. Ustedes no creerían que una mujer pudiera llevar tantas cosas de tantas clases diferentes en un bolso. Algunos objetos rodaron fuera de la mesa; pero ella no intentó pararlos. Sacudió el bolso para mostrar que no salía ya nada más y entonces lo apartó a un lado.
»Luego, dijo amablemente y sin ningún atisbo de mal humor: Chico, tú sabes cómo es tu amuleto, así que revuelve todo lo que está sobre la mesa y mira todo lo que ha caído al suelo.
Adelante, puedes mirar en mi cartera, y en cualquier sobre que veas. Sé que no cogerás nada que no sea tuyo.
»El muchacho le tomó la palabra y miró todas las cosas con minuciosidad, mientras su padre permanecía a su lado, observando atento el proceso. Finalmente el muchacho declaró: Padre, no está aquí.