―¿Éstos son todos los supervisores que ha podido encontrar? ―preguntó a Ithien.
―Eso me temo ―admitió él posando la vista en nosotros, y su mirada se detuvo en mí durante un segundo. Pude ver cómo sus ojos se abrían de par en par por la conmoción, pero contuvo el aire y se volvió sin decir nada. Mi corazón latía salvajemente. Supliqué por dentro en nombre de Thetis que no me delatase.
―¿Se encuentra bien? ―le preguntó Murshash chapurreando en la lengua del Archipiélago.
Ithien tosió con fuerza.
―Sí, no es nada ―afirmó y retomó con rapidez el hilo de su discurso―. Los guardias estaban demasiado enfadados para permitirme coger más supervisores, más aún si carecían de la experiencia que solicitábamos.
―Se enfadarán todavía más cuando tengan que pasarse otra década cavando canales de irrigación a través de esa condenada selva.
Nos miró con autoridad y prosiguió:
―Soy Sevasteos Decaris, arquitecto imperial encargado de arreglar esta represa antes de que estalle. Sois todos lo bastante competentes para haber sido designados supervisores por los idiotas que llevan adelante el proyecto del canal. Eso no me inspira ninguna confianza hacia vosotros. Si podéis realizar vuestro trabajo, os dejaré como supervisores. En caso contrario, regresaré allí hasta dar con gente que pueda hacerlo.
Nos presentó entonces a los otros dos thetianos: Emisto, el compañero de Ithien, y Biades, quien al parecer ya había estado en la presa. A continuación nos ordenó que lo siguiésemos hasta allí.
El sendero se extendía en zigzag enmarcado por el espolón, algo quizá grato para los caballos y las muías, pero muy incómodo para nosotros. La estrechez del terreno entre los muros de roca enrarecía el aire y convertía la senda en un caldero. Caminar en medio del polvo levantado por los cascos de los caballos tampoco nos ayudaba.
El calor reflejado por las rocas desnudas que se alzaban a gran altura a un lado del camino era intenso, lo bastante para darnos jaqueca. Al menos, los que transportaban las provisiones eran los animales y no los penitentes.
Cruzamos una pequeña depresión en el terreno y perdimos de vista la represa. Pero cuando emergimos nos encontramos ligeramente por encima y detrás de ésta.
Exhausto tras la escalada, suspiré cuando vi el extenso lago contenido por la presa, una masa de agua que mostraba un brillo plateado a la luz del sol, rodeada de vegetación en el lado más lejano, que parecía fuera de lugar en medio de la desolada grandeza de los acantilados. El lago parecía un trozo de mar trasladado allí arriba y por un momento casi llegué a creerme que lo era. Un buen trecho de la costa lejana estaba oculto, pero me imaginé cómo brillaría la caída de agua del lado de Tehama, donde, tras unos centenares de metros, los acantilados se echaban hacia atrás por completo a lo largo de casi dos kilómetros.
Tras las tibias aguas de los ríos, era una imagen del paraíso.
El sendero se hundió una vez más al nivel del parapeto, donde un amplio pasaje (lo bastante ancho para que caminasen cinco o seis personas hombro con hombro) daba lugar a una suave curva, a uno de cuyos lados podía apreciarse un conjunto de desgastados edificios de piedra. Ocupaban un espacio abierto bastante plano y comprobé que los acantilados no estaban tan cerca como yo había creído.
―¿Para qué necesitamos los animales de carga? ―preguntó Emisto―. Sé que es un camino duro cuesta arriba, pero trayendo las cosas en pequeñas cantidades se habría ahorrado forraje.
―Necesitaremos materia prima ―dijo Sevasteos con autoridad―. Hay una cantera a unos cinco kilómetros y en el camino hay tierras de pastoreo.
Los jefes desmontaron y llevaron sus caballos hacia el punto más elevado de la presa, hablando entre ellos mientras nosotros mirábamos el lago como hechizados. Distinguí marcas en el lado interno del parapeto, así como sogas aferradas al mismo en el centro. Supuse que se detendrían entonces para examinarlas, pero Sevasteos prosiguió la marcha, quizá ansioso por dejar a los caballos el menor tiempo posible allí arriba.
Por fortuna, aquel sitio era milagrosamente fresco y el agua se veía muy clara. Me asomé al parapeto y vi el muro de piedra pálida extendiéndose a gran distancia hacia abajo, aunque el mar era demasiado profundo para distinguir el fondo.
―¿Quién construyó esto? ―le preguntó uno de ellos a Sevasteos.
―La gente de Tehama ―respondió―, un poco antes de la guerra de Tuonetar. Da la vuelta completa, de modo que se pueden ver las ciudades en ruinas en los lados donde el terreno es lo bastante llano para permitir la agricultura. Todo esto era parte de la Baja Tehama. Bastante impresionante, a decir verdad.
Para los no thetianos, era un mensaje implícito. Murshash no advirtió el velado desdén o prefirió ignorarlo.
Del otro lado, el arquitecto dejó su caballo al cuidado de un mozo y se metió en uno de los edificios cercanos. Un único ambiente ocupaba la mayor parte del espacio interior y en el medio había dos hombres inclinados sobre sendas mesas, estudiando con detenimiento unos planos.
―El emperador envió un ingeniero tras las tormentas del último año ―informó Sevasteos mientras desenrollaba un plano en la mesa más grande―. Hay graves desperfectos en la sección central que deben ser reparados o todo cederá cuando caigan las próximas tormentas. ―Miró por la ventana el cielo azul y despejado―. Por el momento no hay señal de ellas ―prosiguió―, y el tiempo ha estado tranquilo últimamente, pero nunca se sabe. De hecho, ésta es apenas la primera etapa de un proyecto más ambicioso. Luego también habrá que realizar tareas en la zona más profunda, pero dudo que comencemos con eso hasta dentro de unos años. Lo importante es que, una vez que la represa sea segura, el virrey enviará aquí agricultores para empezar a trabajar en los viejos huertos y jardines del mercado. Es probable que el lago tenga potencial para la pesca, pero no podemos arriesgarnos a probarlo hasta no estar seguros de que la presa resistirá.
Conque el virrey. Nadie ignoraba que Charidemus era el portavoz de Sarhaddon. Sin embargo, según el Dominio, Sarhaddon y su orden venática eran sólo
consejeros espirituales
de los gobernantes seculares (virreyes thetianos, gobernadores y presidentes títeres del Archipiélago). Individualmente, los venáticos no poseían ningún poder oficial.
Mientras llegaban desde abajo los carros con provisiones y materiales, el arquitecto pasó la siguiente media hora analizando los detalles técnicos de lo que pensaba hacer. No conseguí comprender la mayor parte pero dejó claro desde el principio que no se esperaba que lo entendiésemos. Nosotros estábamos allí para realizar todos los trabajos prácticos que no incumbían a los arquitectos y para actuar en calidad de supervisores técnicos: se trataba de un asunto de una magnitud mucho más compleja que la mera construcción de un canal.
Cuando Sevasteos concluyó la explicación, bajamos al lugar de la represa donde estaban sujetas las sogas, al parecer el sitio donde había la mayor parte de los desperfectos.
―¿A qué profundidad deberemos trabajar? ―pregunté con la mirada fija en las aguas azul verdosas.
Sevasteos pareció molesto al tener que considerar una cuestión tan frívola.
―No habrían de ser más de cinco metros ―respondió―. Algo perfectamente factible. Si las filtraciones se extendiesen a mayor profundidad, deberíamos vaciar un poco la represa.
Yo no era ningún ingeniero, pero no cabía duda de que las filtraciones más preocupantes serian las del fondo de la represa, no las de arriba. Si hubiese algún fallo en la parte superior, a lo sumo produciría una pequeña inundación, pero nada de la escala sugerida por Sevasteos.
Pero claro, él sabía más que yo sobre el asunto. Por el momento lo que me apetecía hacer era meterme en el agua. Se trataba de la primera oportunidad que tenía de nadar de veras en mucho tiempo. Quizá a alguien que no fuese thetiano mi deseo le podría parecer irracional, quizá incluso una debilidad. Los haletitas no lograrían comprenderlo ni en un millar de años, pero los thetianos llevaban en la sangre el gusto por nadar, y es posible que yo lo sintiera más intensamente que la mayoría. Pese a haber crecido a decenas de miles de kilómetros de Thetia, pertenecía de pies a cabeza al pueblo del océano tanto como Ithien o Sevasteos.
―¿No habría sido mejor construir una presa en forma de arca? ―preguntó Emisto mirando al lago con ojo calculador―. En ese caso podríamos comprobar si los desperfectos se extienden a gran profundidad. No es lo ideal subsanar las fallas cercanas al parapeto y luego comprobar que ha sido apenas una reparación cosmética.
―Ahora no hay tiempo para pensar en eso ―advirtió llanamente Sevasteos―. O los materiales o la gente. Nuestro ingeniero supervisó la cara frontal y no descubrió ningún desperfecto.
No es que Sevasteos confiara totalmente en lo que le decía aquel hombre; él hubiese proseguido los trabajos sin mayor miramiento. Me pregunté cómo habían descubierto los primeros supervisores los desperfectos de aquel lado, por debajo de los cuatro metros de profundidad. ¿Habrían empleado esclavos para hacerlo?
―Pero si la base cede, se producirá mucho más que una pequeña inundación ―prosiguió Emisto con insistencia―. Si realizamos sólo la mitad del trabajo, el desastre sucederá tarde o temprano.
―Ya lo he dicho, no hay problema ―repitió Sevasteos lanzando una dura mirada a su subordinado.
Murshash pareció algo perturbado y habló antes de que el arquitecto pudiese cambiar de tema:
―No me quedo tranquilo, señor arquitecto ―dijo con lentitud―. Si existen filtraciones del lado interno aquí arriba, no dudo de que habrá más debajo.
―Pero no podemos hacer nada al respecto ―afirmó Sevasteos con bastante más cortesía que la que había empleado al dirigirse a Emisto; el haletita, aunque perteneciese a las órdenes inferiores, era un sacerdote―. Si el exarca nos proporcionase la madera y todos los esclavos que necesitamos, podríamos hacer algo. Tal como están las cosas, estamos haciéndolo lo mejor posible.
―Lo consultaré con Shalmaneser.
Quizá Murshash no lo viese, pero yo distinguí un cruce de miradas entre Ithien y Sevasteos. Había en juego más de lo que parecía.
―Habla con él cuando hayamos realizado la supervisión ―exigió Sevasteos―. Te necesito ahora conmigo, Murshash.
Me pregunté cuál de los dos sería el primero en hablar con Shalmaneser, y pensé que sería Sevasteos.
Recorrimos el puente, examinando cada sector con tanto detenimiento como era posible sin caer al agua. La intención de Murshash era sellar las filtraciones con barras de metal y hormigón resistente al agua, técnica que los thetianos llevaban siglos empleando y que habían transmitido al resto del mundo. Murshash parecía saber poco sobre la piedra, pero aun así era el sacerdote del Dominio más calificado en todo Qalathar. Aparentemente, haber trabajado en la represa le había proporcionado sólo una parte del conocimiento técnico thetiano.
Murshash era uno de los pocos haletitas soportables con los que me crucé y no parecía resentido por su ignorancia, aunque le preocupaba la idea de que no se pudiese efectuar un trabajo adecuado. Se trataba de un profesionalismo que no esperaba encontrar en él, dado que el asunto lo involucraba muy poco y apenas lo afectaría. Razoné que la crisis de alimentos era un asunto importante, pero la presa en sí carecía de importancia estratégica. Era imposible que hubiese algo de valor sumergido en ese abismo.
―Todavía nos quedan unas horas ―dijo Sevasteos alzando la mirada al cielo cuando acabamos el recorrido―. Podemos empezar a levantar los andamios en los dos primeros puntos. Biades, llévate a los supervisores y muéstrales lo que han de hacer. Luego reúne a los trabajadores.
Ni él ni ninguno de los otros thetianos mencionaban la palabra «penitente» si podían evitarlo, e incluso mostraban su disgusto cuando no podían hacerlo. Quizá suponían que, negando la realidad, ésta se desvanecería, pero agradecí que todos ellos, incluso el áspero Sevasteos, nos tratasen como a seres humanos, en contraste con la mayor parte de los sacerdotes con los que había tratado desde que me habían capturado en el Refugio. A muchos les resultaba difícil considerar del todo humanos incluso a los habitantes libres del Archipiélago.
Lo que Sevasteos había denominado «andamios» era apenas un marco de tablones de madera que debía permanecer suspendido sobre las zonas dañadas para hacer el trabajo más sencillo. Había también ligeros postes de caña, y los otros supervisores y yo fuimos encargados de vigilar su ensamblaje en las estructuras que Biades había especificado.
Unos pocos soldados nos miraban en la distancia, pero era evidente que habían recibido órdenes de no intervenir. Nos confiaron además sierras y auténticos cuchillos afilados para cortar los postes y la soga que los mantenía unidos.
Cuando el sol desapareció tras un irregular pico en el oeste, cubriendo de sombra las cabañas y el terreno circundante, ya casi habíamos acabado ambos juegos de andamios. Pero, a pesar de que Emisto nos felicitó por nuestro trabajo y de que la sopa que nos sirvieron para cenar era considerablemente mejor que la de las trincheras de Ulkhalinan, no dejé de sentirme nervioso.
No era por no haberme metido aún en el agua, aunque al acabar la sopa, sentado en una roca con la mirada perdida en las quietas aguas del lago, me sentí más mugriento que nunca por tener el agua tan cérca. No, ésa era tan sólo una incomodidad física.
―¿Te gusta estar aquí? ―preguntó Oailos mientras apartaba con la mano unos guijarros para hacer más liso el terreno y sentarse a mi lado. Vespasia estaba junto al fuego, intentando arrancarles un poco más de sopa a los hoscos cocineros.
―Es mucho mejor que el canal ―murmuré.
―Pero no es el sitio perfecto... ¿verdad?
Negué con la cabeza.
―Hay algo que no cuadra ―dijo Oailos con una mueca―. Otro supervisor me adelantó buena parte de lo que haríamos. Yo era antes albañil y puedo asegurarte una cosa: el asunto no tiene sentido.
―¿Nuestro trabajo de reparación?, ¿con el hormigón y las barras de metal?
―No hay nada extraño en eso. Lo llamativo es que nos trajeran a todos para unas pocas reparaciones superfluas. ¡Por el amor del cielo! ¿Tiene coherencia que el arquitecto imperial trabaje en un proyecto patético como éste? Es ridículo. Ese es el puesto más alto al que puede aspirar un arquitecto, y, con el programa de construcción de fuertes del emperador en pleno desarrollo, resulta aún más intrigante.