Nos aflojamos un poco las cuerdas entre nosotros y bajamos antes de que nos reuniesen como a una manada a un lado del fuerte, junto a un muelle de madera al que estaban amarradas dos barcazas y un pequeño barco de pasajeros. Shalmaneser los inspeccionó de forma grandilocuente, aunque a juzgar por la mirada no parecían importarle de verdad, y luego ladró una orden antes de desaparecer junto al comandante del fuerte por un pequeño portal situado en el muro que daba al río.
―Partiremos dentro de una hora aproximadamente ―dijo Ithien, deteniéndose un instante mientras sus compañeros lo seguían―. El río es bastante seguro, ya no hay nada viviente en sus aguas, de modo que si deseáis lavaros, podéis hacerlo.
Era la primera vez en catorce meses que iba a meterme en el agua, y aunque se tratara de las aguas turbias, tibias y estériles de aquel río, seguía pareciéndome maravilloso. Me libraba así por fin de mi embarrado anonimato de tanto tiempo, pero resultaba evidente que Ithien acabaría reconociéndome tarde o temprano. Como él mismo me había dicho en una ocasión, era imposible confundirme entre la multitud.
A juzgar por mi reflejo en el agua, ni siquiera parecía pertenecer al tipo de lugares civilizados en los que podría encontrarse una multitud. Estaba demacrado y ojeroso y, aunque me había esforzado por mantener el pelo lo más corto posible, seguía siendo un caos. Los últimos rastros de ansiedad por mi marcha de Ulkhalinan se desvanecieron: era mejor estar en cualquier otro sitio que allí.
Cuando salimos, los guardias nos hicieron avanzar hacia la primera barcaza. Era bastante grande, con poca profundidad de quilla y una única y enorme vela para navegar contracorriente. Apenas había espacio suficiente para que todos nos sentásemos y mucho menos para echarnos a dormir, pero una vela apolillada nos daba cierta protección contra el sol del mediodía. Hacía demasiado tiempo, además, que no gozaba con el sonido del agua golpeando contra un navío.
Cuando estuvimos todos a bordo pude observar con verdadero detenimiento a mis compañeros de cautiverio. Casi la mitad parecían de origen thetiano puro; probablemente eran renegados o víctimas de la Inquisición del emperador. Los demás eran habitantes del Archipiélago, algunos con ligeros rasgos sureños, todos mostraban la misma fatiga en la mirada, el rostro resignado de hombres y mujeres carentes de futuro. En su mayor parte habían sido traicionados o entregados al fanatismo de los venáticos; en no pocas ocasiones sus pueblos o ciudades habían sido cegados por la retórica y sus propios vecinos los habían sacrificado en un intento de conjurar la amenaza de una cruzada que se cernía constantemente sobre las islas.
Sus expresiones comenzaron a cambiar cuando las barcazas zarparon y comenzaron a avanzar río arriba. Ithien, Shalmaneser y los otros viajaban en la popa del bastante más pequeño barco de pasajeros, cuyo notable lujo era que tenía camarotes. Iba por delante de nuestra barcaza y de la otra donde habían sido embarcados los caballos y las provisiones.
―¿Por qué necesitan a esos dos thetianos en la reparación de su represa? En Thetia no hay presas. ¿Pensabais que los haletitas serían capaces de hacer algo por sí mismos? ―preguntó uno de los hombres que me rodeaban cuando los demás comenzaron otra vez a conversar.
―No es una represa ―afirmó otro con desánimo―. Nos quieren para algo más, algo de lo que aún no nos han hablado.
―El tesoro de Tehama ―añadió un sujeto de baja estatura que se las había arreglado para mantener la barba ligeramente limpia y puntiaguda―. Sólo existe un grupo de montañas al oeste de aquí, la cordillera de Tehama. Se supone que los habitantes de Tehama no pudieron llevarse consigo todas sus riquezas cuando fueron invadidos y expulsados por los thetianos. Ahora el Dominio está corto de fondos y recorrerá las distancias que sean precisas para obtenerlas. Es ése y no otro el tipo de buceo que nos espera, lo que explica además la presencia de los thetianos.
―Mira, sea lo que sea lo que quieren de nosotros ―sostuvo Pahinu―, no regresaremos jamás a la maldita Ulkhalinan.
―Preferiría estar allí antes que hacer estallar mis pulmones en algún recóndito lago para que el Dominio pueda costearse el pandemonio que ha desatado ―objetó el primero que había hablado.
Se oyó un murmullo de desacuerdo y cinco o seis personas comenzaron a discutir con él a la vez. El fornido hombre miró al último de sus oponentes con ligero disgusto.
―¿Entonces por qué os habéis marchado ―le espetó―, si tanto os gustaba ese lugar?
―Todos sabían que yo era pescador de perlas ―murmuró―. No habría podido quedarme.
―Y ahora ya estáis aquí, de modo que basta de quejas. Haced algo útil, como escuchar a los guardias para intentar averiguar si alguno de ellos sabe adonde nos dirigimos.
Aquella noche, las barcazas se detuvieron en una isla llana y pantanosa en medio de un pequeño lago también pantanoso, justo antes de que el río dejara de ser navegable. En su mayor parte, el lago era lo bastante poco profundo para caminar por el fondo, donde crecían unas pocas y escuálidas cañas. Era un lugar sin ningún encanto.
Desembarcamos y, siguiendo las órdenes de Shalmaneser, encendimos una fogata con algunas de las maderas guardadas en la barcaza de provisiones para cocinar. La cena consistió en una sopa tibia y ligera que tomamos cerca del fuego, mientras los sacerdotes y los dos thetianos comían en una mesa baja sobre la cubierta de su navío.
Espacia y yo nos sentamos junto a Pahinu y el hombre fornido, que se llamaba Oailos.
―No parecen llevarse demasiado bien, ¿verdad? ―dijo Oailos mirando al pequeño grupo de dignatarios. En ese paisaje desolado, su pequeño barco de elevada popa y cubierta protegida por un toldo parecía una avanzada de la civilización―. Shalmaneser cree que los dos técnicos son sus inferiores y el otro thetiano un don nadie sin personalidad.
―A Ithien le gusta destacar, ¿no es cierto? ―subrayó Espacia. Incluso allí, las ropas de Ithien estaban bien confeccionadas y eran de brillantes colores, no del todo acordes con las circunstancias―. Tengo la sensación de que no está demasiado de acuerdo con la esclavitud.
―Ninguno de los thetianos lo está ―afirmó Oailos con desdén―. Aprueban leyes contra la esclavitud, pero todo lo que necesita el Dominio es llamarla «penitencia» y a los thetianos ya les parece bien. ¿Acaso los thetianos en Ilthys protestaron cuando dos docenas de nosotros fuimos embarcados como penitentes? Yo había trabajado para ellos varias veces, los ayudé a construir un patio en el consulado de Jontia y otras cosas, pero, cuando alguien les dijo a los venáticos que yo era un hereje, los thetianos no alzaron ni un dedo para ayudarme.
Oailos no se molestaba ocultando el odio en su voz. Si realmente sentía tanta amargura como aparentaba y no era otro agente del enemigo, corría peligro hablando con Pahinu. Eso en caso de que Pahinu fuera, de hecho, un delator. Pero si le habían prometido una reducción de su tiempo de servicio, ¿por qué arriesgarse ofreciéndose voluntario?
―No tiene importancia que no se caigan bien entre sí ―añadió Vespasia―. Lo único que eso implica es que Shalmaneser rondará todo el día a los otros tres mientras trabajan.
―Y luego presumirá de los logros ―asintió Oailos―; tienes razón. Bien, pues en principio me gustaría saber adonde nos dirigimos, con que si oís algo y me lo contáis, no olvidaré el favor.
Oailos acabó de cenar y empezó a buscar un sitio no demasiado inestable en el que echarse.
―Espero que los guardas permanezcan despiertos ―agregó Pahinu―. Lo más probable es que este lugar esté infestado de cocodrilos.
Sentí un pinchazo en un brazo y me di un manotazo en ese punto. El insecto que maté era pequeño y no parecía tener el tamaño suficiente para hacer el menor daño. Nubes de mosquitos revoloteaban sobre nuestras cabezas, aunque sólo se podían ver a contraluz.
―Está infestado de pequeños chupadores de sangre, como mínimo ―advertí mientras me recostaba y tapaba con la gruesa manta que me habían proporcionado―. ¡Por todos los cielos, espero que pronto nos vayamos de este pantano!
A la mañana siguiente dejamos atrás las embarcaciones e iniciamos la marcha en dirección oeste. Nuestras sandalias no habían sido hechas para ese uso y, tras caminar unos pocos kilómetros, ya tenía ampollas en los pies. Los jefes iban muy bien, por supuesto, al cubrir todo el trayecto sobre sus monturas. Pero el resto de nosotros debíamos avanzar tragando el polvo que levantaban los caballos y rodeados por soldados siempre irritados. Seguían la disciplina de su orden, pero incluso los líderes mostraban deseos de involucrarse, para variar, en algún tipo de lucha, obteniendo así la oportunidad de estar entre los benditos.
El compañero de Shalmaneser, el ingeniero cuyo nombre, según me enteré más tarde, era Murshash, parecía muy preocupado por que nos alimentásemos lo suficientemente bien para conservar las fuerzas, algo que me pareció bastante inquietante y casi de mal agüero. Varios me dieron la razón, incluyendo a Oailos, que se había convertido por acuerdo tácito en el portavoz de nuestro grupo.
Cuando éste descubrió el nombre de Ithien, sentí que podía contarles todo lo que quisiera sobre él. Les dije que Ithien había sido gobernador de Ilthys para la antigua Asamblea, así como un ferviente republicano. No mencioné que lo conocía personalmente.
―¿
Por qué entonces le permitió el emperador cambiar de bando? ―preguntó Vespasia―. Seguro que tenía muchos hombres en los que confiar.
―Todo eso demuestra que Ithien, pese a las apariencias, es un tipo astuto ―señaló Oailos con convicción―. Shalmaneser es un haletita arrogante sin mayor complejidad y los dos ingenieros en realidad no tienen importancia. Es probable que Ithien esté ansioso por demostrarle su lealtad al emperador, así que no le preocupará cuánto daño haga mientras logre lo que se propone.
Hasta ese momento, Ithien y los demás se habían mantenido alejados, sin prestarnos atención, guiando sus caballos por los tortuosos senderos de montaña. Eso cambiaría cuando llegásemos a nuestro destino y, tarde o temprano, Ithien podría reconocerme. Era necesario ser cuidadoso y como Vespasia conocía ya parte de la historia, le conté lo que aún ignoraba, que resultó no ser mucho.
Desde el río habíamos tenido a la vista las montañas de Tehama, una línea gris en la distancia. Durante los dos días de marcha se volvieron cada vez más y más altas, por lo menos cuando las copas de los cedros y los árboles selváticos cada vez más abundantes nos permitían ver algo. Eran titanes comparados con las colinas que nos rodeaban y se alzaban demasiado alto para permitirnos distinguir los picos, demasiado alto para una isla del tamaño de Qalathar. Sin embargo allí estaban, robustas e impresionantes cuanto más nos aproximábamos a ellas.
El sitio adonde nos dirigíamos se encontraba exactamente a sus pies y no fue hasta el momento en que creímos imposible avanzar un paso más sin ponernos a escalar cuando divisamos la represa.
Resultó algo completamente inesperado. Ascendí una pequeña cuesta en el sendero y me encontré de pronto enfrentado a un abismo: el terreno se hundía unas cuantas decenas de metros delante de mí hasta dar con una terriblemente distante agua azulada. De algún modo me resultaba familiar, pero no recordaba haber estado en ningún sitio como ése y, en principio, sólo presté atención a la represa.
Ésta bloqueaba la pared posterior del cañón por el frente y hacia la izquierda, un arco sin grandes relieves entre dos gigantescos espolones rocosos. La piedra blanca brillaba a la luz del sol, alzándose a gran altura por encima de la plácida masa de agua situada debajo. Recordé los acantilados de Tehama cayendo sobre las furiosas aguas blancas, tan diferentes del lago similar a un tazón que teníamos ante nuestros ojos. ¿Era realmente un lago? Según comprobé no bien avanzamos un poco más, no era un lago sino un canal, que doblaba de forma abrupta hacia la derecha tras un par de kilómetros.
―Ahora creo a Ithien ―dijo Pahinu, con la mirada absorta en la construcción de piedra―. Sin embargo, no recuerdo ninguna mención de que Orethura construyese algo semejante.
―Porque nunca lo hizo ―fue la respuesta de Oailos cuando se lo consulté―. Esta tierra no era parte del reino de Orethura. Ha de ser obra de la gente de Tehama; tendrá al menos doscientos años de antigüedad.
―Entonces ha habido algún problema y los haletitas ignoran cómo solucionarlo ―sugerí―. Eso explica por qué necesitaban thetianos, gente que construyera en piedra y no con ladrillos de barro.
Con todo, eso no explicaba la urgencia del viaje.
―Puede que tengas razón. Por lo menos en eso nos han dicho la verdad. Ahora nos queda esperar que, sea lo que sea que funciona mal, se encuentre cerca de la cima, pues el lago en la otra ladera ha de tener seguramente más de treinta metros de profundidad.
―Ithien es thetiano, él sabe que no podemos bucear a esa profundidad.
―Ithien no es el que manda ―afirmó Oailos―. Tenéis demasiadas ganas de confiar en él, pero sólo es un traidor y un oficial imperial. Aunque parezca agradable no por eso deja de ser uno de nuestros enemigos.
La comitiva se detuvo en un espacio abierto por encima del agua, cerca de un angosto sendero cuyo ancho apenas alcanzaba para que pasara un hombre a la vez. Fue entonces, mientras los soldados comenzaban a ordenarnos a todos en fila, cuando llegó el momento que yo temía. Ithien, que había estado sentado en la playa conversando con Shalmaneser, se aproximó para supervisar la organización.
―Murshash desea hablar ahora con todos los supervisores, creo que sois seis.
Di un paso adelante desde mi lugar en la fila, detrás de una de las muías con provisiones, y me moví con cautela rodeando el animal. Los otros cinco hicieron otro tanto separándose del grupo. Yo era el único hombre y, con excepción de una mujer, todos éramos thetianos. Eso no resultaba en absoluto sorprendente, ya que los thetianos tendían a ser de más baja estatura y era habitual que estuviesen mejor instruidos. En especial las mujeres, aunque la educación en el Archipiélago ya no había sido la misma desde el inicio de la Cruzada y la destrucción de todas las universidades.
―Bien ―dijo Ithien conduciéndonos hacia el lugar donde Murshash y el ingeniero thetiano nos esperaban junto a otros dos hombres, también thetianos, a la sombra de un grupo de rocas―. Estos cuatro hombres están a cargo del proyecto.
Uno de los dos recién llegados, bastante alto para ser thetiano y con aspecto cadavérico, movía los dedos con impaciencia sobre su túnica polvorienta.