Read Cruzada Online

Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Cruzada (13 page)

BOOK: Cruzada
7.46Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Eso no se me había pasado por la cabeza y Oailos notó mi sorpresa.

―Los arquitectos y los albañiles pueden ascender como todos los demás ―comentó con una pizca de desdén al considerar la descuidada presunción de un aristócrata de que sólo en los círculos de la corte se podía hacer política. Sin embargo, al contrario que a la mayoría de los miembros de mi antigua clase social, yo había sido testigo de mucho más que las intrigas de los poderosos. La competencia política que podía encontrarse incluso en una pequeña estación oceanográfica era tan intensa como la de la corte imperial: lo único que cambiaba era el monto de las apuestas.

―Sí, por supuesto ―asentí―. Pero si esto es tan importante como dijo Shalmaneser, ¿no estará demostrando el emperador con qué seriedad se toma la alianza? El deja todo en manos de sus consejeros del Dominio salvo el ejército, así que quizá no se haya enterado de este proyecto.

―Pero si sólo está dañada la parte superior de la represa y el lago no está cumpliendo por el momento ninguna función, no se explica la necesidad de enviar a un hombre tan importante.

―Shalmaneser niega que existan otros desperfectos.

―Lo sé, y nuestro amigo haletita Murshash no está satisfecho. De modo que uno de ellos, Sevasteos, Ithien o Murshash, tiene un proyecto personal. O quizá todos tengan uno. Pero, sea quien sea el que esté involucrado, nosotros estamos en medio, así que debemos mantener los ojos y los oídos bien atentos.

Se puso de pie y se alejó, intercambiando un breve saludo con Vespasia, que regresaba.

―¿De qué te ha hablado Oailos? ―me preguntó ella en voz baja mientras se sentaba en el espacio que el otro había dejado.

―De cosas ―respondí. No tenía por qué ser más específico, ya que Vespasia sabía bien de qué había estado hablando.

―Oailos tiene ambiciones.

―Sí, pero empiezo a creer en lo que dice. Aquí está sucediendo algo extraño.

―Por supuesto que sucede algo extraño, pero no tan importante como supone y tampoco mucho más de lo que suele serlo cualquier asunto en el que ponga sus manos el Dominio. Si pudieses ayudarnos a averiguar por qué Ithien cambió de bando, supongo que acabaríamos comprendiendo casi todo.

Observé a un centinela haletita haciendo su ronda de vigilancia por la pedregosa costa del lago con una antorcha encendida en la mano. Recordé entonces la mirada que habían intercambiado Ithien y el arquitecto y no me sentí seguro de que esa estrategia pudiese funcionar.

Pero no había nada que pudiese resolver en aquel momento. Lo único cierto era que al día siguiente podría nadar otra vez, y apenas podía contener mi ansiedad.

CAPITULO VI

Nos despertaron al amanecer, pues Sevasteos tenía urgencia por completar el trabajo, pero me gustó ver que él y los otros ingenieros estaban todos en pie y vestidos tan temprano como nosotros. En algún sentido éramos afortunados de estar en los trópicos, pues eso implicaba noches largas, con una duración nunca inferior a las once horas thetianas. Ni los haletitas ni Sevasteos podían afrontar los gastos que exigía iluminar las horas de oscuridad nocturna.

Se oyó un torrente de blasfemias una hora más tarde cuando tuvimos que mover con incomodidad la primera estructura del andamio a lo largo del parapeto. No es que fuera particularmente pesada y tampoco se desprendían astillas, pero al ser tan alta no era grato transportarla.

Al final ajustamos las sogas a las partes superiores, y los supervisores nos turnamos para asegurarlas, manteniendo así más o menos firme el armazón. De ese modo podríamos trasladar el andamio con mayor facilidad.

―¿No estaba todo tan calculado, verdad? ―comentó uno de mis colegas cuando todos descansábamos ante la tosca construcción.

Otro negó con la cabeza mientras señalaba:

―Nos dijeron qué deseaban, pero ni una palabra sobre cómo lograrlo.

Entonces fui convocado a la cabaña central, donde los ingenieros estaban de pie discutiendo planos. Sevasteos parecía molesto ante la posibilidad de que algo tan menor como los andamios pudiese retrasar la obra y me enviaron de regreso junto a Emisto y Biades para supervisar. Transcurrió a continuación casi una hora de progreso penosamente lento mientras colgábamos gruesas cuerdas sobre el parapeto. Algunos de los hombres más fuertes trajeron sacos llenos de piedras para asegurar todavía más las cuerdas.

―Sevasteos no está habituado a las cuestiones prácticas ―sostuvo Emisto mientras el arquitecto se mantenía a cierta distancia tras habernos preguntado por segunda vez por qué aún no habíamos hecho nada―. Él elabora grandes y ambiciosos proyectos y delega las pequeñas menudencias en los demás.

―¿No es eso lo que ha de hacer un alto cargo? ―inquirió Oailos, que estaba a poca distancia.

―Sí, pero siempre y cuando entienda que las pequeñas menudencias también llevan su tiempo. Se inquieta por no comenzar lo que él piensa que es el trabajo en sí.

La impaciencia no parecía una virtud tratándose de un arquitecto.

Emisto era un hombre robusto de baja estatura, no más alto que yo pero redondo en todas aquellas zonas donde mi cuerpo era delgado (en aquel momento, de hecho, flaco).

―¿Cuál es aquí el trabajo en sí? ―preguntó Oailos―. Rellenar unos pocos agujeros en una represa no me parece, de hecho, un concepto demasiado ambicioso.

Emisto puso los ojos en blanco, pero se interrumpió para ladrarle una orden a uno de los hombres que aseguraban los sacos.

―Sólo Ranthas sabe qué está haciendo aquí el arquitecto imperial ―prosiguió―. Es el tercer hombre que ocupa ese puesto en cuatro años por lo menos, el emperador los despide constantemente. Ni siquiera supe su nombre hasta que me retiró de mi grato pequeño proyecto cerca de Ilthys para venir a trabajar a esta tierra olvidada por los dioses.

Ahora la cosa se ponía interesante de verdad y deseé que siguiese adelante con su relato.

―¿Y por qué tú? ―indagué.

Emisto se encogió de hombros.

―Soy experto en albañilería submarina. No habían encontrado a nadie más cuando desembarcaron en Ilthys, así que me obligaron a seguirlos. Lo más probable es que regrese y descubra que mi espléndido puerto ha sido abandonado y convertido en una cantera.

Un descuidado encargado de las sogas soltó las que tenía a su cargo y varios metros de ellas empezaron a desplegarse, cayendo hacia el lago. Emisto dio un salto hacia adelante gritándoles a todos que asegurasen el extremo y ahí acabó nuestra conversación.

Una estrategia básica de su muy sensato método de asegurar el caballete con pesos y sogas incluía arrojarlos al lago. Era un procedimiento que, incluso realizado bajo la supervisión precisa de Emisto, era muy entretenido de ver y requería que una docena de hombres saltasen más o menos al unísono para evitar que acabasen flotando a la deriva.

Entonces Emisto decidió por fin enviar un supervisor al agua y me ordenó sumergirme para comprobar que todo estuviese colocado en el sitio correcto.

―Me has convencido de que es necesaria una ración más abundante de comida sin mencionarlo siquiera ―me dijo mientras yo trepaba al parapeto―. A partir de ahora todos recibiréis más comida. Me aseguraré de que así sea. ―Me ardía la piel por el calor seco. Esa sensación se multiplicó por diez en un momento, y me costó mucho esperar a que acabase su discurso―. ¡Por todos los cielos, qué bárbaros son los haletitas!

La preocupación de Emisto, como la de los demás thetianos, parecía genuina, y me conmovió en lo más profundo que estuviese dispuesto a hacer algo al respecto y más aún que no mencionase que beneficiaba sus propios intereses que nosotros nos alimentásemos bien.

Entonces Emisto olvidó por un momento su preocupación mientras yo me colgaba del parapeto para bajar los cerca de tres metros que lo separaban de las claras aguas del lago.

Sentir de nuevo el contacto del agua fue como bucear en el cielo. Agua verdadera, aunque no fuese salada ni hubiese olas. Volví a abrir los ojos casi al instante de estar sumergido, observando el mundo iluminado por el sol que se extendía hacia adelante y hacia abajo a través de una cascada de burbujas. Podía ver con claridad a varios hombres nadando a mi alrededor, a un poco más de profundidad, ajustando las sogas, y también la sombra del andamio atravesando el plateado brillo de la superficie.

¡Por todos los Elementos! ¡Era muy hermoso!

Me concedí el lujo de sumergirme más profundamente antes de dar media vuelta y regresar junto a las obras, saliendo a la superficie y quitándome el pelo mojado de los ojos. Vi cómo muchos de los buceadores me sonreían, y varios me hicieron gestos de aprobación.

No había tiempo para celebraciones y no me importó que se me exigiese que me pusiera a trabajar. Emisto arrojó una vara de medición y descendí comprobando que las sogas fuesen lo bastante largas y que la estructura pudiese quedar aferrada en los sitios correctos. En todo caso, tampoco tuve que hacer mucho: mientras los demás aseguraban los pesos al final del caballete y lo colocaban bien, yo debía confirmar que dicha posición fuese la correcta y que la profundidad fuese la adecuada.

Cuando por fin salí a la superficie para informar de que todo estaba como correspondía, Emisto era la única persona que permanecía allí con excepción de dos hombres que ajustaban una escalera de soga para que pudiésemos subir.

―He enviado a unos cuantos a recoger el siguiente armazón y los tablones ―nos dijo―. Iremos más de prisa ahora que sabemos qué estamos haciendo. Os dejaré ahí abajo para fijar los tablones y acabar el trabajo. Os habéis ganado más que merecidamente un buen rato en el agua.

No hubo protestas, y cuando finalmente salimos a la superficie una hora y media más tarde, sintiéndonos infinitamente mejor y cuatro años más jóvenes, todo estaba listo para empezar las tareas de la primera filtración.

―¿Un par de meses? ―inquirió Oailos colocándose la túnica sin tomarse la molestia de secarse antes―. No consigo entender cómo este trabajo podría llevar más de dos semanas.

 

 

 

Después de las dos primeras jornadas, no tuve más remedio que estar de acuerdo con él. A mitad de nuestro segundo día de trabajo, los seis andamios se encontraban ya en su sitio y habían comenzado las reparaciones en el primero. Y eso incluía también el tiempo que nos había llevado levantar dos enormes balsas para que el arquitecto y los otros ingenieros dirigiesen las tareas desde allí. Dijésemos lo que dijésemos sobre Sevasteos, la verdad era que no se le caían los anillos trabajando.

Respirar bajo el agua no me había representado ningún esfuerzo, ni siquiera a pesar de todo el tiempo que había pasado desde mi última inmersión. Por eso, no pasó mucho tiempo hasta que me olvidé por completo del canal y desapareció de mi memoria todo con excepción del lago y la misión a la que nos enfrentábamos, de la que, debo admitirlo, estaba disfrutando bastante. No es que me considerase a mí mismo un arquitecto, pues jamás lo sería, pero intenté aprender todo lo que pude de lo que me indicaban Sevasteos y sus ingenieros, en especial Emisto, el más amable de todos ellos.

Aun así yo seguía siendo consciente de cuál era mi estatus legal y seguía un poco preocupado por el avance del proyecto, lo que me impedía sacar jugo de mi privilegiada posición por grata que fuese. No con Ithien, que por fortuna había partido con Shalmaneser en dirección al pueblo más cercano, al otro lado del lago, para conseguir más víveres y materiales. Como los otros cuatro supervisores, me convertí en uno de los principales transmisores de información entre los ingenieros y los esclavos. Pese a eso, Oailos parecía particularmente interesado en todo lo que yo le decía.

―A diferencia del resto de los supervisores ―me explicó cuando le pregunté el motivo―, tú eres un aristócrata. Ya sé que defendí en una ocasión que todo se rige por un sistema de ascensos y poder, pero Shalmaneser, Ithien y Sevasteos, de una u otra facción, son todos políticos. Tú puedes detectar muchas más sutilezas que los demás.

De modo que me empeñé en escuchar y contar cuanto oía. Mi incomodidad inicial se fue desvaneciendo con lentitud, pero el tercer día sucedió algo que la revivió con fuerza.

Me encontraba trabajando solo en la más lejana de las filtraciones, estableciendo la posición exacta en la que deberían ser colocadas las placas metálicas. La mayoría de los otros buceadores estaban justo en el extremo opuesto de la represa, en el lado más cercano a las cabañas, así que yo tenía medio lago a mi disposición.

Aunque podía respirar con igual facilidad tanto en el agua como en el aire, no podía estar sumergido eternamente. Transcurridas unas pocas horas empezaba a sentir pinchazos en la cabeza y a perder coordinación. Me invadía la sensación de que si permanecía en el agua mucho más, acabaría desmayándome y muriendo ahogado. Por eso salí a la superficie unos cuantos minutos y me sorprendió oír voces provenientes del parapeto situado justo por encima de mí. Después de más de una hora de silencio submarino, me llevó algo de tiempo identificar las voces, que eran las de Sevasteos e Ithien. Hablaban en thetiano, un lenguaje que yo podía entender sólo a medias.

―...recurrir otra vez a Shalmaneser ―decía Sevasteos―. Ese idiota se ha sentido de pronto muy preocupado por la presa y está empezando a escuchar a Murshash.

―¿No podemos enviar a Shalmaneser de regreso a Tandaris para visitar al virrey? ―preguntó Ithien, cuyas palabras se volvieron cada vez más claras; debían de estar acercándose a mí―. ¿Dejarlo al margen?

―Lo intentaré, pero no puedo garantizarlo.

―Inténtalo ―insistió Ithien, cuyo tono de voz evidenciaba autoridad―. De todos los problemas con los que podríamos habernos topado, ninguno era más improbable que un noble haletita que se toma su trabajo con seriedad.

―Barbarissimi! ―
exclamó Sevasteos, ahora situado a pocos pasos sobre mi cabeza; su voz estaba impregnada de odio más que de preocupación―. No puedo ni siquiera sentirme culpable.

―Deberías ―subrayó Ithien―. Recuerda tan sólo por qué estamos haciéndolo.

Dijo entonces algo que sonó como «en nombre del emperador», pero no estaba seguro. Quizá fuese «por el nombre del emperador», o bien algo completamente diferente.

―Vendería mi alma por estar fuera de Qalathar, por ir a algún sitio donde pudiese moverme sin el riesgo de toparme con sacerdotes.

―Es horrible, ¿verdad? Por una ciudad secular y un poco de mar. No puedo imaginar qué horrible ha de haber sido para los pobres desgraciados a los que hemos hecho trabajar en la represa. Cuatro años separados del mar. Y son afortunados: piensa cuánto tiempo más deberán esperar los otros antes de ver una gran extensión de agua.

BOOK: Cruzada
7.46Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

American Elsewhere by Robert Jackson Bennett
The Weight of a Mustard Seed by Wendell Steavenson
Renounced by Bailey Bradford
The Klipfish Code by Mary Casanova
The Jackal Man by Kate Ellis
Truth or Dare by Mira Lyn Kelly